Olé, las celebraciones

Este próximo miércoles, unos cuantos representantes de la sociedad civil que en enero pasado se reunieron para organizar una especie de plataforma ciudadana de protesta —algo no muy habitual en esta ciudad, a decir verdad— se verán con el alcalde de la ciudad no se sabe muy bien para qué. No lo sabe el alcalde y, por lo que parece, tampoco lo saben los que se van a reunir con él y tampoco ha quedado del todo clara de quien salió la iniciativa, para qué salió y con qué objetivo.

Habrá que explicarse. Los vecinos que se encontraron en enero en el Ateneu de Cultura Popular respondían a una convocatoria autoconvocada después de ver que el gobierno local había inaugurado el año con una Cabalgata de Reyes en la que se celebraba festivamente que hacía un siglo al bisabuelo del actual Borbón se le ocurrió adjudicar el título de ciudad a un municipio pegado a Barcelona. Un pueblo, todavía rural en trance de industrializarse, al que se le acababa de robar la mitad del territorio y que regentaba un alcalde de la Unión Patriótica, el partido del general Primo de Rivera que había dado un golpe de Estado un par de años antes con la total anuencia del rey Alfonso. Los historiadores locales todavía no han dado con la razón última de la ocurrencia puesto que nadie parece que había pedido tal título, aunque quizás respondiera por pura lógica a los sueños de grandeza del industrial Tomás Giménez —ese alcalde patriótico— que de ese modo pasaba de ser alcalde de un pueblito a alcalde de toda una ciudad y que pudo utilizar como argumento victimista para obtener la contraprestación, la pérdida, para fines comerciales de la burguesía barcelonesa, de las mejores tierras fértiles de la ribera del Llobregat pegadas a Barcelona.

El caso es que, como firmar un decreto no da excesivo trabajo, el rey anunció la dádiva al tal Giménez y el ministro del Interior firmó el decreto sin darse cuenta de que el firmante era uno de los personajes más odiados por los trabajadores industriales organizados, una parte importante de los cuales habitaba los barrios del norte de la que, a partir de ese momento, se llamaría la ciudad de Hospitalet, sin l i mucho menos sin la L mayúscula conquistada durante la Transición pasada. Así se dio la paradoja de que el general Martínez Anido que había perseguido con saña al anarquismo catalán en los años precedentes, convertía en ciudad al caótico y anárquico pueblo donde los nada caóticos y muy anarquistas vecinos de La Torrassa y Collblanc se habían hecho fuertes y bastante poderosos.

Celebrar cien años después aquel episodio, da un poco de grima a los herederos de aquel anarquismo combativo, por eso el gobierno Quirós se propuso celebrarlo por todo lo alto, porque ellos no son herederos de aquel anarquismo combativo ni tienen nada que ver con quienes rechazan los entorchados y las ceremonias reales. Es más, son los sucesores de aquellos primeros gobiernos de la Transición que cambiaron el nomenclátor de algunas calles que herían la memoria más reciente, pero no se entretuvieron en profundizar algo más en la memoria ciudadana porque, de lo contrario, hoy no existiría una avenida con el nombre del promotor del título de ciudad, ni con el nombre de un alcalde del franquismo, ni con una rambla con el alcalde que se dejó arrebatar sin protestas la mitad del término municipal.

No hace mucho, en el pleno donde se comentó la protesta de la plataforma ciudadana que rechaza la celebración del título de ciudad, el portavoz socialista afirmó que para unas cosas hay ciudadanos muy sensibles, pero otras se olvidan muy pronto. Explicó, como ejemplo, que las Fiestas de Primavera que en estos días van a llenar las calles de l’Hospitalet de fiesta, tienen su origen en el franquismo y que de eso nadie parece acordarse.

Pues bien, lo que nació en 1967, en pleno franquismo sí, de la mano del entonces teniente de alcalde de Cultura, Vicenç Capdevila, fue una cosa que se llamó Semana Cultural y Jornadas del Libro que se celebraban en abril porque estaban estrechamente relacionadas con Sant Jordi y el Dia del Libro, no con la primavera. Lo de la Primavera y lo de la fiesta vino después, con el primer gobierno socialista del año 79 y, naturalmente, se olvidó lo de la semana cultural y lo de las jornadas del libro, porque desde entonces, aquí, somos mucho de celebrar.

Y vuelvo a lo del principio. La Plataforma anti-centenario, que llamo así para simplificar porque es imposible olvidar que el protofascismo nos hizo ciudad con título hace cien años, irá a entrevistarse con el alcalde porque el alcalde saludó muy efusivamente al representante de la Plataforma que tomó la palabra en el pleno para recriminarle al gobierno que celebrara nada al respecto y, de esa sintonía, nació el contacto de pasado mañana. O sea que el clima es, de entrada, muy favorable, porque el alcalde considera que la mayoría —no todos, por Dios— de quienes la forman, son gente de bien que simplemente no quieren celebrar nada, pero sí en cambio consideran que esta es una buena oportunidad para recordar el pasado, discutir el presente y transformar el futuro. Y que eso debiera hacerse con la participación de todos, de quienes quieren prioritariamente reflexionar y de quienes quieren prioritariamente celebrar lo que sea, aprovechando cualquier excusa, como ha ocurrido con las Fiestas de Primavera.

No estaría de más que, ya que no se sabe muy bien para qué es la reunión, alguien le dijera al alcalde que, puestos a recuperar, quizás estaría bien también recuperar el sentido inicial de las Semanas Culturales y de las Jornadas del Libro, donde se descentralizaban por barrios las ferias del libro y se organizaban mesas redondas, presentaciones de libros y debates culturales allí donde había un espacio para poderse reunir.

Habrá quien le dirá al Candelas que no es nada coherente reivindicar cosas que se hicieron en época tan nefasta. Que preservar las esencias de la pureza ideológica nos obliga a sostener que todas las iniciativas fueron abominables y que quienes tuvieron ideas sorprendentes en aquel contexto tampoco merecen un reconocimiento porque actuaban bajo los designios de una dictadura y a las dictaduras, especialmente si son fascistas, ni agua. En cambio, los demócratas nos merecen todos los respetos, celebren lo que celebren, porque celebrar en general es muy bonito. Hasta las misas, se celebran…