15 de septiembre 2019
Hace ahora casi un año que la alcaldesa Marín y la que entonces era Consellera de Presidència de la Generalitat, Elsa Artadi, se reunían en l’Hospitalet para firmar un convenio por el cual el Ayuntamiento se encargaba de detectar e inventariar los pisos vacíos de la ciudad para que definitivamente en l’Hospitalet dejará de haber “casas sin gente y gente sin casa”. La propia alcaldesa reconocía por esas fechas que había en la ciudad un millar de casas vacías y más de 300 familias pendientes de una vivienda con alquiler social y que era urgente, lo más urgente, poner coto a esta injusticia. Cuando escribo estas líneas, hace 46 días que una mujer y su hijo de seis años viven y duermen en una tienda de campaña a las puertas del ayuntamiento, sin que la alcaldesa Marín y su flamante equipo de bien pagados concejales hayan resuelto el problema.
Ingrid y su hijo fueron desahuciados el 31 de julio porque la propietaria del inmueble donde encontró refugio, Kutxabank, se negó a facilitarle un alquiler social en un piso que llevaba vacío hasta que Ingrid y la PAH lo ocuparon tras otro desahucio por impago de alquiler. Ingrid se quedó sin empleo tras una subida de alquiler unilateral y no tuvo alternativa hasta que la PAH le consiguió un techo que ahora nuevamente la justicia le ha negado. Las leyes están para que se cumplan. Exactamente para que las cumplan algunos y las puedan incumplir otros, porque la Ley 24/2015 que nació tras los escándalos de la crisis, dice en uno de sus artículos que “las administraciones públicas tienen que garantizar en cualquier caso el realojo adecuado de las personas y unidades familiares en situación de riesgo de exclusión residencial que estén en proceso de ser desahuciadas de su vivienda habitual, para poder hacer efectivo el desahucio”. A la vez que impide que se abandone en la vía pública a cualquier familia con menores a cargo.
La verdad es que Ingrid está en la calle con un hijo de seis años y el Ayuntamiento, que ve el problema cada día, es incapaz de resolverlo. El teniente de alcalde de Espacio Público, Vivienda, Urbanismo y Sostenibilidad, Cristian Alcázar, de “la familia que nos gobierna” como pudimos leer este verano en estas mismas páginas y que tiene un sueldo de más de 70.000 euros brutos (por encima del salario de los ministros) sin contar dietas y suplementos por asistencia a reuniones y a plenos, afirmó que para el Consistorio la solución es imposible porque solo hay 326 pisos de alquiler social, todos llenos, y hay más de 300 familias en espera.
¿Y el acuerdo de hace un año para detectar pisos vacíos en manos de la banca?. ¿Y esos 1.000 pisos vacíos ya reconocidos y detectados sobre los que resultaría imprescindible un papel activo de mediación municipal para conseguir alquileres pagables?. ¿Y las multas que la propia ley prevé para las entidades que sustraen esos centenares de pisos al mercado libre de alquileres? ¿Y el compromiso municipal de 2016 de perseguir a esas entidades bancarias en la ciudad —“con contundencia”, dijo la señora Marín entonces— y obligarlas a la cesión forzosa y por tres años de los inmuebles vacíos de aquellas entidades que se cierren en banda a entregarlos, como prevé la ley de emergencia habitacional?
Para Alcázar, demostrar que un piso está vacío, no es tan fácil, como él mismo declaró a la prensa no hace mucho. Quizás que mire el piso donde vivía Ingrid, tapiado tras echarla a la calle el 31 de julio. Ese debe de estar bien vacío. Puede que eso de descubrir pisos vacíos sea un trabajo excepcional que es incapaz de detectar alguien que cobra más de 1.000 euros netos a la semana. Con menos de 40 años y toda la vida laboral vinculada al PSC (menos dos años de cajero en Carrefour, parece) al amigo Cristian le tiene que costar ponerse en la piel de un ciudadano que apenas puede pagar 300 euros al mes para vivir bajo techo.
Hace unos días, Ingrid y 30 activistas de la PAH, intentaron —sin éxito— entrar en el Ayuntamiento para reclamar una solución. La guardia urbana lo impidió, claro. A lo mejor, si en lugar de ser treinta fueran trescientos, o tres mil, el amigo Alcázar y la insigne Marín afinarían la vista y verían más pisos sin gente y más, a la gente sin piso.