Me invitan de nuevo a escribir y veo, no sin cierta emoción, que estos chicos de FIC llevan un mes entero, echando información a las brasas para alimentar un fuego que parecía perdido: el de los resistentes. Anteayer mismo, una crónica en este mismo digital lo decía: o resistimos, o no habrá donde meter un pie en esta ciudad.
Yo no soy de acercarme mucho a ese escaparate de las burradas que son las redes mal llamadas sociales, pero alguna vez me cae una estupidez en forma de chascarrillo y otras un disparate en forma de conmemoración. No hace mucho leí que la alcaldesa Marín celebraba los 25 años del nuevo campo del C E Hospitalet en Bellvitge. Celebrar eso lo dice todo, porque ese campo de futbol de l’Hospitalet apartado del centro de la ciudad al que hay que ir en metro, a pie o en bus, porque en coche es prácticamente imposible, se recompuso después de ser un campo de béisbol en las Olimpiadas y después de reconvertir el antiguo en… ¿a que lo aciertan?. Pues sí, en esta ciudad, todos los espacios vacíos se convierten en bloques de pisos a poco que el Ayuntamiento de los de siempre pueda. Y eso que se hizo incumpliendo el compromiso histórico de la donante de los terrenos, la fabricanta Tecla Sala, que hacía donación de los terrenos con el solo objetivo de construir un campo de futbol para la ciudad, supuestamente de manera definitiva.
Aquel campo se hubiera hecho muy pequeño para un gran equipo de futbol, ciertamente. Pero, paradojas de la vida, aquel campo estaba pegado a los terrenos de la fábrica Cosme Toda, por donde podría haber crecido perfectamente. Hoy, antiguo campo y antigua fábrica, son solo millones para los promotores y miseria para la ciudadanía. Y quienes se comieron aquel campo y hoy se están comiendo aquella fábrica, son los mismos aunque con collares distintos. A los que hay que echar tan pronto como podamos, porque en nada se les ocurre que el parque de las Planas es demasiado céntrico para estar desocupado con la cantidad de escuelas, institutos y servicios diversos que la ciudad necesita y necesitará en breve.
Tengo la enorme suerte de ser un pez en el Océano rodeado de soledades y sin más presión que mis ilusiones, de modo que haré un relato ficticio. Esta Corporación tiene 27 concejales de los cuales los de siempre solo tienen 13. Es decir, que a los otros 14 les correspondería la alta obligación moral de decir basta. Como que esos 14 forman parte de dos bloques irreconciliables en la teoría y muy distantes en la práctica, deberían tener la luz suficiente como para hacer un análisis de la realidad que les favoreciese a todos. Lo primero, aislarse en la medida de lo posible de las lecturas ajenas a la realidad concreta: una ciudad que se cae a pedazos. Lo segundo, intentar poner el foco en lo que les podría unir y dejar en la oscuridad todo lo demás: es decir, cambiar las cosas. Lo tercero, intentar la utopía del acuerdo.
La Calcuta del Mediterráneo a la que le robaron la playa.
O séase. 1. Olvidarse de las siglas genéricas y circunscribirse a los propios electores de su ciudad. Todos ellos representan a sectores muy concretos que les votaron a ellos porque las otras fuerzas no les representaban. Es decir que, lo que querían, y probablemente quieren sus electores, es que su fuerza sea más una fuerza de cambio que una fuerza de queja. Y tendrían que tener la obligación, en este sentido, de intentar el cambio porque todos ellos llevan más de 40 años de quejas y así nos va.
2. Pensar que, de lo que se trata, es de gobernar, y como la única manera de gobernar es hacerlo con 14 concejales, para gobernar con esos cuatro bloques hay que tener mucha energía, muchas capacidades y un norte bien preciso: reconstruir la ciudad.
3. Como los bloques están muy igualados sin que salten sarpullidos dos a dos, habría que pensar en dividir los períodos de alcaldía en dos mitades, de modo que en una primera vigencia tuviéramos una alcaldesa del PP, con el apoyo de todos los demás, y en una segunda un alcalde de ERC, también con el apoyo conjunto. Y un gobierno de 14, con 13 en la oposición, y el apoyo de la mayoría de la ciudadanía porque esos 14 concejales representan, hoy, a la mayoría de la ciudadanía.
No creo que ese gobierno Frankenstein funcionara peor que el gobierno Matusalén. Donde seguramente tendrían más obstáculos sería fuera de la ciudad, no dentro. De donde se deduce que una de las grandes debilidades de nuestros representantes es la fragilidad frente a sus propios partidos que no conocen la realidad de l’Hospitalet y no saben de la urgencia de ponerse de acuerdo.
Los chicos de FIC que los conocen bastante a todos ellos me dicen que, por la actitud, por el carácter y por sus capacidades, podrían —con esfuerzo y trabajo— llegar a ponerse de acuerdo. Pero dudan mucho de que los aparatos exteriores de los partidos acabaran permitiéndoselo. Pues nada, si es así, seguramente tendrían más trabajo en convencer a los propios que a los ajenos. Lo que dice demasiado poco de los propios y mucho de los que bregan cada día con la realidad local.
Hasta aquí la historia de una utopía, de una ficción, de un sueño, cuyo final feliz sería otra ciudad de la mano de otros actores y actrices. Gobernar suele compensar a los gobernantes. Casi dos años de PP y casi dos años de ERC, abriría horizontes seguro y no sólo para esas fuerzas. Los equilibrios son tan estrechos que aquí podrían ganar todos a poco que se les viera ejercitar otros mecanismos y otras políticas. Y si no, pues nada, a seguir con la queja, con la resistencia, con el voluntarismo, que en el 27 vuelve a haber elecciones y los sucesores de los de siempre podrán tener nuevas opciones de revalidar su serpenteante mayoría absoluta.
Pues lo dicho: el sueño de la razón produce monstruos, pero si no se sueña, lo que se producen son siervos.