Que paren la propaganda majadera

Bronca de los chicos de L’Estaca porque ni escribo ni apenas hablo. Y porque no me ven. Les digo que me estoy haciendo viejo, pero no porque cumpla años —que eso ha sido siempre un pasatiempo inmisericorde aunque divertido—, sino porque se me diluyen algunas esperanzas y eso te arruina el espíritu. No escribo porque tengo la sensación de que en lugar de animar, desanimo, y ya no estoy para estos trotes. A mi edad tengo que generar amores y no cochambres, pero en fin. Les he preguntado sobre qué escribo y me han enviado una docena de folios, sugerencias, notas de prensa y alguna foto donde se ve a la gente de ahora haciendo lo que hacía la gente de hace 40 años, gritar cabreos y enseñar pancartas. No se si hacerse viejo es también esto: ver que la indignación no tiene cura.

Entre lo recibido hay una nota de prensa municipal que llama la atención porque para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, en esta ciudad que nos parte el alma, avisan de que han plantado 1.261 árboles, de los cuales no todos son árboles nuevos porque han estado haciendo una escabechina de especies durante meses, que se han llevado por delante a 738 ejemplares por el único delito de ser añosos y corpulentos, substituidos por otros nuevos pero necesariamente enclenques e inseguros. De verdad de verdad, pues, solo dicen haber plantado 523 árboles nuevos en el último medio año, lo que parece una enormidad pero, sobre todo, un milagro. No porque no tengan potencial para eso y para mucho más —expertos en liquidar, expertos en reponer— sino porque se comprende mal dónde hay esos mil metros cuadrados libres, imprescindibles para que echen raíces. Si apenas hay zonas libres a las que se pueda llamar parques, si las aceras urbanas son minúsculas y apiñadas, si las rotondas ya se han usado cien veces para llenar las estadísticas de zonas verdes, dónde, me pregunto, caben esos 500 árboles nuevos que dicen haber plantado…

La ciudad más densa de Europa, que no puede resolverse aunque trabajen al unísono doscientos lobbys empresariales que se formen, sabe, porque lo dice la nota de prensa, que esos 1.200 árboles nuevos se comen 85 toneladas de Co2 al año, retienen 6 millones de litros de agua de lluvia, reducen 90 kilos de ozono y hacen maravillas contra el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre. Es decir, para que la ciudad aumente su calidad ambiental, el verde público no sólo es necesario. Resulta imprescindible para cualquier ciudad media. Imaginaros lo relevante que puede llegar a ser para la ciudad más densa de Europa.

Como en esta ciudad otra cosa no, pero tiene tantos planes como edificios, existe un Plan director del verde urbano en el que se inscribe esta plantada reciente cuya finalidad es tener “un verde accesible con una distribución equitativa y justa” en el tránsito del viejo verde al nuevo verde “biodiverso, saludable, sostenible, resiliente y adaptado al ecosistema urbano”.

O sea, demasiadas palabras para explicar que una ciudad vivible es una ciudad donde hay espacios libres, zonas verdes amplias en forma de parque y paseos arbolados, integrados en el urbanismo con la misma intensidad con que se integran las redes de servicios, las infraestructuras y los equipamientos. Espacios libres quiere decir eso: espacios desocupados, no aceras con arbolitos. Parques son extensiones de zonas verdes, arbolado y vegetación que se ubican en las zonas urbanas para garantizar el aire puro, el ejercicio físico y el disfrute de la naturaleza, no retales de solares o rotondas. Esto que aquí es inexistente, porque el espacio libre solo se usa para hacer negocio y no para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos, no se arregla con palabras por más que se usen conceptos como biodiversidad, salud, sostenibilidad o resiliencia —coño con la palabra—. Un auténtico Plan director del verde urbano, en una ciudad normal, debería exigir de una vez la adquisición de terreno público para liberarlo y la prohibición de construcciones sobre suelo privado libre, no poner arbolitos junto a los monumentales bloques de edificios que se están construyendo en lugares donde sólo había naves industriales, antiguas fábricas o edificios ruinosos que cualquier ayuntamiento consciente de su deber debería adquirir para dignificar su ciudad con hechos, y no con verborrea.

La nota de prensa indica que se han puesto árboles en nuevos emplazamientos, 335 en las vías urbanas y el resto en zonas verdes. Y se señalan el jardín de Can Sumarru, las medianas del distrito económico, el talud de la calle San Rafael, el entorno de la escuela de idiomas en Can Serra y dos parques, por llamarles de algún modo: el de la Cabana en la calle Canigó y el de la Remunta. El de la Remunta, donde mucho más de la mitad del espacio libre cuando el ejército se marchó se ha convertido, como no podía ser de otra manera en esta ciudad, en enormes bloques de edificios que albergan cientos de nuevas residencias. El plan de nuevo verde, nos quiere compensar poniendo arbolitos en esa zona. Lo mismo que en los aledaños de las enormes nuevas promociones de la avenida del Carrilet, el interior de la macro-manzana de la Rambla Marina o en lo que fueron las instalaciones de Cosme Toda. Qué vergüenza señores…

Es esa sensación extraña que te queda cuando, en una frase que los catalanes han convertido en admirable, “voler vendre bou per béstia grossa” o como afirman los manchegos, quisieran “hacerte comulgar con ruedas de molino”, tienes la seguridad de que te tratan como a un débil mental. La misma sensación que cuando tratan de hacerte creer que van a vender los atractivos turísticos de la ciudad y afirman que esta ya es una ciudad turística por el número de pernoctaciones, escondiéndonos adrede que los turistas modestos encuentran hotel más barato aquí que en el centro de Barcelona. Paren la propaganda majadera y hagan un concurso para conseguir creativos que se esfuercen un poco más a la hora de vendernos estulticias.