Joan Saura: el alcalde que aquí hacía falta

Joan Saura.

Este jueves hace 75 años y el socialista Illa le ha querido regalar una cruz, seguramente para contrarrestar la más dolorosa de todas: la cruz de una salud precaria que pese a todo le mantiene lúcido y consecuentemente crítico. Dicen, quienes le siguen tratando de cerca, que no ha perdido el interés por su ciudad pese a que hace un siglo que no vive en ella, aunque cuando las raíces se hunden en un territorio no hay quien elimine el rastro. Y ese también tiene que ser su caso.

Estamos hablando, ya lo habréis descubierto, de Joan Saura Laporta, flamante Creu de Sant Jordi 2025, una Creu de Sant Jordi que nos toca de cerca porque Saura sigue siendo un hospitalense ilustre y no porque haya sido concejal, diputado provincial, diputado en el Parlament, presidente de una izquierda a la izquierda del PSOE y finalmente Conseller en un gobierno tripartito presidido por Maragall. Es un hospitalense ilustre porque descubrió que para avanzar hay que organizarse y contribuyó notablemente a que l’Hospitalet se organizara cuando más falta hacía. Empezó en La Florida, en la Asociación de Vecinos, pero muy pronto observó que no había suficiente con la reivindicación vecinal, que era imprescindible hacer política.

Se hizo comunista cuando ser comunista te enviaba a la cárcel, pero sobre todo se hizo un dirigente y para ello contaba con dos capacidades singulares: dominar la realidad, a base de estudiar lo que estaba pasando contrastando datos con detenimiento y pasión, y cuajar equipos humanos de forma muy coyuntural, es decir, en función de los momentos. No para siempre.

L’Hospitalet en aquellos años 70 necesitaba una organización efectiva y un cierto liderazgo trabajado. Se movió con finura y eficacia en los ambientes de los nuevos comunistas jóvenes sin dejar de lado el prestigio combativo de los veteranos obreros comunistas y fue capaz de tejer un comité local del PSUC capaz de aglutinar decenas de militantes, que llegaron a centenares a finales de los 70 y que alcanzaron casi los dos mil justo en el momento culminante de las primeras elecciones democráticas del Consistorio.

Quienes vivieron desde dentro aquellos años cuentan a quienes quieren escucharlo que Saura, que era el responsable político del PSUC local, el máximo dirigente del partido en l’Hospitalet, era indiscutiblemente la persona llamada a encabezar la candidatura. Fue el número 2 porque el entonces secretario general del partido en Catalunya consideró que, en una ciudad como l’Hospitalet, constituida mayoritariamente por emigrantes, un paladín de los emigrantes que se había hecho famoso por sus libros, sería un candidato más conocido y por lo tanto más votado. Estaba claro que Antonio Gutiérrez Díaz, el Guti, tenía algunas ideas de política, pero ignoraba el trabajo de Saura y de unos cuantos más como él, en la ciudad. Paco Candel era conocido en la ciudad, pero le faltaba mucho para ser tan reconocido como lo era Saura entonces.

Al final Candel no llegaría a ser alcalde de l’Hospitalet por muy poco. No vivía en la ciudad y la conocía de lejos y, sobre todo, nunca tuvo interés por la política. Saura vivía en la ciudad, la conocía de cerca y la política era el fluido que corría por sus venas. Mal hubiera ido que Candel fuera el primer alcalde democrático. Casi tan mal probablemente como lo fue que el primer alcalde democrático fuera Pujana. Pujana fue alcalde porque la ciudadanía de l’Hospitalet en 1979 era, en muy buena parte, aquella masa de proletarios domesticados por el franquismo que seguían pensando que el comunismo era un yugo, peor que el que acompañaba al escudo de la España del Movimiento.

El PSUC de Saura y de aquellos 2.000 militantes con carnet eran muchísimos, pero seguían siendo una minoría muy minoritaria en votos. Saura hubiera necesitado con aquel ritmo unos pocos años más, para convencer a los que se estaban convenciendo tan poco a poco, de que el comunismo que se defendía nada tenía que ver con Stalin y los suyos. Y hubiera necesitado unas cuantas opiniones menos que intentaban convencerle que lo mejor para l’Hospitalet era lo que decidían en Barcelona. Como ha ocurrido siempre.

El miedo, y no otra cosa, dictó la marca del gobierno municipal. Y la coyuntura, y no otra cosa, dictó el declive del comunismo local. Una coyuntura que apostó por la política institucional y por la desmovilización ciudadana, que fue de mal en peor hasta el desastre total. Saura fue una víctima de las circunstancias, pero también el máximo responsable de los errores cometidos. Y no por él, sino por el signo de los tiempos, que anunciaban otros métodos de hacer política que ya nada tenían que ver con la motivación civil y la capacidad reivindicativa. Cuatro años después del primer desastre, Saura encabezó una nueva campaña municipal con un eslogan que se hizo estruendosamente famoso: “Aquí lo que hace falta es un alcalde”. Y el alcalde para entonces ya tenía que ser él porque era evidente que en l’Hospitalet lo que hacía falta era realmente un alcalde después de aquel primer mandato, pero también una organización eficaz, comprometida y amplia, cuando lo que quedaba por entonces era poco menos que un partido diezmado, nepotista y menguante.

Y hasta aquí. Joan Saura i Laporta se hubiera merecido ser alcalde de esta ciudad. Todavía mejor: l’Hospitalet se hubiera merecido que Joan Saura fuera su alcalde. Probablemente esta ciudad no sería la misma. No fue su alcalde porque el franquismo instaló el temor en la conciencia desmovilizada de los pobres. Y movilizar a los pobres es una tarea lenta, compleja y llena de penalidades y contradicciones. Ahora le han entregado la Creu de Sant Jordi. Intenta premiar la labor cívica de los homenajeados. Si es por ello, merecida la tiene, y el Candelas lo felicita en la distancia. En todas las distancias.