15 de junio 2020
Coño, me dije, si solo han pasado cien días. Y en efecto, solo cien días que deben esconder cien maniobras para que parezca que no ha habido ninguna. Cien días es el margen que en política se da al rival sin tocarle las bolas o lo que sea, pero al que se va avisando para que sienta el aliento en el cogote. Al día 101 le estalla el pastel en los dedos. Veamos: el 22 de febrero hay primarias en el PSC de l’Hospitalet. El primer secretario tenía que ser el primer teniente de alcalde que tiene que ser el primer presidente de Consistorio cuando la Marín sea ministra o embajadora. Es una ley no escrita pero asumida. Corbacho puso a la Marín y la Marín al Belver y el Belver podría haber puesto a su yerno dándole tiempo a que le saliera alguna cana y a perder algo de barriga y ganar algo de flexibilidad, pero no, el yerno le salió impaciente y se le subió a la chepa. Y el 10 de marzo ganó las primarias y se puso a la cola el primero. Entre aquel 22 de febrero y este 10 de junio van 100 días, más o menos. Contarlos, porfa.
¿Que importancia tiene este 10 de junio en relación con aquel 22 de febrero?. Pues que este 10 de junio pasa una cosa que hacía décadas que no pasaba en Hospi. Desde la clamorosa pelea entre otro aspirante impaciente y el dueño del cortijo. El combate del siglo. En una esquina, Iñaki el golfillo, el fajador de Bellvitge. En la otra, Celestino el hábil, el tieso de Extremadura. Ganó el hábil, claro está, y eso que la trupe del golfillo trabajó a fondo el desgaste del adversario, con escándalos en prensa y todo eso…
Pues bien, el 10 de junio se desató en Hospi la cólera de los dioses y la policía detuvo a un director de instrumento y a dos concejales vinculados. Uno de ellos, uno de ellos, vale la pena repetir, el primer secretario del PSC local, el que se anticipó a su turno. A mi lo que hay detrás de la noticia me trae al pairo. Ahora resultará que en 40 años de poder absoluto no ha habido corrupciones, corruptelas y engaños miles. Lo que no ha habido, ha sido guerra sucia, guerra interna, y si no hay guerra no hay denuncias, no hay filtraciones, no hay exaltados que se cabrean porque temen que les acusen de prevariaciones, de estafillas o de estafilococos. La señora Marín ha salido enseguida a decir que esto no puede ser. Que se va a investigar a fondo. El señor Belver está desaparecido en combate sin enseñar mucho las manos no se vaya a descubrir que las tiene desolladas de tanto frotárselas y el señor Alcázar anda desconcertado porque a estas alturas no debe de entender nada o, bien al contrario, lo debe de entender todo. Lo que desconcierta todavía más.
Pero hay que fijarse en los detalles. El miércoles la policía detiene al director del Consell Esportiu, el jueves a Alcázar (y Pedrín) y el viernes sale el señor Graells para revelar que ha sido él el denunciante. Pero bueno… ¿quién le pidió al señor Graells que hiciera pública su traición? Y sobre todo ¿por qué? Y, además, ¿por qué el señor Graells escuda algo tan gravísimo como denunciar a un colegui, en su inmaculada honradez, cuando es evidente que eso no se estila, que los trapitos siempre, siempre, entre políticos afines se suelen lavar en casa, en silencio y sin puñales. A no ser que haya alguien que considere que es la hora de los puñales y que está muy feo que los jovencitos se salten el escalafón.
Graells ha sido la pieza perfecta porque es el concejal de Deportes, porque es el vicepresidente de esa entidad rara y porque su señora actual parece que llevaba la gestión económica del ente, lo cual ya es chocante. Pero todavía resulta mas chocante que reconozca que denunció la sospecha a la alcaldesa el 4 de febrero —con el proceso de primarias en su salsa— y que la alcaldesa le pidiera al presidente del Consell d’Esports (uno de los dos detenidos el jueves) una auditoría, sin siquiera apartarlo cautelarmente del cargo. Como que pasaron dos semanas sin que se hiciera nada, dice Graells, volvió a insistir ante la alcaldesa. Y ya estábamos en la semana de elección del primer secretario del PSC local. Pese a que la denuncia lo implica, no ocurre nada y Alcázar es elegido, aunque Graells —que dice que estaba dispuesto a apoyarle— opta por apartarse en el último momento.
Mientras tanto, se encarga la auditoria externa el 10 de marzo, más de un mes después de la primera denuncia a la alcaldesa —con bastante tiempo para maquillajes y camuflajes— y todo queda en el aire por la pandemia. Pese a que no hay datos externos, Graells no se espera porque en el Consell no se toman medidas y ni corto ni perezoso se va a la policía porque sus sospechas se ven reforzadas cuando recibe la documentación que se envía al auditor. Graells lleva 37 años en el PSC y no está dispuesto a que le acusen de prevaricación a su edad y, por supuesto, él no tiene nada que ver con la batalla interna. Le dijo a Alcázar en su día que estaba muy decepcionado y se mantuvo al margen en la elección. O sea: cuando recibe los papeles que el auditor debe estudiar a partir del 10 de marzo se reafirma en que ha habido caudales distraidos en beneficio de alguien. Y eso que tiene muy cerca a la persona que parece que lleva la gestión económica del organismo. Pero desde el 10 de marzo hasta el 10 de junio no hay la primera detención, 90 días más tarde. Si que tardan las denuncias… Y además, desde el 22 de febrero hasta el 10 de marzo hay un par de semanas largas durante las cuales todo el mundo felicita al flamante nuevo primer secretario pese a las sospechas de Graells, necesariamente de la alcaldesa y bien posiblemente, por lo menos, del primer teniente de alcalde Fran Belver.
Se diría que alguien ha estado cocinando a fuego lento para que al señor Alcázar se le derritan las mantecas. Y de paso, para que todo vuelva a su cauce.
En la época del combate del siglo entre el niño de Bellvitge y el león de Extremadura, salió el sonado caso del fraude en la recaudación de la Diputación, donde entonces trabajaba la señora Corbacho. Aquello hizo renquear un poco al púgil de acero inoxidable, pero se rehizo enseguida con un crochet letal en forma de denuncia de corrupción porque la prensa no es como la judicatura: aquí hacemos bromas pero los jueces carecen de sentido del humor. Graells que hacía de árbitro se ha subido al ring y el señor Belver aplaude desde la primera fila, bien calentito en el regazo de la alcaldesa, mientras Alcázar parece resoplar desde el suelo. Podría salvarle probablemente algún escupitajo insolente de última hora. Recuerde, señor Alcázar, la prensa se nutre muy a menudo de salivazos… Estamos aquí para lo que se tercie.