Cuando un montón de vecinos cabreados convocan una manifestación afirmando que es apolítica, sea cual sea la razón de la protesta o la razón del apoliticismo, es que nos hemos perdido en el desconcierto. Cualquier cabreo colectivo tiene una razón política y cualquier afirmación de apoliticismo o es interesada o es estúpida, y en ambos casos supone un peligro para una consciencia ciudadana sana y libre.
Los convocantes de la protesta vecinal del otro día insistían mucho en que no iban contra el Ayuntamiento sino contra el drama de la inseguridad, obviando que la inseguridad es una consecuencia directa de la ausencia de una gestión de calidad de los asuntos públicos y esa es una función exclusiva de la política local y supralocal. Lograron lo que muchos son incapaces de lograr, que miles de vecinos hastiados por la falta de respuesta salieran a la calle y se dirigieran, apolíticamente, para concentrarse en el único lugar donde la política tiene su razón de ser: el Ayuntamiento. Allí nos gobiernan o nos desgobiernan a todos los ciudadanos, y ellos y solo ellos, son los causantes directos del descontrol de la seguridad.
Los vecinos, que se autoconvocaron por wasapp según explicaban, y a través de carteles que los comerciantes del barrio distribuían y difundían, hace ya muchos meses que vienen sintiendo la angustia de vivir en una zona de riesgo. Los comerciantes ya se han quejado de viva voz en los plenos municipales reiteradamente, reclamando lo que parece imposible que se pueda reclamar: que el gobierno local dote a las calles de la seguridad imprescindible para poder vivir. Y desde hace muchos meses, este gobierno local no solo no ha remediado el problema, sino que lo sigue agravando manteniendo enquistado el conflicto con la Guardia Urbana y desprotegiendo a la ciudadanía sin garantizarle sus mínimos derechos ciudadanos.
Ese dato, sería suficiente, no solo para convocar una manifestación absolutamente política, sino para exigir la dimisión del alcalde y de su incapacitado equipo de gobierno. Por eso vamos muy mal. La convocatoria ha sido un éxito de gente, pero un fracaso de mensaje. Por lo que explicaban en la mani, lo que no querían era que los partidos se apropiaran del éxito de la convocatoria, como si concentrar a miles de vecinos cabreados fuera algo de lo que enorgullecerse. Ya quisieran los partidos vanagloriarse de concentrar a tanta gente, aunque fuera un ejército de cabreados. Todos dicen representar a la ciudadanía, pero por lo visto, la ciudadanía no quiere representantes. Aunque vayan, o no vayan a votar cuando toca, los representantes se sientan en aquellos escaños y viven de sus impuestos, más que bien.
Si la mani fue un éxito, es precisamente porque los partidos han perdido el hábito de convocar protestas. Los que gobiernan prefieren hacer fiestitas para los suyos con las dosis de autocomplacencia que les caracteriza y a los que les gustaría gobernar, hacer ruedas de prensa, enviar notas de prensa y hacer mociones, sabiendo como saben, que lo que digan solo lo verán o escucharán unos pocos —porque reconocen que la tele local la ven cuatro gatos y casi no hay prensa libre que informe como correspondería—, mientras que las mociones en los plenos, se aprueben o no se aprueben, jamás se cumplen.
¿Qué hacer, entonces? Los vecinos, comprender que son la soberanía municipal y que solo haciendo política resolverán sus problemas. Los partidos, tomarse la política en serio para hacerse creíbles. Y para hacerse creíbles, lo primero es marcar un objetivo posible, aunque sea a largo plazo y, en las circunstancias actuales, el único objetivo realista pasa por terminar con este estado de cosas en la ciudad que nos está viendo sufrir. Es decir, como dicen mis amigos, ras i curt: trabajar con el exclusivo objetivo de cambiar el gobierno en las próximas elecciones municipales. Todo lo demás es anecdótico, superficial y retórico. Y ningún partido que quiera realmente cambiar l’Hospitalet lo va a conseguir con sus únicas fuerzas. Necesita las fuerzas de las demás organizaciones y, sobre todo, la fuerza politizada de la ciudadanía.
Pero ya digo que vamos muy mal, porque los vecinos no quieren oír hablar de política y los partidos no quieren oír hablar de futuro. Se conforman con el presente. Los unos porque ya viven muy bien, y los otros, porque tampoco viven tan mal.
Así que… seamos pesimistas, y pidamos, una vez más, lo imposible.
