¿Liberar suelo o liberar propiedades?

Hay un montón de cosas del mundo de hoy que no entiendo y una de ellas es el problema de la vivienda. Y no porque yo tenga vivienda, que la tengo, sino porque quienes más jalean el problema de la vivienda, aparte de los que no la tienen, son los que tienen dos, diez o quizás 300, especialmente en venta y ahora en alquiler. Si, no voy a negar que hay problema con la vivienda, porque si no hubiera tal problema, no se hablaría de ello. Y hay, desde luego, un problema de vivienda en aquellos que quieren tener una y no pueden. Hay un problema con la vivienda, en primer lugar, en las ciudades grandes, porque no parece que, en los municipios pequeños, en las ciudades medianas y en las zonas rurales haya tal problema. Por lo tanto, delimitar el problema iría muy bien para encontrar la solución.

Estaría bien preguntarnos por qué hay un problema de vivienda precisamente en las ciudades grandes, las más urbanizadas, las más saturadas de espacio ocupado y de edificios residenciales. Si justamente lo que sobran son edificios de viviendas… a qué se debe que sea justamente ahí donde hay problemas de vivienda. Y ¿por qué todo el mundo parece convencido de que para terminar con el problema de la vivienda hay que construir más y más, hay que ocupar más espacio libre, hay que planificar más solares urbanizables…? La primera respuesta es que hacen falta más viviendas en las grandes ciudades porque es en las grandes ciudades donde se concentra la gente. Pero lo que deberíamos preguntarnos también es por qué, en la única época de la humanidad en que se puede trabajar a distancia, donde los productos cada vez son más de servicios que de industria y por lo tanto las distancias han dejado de ser eso, distancias, todo el mundo aspira a concentrarse en las grandes ciudades donde vamos a terminar echando a los turistas —que dan de comer a buena parte de este país— para caber nosotros.

Y la respuesta no es sencilla, pero la aproximación sí lo es: funcionan las grandes ciudades porque en esta sociedad en la que nos movemos, todo funciona bajo las leyes del mercado y todo se compra y se vende, especialmente aquello que resulta imprescindible. Y si hay alguna cosa imprescindible de verdad es un suelo donde vivir. No deberíamos olvidar que el 90% de l’Hospitalet se creó a base de que los propietarios del suelo, que eran todos de Barcelona —es un decir, porque había gente de muchas procedencias que tenía suelo en propiedad en aquel pueblo rural de principios del XX— se hicieran ricos a base de parcelar y vender con el permiso municipal, para que los recién llegados se hicieran una vivienda, a ratos libres y con sus propias manos. Luego, muchos descubrieron que en lugar de trabajar en una fábrica textil o del vidrio, o de la cerámica, construir viviendas iba a tener en adelante mucho futuro. Y eso mismo descubrieron los propietarios del suelo y quienes les daban permiso para parcelar. Unos vendían tierra, otros vendían permisos y los que podían, compraban materiales para construirse un hogar.

En Barcelona, desde que tiraron las murallas, se colmató la venta de suelo. En l’Hospitalet y en tantos municipios del entorno, se vendió el territorio para hacer fábricas y para hacer viviendas para quienes acudían a las fábricas mientras los propietarios se compraban fincas rurales para disfrutar de lo que prohibían a sus obreros, más allá de la precariedad del salario: la precariedad del espacio, del aire libre, de la tierra sin cemento. O sea, vivimos en las grandes ciudades porque a eso nos ha empujado la revolución industrial y porque la revolución industrial era cualquier cosa menos una revolución: aquello de la industria parece que se acabó, pero de aquel dinero, estos promotores, que siguen amasando con el beneplácito general.

Se me ocurrió discurrir al respecto cuando el otro día leí en este mismo pantallómetro que l’Hospitalet había cedido tres solares a la AMB no para construir un parque sino para construir 142 pisos “de lloguer accesible”. Lo dicho, Ayuntamiento, Área Metropolitana y Generalitat (los mismos perretes con distintos collaretes) van a hacer la vida más llevadera a 142 familias sobre la base de edificar en suelo libre. Atención, en un suelo libre, que no volverá a estar libre hasta que no haya la hecatombe de la extinción. O sea, esperemos que para los siglos.

Y me diréis: hombre, lo que faltaba, un loco que prefiere que haya árboles en lugar de personas. Decidme loco, pero sí. Porque lo que hace falta en el Área Metropolitana son árboles y lo que sobran son personas… Joder Candelas, ¿y qué hacemos con las personas, las matamos? Tú, que eres tan progre siempre a favor de la emigración, ¿dónde los metemos a esos?

No soy de matar: ni personas, ni árboles, ni cucarachas, diga lo que diga la Copla de la Piquer, que dice poco. Y estoy con los que defienden que en un mundo finito es imposible crecer infinita y desaforadamente. Así que, si en las grandes ciudades no caben más almas, habrá que ir pensando en recuperar lo que está vacío para meter las nuevas almas.

Mira por dónde. No hace mucho leí que en los 36 municipios de la AMB hay 121.107 viviendas vacías. Viviendas vacías quiere decir suelo ocupado y vacío. ¿Y el AMB, el Ayuntamiento y la Generalitat se comen tres solares en Hospi para hacer 142 viviendas, para 142 familias? ¿Así de buenos y generosos? Venga ya… Quizás sería muchísimo más inteligente recuperar esos solares para plantar árboles y recuperar las más de 8.600 viviendas que hay vacías en la ciudad, según el INE. Pero eso no es negocio para nadie. Es más trabajo para quien debería legislar, que son los mismos que mandan en el Ayuntamiento, en la AMB y en la Generalitat. En cambio, construir 142 viviendas es negocio para muchísimos. Para los promotores, para el Ayuntamiento y para los bancos que dan hipotecas. Menos para los compradores, para todos los demás que aparecen en la operación. Los compradores, dobles perdedores: porque se empeñarán de por vida y porque vivirán en una ciudad invivible.

El problema es general en toda España. Ya lo hemos dicho. Especialmente en las grandes ciudades donde hay todavía mucha demanda. Pero quizás deberíamos ponernos a pensar cuál es la razón de que en España haya 3,8 millones de viviendas vacías, de las cuales 448.000 (el año pasado) estaban todavía sin estrenar, esperando comprador, y nos bombardean todos los días con que faltan viviendas y que hay que construir más. Lo mismo dicen del PIB, que hay que desbordarlo año tras año, lo mismo decían del petróleo hasta que empezaron a pensar que, el día menos pensado, no bombean un decilitro.

La fiebre de la vivienda es un clamor interesado. Y estoy convencido de que hay gente sin vivienda —muchas personas en la calle desahuciadas por no poder pagar— que la necesita y con urgencia. Pero la solución es llenar esos 3,8 millones de viviendas, porque sobre la problemática de la vivienda hay dos crímenes sin resolver que huelen desde hace décadas y que no entiendo como no despiertan por la noche a quienes condenan (a abandonar su hogar a gente vulnerable) y a quienes no obligan (a hacer leyes para poner toda la oferta en el mercado a gente poderosa).

Así que, menos liberar suelo y más liberar propiedades, si queréis ayudar a la gente… ¡Que ya se ve que no, coño!

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