Que paren la propaganda majadera

Bronca de los chicos de L’Estaca porque ni escribo ni apenas hablo. Y porque no me ven. Les digo que me estoy haciendo viejo, pero no porque cumpla años —que eso ha sido siempre un pasatiempo inmisericorde aunque divertido—, sino porque se me diluyen algunas esperanzas y eso te arruina el espíritu. No escribo porque tengo la sensación de que en lugar de animar, desanimo, y ya no estoy para estos trotes. A mi edad tengo que generar amores y no cochambres, pero en fin. Les he preguntado sobre qué escribo y me han enviado una docena de folios, sugerencias, notas de prensa y alguna foto donde se ve a la gente de ahora haciendo lo que hacía la gente de hace 40 años, gritar cabreos y enseñar pancartas. No se si hacerse viejo es también esto: ver que la indignación no tiene cura.

Entre lo recibido hay una nota de prensa municipal que llama la atención porque para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, en esta ciudad que nos parte el alma, avisan de que han plantado 1.261 árboles, de los cuales no todos son árboles nuevos porque han estado haciendo una escabechina de especies durante meses, que se han llevado por delante a 738 ejemplares por el único delito de ser añosos y corpulentos, substituidos por otros nuevos pero necesariamente enclenques e inseguros. De verdad de verdad, pues, solo dicen haber plantado 523 árboles nuevos en el último medio año, lo que parece una enormidad pero, sobre todo, un milagro. No porque no tengan potencial para eso y para mucho más —expertos en liquidar, expertos en reponer— sino porque se comprende mal dónde hay esos mil metros cuadrados libres, imprescindibles para que echen raíces. Si apenas hay zonas libres a las que se pueda llamar parques, si las aceras urbanas son minúsculas y apiñadas, si las rotondas ya se han usado cien veces para llenar las estadísticas de zonas verdes, dónde, me pregunto, caben esos 500 árboles nuevos que dicen haber plantado…

La ciudad más densa de Europa, que no puede resolverse aunque trabajen al unísono doscientos lobbys empresariales que se formen, sabe, porque lo dice la nota de prensa, que esos 1.200 árboles nuevos se comen 85 toneladas de Co2 al año, retienen 6 millones de litros de agua de lluvia, reducen 90 kilos de ozono y hacen maravillas contra el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre. Es decir, para que la ciudad aumente su calidad ambiental, el verde público no sólo es necesario. Resulta imprescindible para cualquier ciudad media. Imaginaros lo relevante que puede llegar a ser para la ciudad más densa de Europa.

Como en esta ciudad otra cosa no, pero tiene tantos planes como edificios, existe un Plan director del verde urbano en el que se inscribe esta plantada reciente cuya finalidad es tener “un verde accesible con una distribución equitativa y justa” en el tránsito del viejo verde al nuevo verde “biodiverso, saludable, sostenible, resiliente y adaptado al ecosistema urbano”.

O sea, demasiadas palabras para explicar que una ciudad vivible es una ciudad donde hay espacios libres, zonas verdes amplias en forma de parque y paseos arbolados, integrados en el urbanismo con la misma intensidad con que se integran las redes de servicios, las infraestructuras y los equipamientos. Espacios libres quiere decir eso: espacios desocupados, no aceras con arbolitos. Parques son extensiones de zonas verdes, arbolado y vegetación que se ubican en las zonas urbanas para garantizar el aire puro, el ejercicio físico y el disfrute de la naturaleza, no retales de solares o rotondas. Esto que aquí es inexistente, porque el espacio libre solo se usa para hacer negocio y no para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos, no se arregla con palabras por más que se usen conceptos como biodiversidad, salud, sostenibilidad o resiliencia —coño con la palabra—. Un auténtico Plan director del verde urbano, en una ciudad normal, debería exigir de una vez la adquisición de terreno público para liberarlo y la prohibición de construcciones sobre suelo privado libre, no poner arbolitos junto a los monumentales bloques de edificios que se están construyendo en lugares donde sólo había naves industriales, antiguas fábricas o edificios ruinosos que cualquier ayuntamiento consciente de su deber debería adquirir para dignificar su ciudad con hechos, y no con verborrea.

La nota de prensa indica que se han puesto árboles en nuevos emplazamientos, 335 en las vías urbanas y el resto en zonas verdes. Y se señalan el jardín de Can Sumarru, las medianas del distrito económico, el talud de la calle San Rafael, el entorno de la escuela de idiomas en Can Serra y dos parques, por llamarles de algún modo: el de la Cabana en la calle Canigó y el de la Remunta. El de la Remunta, donde mucho más de la mitad del espacio libre cuando el ejército se marchó se ha convertido, como no podía ser de otra manera en esta ciudad, en enormes bloques de edificios que albergan cientos de nuevas residencias. El plan de nuevo verde, nos quiere compensar poniendo arbolitos en esa zona. Lo mismo que en los aledaños de las enormes nuevas promociones de la avenida del Carrilet, el interior de la macro-manzana de la Rambla Marina o en lo que fueron las instalaciones de Cosme Toda. Qué vergüenza señores…

Es esa sensación extraña que te queda cuando, en una frase que los catalanes han convertido en admirable, “voler vendre bou per béstia grossa” o como afirman los manchegos, quisieran “hacerte comulgar con ruedas de molino”, tienes la seguridad de que te tratan como a un débil mental. La misma sensación que cuando tratan de hacerte creer que van a vender los atractivos turísticos de la ciudad y afirman que esta ya es una ciudad turística por el número de pernoctaciones, escondiéndonos adrede que los turistas modestos encuentran hotel más barato aquí que en el centro de Barcelona. Paren la propaganda majadera y hagan un concurso para conseguir creativos que se esfuercen un poco más a la hora de vendernos estulticias.

La luna y el dedo que la señala (a cuenta de Graells y cia)

No deja de resultar inquietante que el coro de incondicionales de la excelsa alcaldesa de la ciudad estén casi contentos de que Graells reconociera en el juzgado el otro día —por segunda vez, porque parece que ya lo había reconocido el verano pasado— que se llevó el ordenador de las trampas para tener pruebas fehacientes de lo que había averiguado desde las mismas tripas del tinglado. Los abogados, que saben mucho de formulismos, le han dicho a la alcaldesa que no se preocupe, que las pruebas están contaminadas y que lo que cuenta ante la justicia no es la verdad sino que la verdad, después de comprobarse, se pruebe, y que se pruebe pulidamente. La paradoja es una maravilla: se hace una trampa, pero el que quiere probar que se ha hecho una trampa lo tiene que hacer sin trampas porque si se hacen trampas para probar las trampas, las trampas que se han hecho y que han perjudicado a la colectividad, salen gratis.

Seguramente todo tiene mucho sentido y es moralmente irreprochable: esta feo hacer trampas y para demostrar que una cosa está fea no hay que imitarla, sino huir del mal ejemplo. Ahora bien, no se me ocurre de qué otra manera se podían conseguir los datos de la trampa como no fuera hacerse con los documentos que estaban en un ordenador. Bueno, se me ocurren otras maneras que no fueran llevarse el ordenador pero en el fondo venían a ser lo mismo: robar documentación es más lento que robar todo el ordenador donde está la documentación y, sobre todo, te puedes dejar en el alero cosas importantes. Eso lo sabe bien la policía, que no pregunta cómo le llega un objeto que demuestra un delito: suele mirar la luna y no el dedo que la señala.

Acusan a Graells de robar un ordenador, cuestión que es falsa desde cualquier punto desde donde se mire: nadie roba un ordenador para llevárselo a la policía. Graells no robó un ordenador: trasladó el objeto que contenía las pruebas de un posible delito, del despacho de los presuntos delincuentes al despacho de los necesarios investigadores del posible delito. Así que Graells puede ser cualquier otra cosa pero no se le puede tratar, en puridad, de presunto ladrón. Me cuentan los chicos de esta casa (lestaca.com) que intentaron conectar hace meses con Graells para solicitarle una entrevista y que no lo consiguieron: en prensa del ayuntamiento les dijeron que Graells no aparecía nunca por aquellos contornos, que no tenían autorización para dar datos sobre cómo localizarlo ni su teléfono o su correo electrónico y tampoco nadie de la oposición supo como conectarle para hacer de puente. Como tampoco se puede decir que Graells sienta muchas simpatías por esta casa, al final los chicos decidieron que si quería algo ya se pondría en contacto y si no, con decir como estaban las cosas, se estaba cumpliendo de sobras. Ahora Graells, en la misma semana de los interrogatorios, ha explicado su postura. Hay que felicitar a los colegas que han obtenido declaraciones porque hasta ahora el concejal repudiado ha sido prácticamente un fantasma: no acierto a saber si es que no quería piular, o es que le habían aconsejado hermetismo absoluto. De todos modos, lo que ha explicado a la prensa es lo que ya se sabía y que ya había declarado otras veces, ante la policía, ante el juzgado y ante algunos medios afines: que la corruptela le provoca sarpullidos, que su única finalidad ha sido denunciar las malas prácticas. Graells es, según sus propias palabras, un alma pura que, como máximo, se equivocó por no ser más exigente en sus obligaciones como concejal encargado del área en cuestión.

Tamaño acervo de dignidad debiera, no solo asombrarnos, sino ofrecernos suficientes argumentos para ponerlo en un pedestal: los políticos no suelen dar esa imagen inmaculada de ejemplaridad. Conmigo, Graells no ha conseguido ese encandilamiento: yo soy libre de no creérmelo, claro, y a él que se la repanfinfla…

Y explicaré por qué. Porque uno no se convierte en pureta de la noche a la mañana. Porque no hay puretas en política y porque para ser pureta hacen falta, al menos, dos ingredientes que el señor Graells no posee: ingenuidad y coherencia. No es ningún ingenuo, porque lleva mucho tiempo en el pesebre —y los ingenuos no soportan ver durante años los conflictos y las injusticias sin poder contribuir con su esfuerzo a atajarlas— y, no es coherente, porque sigue en el ajo como si nada.

O sea: denuncia a la alcaldesa por corrupción y se mantiene como concejal en su mismo grupo corrupto (presuntamente, claro). Graells debiera irse a su casa si fuera coherente. Pero como que además de no ser coherente está muy cabreado con los que fueron suyos, no se va por dos razones: la primera, porque hay que comer —y mientras su amigo Ernest Maragall no le encuentre otra cosilla, habrá que resistir— y la segunda, porque tiene en su mano la mayoría absoluta de Marín. Dimitir de concejal es hacerle un favor a la alcaldesa —porque le substituiría el siguiente de la lista— pero irse del grupo socialista, manteniéndose como concejal, supone renunciar al estipendio. Así que, pese a que está repudiado por los suyos, pese a que es un apestado, pese a que seguro que no le saludan —como él solía hacer cuando alguno osaba incomodarle— y solo aspiran a que desaparezca del ayuntamiento, Graells se ha convertido en un resistente, incómodo, cabreado, como el junco de la canción, al que van a doblar todo lo que puedan pero al que no conseguirán partir…

Los abogados de la alcaldesa quieren darle ánimos a su clienta porque van a pedir el archivo de la causa ya que Graells contaminó la prueba principal. Es decir: la cosa apunta a aquellas soluciones a la que esta justicia nuestra nos tiene tan acostumbrados. Se archivan muchas causas no porque no haya delito, sino porque el delito ha prescrito o porque hay un defecto de forma. La justicia solo aplica leyes, no dicta proclamas morales y esta sociedad en la que vivimos soporta la inmoralidad bastante mejor que la vulneración de la norma. Así que los abogados de la alcaldesa podrían llegar a conseguir que el delito quede sin condena pero no podrán eliminar la sospecha de que Marín amparó la corrupción. Una corrupción en apariencia, exhaustivamente investigada, donde sobran las evidencias de falta de transparencia y trasiego oculto de recursos.

Ya veremos. No creo que nadie sepa qué va a ocurrir. De modo que la espada de Damocles sigue sobre sus cabezas. Sobre las nuestras sigue la luna y el dedo que la señala…

Annus horribilis, señora Marín

12 de diciembre, 2020

La imputación policial a Nuria Marín este pasado jueves, después de ser citada para declarar como testigo, resultó tan sorprendente como previsible y amenaza con provocar la hecatombe anunciada. Me explicaré. Fue toda una sorpresa especialmente para ella, su ayuntamiento y su partido, pero sobre todo por dos razones. La primera, que no conocen muy a fondo a la UDEF —la unidad de la policial judicial que investiga los delitos de corrupción—, aunque deberían, y la segunda, porque les resultaba impensable que una simple irregularidad administrativa —como señaló en su día Miquel Iceta— alcanzase de pleno a la niña mimada del socialismo catalán y en consecuencia a su débil corazón —el del PSC, obviamente—, cargado de inseguridades. Desde ese mismo momento, sin embargo, se han desatado, esta vez sí, todas las alarmas. Y no porque ERC haya pedido ya dos mociones de censura, una en el pleno de la Diputación y otra en el municipal, ni porque los comunes hospitalenses y los de Ciudadanos le hayan pedido la dimisión, cuestiones que se podían dar por oficiosas en la medida en que la oposición siempre aprovecha cualquier resquicio allí donde es frágil —y en l’Hospitalet toda la oposición lo es— sino porque una imputación de la juez pone el cargo de la Marín en una auténtica cuarentena.

Tiene que haber gente en l’Hospitalet frotándose las manos, al mismo ritmo que le crecen las dudas a la alcaldesa intocable. La principal de ellas es si va a poder resistir a los cargos judiciales cuando lleguen —que llegarán—, y de ahí que haya optado por demostrar que ella no tiene nada que ver con el asunto clave —la corrupción en el seno del Consell Esportiu—, y se muestre predispuesta a declarar lo más pronto posible y de la manera más transparente ante la juez, como ya lo hizo, sin ocultar nada ,ante la UDEF. Tendría que haber sabido que cuando la UDEF muerde sobre un proceso de corrupción, solo lo suelta cuando ha puesto al sospechoso ante el juez con todas las vergüenzas al aire. Y eso es, probablemente, lo que va a pasar. 

La verdad es que el tema era muy complicado desde su inicio y viene muy de lejos, de los problemas por contentar a demasiada gente con aspiraciones: la paz en partidos donde hay mucho por repartir, pasa justamente por repartir equilibradamente, pero ya se sabe que los equilibrios suelen ser arbitrarios y siempre hay gente descontenta que alberga rencores por la falta de reconocimiento o por los agravios comparativos. Y encima, cuando este caso se envenena, se envenena con un par de protagonistas de esos que complican las cosas. Uno, el teniente de alcalde Cristian Alcázar, que es quien manda en la organización local del PSC. Y el otro Cris Plaza que hasta hace cuatro días era el máximo responsable del Consell Esportiu para pasar luego a ser asesor y más tarde concejal, previa una liquidación de 47.000 euros, a todas luces incorrecta además de inmoral, cuyo desconocimiento es imposible que pueda alegar la alcaldesa. 

Escribo esto, un par de horas después de que el gabinete de prensa municipal, en sábado, haya dado conocimiento de la dimisión de Plaza para facilitar la investigación judicial sobre el Consell. Hasta ahora todo el mundo hablaba de la consabida presunción de inocencia. Cuando uno dimite, después de resistirse, claro, está reconociendo que algo no se hizo bien. Plaza se resistió y le resistió la alcaldesa. Ahora, la alcaldesa necesita que alguien caiga para que no caiga todo. Me temo que vano intento. Y si no cae Alcázar es porque Alcázar es bastante más que el segundo hombre de la lista municipal: es el primer secretario local y tiene al partido, que lo eligió hace un año, detrás.

Si cae un imputado, sin embargo, nadie va a entender que no caiga el segundo y que después del segundo no caiga el tercero, o sea que aquel incidente administrativo que Graells llevó al juzgado, está amenazando con implosionar el invento socialista local. Decía antes, que debe haber gente en l’Hospitalet frotándose las manos. Si yo fuera Marín se las miraría de reojo a Belver, el primer teniente de alcalde, porque las debe tener bastante rojas…

Y a todo esto Graells sigue en el equipo de gobierno votando todo lo que debe, para garantizar la mayoría absoluta a un grupo municipal en cuyo seno hay gente a la que denunció en el juzgado. Graells no era un cualquiera en el Ayuntamiento. Era el tercer hombre de la lista municipal (el sexto por ser una lista cremallera), de modo que su peso era notable, pero encima es el concejal que hace 14 en un ayuntamiento de 27 regidores. Es decir, él fuera del grupo municipal socialista, se convierte en árbitro de la situación, de modo que nadie puede atreverse demasiado a pedirle la dimisión no sea que se encabrite y en lugar de dimitir ahueque el ala del grupo.

Añádasele a esta sanfaina la reciente sentencia del TSJC sobre el PDU-Gran Vía y habrá motivos para que la Marín pueda hablar de annus horribilis más allá de la pandemia que se ha cargado ya a 659 conciudadanos.

Los que mandan lo han comprado todo

11 de noviembre, 2020

He seguido con interés los tres debates que ha hecho FIC sobre la demografía abusiva y el riesgo de infección y he de decir que hasta ahora el que me ha parecido más interesante con diferencia ha sido el último, que tuvo lugar el 10 de noviembre. Curiosamente, por lo que pude comprobar, el que tuvo menos audiencia y, según me han dicho, el que interesó a menos gente de los activistas de la ciudad, lo que me lleva a pensar que esta es una ciudad con mucho activismo de subvención pero con muy poco activismo de combate. O quizás es que se trabajan mucho los efectos pero se le presta escasa atención a las causas. O sea, por lo que se va leyendo en medios y en redes, hay bastante cabreo porque no se atienden las necesidades pero hay poca repulsa hacia quien da muestras sobradas de abandono a quienes debiera proteger por ley y por responsabilidad. Es decir, la mejor manera de echar la culpa a una adversidad sin nombre y apellidos es quejarse de lo mal que está todo pero cuidando de no poner demasiado el dedo en la llaga del poder, no sea que nos corten los subsidios. Por decirlo clarito: se le tiene miedo al Ayuntamiento porque es quien reparte oxígeno y las entidades se han olvidado de vivir sin aire, a diferencia de cuando éramos jóvenes y el aire se ganaba a base de solidaridad y confianza.

No sé si esta gente de FIC me va a dejar publicar este articulito dolido, porque hasta ellos, que son críticos, están un poco cansados de repartir por todos lados con el miedo en el cuerpo, porque la soledad da demasiado frío y estos chicos están más solos que un portero delante de un penalti y deben sufrir el mismo vértigo.

En fin, lo dicho, que no hay solidaridad ni para ser espectadores de los debates que se organizan para reflexionar, para tomar nota de los datos y para exigir responsabilidades y rectificaciones, como esta serie que está organizando FIC sacándose los esfuerzos de tiempos que debieran dedicar a cosas más personales y menos colectivas. El debate del día 10 de noviembre fue interesante porque había tres ponentes que, desde el ámbito económico, defendían una cosa y la contraria, por decirlo de alguna manera. Los tres trataban el tema clave de la demografía abusiva pero solo el director general del ITEC diseccionó el problema allí donde se encuentra: en el diseño del urbanismo municipal, en las causas, y no en la cirugía menor, en los efectos. Es verdad que el problema endémico de una ciudad donde solo se contempla el negocio, donde solo el negocio es el motor de los que mandan y de los que hacen negocio, es la debilidad de la respuesta, pero también es evidente que, en el punto en el que estamos, cualquier acción paliativa representa un avance. Así que es verdad, como dijo Diéguez, que es imprescindible la cirugía mayor, o sea planificar la ciudad aprovechando las posibilidades de nuevos espacios cuando desaparezca el trazado del tren en superficie, aunque puede ser muy bienvenida la cirugía menor que es la que defendía el representante de los empresarios de la reforma y de la rehabilitación. El jefe de la patronal, el ínclito Ballester, es el que se lamenta de que podamos llegar a ser 300.000 a la vuelta de la esquina, pero aboga para que los espacios que queden libres se concedan a los grandes promotores para hacer más pisos de alquiler a precio tasado, que es lo que quiere la gente, como acabo de leer en un barómetro municipal.

Y puede que sea cierto. Puede que la gente quiera vivir en casas decentes, desahogadamente y a precio asequible y no le importe el amontonamiento y la saturación, pero alguien tendría que decirle a la gente que está bien que las viviendas sean asequibles y cómodas pero que tan imprescindible como esas viviendas es una ciudad con servicios y con espacios verdes porque la gente no solo vive en sus casas: vive de manera exponencial en la ciudad.

Decía Diéguez el otro día que la construcción se come el 40% de las materias primas existentes y genera el 36% de los residuos de los que solo son reciclables el 20%, y produce el 4% del CO2. Hay en el país más de 25 millones de viviendas para 47 millones de habitantes, a menos de una persona por vivienda, de las cuales el 25% no están adaptadas energéticamente por lo que suponen un derroche de energía que no nos podremos permitir en muy poco tiempo. En l’Hospitalet, rozando esa misma media, hay 110.000 viviendas construidas y otras 10.000 en construcción para unos 300.000 habitantes antes del 2025. De esas 120.000 viviendas, alrededor del 45% se construyeron entre 1950 y 1970 y por lo tanto son viviendas viejas, sin condiciones y de pésima calidad. Vino a decir que una Administración responsable y con la visión a futuro se plantearía un esponjamiento del urbanismo de los barrios más densos, con planes de regeneración urbana aprovechando el caudal de recursos que vienen y la liberación de espacios previsibles, y vino a explicar que la necesidad es abrumadora y urgente, que no se puede dilatar más y que la Administración y el sector empresarial saldrían ganando de esa visión renovadora del urbanismo del futuro, puesto que de cada 100 euros dedicados a la rehabilitación integral, la Administración recupera 60 y por cada millón de euros invertidos se crean 19 empleos estables. Según Diéguez, en Europa, con ciudades más ordenadas y menos densas se gastan 1.500 euros por habitante y año, de media, en rehabilitación integral urbanística mientras que aquí, con ciudades desordenadas, sobresaturadas y con viviendas minúsculas y de mala calidad, el promedio es de 750 euros/habitante/año. Haría falta invertir 3.000 euros/habitante/año/ durante bastantes años, para situarnos al nivel europeo, pero aquí, en lugar de rehabilitar, reordenar y planificar, los empresarios se dedican a especular, los poderes públicos a facilitar la especulación, los activistas a quejarse sin arriesgar y los ciudadanos a pedir que se construya todavía más, alimentando una cadena de locura sistemática hacia el caos.

Y es que el poder lo ha comprado todo. Ha comprado a sus servidores, ha creado redes clientelares que todo lo impregnan y ha sucumbido incluso la oposición, que vive integrada en el sistema, alimentándose de las migajas del presupuesto público, unas migajas que sirven para vivir bastante bien siempre que se acomoden a su papel de protestones pero sin hacer demasiada sangre y sin cuestionar el motor de la gestión ni la estrategia impuesta.

Quienes luchamos contra la dictadura estábamos desamparados ante el poder pero sentíamos que existía una alternativa, un futuro, una esperanza. Lo de ahora es muchísimo peor. Han castrado a la alternativa, se están comiendo el futuro y han asesinado a la esperanza. No hay más alternativa que sus mismos gobiernos que se suceden mandato a mandato, no hay más futuro que el que ellos dibujan sin pestañear y no existe esperanza porque no hay recambio, ni fuerza, ni espíritu, porque lo han comprado a base de subvenciones, de dietas y de prebendas que, para mayor inri, salen, como siempre, del bolsillo de todos.

Lo que yo afirmo lo han sentido antes que yo muchos que han abandonado. A mi no me da la gana abandonar, de modo que mientras me dejen escribir estos chicos de FIC, que son los únicos que resisten de verdad, me tendrán a su lado, resistiendo en este rincón, como Astérix y los suyos frente al imperio.

No hay futuro para los monstruos

27 de octubre, 2020

Asistido por mi gloriosa capa, pude contemplar el lunes desde la pantalla de mi viejo pc el debate sobre urbanismo y cochambre que los chicos de FIC —y para mi, que soy viejo, el masculino genérico los incluye a ellas, claro— prepararon para que supiéramos lo que los políticos locales piensan sobre unas cuantas cosas que les expusieron previamente: si estaban a favor o en contra de una moratoria de la construcción; si pensaban que hay que esponjar algunos barrios para disminuir el hacinamiento, dicho con palabras más dulces; si consideraban que el espacio libre de las vías del tren cuando lo soterren servirá para algo más que para hacer más pisos, y no se qué acerca del urbanismo táctico que no llegué a entender porque yo solo considero que el urbanismo, o es estratégico, o solo son arreglitos.

He de decir que me lo pasé bien porque a muchos de los que hablaron no los conocía de nada y me sirvió para conocerlos, y a otros los conocía bastante y también me entretuvieron. De lo mucho que se habló destacaría cuatro o cinco momentos. Dos de fuera del concilio y otros tres de dentro, pero hubo un montón de cosas señalables que los periodistas de esta casa seguro que sabrán resaltar adecuadamente. Empezando por el final, o casi, me gustaría hablar de dos intervenciones. Una del reñidor de FIC —no sé porque ese tipo pone cara de cabreo cada vez que asoma, con lo inocente que es en la distancia corta— que hizo tres o cuatro preguntas, unas cuantas al representante del PSC y otras a los de la oposición y que solo obtuvieron muy someras respuestas de los republicanos, del portavoz gubernamental y del PP. Vino a preguntar por el empeño del gobierno local en hacer millonarios a unos cuantos en detrimento de la ciudadanía propia, con otras palabras más rebuscadas, y por qué ni los correligionarios de los Comunes ni de los republicanos han movido un dedo en las instituciones superiores que acaban permitiendo los desastres constructivos en la ciudad más densa de Europa. Y me parece que también señaló a Ciudadanos y al PP por no llevar los asuntos macrourbanísticos de la ciudad al Parlament. Ya digo, los republicanos, que mandan en la Generalitat, dijeron que eso no iba con ellos que era cosa de los sociovergentes… y tan panchos. El PP, que eran pocos parlamentarios y que ya serán más en las próximas, y Ciudadanos y Comunes ni siquiera se dignaron en responder, probablemente porque no hay respuestas dignas a la pregunta insolente.

La otra intervención fue de Corbacho, el alcalde exiliado en el ayuntamiento vecino, que tomó la palabra por derecho propio porque fue el protagonista del diseño de la ciudad sur, pero se olvidó de la ciudad norte, o quizás no tuvo tiempo, o quizás fue a lo fácil. Lo peor de Corbacho no fue su protagonismo en “la ciudad con ínfulas” que proyectó sino, sobre todo, que cuando se marcho dejó a los diseñadores que actuaran por su cuenta sabiendo, porque lo tenía que saber, que los estrategas no tenían más estrategia que dejar hacer al mercado. Hizo una intervención fina, dando lecciones y repartiendo consejos, pero diciendo a la vez que no es nadie para dar consejos y que no tiene ninguna intención de aleccionar, lo que en lenguaje llano quiere decir que los que dejó en su lugar son un desastre para la ciudad y que está cabreado porque se impone que l’Hospitalet es la ciudad más densamente poblada de Europa, y él en parte es responsable de ello por acción o por omisión. Metió el dedo en el ojo convenientemente, como cuando afirmó que l’Hospitalet ha perdido habitantes desde los años 80 porque ahora en las hacinadas viviendas de La Florida y de Pubilla Casas vive menos gente que antes o cuando aseguró que pensar en convertir toda la zona industrial desindustrializada en nuevos bloques de pisos es una barbaridad…

De todos modos, la perla de la sesión, en mi opinión, fue el tratado de antipolítica que puso de manifiesto el segundo teniente de alcalde responsable del urbanismo patrio. Dijo muchas cosas y algunas de ellas respondiendo a simplificaciones diversas con su punto de razón, pero en otras fue tan transparente que se le veían las neuronas incómodas como cuando explicó que le parecía imposible que el PP estuviera a favor de la moratoria en la construcción. Solo le faltó decir que la moratoria en la construcción es una cosa de izquierdas y que por eso su gobierno está en contra.

Pero la defensa de la antipolítica no estaba ahí. Estaba en el argumento que utilizó en sus dos intervenciones aduciendo a las leyes y a sus reglamentos que permiten que un constructor con suelo, pueda construir en él lo que quiera. Básicamente, porque eso es falso. Primero, porque para construir en un pedazo de suelo es imprescindible que el Ayuntamiento haya hecho un plan que lo permita. Segundo, porque el Ayuntamiento primero y después el AMB y la Generalitat deben dar su autorización, y tercero, porque si nada de eso existe, un propietario de tierras sin expectativas de negocio se tiene que tragar su propiedad o vendérsela a quien se la compre por un justiprecio asequible. Los Ayuntamientos de progreso, que velan por su ciudadanía y que les tiembla la mano ante el futuro, han mejorado mucho sus ciudades a costa de redibujar los planos y comprar suelo en mejores condiciones, para dedicarlo a los servicios que la ciudadanía necesita: infraestructuras, equipamientos y zonas verdes. Eso, que suelen hacer los Ayuntamientos de progreso, se llama hacer política. Lo otro, que suelen hacer los Ayuntamientos sometidos al mercado, se llama defender la antipolítica. Es lo que está haciendo desde hace muchos años el Ayuntamiento de l’Hospitalet y quizás hubiera estado bien que alguien se lo dijera, así, llanamente, al señor Alcázar.

Por otra parte, el sambenito de la ciudad más densa de Europa ya no hay quien se lo quite a esta ciudad. Lo dice el Euroestat y no es posible desmentirlo con interpretaciones, y esto atenta contra la imagen de superciudad que se esfuerza por vendernos doña Marín. Es la ciudad más densa del Europa y lleva camino de convertirse en la ciudad más densa del mundo cuando se llenen, si se llenan, los más de 12.000 pisos que está construyendo el PSC local. Por eso, hablar de Pacto de Ciudad sin moratoria constructiva es impracticable, pero hablar de futuro sin esa moratoria imprescindible también lo es. Si el sueño de la razón produce monstruos y ahí estuvo Goya para certificarlo, no os digo nada lo que producen las ensoñaciones irracionales…

Nadie contesta

1 de octubre, 2020

Están deprimidos y he de decir que hace muchísimo que no los veía así. Son mis colegas de FIC que acaban de resucitar este medio antiguo en el que me leeis y en lugar de estar animados, positivos, exultantes, los veo alicaídos, menguados, cochambrosos… Cuando me lo anunciaron les reñí como tan solo yo sé hacerlo: no sabéis donde os metéis pero yo me meto con vosotros, que coño, que sois la única resistencia en esta marabunta de rajados, resignados y desleidos en que se ha convertido la ciudadanía, y si no nos apuntamos nosotros que lo tenemos todo hecho, todo deshecho y todo por hacer al mismo tiempo, quien caramba se va a apuntar.

De eso vienen esas caras largas y esos ánimos de arrastrados vivientes, de que no se apunta ni dios, de que o la gente trabaja un huevo o se pasa el puto día viendo series y más series. Apuesto por lo segundo, claro, que antes se decía que nos adormilaban con el futbol, con una sola Liga, pero lo de ahora es mucho más tremendo con infinitas plataformas y centenares de series y centenares de canales y centenares de producciones y centenares de pasivos viendo a todos esos centenares de narcotizantes con la boca abierta para ir tragando…

Y me explicaban: hemos enviado estos días invitaciones personales a 25 personas con nombres y apellidos invitándolas a escribir artículos de opinión en este digital, para decir lo que quieran, cuando quieran y como quieran, y de esos 25 sólo nos han contestado cinco, cuatro para no aceptar. Ojo, entre esos 25 había 6 periodistas y otros 6 hombres de letras además de otra docena de gente activa en algunas entidades importantes de la ciudad. Veinte no se han dignado ni siquiera en agradecer el detalle, algo que ya viene siendo habitual en este mundo donde el que más o el que menos viene recibiendo un centenar de correos electrónicos al día, de los cuales el 90% van directamente a la papelera. El problema es que todo va a la papelera porque no se discrimina y los chicos de FIC se pensaban que se dirigían a gente que suele y sabe discriminar. Pues ya veis que no, inocentes. Es la prueba de que os habéis equivocado de personas. Gente que no contesta a los e-mails y mucho menos a los e-mails personales, es gente de la que no te puedes fiar, joder, que os lo tengo dicho.

Hace tiempo, se quejaban, enviamos correos al jefe de prensa del ayuntamiento, un tal Casinos, para que contestará no sé que y claro, no hubo respuesta. La semana pasada enviaron un correo invitando al primer teniente de alcalde para que participara en el debate del 29 de noviembre y claro, no hubo respuesta. Uno de los redactores de L’estaca intentó hablar con alguien de la oposición municipal para que les pasara una información que se planteó en el pleno del 23 de septiembre y, una semana más tarde, no ha habido respuesta.

Han puesto avisos pidiendo jóvenes colaboradores para escribir en l’estaca y, claro, no ha habido respuesta. Han puesto anuncios reclamando colaboradores para gestiones publicitarias y claro, no ha habido respuesta. Me dicen: es que no existimos. Es que hoy, si no estamos activos en una cosa que llaman tuiter, feisbuc o instagram no existimos para nadie. Son unos inventos para poner fotos, hacer chascarrillos o depositar dosis pequeñas de mala leche que, repetidos infinitamente por miles de fotografos aficionados, humoristas entusiastas y delincuentes potenciales, convierten esos instrumentos en metralla intelectual para perder el poco tiempo que tenemos. Me juego un duro, les respondo, que esos 20 que no han contestado a la invitación personal, el jefe de prensa, el primer teniente de alcalde o el opositor municipal que han hecho mutis por el foro, sí que han tenido tiempo para echar bilis en las redes, reirse de los flojos o pegar instantáneas innecesarios en eso que todo el mundo sigue, ve y comenta. Pues claro, vivimos en una hiperrealidad donde los viejos se inactivan para morirse de aburrimiento y los jóvenes se aburren para morirse de inactividad.

Me hacen gracia esos ágrafos conspiranóicos que hablan de los chips aletargadores que nos van a inocular con la vacuna del Covid. Ven lo difícil y no ven lo cotidiano: que nos tienen aletargados porque les han robado los sueños a los jóvenes para construir un futuro mejor y la esperanza a los viejos porque los jóvenes ya no sueñan. Todo está en crisis: las instituciones, la política, incluso las ideologías y hasta la lucha de clases. Pero el mundo sigue girando y pese a que parece que se mueve todo el mundo está donde estaba pese a las apariencias: unos arriba y otros abajo, unos decidiendo y otros siendo decididos, unos mandando y otros obedeciendo aunque sea sin querer, unos viviendo muy bien y otros viviendo muy mal. Pero nadie, o casi nadie está luchando para cambiar esto. Eructando en las redes sí, pero combatiendo, protestando efectivamente, organizando, activando, haciendo, bastantes pocos.

Uy me digo, para, para, Candelas que estos chavales de FIC te están contagiando el decaimiento. Horror. Los que estamos en decadencia ya no podemos decaer. Estamos curados de negatividad. Por eso nos embarcamos en naves catastróficas que señalan el único rumbo posible. Hacia los arrecifes, con el ánimo levantado y enarbolando la única bandera que vale la pena: la del futuro.

Por eso vale la pena contestar las cartas. Porque alguien se imaginó que estábamos vivos y habría que confirmarles que no se engañaron.

Mucha retórica

Una instantánea de la presentación del Pacte de Ciutat

15 de septiembre 2020

Mentiría si os dijera que no me hace ilusión escribir por primera vez bajo esta cabecera que me trae añejos recuerdos. Me han explicado los líos internos que han llevado hasta aquí y les he dicho a algunos de los protagonistas que no tienen cura y eso que ya tienen una edad. Siguen embarcándose en proyectos con las velas arriadas y la caña partida y así no hay quien surque mares, como mucho pantanos. Empantanarse es lo que les va y llevan así toda la vida, así que lo que ahora se abre sitio a estacazos no sé yo el futuro que dibuja.

Pero me es igual. Les he dicho que cuenten conmigo porque la estaca tiene reminiscencias antiguas de cuando las cosas se solventaban con gestos y no solo con buenas palabras, con pacíficas aunque ruidosas concentraciones multitudinarias y no con cartas y firmas.  Y me he puesto a pensar qué debía decir en este primer encuentro con los nuevos lectores y he echado mano de lo que me han explicado algunos activos miembros de entidades diversas que llevan una temporada viéndose por televisión para contribuir a una cosa que las autoridades han llamado Pacte de Ciutat.

Me hablan de pacto de ciudad y no quepo en mí. Si hay que pactar es que hay trifulca, controversia, ladina oposición, cabreos en el sótano… pero no. El ayuntamiento ha llamado a un pacto de ciudad para reconstruir la ciudad después del coronavirus con la intención de consensuar un montón de medidas que ayuden a la nueva normalidad.

Jolín, me digo. Hemos de ir por partes. Reconstruir la ciudad. O sea que la ciudad necesita reconstruirse, ergo está bastante jodida. Después del coronovarius: o sea, no se sabe para cuando, porque esto del coronavirus acaba de empezar. Consensuar medidas. De manera que hay que poner de acuerdo a los proponientes y a los ejecutantes, por lo menos. Es decir, a la ciudadanía y a los munícipes. Y nueva normalidad. O sea vieja normalidad, una normalidad que sigue situando encima a unos cuantos y debajo al resto. Incluso aquí, en esta ciudad.

Me leí detenidamente el documento base y no hay nada que decir. Es magnífico. Llenísimo de bellos propósitos con esa retórica absurda que a la hora de la verdad sirve para… nada. Y me leí algunas de los centenares de propuestas que han enviado con la tradicional buena fe de las entidades, los activistas relajados que las representan. Y pregunté. Y me dijeron que una cosa son las propuestas y que otra cosa bien distinta son las medidas que se adoptarán puesto que son los técnicos municipales —ergo los políticos que les mandan— quienes van a decidir qué propuestas se aceptan y qué propuestas se deniegan. No porque sean propuestas sicalípticas sino porque son propuestas delicadas, complejas, delirantes, exageradas, inaceptables, inasumibles, irrealizables en suma. Propuestas que no tocan, como decía el mago del tres per cent.

¿Y las que sí tocan? Esas se harán casi todas. Casi todas las que se puedan. Casi todas las que se puedan vender. Casi todas las que se puedan vender a las multitudes. Casi todas las que se puedan vender a las multitudes que nos quieran votar. Para ello habrá un calendario con el que comprometerse ante la ciudadanía. Para ver como va la cosa. Para ver si las medidas se aplican y para ver por qué no se aplican cuando estaba previsto que se aplicaran. En noviembre será la primera cita revisionista y el pacto de ciudad durará hasta las próximas elecciones porque hay que mantener bien enhiestos los propósitos.

Que no pase como con el Consell de Ciutat y la promesa de participación activa que el reglamento municipal prometía. Que como pasa lo que pasa, no se acaba de reunir y no se participa. Tampoco es que se participe mucho en el Consell de Ciutat o en las Mesas Sectoriales previstas para escuchar al personal y poco más, porque, por lo que me han dicho los que asisten, en esos organismos se habla algo pero sobre todo se escucha mucho a los que suelen hablar que siempre son los que convocan, los que organizan y los que deciden.

Y pese a todo, las entidades insisten en que se debe convocar el Consell de Ciutat y las Mesas Sectoriales y mantenerlas en activo aunque se acabe el mandato reglamentario de los cuatro años porque entre que se toman posesiones, se nombran las mesas y las comisiones con sus representantes y se convocan, suelen pasar un montón de meses.

En fin, mucha retórica es lo que hay. Y mucha rimbombancia y mucho palabrerío. Para contribuir a que no decaiga, aquí esta el Candelas para lo que se tercie. Contad conmigo hospitalenses que en esta pluma hay cuerda para rato.

Guerra sucia

Los protagonistas del conflicto.

15 de junio 2020

Coño, me dije, si solo han pasado cien días. Y en efecto, solo cien días que deben esconder cien maniobras para que parezca que no ha habido ninguna. Cien días es el margen que en política se da al rival sin tocarle las bolas o lo que sea, pero al que se va avisando para que sienta el aliento en el cogote. Al día 101 le estalla el pastel en los dedos. Veamos: el 22 de febrero hay primarias en el PSC de l’Hospitalet. El primer secretario tenía que ser el primer teniente de alcalde que tiene que ser el primer presidente de Consistorio cuando la Marín sea ministra o embajadora. Es una ley no escrita pero asumida. Corbacho puso a la Marín y la Marín al Belver y el Belver podría haber puesto a su yerno dándole tiempo a que le saliera alguna cana y a perder algo de barriga y ganar algo de flexibilidad, pero no, el yerno le salió impaciente y se le subió a la chepa. Y el 10 de marzo ganó las primarias y se puso a la cola el primero. Entre aquel 22 de febrero y este 10 de junio van 100 días, más o menos. Contarlos, porfa.

¿Que importancia tiene este 10 de junio en relación con aquel 22 de febrero?. Pues que este 10 de junio pasa una cosa que hacía décadas que no pasaba en Hospi. Desde la clamorosa pelea entre otro aspirante impaciente y el dueño del cortijo. El combate del siglo. En una esquina, Iñaki el golfillo, el fajador de Bellvitge. En la otra, Celestino el hábil, el tieso de Extremadura. Ganó el hábil, claro está, y eso que la trupe del golfillo trabajó a fondo el desgaste del adversario, con escándalos en prensa y todo eso…

Pues bien, el 10 de junio se desató en Hospi la cólera de los dioses y la policía detuvo a un director de instrumento y a dos concejales vinculados. Uno de ellos, uno de ellos, vale la pena repetir, el primer secretario del PSC local, el que se anticipó a su turno. A mi lo que hay detrás de la noticia me trae al pairo. Ahora resultará que en 40 años de poder absoluto no ha habido corrupciones, corruptelas y engaños miles. Lo que no ha habido, ha sido guerra sucia, guerra interna, y si no hay guerra no hay denuncias, no hay filtraciones, no hay exaltados que se cabrean porque temen que les acusen de prevariaciones, de estafillas o de estafilococos. La señora Marín ha salido enseguida a decir que esto no puede ser. Que se va a investigar a fondo. El señor Belver está desaparecido en combate sin enseñar mucho las manos no se vaya a descubrir que las tiene desolladas de tanto frotárselas y el señor Alcázar anda desconcertado porque a estas alturas no debe de entender nada o, bien al contrario, lo debe de entender todo. Lo que desconcierta todavía más.

Pero hay que fijarse en los detalles. El miércoles la policía detiene al director del Consell Esportiu, el jueves a Alcázar (y Pedrín) y el viernes sale el señor Graells para revelar que ha sido él el denunciante. Pero bueno… ¿quién le pidió al señor Graells que hiciera pública su traición? Y sobre todo ¿por qué? Y, además, ¿por qué el señor Graells escuda algo tan gravísimo como denunciar a un colegui, en su inmaculada honradez, cuando es evidente que eso no se estila, que los trapitos siempre, siempre, entre políticos afines se suelen lavar en casa, en silencio y sin puñales. A no ser que haya alguien que considere que es la hora de los puñales y que está muy feo que los jovencitos se salten el escalafón.

Graells ha sido la pieza perfecta porque es el concejal de Deportes, porque es el vicepresidente de esa entidad rara y porque su señora actual parece que llevaba la gestión económica del ente, lo cual ya es chocante. Pero todavía resulta mas chocante que reconozca que denunció la sospecha a la alcaldesa el 4 de febrero —con el proceso de primarias en su salsa— y que la alcaldesa le pidiera al presidente del Consell d’Esports (uno de los dos detenidos el jueves) una auditoría, sin siquiera apartarlo cautelarmente del cargo. Como que pasaron dos semanas sin que se hiciera nada, dice Graells, volvió a insistir ante la alcaldesa. Y ya estábamos en la semana de elección del primer secretario del PSC local. Pese a que la denuncia lo implica, no ocurre nada y Alcázar es elegido, aunque Graells —que dice que estaba dispuesto a apoyarle— opta por apartarse en el último momento.

Mientras tanto, se encarga la auditoria externa el 10 de marzo, más de un mes después de la primera denuncia a la alcaldesa —con bastante tiempo para maquillajes y camuflajes— y todo queda en el aire por la pandemia. Pese a que no hay datos externos, Graells no se espera porque en el Consell no se toman medidas y ni corto ni perezoso se va a la policía porque sus sospechas se ven reforzadas cuando recibe la documentación que se envía al auditor. Graells lleva 37 años en el PSC y no está dispuesto a que le acusen de prevaricación a su edad y, por supuesto, él no tiene nada que ver con la batalla interna. Le dijo a Alcázar en su día que estaba muy decepcionado y se mantuvo al margen en la elección. O sea: cuando recibe los papeles que el auditor debe estudiar a partir del 10 de marzo se reafirma en que ha habido caudales distraidos en beneficio de alguien. Y eso que tiene muy cerca a la persona que parece que lleva la gestión económica del organismo. Pero desde el 10 de marzo hasta el 10 de junio no hay la primera detención, 90 días más tarde. Si que tardan las denuncias… Y además, desde el 22 de febrero hasta el 10 de marzo hay un par de semanas largas durante las cuales todo el mundo felicita al flamante nuevo primer secretario pese a las sospechas de Graells, necesariamente de la alcaldesa y bien posiblemente, por lo menos, del primer teniente de alcalde Fran Belver.

Se diría que alguien ha estado cocinando a fuego lento para que al señor Alcázar se le derritan las mantecas. Y de paso, para que todo vuelva a su cauce.

En la época del combate del siglo entre el niño de Bellvitge y el león de Extremadura, salió el sonado caso del fraude en la recaudación de la Diputación, donde entonces trabajaba la señora Corbacho. Aquello hizo renquear un poco al púgil de acero inoxidable, pero se rehizo enseguida con un crochet letal en forma de denuncia de corrupción porque la prensa no es como la judicatura: aquí hacemos bromas pero los jueces carecen de sentido del humor. Graells que hacía de árbitro se ha subido al ring y el señor Belver aplaude desde la primera fila, bien calentito en el regazo de la alcaldesa, mientras Alcázar parece resoplar desde el suelo. Podría salvarle probablemente algún escupitajo insolente de última hora. Recuerde, señor Alcázar, la prensa se nutre muy a menudo de salivazos… Estamos aquí para lo que se tercie.

Aquella Marina perdida hace un siglo

 La Marina d’ahir, una nostalgia con sabor a historia.

15 de mayo 2020

El domingo 10 de mayo se cumplió un siglo que, de un plumazo, el término municipal de l’Hospitalet perdió casi la mitad de su extensión, la que iba desde la antigua carretera del Prat, más o menos, hasta la costa y desde el Llobregat hasta el término municipal de Barcelona, que hacía muy poco se había comido también al pueblo de Sants cuyo término municipal también llegaba al mar por detrás de Montjuic. Justo en lo que hoy se conoce como el paseo de la Zona Franca y que entonces incluía un barrio de pescadores (Can Tunis), algunos prados de blanqueo y unas pocas fábricas y que después creció con las Casas Baratas, el barrio del Polvorín y las viviendas de Nuestra Señora de Port. Para entendernos, el imperio de Candel, donde la ciudad cambiaba de nombre, donde se establecieron con la humildad acostumbrada, los nuevos catalanes.

Aquella marina de Sants que se perdió, junto con el pueblo, a inicios de siglo para que Barcelona colocara las fábricas que enriquecían a sus clases pudientes y alojara en un entorno de miseria a la mano de obra que llegaba bajo el reclamo de las obras del metro, se prolongó en 1920 hacia la Marina de l’Hospitalet que, a diferencia de la de Sants todavía era un entorno rural, bastante bien explotado y preservado, por lo tanto, de la ambición devoradora del capitalismo en desarrollo de aquellos años.

L’Hospitaket perdió casi la mitad de su término y el municipio apenas emitió un enterado a través de su ayuntamiento que tan solo se quejó de que con la segregación perdía los escasos ingresos de algunos de los contribuyentes más solventes: los payeses que sacaban rendimiento de sus tierras para dar de comer especialmente a Barcelona y su entorno. Entonces ingresó una ridiculez que, al cambio, apenas llegaría hoy para pagar el salario de la alcaldesa de un solo año —al que ha renunciado, digámoslo todo, para cobrar de la Diputación, que es superior.

Me consta que hay aprendices de historiador que están estos día revisando papeleo para entender por qué el Consistorio hizo chitón al robo espurio y por qué se dejó solos y abandonados al centenar de payeses y obreros agrícolas que residían en una zona que, bajo la pretensión de progreso exterior, perdió para siempre esta ciudad. Una zona que era rica en producción, muy próxima al mercado de consumo, todavía ajena a la industria (la industria había ido optando por la costa norte ocupando lo que hoy es la zona olímpica y que Maragall y sus arquitectos rescataron para la ciudad en vísperas del 92) y sobre todo un espacio de reserva sostenible para el futuro de un municipio que, por su proximidad a Barcelona, estaba condenado a crecer como una ciudad dormitorio cualquiera.

Barcelona se llevó el gato al agua con aquellas casi 1000 de las 2.700 hectáreas de entonces, a las que habría que añadir otras 300 cuando se abrió la Diagonal por el norte. No pasó entonces lo que le había pasado a Sants porque la gran ciudad no estaba dispuesta a digerir lo que ya se veía venir: los cientos de miles de immigrados económicos sin otra cosa que dignidad en la memoria y telarañas en los bolsillos. Para eso ya estaba l’Hospitalet.

Perdonadme. Cometo un grave error cuando hablo así de las ciudades. Barcelona es un lugar maravilloso. Lo ha sido siempre. Han sido sus poderes económicos lo que la han convertido en un estómago insaciable de territorios para ubicar allí lo que molestaba junto a la casa de los ricos, en el centro de la ciudad. Necesitaban las fábricas, el humo y la miseria un poco lejos, porque vivían de ello pero no estaban dispuestos a soportar su hedor. Fueron esas gentes las que decidieron comerse las marinas al sur de Montjuic y abandonar a su suerte a quienes arrnacaban el fruto de la tierra y a quienes tenían que haberlos representado en las instituciones. Si l’Hospitalet perdió casi la mitad de su territorio en el siglo pasado sin rechistar fue porque el poder lo había diseñado todo: cómo se distribuía el espacio (donde iba cada cosa: las fábricas, las infraestructuras, los depósitos francos, los aeropuertos) y cómo se hacían las leyes, a quien se explotaba y a quien se podía expropiar sin contemplaciones. Eso fue así durante el primer tercio del siglo XX (y lo había sido durante la segunda mitad de la centuria anterior) y todavía nos extrañamos por qué a Barcelona se la llamaba la Rosa de Fuego bajo los años lejanos de la respuesta obrera.

En 1920 se acababa de producir la huelga de la Canadiense y se acababan de inaugurar las conquistas de las 8 horas de jornada laboral, pero eso estaba muy lejos de l’Hospitalet aunque también en l’Hospitalet había obreros combativos. Después vendría la República y la Guerra Civil y esta ciudad siguió siendo un laberinto al servicio de otras casusas que no eran la suya. En la Torrassa empezaba Murcia pero al otro lado no estaba l’Hospitalet sino únicamente un fantasma. Solo hubo l’Hospitalet en el antifranquismo y quedó tremendamente derrotado en 1979, cuando vencieron los que consideraban que la ciudad necesitaba un lavado de cara pero no una conquista de espacios, sino más bien todo lo contrario.

La contrapartida al robo del siglo de ahora hace 100 años consiste en reclamar que nos hagan un pasillo para podernos mojar los pies en el centro del puerto de Barcelona que llega desde Montujuic a la nueva desembocadura para beneficio de quienes hacen negocios. Ni siquiera hay luces para reclamar que nunca más se puedan decidir cosas en lo que ahora de Zona Franca solo tiene el nombre, sin contar con el beneplácito de los antiguos expoliados. L’Hospitalet, por no estar, no ha estado jamás en el Consorcio que ahora preside un ínclito socialista y no tiene prisa por reclamar ese estatus. ¿Para qué, si entonces renunciamos a la tierra, más tarde a un urbanismo racional y después a una planificación que frenara la saturación demográfica?. ¿De que nos serviría estar en una institución que podría decidir poner el territorio al servicio de la población y no de los poderes económicos, si los que están ahí, van a seguir estando ahí y nadie se plantea substituirlos son exactamente los representantes de esos poderes y no de los pobres residentes?

Es fácil entender que siempre ha sido así: hace un siglo y ahora. Entonces mandaba la Lliga conservadora y su única preocupación era recaudar menos de lo previsto. Ahora ha cambiado el nombre instrumental pero los objetivos no han variado. Antes, por lo menos, la ciudad estaba por hacer. Ahora está deshecha.

Predicar y dar trigo

Las “zonas verdes” de l’Hospitalet.

15 de abril 2020

Desde luego es un buen momento para hablar de futuro porque lo que se ha hecho en el pasado que nos ha traido este presente deja, en muchos aspectos, bastante que desear. La alcaldesa de l’Hospitalet ha tenido tiempo en el confinamiento de escribir un artículo en La Vanguardia en el que reclama más poder local para un mundo mejor, con el que habría que estar de acuerdo al cien por cien si no fuera porque una cosa es predicar y la otra dar trigo.

Me encanta la manera que tiene de predicar doña Marín porque sus argumentos parecen irrebatibles: los municipios —ella es presidenta de la Diputación y se pone en plan portavoz— no han parado de funcionar durante la crisis del coronavirus, se han puesto al servicio de los ciudadanos en general y lo han hecho con la destreza acostumbrada: la policía, las brigadas de mantenimiento, el personal funerario y los profesionales de los servicios asistenciales y sanitarios han garantizado el amparo de los mayores y de los dependientes y lo han hecho con los recursos de siempre y con la entrega que les caracteriza. Eso demuestra que los ayuntamientos funcionan y que necesitan más poder porque los gobiernos van a tener que reactivar la post pandemia y los ayuntamientos deben obtener mayor capacidad financiera, de gasto y de endeudamiento para poder invertir y crear riqueza que distribuir.

O séase: que si los ayuntamientos tienen mayor capacidad financiera, si pueden gastar e invertir más, crearán mayor riqueza y la distribuirán mejor. Una proposición automática por lo que si en l’Hospitalet, por ejemplo, los barrios del norte tienen una de las rentas más bajas de la conurbación es porque el ayuntamiento carece de recursos. Es decir, uno de los ayuntamientos con más recursos de Catalunya no tiene recursos suficientes para distribuir riqueza en los barrios del norte y por eso son de los más pobres de la provincia. En el artículo de la alcaldesa no cuenta, claro, la visión estratégica de ciudad, el desarrollo equilibrado y la buena gestión. Eso —por lo que se ve, inexistente— se da por supuesto.

La otra pata del artículo todavía resulta más explosiva. Afirma, con cierta razón, que las pandemias transforman la realidad urbana y social de las ciudades y que ésta también lo hará. Dios la escuche, si se ese señor de las alturas no se ha vuelto sordo además de mudo. Porque asegura, que “habrá que repensar el espacio público, porque el distanciamiento social es un fenómeno a tener en cuenta a partir de ahora”. Si lo que afirma tuviera un contenido riguroso y no retórico, como se antoja, lo primero que haría en el próximo pleno, en coherencia con “la gran carga ética” que se autoasigna, sería suspender todos los proyectos de urbanización y reurbanización previstos en la ciudad y repensar todos los que ya están en marcha. Desde luego, si hay que redefinir el espacio público a causa del nuevo distanciamiento social que habrá que tener en cuenta no solo para esta pandemia sino para todas las que van a ir llegando, lo primero que hay que replantearse en l’Hospitalet es la saturación urbana de la ciudad, la necesidad de esponjamiento urbano y la paralización absoluta de nuevas residencias.

No parece ser que sea esta la preocupación del “distanciamiento social” que propone la alcaldesa. Me temo que de lo que se trata es de dictar normas para que no se concentren todos los padres a la vez para recoger a los niños de la escuela, que no se colapsen los supermercados de compradores y que los poquísimos espacios verdes de la ciudad tengan un orden de entrada y de salida de paseantes.

Desde luego, contra las pandemias hay que luchar unidos y estaría bien fijar responsabilidades. Si la principal medida para protegernos de los contagios ha sido y será el confinamiento, es decir el aislamiento individual y familiar para evitar infectarse, no parece que la saturación urbana y las descomunales densidades de población de las ciudades metropolitanas ayuden mucho a la causa. Quienes han dejado que existieran esos monstruos urbanos tienen ahora que apechugar con la responsabilidad de los contagios masivos. Quienes no solo han dejado que existieran, sino que los han alentado y los siguen alentando, debieran estar en el punto de mira de los ciudadanos porque la principal medicina contra las pandemias por llegar, está en apartarlos de las decisiones públicas y condenarlos moralmente, o por su miopía respecto de la salud pública o por considerar el espacio público como una mina de oro.

Ya está bien de tanta retórica sobre asuntos que están en el trasfondo del contagio. Ya es hora de reclamar el reequilibrio territorial contra eso que llamán la geografía vaciada. No es sano ni social, ni económica, ni ambientalmente, la concentración desaforada. Ahora ya se ha visto que también es el peor ítem contra la salubridad. El distanciamiento social no es una cuestión puntual: es un problema de calidad de vida y, como también dice la alcaldesa, de sostenibilidad, de lucha contra el cambio climático.

No debemos permitir, como ciudadanos, que se predique “distancia social” y se favorezcan miles de nuevas viviendas en la ciudad más saturada de Europa, como si fuera un trigo que no va con nosotros.

Va con nosotros, y hay que responder. “No queda otra”, como asegura la alcaldesa como colofón de su artículo.