15 de abril 2020
Desde luego es un buen momento para hablar de futuro porque lo que se ha hecho en el pasado que nos ha traido este presente deja, en muchos aspectos, bastante que desear. La alcaldesa de l’Hospitalet ha tenido tiempo en el confinamiento de escribir un artículo en La Vanguardia en el que reclama más poder local para un mundo mejor, con el que habría que estar de acuerdo al cien por cien si no fuera porque una cosa es predicar y la otra dar trigo.
Me encanta la manera que tiene de predicar doña Marín porque sus argumentos parecen irrebatibles: los municipios —ella es presidenta de la Diputación y se pone en plan portavoz— no han parado de funcionar durante la crisis del coronavirus, se han puesto al servicio de los ciudadanos en general y lo han hecho con la destreza acostumbrada: la policía, las brigadas de mantenimiento, el personal funerario y los profesionales de los servicios asistenciales y sanitarios han garantizado el amparo de los mayores y de los dependientes y lo han hecho con los recursos de siempre y con la entrega que les caracteriza. Eso demuestra que los ayuntamientos funcionan y que necesitan más poder porque los gobiernos van a tener que reactivar la post pandemia y los ayuntamientos deben obtener mayor capacidad financiera, de gasto y de endeudamiento para poder invertir y crear riqueza que distribuir.
O séase: que si los ayuntamientos tienen mayor capacidad financiera, si pueden gastar e invertir más, crearán mayor riqueza y la distribuirán mejor. Una proposición automática por lo que si en l’Hospitalet, por ejemplo, los barrios del norte tienen una de las rentas más bajas de la conurbación es porque el ayuntamiento carece de recursos. Es decir, uno de los ayuntamientos con más recursos de Catalunya no tiene recursos suficientes para distribuir riqueza en los barrios del norte y por eso son de los más pobres de la provincia. En el artículo de la alcaldesa no cuenta, claro, la visión estratégica de ciudad, el desarrollo equilibrado y la buena gestión. Eso —por lo que se ve, inexistente— se da por supuesto.
La otra pata del artículo todavía resulta más explosiva. Afirma, con cierta razón, que las pandemias transforman la realidad urbana y social de las ciudades y que ésta también lo hará. Dios la escuche, si se ese señor de las alturas no se ha vuelto sordo además de mudo. Porque asegura, que “habrá que repensar el espacio público, porque el distanciamiento social es un fenómeno a tener en cuenta a partir de ahora”. Si lo que afirma tuviera un contenido riguroso y no retórico, como se antoja, lo primero que haría en el próximo pleno, en coherencia con “la gran carga ética” que se autoasigna, sería suspender todos los proyectos de urbanización y reurbanización previstos en la ciudad y repensar todos los que ya están en marcha. Desde luego, si hay que redefinir el espacio público a causa del nuevo distanciamiento social que habrá que tener en cuenta no solo para esta pandemia sino para todas las que van a ir llegando, lo primero que hay que replantearse en l’Hospitalet es la saturación urbana de la ciudad, la necesidad de esponjamiento urbano y la paralización absoluta de nuevas residencias.
No parece ser que sea esta la preocupación del “distanciamiento social” que propone la alcaldesa. Me temo que de lo que se trata es de dictar normas para que no se concentren todos los padres a la vez para recoger a los niños de la escuela, que no se colapsen los supermercados de compradores y que los poquísimos espacios verdes de la ciudad tengan un orden de entrada y de salida de paseantes.
Desde luego, contra las pandemias hay que luchar unidos y estaría bien fijar responsabilidades. Si la principal medida para protegernos de los contagios ha sido y será el confinamiento, es decir el aislamiento individual y familiar para evitar infectarse, no parece que la saturación urbana y las descomunales densidades de población de las ciudades metropolitanas ayuden mucho a la causa. Quienes han dejado que existieran esos monstruos urbanos tienen ahora que apechugar con la responsabilidad de los contagios masivos. Quienes no solo han dejado que existieran, sino que los han alentado y los siguen alentando, debieran estar en el punto de mira de los ciudadanos porque la principal medicina contra las pandemias por llegar, está en apartarlos de las decisiones públicas y condenarlos moralmente, o por su miopía respecto de la salud pública o por considerar el espacio público como una mina de oro.
Ya está bien de tanta retórica sobre asuntos que están en el trasfondo del contagio. Ya es hora de reclamar el reequilibrio territorial contra eso que llamán la geografía vaciada. No es sano ni social, ni económica, ni ambientalmente, la concentración desaforada. Ahora ya se ha visto que también es el peor ítem contra la salubridad. El distanciamiento social no es una cuestión puntual: es un problema de calidad de vida y, como también dice la alcaldesa, de sostenibilidad, de lucha contra el cambio climático.
No debemos permitir, como ciudadanos, que se predique “distancia social” y se favorezcan miles de nuevas viviendas en la ciudad más saturada de Europa, como si fuera un trigo que no va con nosotros.
Va con nosotros, y hay que responder. “No queda otra”, como asegura la alcaldesa como colofón de su artículo.