Todo es suyo

15 de febrero 2019

Cien años justos después de la pérdida obligada de la Marina de l’Hospitalet para construir el puerto franco de Barcelona, esta saturadísima ciudad está a punto de entregar con una amplia sonrisa otros 60.000 metros cuadrados de espacio ciudadano para otro magnífico proyecto ajeno por completo a sus habitantes —añadiéndolos a los otros 240.000 metros que ya se entregaron entre 1990 y el 2011. Está claro que nos van a vender como un éxito extraordinario el recientísimo acuerdo sobre la ampliación de la Fira de Barcelona que ha ayudado a que la alcaldesa de l’Hospitalet se haya sentado a la derecha del president de la Generalitat compartiendo tribuna con la alcaldesa de Barcelona, el presidente de la Diputación, el de la Cámara de Comercio y los de la Fira de Barcelona económica y patrimonial para así demostrar que la ciudad ya es el segundo motor económico de Cataluña, como dice la propaganda municipal, y que su alcaldesa empieza a ser una importante autoridad nacional.

A cambio de todo ello, sin que la Fira de Barcelona pierda su nombre, como debe ser, lo que fue la Fira de Barcelona desde el siglo XIX en la montaña de Montjuic, se va a reconvertir en espacio público para la ciudad condal. Barcelona ganará miles de metros públicos —que necesita con urgencia— para esponjar la ciudad y para beneficio de sus ciudadanos en una zona privilegiada entre la plaza España y los antiguos palacios feriales, que ni siquiera tendrán que remozarlos para cumplir su antigua misión ferial: para eso ya está el suelo hospitalense. A todo el mundo, incluso a la alcaldesa Marín, todo eso le parece muy bien. Barcelona necesita ganar espacios que para algo es el primer motor económico de Cataluña, su capital, y una ciudad que reclama visitantes. L’Hospitalet sigue siendo, con más ahínco incluso, la ciudad subsidiaria de la gran Barcelona, el patio trasero, la ciudad dispuesta a ceder suelo y a no reivindicar nada, aunque mantenga a sus ciudadanos hacinados, sin espacios verdes suficientes y vendiendo quimeras para mantener la fantasía.

Cuando se puso la Fira en la Gran Vía de l’Hospitalet, cuando se armó la Ciutat de la Justícia, algunos ya imaginábamos que la gran avenida que se inventó Corbacho terminaría siendo, no la puerta de l’Hospitalet, sino la de Barcelona en terreno ajeno. Una puerta que han diseñado para que llegue hasta el río, con esa hazaña que supone el PDU de Gran Vía que va a llenar de rascacielos de oficinas y similares lo poco que queda de l’Hospitalet todavía no edificado. Lo terrible no es solo esto. Lo dramático es que mientras Barcelona expulsa instalaciones que sigue capitalizando para rehabilitar sus propios lugares libres obsoletos, l’Hospitalet cede territorio a cambio de honores para su alcaldesa. Y nada más.

La política lo puede todo, solo es necesario tener ambición y ser tenaz. Nadie dice que la Fira de Barcelona no pudiera ampliarse todavía más en el Pedrosa. Lo que se defiende es que para que la Fira se amplie todavía más quizás habría que hacer un esfuerzo suplementario de esponjamiento ciudadano, adquiriendo suelo ocupado a cambio del suelo libre que se libera a beneficio de inventario para la economía productiva de los grandes empresarios de Barcelona. Todo el mundo entendería eso y si no, una visita guiada por los barrios del Norte de la ciudad con los mismos que ocuparon la mesa de presidencia durante la enajenación de los 300.000 metros cuadrados totales, hubiera resultado muy ilustrativa de las necesidades de la ciudad.

Pero esta ciudad está por otras cosas. Ser el segundo motor económico no sé en que beneficia a los hospitalenses que continúan con una de las rentas per cápita más bajas de entre los municipios catalanes. No hace falta más que acudir al Idescat y hacerse una idea. L’Hospitalet tiene un PIB (Producto Interior Bruto) por habitante en el año 2017 de 25.800 euros, cuando la media catalana está en 31.300 y la media del Barcelonès en 37.100 (ahí está Barcelona, pero también Sant Adrià, Badalona y Santa Coloma junto con l’Hospitalet). La Renta Familiar disponible bruta que es lo que las familias pueden destinar al consumo o al ahorro, todavía es mas elocuente porque se encuentra 10 puntos por debajo de la media catalana y 23 puntos por debajo de la media del Barcelonés. Es decir, somos una ciudad más bien pobre, con rentas más bien bajas y con un nivel familiar de consumo y ahorro más bien lamentable. Pero somos, según el ayuntamiento, el segundo motor económico de Cataluña. Hemos regalado ya 240.000 metros cuadrados a la Fira de Barcelona para ser ricos, pero vamos a regalar otros 60.000 porque la economía debe crecer y el Mobile ese famoso, da prestigio. A unos cuantos, y a Barcelona. Si, claro, como aquí hemos abierto hoteles, que ya está bien, los congresistas del Mobile se alojan aquí, como se alojarían en Matadepera, sin saber donde están. Quienes sí saben donde están los hoteles es el Ayuntamiento a quienes cobra el IBI, igual que ocurre con la Ciutat de la Justicia que también paga aquí, salvando muchas veces a la tesorería municipal de las tensiones internas que sufre a menudo.

Pero el Ayuntamiento sigue quejándose de que no hay dinero o al menos no hay dinero para todo aquello que la ciudad necesita. Y las familias tampoco tienen dinero, al menos el dinero que correspondería para vivir en la ciudad que es el segundo motor económico de Cataluña. Se cerró la tele por que no había dinero, se subvenciona ligeramente a las entidades porque no hay dinero, no se ayuda a la edición de libros porque no hay dinero. Nunca hay dinero para lo que interesa poco. Hace 40 años que en el Ayuntamiento no hay dinero más que para lo que al Ayuntamiento le parece bien. En realidad ese dinero no es nuestro. Es suyo. Hay que acordarse que cuando se les vota, se les está dando permiso para que consideren nuestros impuestos, su propio capital. Al menos, a estos que mandan. Todo es suyo: el presupuesto y el territorio.

L’avorriment electoral (II)

15 de febrer 2019

Dèiem, en l’anterior article d’aquesta sèrie, que hi havia tres evidències que explicaven 40 anys de PSC al capdavant de l’Ajuntament de l’Hospitalet i també tres contraposicions que expliquen en bona part aquest èxit. La primera donava fe d’una ciutadania que es va despertar tard, de manera significativa però tampoc massiva, en les darreries del franquisme reclamant democràcia i millors condicions de vida als barris. Molts van donar el seu suport a la gent que coneixien a les entitats reivindicatives, als sindicats i als partits, especialment la gent del PSUC, però també molts vots van anar a parar al partit socialista que tenia una imatge més acceptable després que el règim franquista dediqués anys i anys a presentar els comunistes com gent autoritària, disposada, com a mínim, a implantar la dictadura del proletariat. També molts vots que podrien haver anat al PSUC van anar a parar a candidatures comunistes minoritàries però també molt actives en aquests anys i tot plegat va fer que l’alcaldia recaigués en el PSC i ja se sap que el poder consolida moltes coses i a l’oposició fa molt de fred.

En resum, la majoria dels votants de l’Hospitalet van votar, en el seu municipi, molt més en sintonia amb la imatge que es tenia del PSOE y del PCE a nivell general, que pel que coneixien de la ciutat. Des del 1979, aquesta tendència no ha fet més que créixer, fins el punt que el PSC de l’Hospitalet si ha d’entrar en crisi, serà per causa del desprestigi latent del socialisme a nivell de país, molt més que no pas pel que han fet o han deixat de fer els seus consistoris a la ciutat. De fet, el ciutadà mitjà de l’Hospitalet no dona símptomes d’estar amoïnat per viure en una ciutat sense espais lliures, sense zones verdes, sense un urbanisme aclaparador. Es queixa, potser, de la inseguretat, de l’atur, generalment dels efectes i no tant de les causes. Aquesta és la ciutat que tenim: una ciutat de rendes baixes i de gent acostumada a viure atapeïda, en el sentit figurat i en el sentit literal. Acostumada a ajustar-se el cinturó, i a la saturació demogràfica.

El tercer corol·lari que anunciava en l’article anterior, afirmava que les aspiracions socials d’una ciutat com l’Hospitalet no permeten determinades ambicions. Si d’alguna cosa serveix el baròmetre municipal és per fer una fotografia sociològica de la ciutat que tenim. Més enllà del fet, constatable, que molt del veïnat original dels anys 60 i 70 de les barriades de La Florida, Pubilla Cases o fins i tot Collblanc-La Torrassa ha canviat radicalment, l’evidència ens mostra que l’Hospitalet segueix sent una ciutat de gent que no planta arrels, que marxa tan aviat com li milloren les circumstàncies econòmiques. Aquest fet tan elemental el va il·lustrar d’una manera fantàstica el que va ser alcalde de la ciutat durant 14 anys i després ministre durant el govern de Zapatero: Celestino Corbacho.

En el sopar crític de febrer, celebrat al Celler del Museu de la Masia Serra i que va organitzar FIC, explicant per què el Centre d’Esports l’Hospitalet no pot aspirar realment a un espai més competitiu en la Lliga de futbol professional, va fer aquesta reflexió que va passar gairebé desapercebuda: “En el moment que surti un futbolista de primer nivell, el primer que farà serà marxar del club per buscar millors condicions, i el segon marxar de la ciutat”. Ho va dir amb naturalitat, entenent que tothom que hi era present entendria a la perfecció l’evidència. I tothom ho va entendre. Un bon futbolista, un futbolista amb futur ni es mantindrà al Centre d’Esports l’Hospitalet, ni voldrà viure a la ciutat. L’exemple de Jordi Alba. Va jugar al Cornellà, tan aviat el van cridar d’altres clubs va marxar sense pensar-s’ho, continuava vivint a la ciutat fins no fa gaire, però quan li va sortir l’oportunitat va optar per viure a la part alta de Barcelona. I això que a l’Hospitalet vivia en un edifici nou i en un espai relativament ampli i lluminós: l’avinguda del Carrilet molt a prop de la Rambla Marina. Però resulta evident que aquell que pot no es manté com a resident…

No és una regla exhaustiva, és clar. Hi ha molta gent amb molts recursos i amb molta capacitat per marxar de l’Hospitalet, que no ha marxat i que no marxarà mai. És la garantia que la regla sempre presenta excepcionalitats. Però la regla és la regla: qui pot marxa. I això no passa només als barris més precaritzats, passa arreu, si és que arreu no està ja, hores d’ara, prou precaritzat. Especialment a La Florida, a Pubilla Casas i a Collblanc, on els habitatges eren més rònecs, molts d’ells d’autoconstrucció, els carrers més estrets i la saturació desbordant, els que han tingut oportunitat de fugir ho han fet. Molts han marxat als seus llocs d’origen on, amb les pensions de la indústria, viuen en unes condicions molt millors de les que mantindrien aquí. I altres no marxen perquè tenen els fills, els nets, però són prou conscients que són els llaços familiars allò que veritablement els lliga, no pas la ciutat.

Per això no resulta eloqüent el que diuen els baròmetres ciutadans, que presenten, en molts aspectes i sobretot pel que fa a la percepció personal i familiar, una imatge idíl·lica de l’Hospitalet. En l’aspecte general, per als ciutadans que responen, el principal problema que segons ells pateix la ciutat és la inseguretat, lligada —dramàticament— a l’existència d’emigració estrangera. Que els hospitalencs detectin com a problemes que té la ciutat, en els dos primers llocs de la llista, la inseguretat i la immigració, només mostra dues coses reals i lamentables: que aquesta és una ciutat pobre i que, alhora, és una pobre ciutat.

Seria magnífic que les eleccions afavorissin els màxims canvis possibles, en el govern i en la percepció de la ciutat, però molt em temo que aquestes avorrides eleccions ens depararan “más de lo mismo.”