15 de septiembre 2018
Cuando me llamaron no me lo podía creer. Y cuando me hicieron la oferta, se me iluminaron las meninges y me pareció que todavía estábamos en los años ochenta, en el tiempo de las máximas voluntades para hacer cosas inútiles. Naturalmente les dije que no y estuve a punto de colgarles el teléfono y de escupirles que no le tocaran más los cataplines a este pobre viejo que, en algún tiempo pretérito, les llegó a tener cariño. Ellos también son dos viejos rijosos pero, los muy zoquetes, siguen teniendo el alma de cántaro, siguen trabajando gratis como casi siempre y yo no me podía ni imaginar que siguieran en activo con el mismo entusiasmo de los bachilleres. En fin, que me negué a todo de malos modos y les grité a distancia que cómo se atrevían a interrumpir mi merecido descanso de descreído universal para proponerme tamaña estulticia.
Atendiendo a mi mala fama de escribidor, me sugerían volver a las andadas, esta vez para decir lo que quisiera, no sobre el papel, que ya es materia levísima e irrelevante, sino sobre el éter, una cosa que ahora llaman cibernética y que no es más que una mala magia que anda por las nubes y que insinúan que no controla nadie, cuando es evidente que todo lo inventado, lo inventable i lo inventariable, lo controlan los mismos de siempre. De cobrar, nada, claro y, como siempre, midiendo las palabras, midiendo los alcances y las extensiones y cumpliendo a rajatabla la periodicidad prevista. En fin, que no, que ya ha llovido mucho desde que nos pensábamos que las palabras iban a cambiar el mundo cuando lo que se ha visto es que es el mundo el que cambia las palabras.
En nada de enviarles a contar hormigas, oí que el más melindroso de los dos gritó en el vacío: “Luis, se fuerte…” Aquello me tocó el punto G y me puse chillón. Les recordé que todos —absolutamente todos— los experimentos de prensa en los que habíamos trabajado juntos habían cerrado sus puertas, que eran unos auténticos malajes y que si lo que querían era garantizarse frívolamente el cierre de este nuevo invento a plazo fijo, que no me buscaran a mi, que lo dijeran abiertamente a la chiquillería que ahora les acompaña en la nueva empresa, por lo que me explicaron, buena gente que repite los sueños de sus antecesores.
Se pusieron serios y me dijeron que no solo eso, que esto de ahora se lo creían tanto que habían contribuido a dar esencia a una cosa que llaman FIC, una cosa muy seria para regenerar el periodismo. Les dije que si esas siglas habían salido de ellos era porque eran unos Forofos de la Imbecilidad Crónica y que a mi me dejaran tranquilo.
Hicimos un largo silencio, tan largo que me pareció estar hablando a solas con mi nostalgia y entonces recordé que yo era tan FIC como ellos y que, a regañadientes, no me iba a cagar ahora que todavía tenemos menos que perder que antes.
Así que les pregunté por los contenidos previstos en la primera edición, descolgué mi capa del armario de los recuerdos más tiernos y me puse a escribir esto que tenéis ante los ojos.
Y el tema de esta primera Capa me vino al hilo de la entrevista que los chicos/as de L’Estrella han hecho a la flamante Síndica de Greuges del Ayuntamiento de l’Hospitalet. Coño, una defensora del pueblo orgánica y oficialista, me dije para mi. Si que están mal las cosas. En mis épocas, los únicos defensores del pueblo eran los salteadores de caminos que robaban a los ricos para repartir a los pobres. Eran imprescindibles, una especie de Estado del bienestar autoorganizado y bastante reprimido, porque lo único autorizado, como siempre, era un Estado que garantizaba poder robar a los pobres para repartirlo entre los ricos. Yo me puse la Capa muchas veces para hacer de defensor del pueblo en aquellos tiempos invertebrados y por eso ya daba por hecho que el defensor del pueblo era una cosa obsoleta y superada.
Pues se ve que no. Se ve que, en plena democracia representativa, los ayuntamientos más avanzados consideran que es imprescindible un defensor del pueblo, un síndico-a de agravios, porque, contra lo que sería lógico pensar, el pueblo sigue indefenso y cargado de ultrajes. Su papel es defender al contribuyente, al ciudadano, de los agravios que le produce… su administración más próxima. O sea que el Ayuntamiento ya da por hecho y por inevitable que va a fastidiar, a fustigar y a perjudicar al administrado… que encima, lo elige cada cuatro años. Vistas así las cosas, que tenga que existir un Síndic de Greuges es la evidencia absoluta del fracaso de la Administración y el exponente más dramático del desprecio hacia el ciudadano, al que está seguro que va a joder. Viene a decir: como se que va a ser imposible tratar justamente al ciudadano, me invento un instrumento para que lo defienda. Menudo morro. Porque encima, el instrumento depende enteramente de la Administración y, como es el caso, dista mucho de tener los recursos que necesitaría para ser efectivo.
O sea que el Ayuntamiento ya conoce su injusticia intrínseca y su ineficacia manifiesta y, en lugar de resolver las causas, pone en marcha un simulacro para reducir los efectos. Vaya cinismo democrático…
De manera que estoy en contra de los defensores del pueblo… porque yo lo fui en su día cabalgando por la serranía madrileña y se de qué va la labor. Conseguí fama y amores, pero no conseguí ni de lejos impartir justicia, ni siquiera disminuir congojas. El pueblo solo se defiende enviando a casita a los que dan por hecho que van a ser injustos, deshonestos, soberbios, autoritarios… Y de eso hay mucho en este sitio.
Asi que, perdóname Merche, pero estoy en tu contra. Y no por ti, que casi te quiero, sino por los que te han puesto en el sitio para que hagas de baluarte con poco más que tu piel.
Luis Candelas, fue el enemigo público número uno de la capital más castiza del reino, hace ya bastante tiempo. Más tarde se reencarnó en el Baix Llobregat donde se dedicó a darle al lápiz, en todos los intentos de prensa libre de la comarca entre los años ochenta y finales de los noventa. Ahora, más viejo que nunca, vuelve porque le han insistido, con más desgana que antes, pero con la misma voluntad de meter el dedo en la llaga del poder. Bajo su Capa se esconde una mala baba del copón, pero también los sueños indestructibles de la justicia, la libertad y la esperanza en un mundo mejor.