Hoy tengo que confesar que me lo he pasado teta en el Consell de Ciutat, una cosa que se ha inventado el gobierno para hacer ver que rinde cuentas a la ciudadanía de lo que se va haciendo, en presencia de un montón de entidades que van allí a escuchar y a decir, en general, amén. Ha habido algún conato de crítica, y alguna crítica sin conato, por parte de FIC el Fomento de la Información Crítica, que para eso llevan ese nombre rimbombante y un poco pretencioso y que son los que me dejan escribir en esta cosa que se llama L’Estaca. Algún conato, porque las subvenciones no llegan, o llegan tarde o llegan recortadas a las entidades, y a las entidades les cuesta funcionar, programar, hacer ciudad, integrar a la ciudadanía sin el soporte, la ayuda, de algún profesional que se encargue de ejecutar aquello que los voluntarios voluntaristas piensan, promueven y articulan. Algún profesional que se aviene a cobrar muy poquito para que las entidades no se mueran de inanición. Vivimos en un mundo complejo, donde además de trabajar hay que hacer muchas otras cosas y entre esas cosas, activar actividades, producir convergencia de voluntades para promover el bien colectivo, exige un esfuerzo, una dedicación, un perder horas en beneficio del común.
Todas las entidades se quejan de la falta de ayudas porque todas las entidades querrían hacer más de lo que hacen. La mayoría no llega, porque los esfuerzos voluntaristas no alcanzan para organizar las cosas en condiciones o para organizar más cosas y llegar a más vecinos. El gobierno municipal, que vive de los recursos de todos y que administra en nuestro nombre —o debería—, es el encargado por costumbre y por norma, de facilitar el funcionamiento de los colectivos ciudadanos que le ayudan a convertir la ciudad en un organismo vivo. Eso es la teoría. En la práctica, el presupuesto municipal no es el dinero de todos. Es el suyo, el del gobierno, y con su dinero hace lo que quiere. Siembra, allí donde está seguro de recoger. Y si está convencido de que no va a recoger, no siembra, o siembra menos, o siembra con desgana y tarde. O se hace de rogar para negar el auxilio en el último momento. Para que los díscolos dejen de serlo.
Esto ya lo sabíamos… pero desde hoy es un secreto a voces. A voces, porque la alcaldesa de la ciudad le ha dicho a esta entidad díscola que es FIC, que no se la subvencionará —los pobres no han recibido un euro de subvención desde el 2018 hasta ahora y la última vez que se atrevieron a pedir una subvención en Cultura les dijeron que no se la daban porque no eran una entidad cultural— hasta que no cambie. Y lo ha dicho en voz alta como reprimenda al pesado del presidente de FIC que se empeña en explicar que ellos no son el enemigo, y que ni siquiera son el adversario, porque ellos no compiten por ningún poder. Compiten por poner ideas sobre la mesa para mejorar la ciudad y para decir a quienes consideran que el poder es un patrimonio, su patrimonio, que se equivocan. Que el poder es efímero, mientras que la ciudad es eterna. Solo que el poder efímero puede destrozar la ciudad, que es lo que está pasando.
Y les ha dicho en voz alta, con el subconsciente en ebullición y traicionando las buenas maneras, que hasta que la entidad no cambie de actitud, hasta que dejen de ser díscolos para ser colaboradores, lo tienen crudo si quieren un poco de ayuda. Este tipo de traiciones del subconsciente no suelen ser habituales más que cuando los nervios agarrotan las tripas porque algo está pasando. Y lo que está pasando es que se acercan las elecciones y que las mayorías absolutas se van a poner caras y sobre todo caras en una ciudad que es la más densa de Europa y que parece tener la vocación de ser la más densa del planeta a juzgar por las barbaridades que se están cometiendo en su territorio. Si se piensan que los vecinos son ciegos y no ven el negocio que se está produciendo a costa de su salud ambiental, por ejemplo, van a descubrir que ven muy bien a donde les lleva esta gente. Con no votarles está casi todo solucionado, solo que esta gente ha estado sembrando durante mucho tiempo y sigue recogiendo lo que puede, cada vez menos, pero suficiente para seguir demasiado arriba. Pero ya decimos que las mayorías son caras y las mayorías absolutas absolutamente carísimas.
¿Con quién pactará la señora Marín si no alcanza 14 concejales? No es difícil que la segunda fuerza vuelva a ser Esquerra —aunque con la lumbrera que han puesto al frente, ya veremos— y si es así, ¿se atreverá el señor Graells a dar apoyo a su verdugo? ¿Y se atreverá el verdugo del señor Graells a pedirle un gobierno conjunto? Ya veremos. Todo podría ser, de modo que mejor olvidarnos de esas parejas de baile si queremos un cambio auténtico. Pero ya digo, los nervios andan a flor de piel. Solo así se explica el exabrupto de la señora alcaldesa que suele ser más recatada cuando se sabe sólida.
O séase: si bien nos quieres Marín, da menos leña y más langostín.