Algunos me han dicho que, conociéndome, todavía no entienden como el Candelas ha sido tan discreto en el tema de la diatriba existencial de los medios de comunicación que pusieron en el estercolero a un miembro de FIC al que se le ocurrió decir en voz alta lo que muchos pensaban.
La cosa ocurrió en marzo si no me voy de fechas, y lo que muchos pensaban es que, en el fondo —y no en las formas—, el sentido de la información en esta ciudad —y en todas donde no hay control social— trabaja en beneficio del poder. Vaya descubrimiento, Candelas, dirán algunos. Esto es de la época de Goebbels… ¿o no te acuerdas de la Prensa del Movimiento? Pues la prensa del movimiento de la democracia es la que se beneficia de los recursos del poder o la que el propio poder crea, sostiene y alimenta. O sea, de los periódicos generalistas que viven gracias a las subvenciones y los favores, y de los medios de los gobiernos locales que viven del presupuesto.
Lo que muchos pensaban y siguen pensando es que, en esos casos referidos, se utiliza el trabajo del periodista en beneficio del gobierno. Y por eso, muchos que son críticos con el poder insisten siempre en que los periodistas que controla, son gente honrada que hace lo que debe, pero que quienes los utilizan saben perfectamente lo que se hacen.
Separan a los profesionales de quienes los utilizan, de un modo tan automático y superficial, que da para reflexionar. También los generales usan a los soldados en la guerra, pero si no hubiera soldados no habría guerras, porque los generales no saben combatir: lo que saben es mandar. Seguro que los soldados son unos mandados, pero son los que matan. Dejará de haber guerras el día que los soldados se rebelen, que pongan en cuestión su docilidad. O sea, no dejará de haber guerras. Y, salvando las inconmensurables distancias, la mayor parte del periodismo seguirá sirviendo al poder porque no hay mejor respuesta cómplice que la necesidad de comer cada día.
También se puede ser periodista y poner en cuestión al poder: muchos lo hacen y no se mueren de hambre. Antes, algunos dejaban el periodismo (o el periodismo los dejaba a ellos). Hoy, por fortuna, la tecnología permite un periodismo más independiente y con capacidad de influir —que es el auténtico periodismo que cambia actitudes— y podemos tener la esperanza de que se fortalezca en el futuro inmediato.
La reflexión viene a cuento porque en el pleno del último martes de mayo, los chicos y chicas de FIC sirvieron su discurso mensual en esta ocasión para recordarle al gobierno que llevan medio año —por escarmiento, como explicó su portavoz— sin activar el organismo de dirección de los medios públicos de comunicación, porque no quieren dejar en manos de la pluralidad, sus instrumentos de control de la información y de la opinión de los hospitalenses. Y para poner el acento donde más convenía, el portavoz socialista puso sobre la mesa la insidia de que un representante de FIC dijera que un periodista local había grabado un acto crítico con el poder local para que este lo pudiera conocer a distancia, en una burda maniobra de desprestigio para socavar el razonamiento principal: que el gobierno local no quiere un instrumento de dirección que no controle absolutamente. Por cierto, que la insidia ya fue suficientemente aclarada en su día (no se acusaba al periodista sino a quien presuntamente le hubiera ordenado) pero da igual: calumnia, que algo queda.
Era evidente que no había acusación en concreto en el hecho sospechoso, pero eso era lo de menos. A los soldados no les gusta que les recuerden que hacen la guerra, aunque se señalen las armas de fuego que ellos no han construido y a quienes señalan las estrategias. Se sienten aludidos, aunque se interpele a los generales y a los fabricantes. No es nada cómodo advertir que, aunque critiquen a tu jefe, sientes que eres tú quien dispara los tiros.
El martes del pleno, la representante de FIC fue mucho más al grano. Le dijo al alcalde a la cara que no quiere obstáculos en el control del periodismo que se hace aquí y que eso dice muy poco de su espíritu democrático. Sigue sin entender que no tiene mayoría absoluta —que es lo que más siente—, porque si tuviera mayoría absoluta no permitiría la menor discrepancia, como han hecho todos los alcaldes socialistas de esta ciudad que le han precedido. Es lo que anunció como objetivo en el último mitin que hizo con los militantes socialistas porque es, efectivamente, lo que más le preocupa.
Pero la representante de FIC fue más allá: interpeló al gobierno, pero interpeló también a la oposición. Le dijo a la oposición que en una ciudad con 14 votos de 27 se pueden cambiar dinámicas. Para cambiar dinámicas hay dos maneras de actuar: la primera es ejerciendo el voto mayoritario cada vez que haya coincidencia. Pero la segunda es todavía más importante y quizás debieran empezar a reflexionarla: cuando pese a los votos es imposible modificar la norma porque la norma existe, o derogas la norma, o la boicoteas. En democracia es legítimo imponer el sentido común sobre la irracionalidad. Y el boicot no es un pecado democrático. Es también un derecho.
¿Qué ocurriría si unos medios de comunicación sin control se convirtieran de pronto en unos desconocidos para todos nosotros? ¿Qué ocurriría si se le dieran la espalda? ¿Qué ocurriría si ni partidos políticos, ni sindicatos, ni entidades, ni particulares se sintieran interlocutores de esos medios? ¿Qué ocurriría si los grupos municipales se sintieran ajenos a cualquier respuesta institucional, excepto las que tienen que ver con la participación y el control gubernamental, hasta que no se les haga caso?
Era absolutamente impensable que el boicot lo ejerciera precisamente el equipo de gobierno. Y es lo que hizo en el último pleno municipal: boicoteó el apartado de las mociones… porque se encuentra en minoría. ¿No tendría mucho mayor sentido que el boicot lo ejerciera una oposición que es mayoritaria, pero se ve impedida de ejercer su mayoría?
Probablemente no hacen falta muchos acuerdos entre grupos distintos. El boicot solo es boicot.
Consultar aquí , el escrito de la representante de FIC sobre el Consell Executiu i el escarmiento que ejerce el gobierno local.