Nadie contesta

1 de octubre, 2020

Están deprimidos y he de decir que hace muchísimo que no los veía así. Son mis colegas de FIC que acaban de resucitar este medio antiguo en el que me leeis y en lugar de estar animados, positivos, exultantes, los veo alicaídos, menguados, cochambrosos… Cuando me lo anunciaron les reñí como tan solo yo sé hacerlo: no sabéis donde os metéis pero yo me meto con vosotros, que coño, que sois la única resistencia en esta marabunta de rajados, resignados y desleidos en que se ha convertido la ciudadanía, y si no nos apuntamos nosotros que lo tenemos todo hecho, todo deshecho y todo por hacer al mismo tiempo, quien caramba se va a apuntar.

De eso vienen esas caras largas y esos ánimos de arrastrados vivientes, de que no se apunta ni dios, de que o la gente trabaja un huevo o se pasa el puto día viendo series y más series. Apuesto por lo segundo, claro, que antes se decía que nos adormilaban con el futbol, con una sola Liga, pero lo de ahora es mucho más tremendo con infinitas plataformas y centenares de series y centenares de canales y centenares de producciones y centenares de pasivos viendo a todos esos centenares de narcotizantes con la boca abierta para ir tragando…

Y me explicaban: hemos enviado estos días invitaciones personales a 25 personas con nombres y apellidos invitándolas a escribir artículos de opinión en este digital, para decir lo que quieran, cuando quieran y como quieran, y de esos 25 sólo nos han contestado cinco, cuatro para no aceptar. Ojo, entre esos 25 había 6 periodistas y otros 6 hombres de letras además de otra docena de gente activa en algunas entidades importantes de la ciudad. Veinte no se han dignado ni siquiera en agradecer el detalle, algo que ya viene siendo habitual en este mundo donde el que más o el que menos viene recibiendo un centenar de correos electrónicos al día, de los cuales el 90% van directamente a la papelera. El problema es que todo va a la papelera porque no se discrimina y los chicos de FIC se pensaban que se dirigían a gente que suele y sabe discriminar. Pues ya veis que no, inocentes. Es la prueba de que os habéis equivocado de personas. Gente que no contesta a los e-mails y mucho menos a los e-mails personales, es gente de la que no te puedes fiar, joder, que os lo tengo dicho.

Hace tiempo, se quejaban, enviamos correos al jefe de prensa del ayuntamiento, un tal Casinos, para que contestará no sé que y claro, no hubo respuesta. La semana pasada enviaron un correo invitando al primer teniente de alcalde para que participara en el debate del 29 de noviembre y claro, no hubo respuesta. Uno de los redactores de L’estaca intentó hablar con alguien de la oposición municipal para que les pasara una información que se planteó en el pleno del 23 de septiembre y, una semana más tarde, no ha habido respuesta.

Han puesto avisos pidiendo jóvenes colaboradores para escribir en l’estaca y, claro, no ha habido respuesta. Han puesto anuncios reclamando colaboradores para gestiones publicitarias y claro, no ha habido respuesta. Me dicen: es que no existimos. Es que hoy, si no estamos activos en una cosa que llaman tuiter, feisbuc o instagram no existimos para nadie. Son unos inventos para poner fotos, hacer chascarrillos o depositar dosis pequeñas de mala leche que, repetidos infinitamente por miles de fotografos aficionados, humoristas entusiastas y delincuentes potenciales, convierten esos instrumentos en metralla intelectual para perder el poco tiempo que tenemos. Me juego un duro, les respondo, que esos 20 que no han contestado a la invitación personal, el jefe de prensa, el primer teniente de alcalde o el opositor municipal que han hecho mutis por el foro, sí que han tenido tiempo para echar bilis en las redes, reirse de los flojos o pegar instantáneas innecesarios en eso que todo el mundo sigue, ve y comenta. Pues claro, vivimos en una hiperrealidad donde los viejos se inactivan para morirse de aburrimiento y los jóvenes se aburren para morirse de inactividad.

Me hacen gracia esos ágrafos conspiranóicos que hablan de los chips aletargadores que nos van a inocular con la vacuna del Covid. Ven lo difícil y no ven lo cotidiano: que nos tienen aletargados porque les han robado los sueños a los jóvenes para construir un futuro mejor y la esperanza a los viejos porque los jóvenes ya no sueñan. Todo está en crisis: las instituciones, la política, incluso las ideologías y hasta la lucha de clases. Pero el mundo sigue girando y pese a que parece que se mueve todo el mundo está donde estaba pese a las apariencias: unos arriba y otros abajo, unos decidiendo y otros siendo decididos, unos mandando y otros obedeciendo aunque sea sin querer, unos viviendo muy bien y otros viviendo muy mal. Pero nadie, o casi nadie está luchando para cambiar esto. Eructando en las redes sí, pero combatiendo, protestando efectivamente, organizando, activando, haciendo, bastantes pocos.

Uy me digo, para, para, Candelas que estos chavales de FIC te están contagiando el decaimiento. Horror. Los que estamos en decadencia ya no podemos decaer. Estamos curados de negatividad. Por eso nos embarcamos en naves catastróficas que señalan el único rumbo posible. Hacia los arrecifes, con el ánimo levantado y enarbolando la única bandera que vale la pena: la del futuro.

Por eso vale la pena contestar las cartas. Porque alguien se imaginó que estábamos vivos y habría que confirmarles que no se engañaron.

Mucha retórica

Una instantánea de la presentación del Pacte de Ciutat

15 de septiembre 2020

Mentiría si os dijera que no me hace ilusión escribir por primera vez bajo esta cabecera que me trae añejos recuerdos. Me han explicado los líos internos que han llevado hasta aquí y les he dicho a algunos de los protagonistas que no tienen cura y eso que ya tienen una edad. Siguen embarcándose en proyectos con las velas arriadas y la caña partida y así no hay quien surque mares, como mucho pantanos. Empantanarse es lo que les va y llevan así toda la vida, así que lo que ahora se abre sitio a estacazos no sé yo el futuro que dibuja.

Pero me es igual. Les he dicho que cuenten conmigo porque la estaca tiene reminiscencias antiguas de cuando las cosas se solventaban con gestos y no solo con buenas palabras, con pacíficas aunque ruidosas concentraciones multitudinarias y no con cartas y firmas.  Y me he puesto a pensar qué debía decir en este primer encuentro con los nuevos lectores y he echado mano de lo que me han explicado algunos activos miembros de entidades diversas que llevan una temporada viéndose por televisión para contribuir a una cosa que las autoridades han llamado Pacte de Ciutat.

Me hablan de pacto de ciudad y no quepo en mí. Si hay que pactar es que hay trifulca, controversia, ladina oposición, cabreos en el sótano… pero no. El ayuntamiento ha llamado a un pacto de ciudad para reconstruir la ciudad después del coronavirus con la intención de consensuar un montón de medidas que ayuden a la nueva normalidad.

Jolín, me digo. Hemos de ir por partes. Reconstruir la ciudad. O sea que la ciudad necesita reconstruirse, ergo está bastante jodida. Después del coronovarius: o sea, no se sabe para cuando, porque esto del coronavirus acaba de empezar. Consensuar medidas. De manera que hay que poner de acuerdo a los proponientes y a los ejecutantes, por lo menos. Es decir, a la ciudadanía y a los munícipes. Y nueva normalidad. O sea vieja normalidad, una normalidad que sigue situando encima a unos cuantos y debajo al resto. Incluso aquí, en esta ciudad.

Me leí detenidamente el documento base y no hay nada que decir. Es magnífico. Llenísimo de bellos propósitos con esa retórica absurda que a la hora de la verdad sirve para… nada. Y me leí algunas de los centenares de propuestas que han enviado con la tradicional buena fe de las entidades, los activistas relajados que las representan. Y pregunté. Y me dijeron que una cosa son las propuestas y que otra cosa bien distinta son las medidas que se adoptarán puesto que son los técnicos municipales —ergo los políticos que les mandan— quienes van a decidir qué propuestas se aceptan y qué propuestas se deniegan. No porque sean propuestas sicalípticas sino porque son propuestas delicadas, complejas, delirantes, exageradas, inaceptables, inasumibles, irrealizables en suma. Propuestas que no tocan, como decía el mago del tres per cent.

¿Y las que sí tocan? Esas se harán casi todas. Casi todas las que se puedan. Casi todas las que se puedan vender. Casi todas las que se puedan vender a las multitudes. Casi todas las que se puedan vender a las multitudes que nos quieran votar. Para ello habrá un calendario con el que comprometerse ante la ciudadanía. Para ver como va la cosa. Para ver si las medidas se aplican y para ver por qué no se aplican cuando estaba previsto que se aplicaran. En noviembre será la primera cita revisionista y el pacto de ciudad durará hasta las próximas elecciones porque hay que mantener bien enhiestos los propósitos.

Que no pase como con el Consell de Ciutat y la promesa de participación activa que el reglamento municipal prometía. Que como pasa lo que pasa, no se acaba de reunir y no se participa. Tampoco es que se participe mucho en el Consell de Ciutat o en las Mesas Sectoriales previstas para escuchar al personal y poco más, porque, por lo que me han dicho los que asisten, en esos organismos se habla algo pero sobre todo se escucha mucho a los que suelen hablar que siempre son los que convocan, los que organizan y los que deciden.

Y pese a todo, las entidades insisten en que se debe convocar el Consell de Ciutat y las Mesas Sectoriales y mantenerlas en activo aunque se acabe el mandato reglamentario de los cuatro años porque entre que se toman posesiones, se nombran las mesas y las comisiones con sus representantes y se convocan, suelen pasar un montón de meses.

En fin, mucha retórica es lo que hay. Y mucha rimbombancia y mucho palabrerío. Para contribuir a que no decaiga, aquí esta el Candelas para lo que se tercie. Contad conmigo hospitalenses que en esta pluma hay cuerda para rato.

Guerra sucia

Los protagonistas del conflicto.

15 de junio 2020

Coño, me dije, si solo han pasado cien días. Y en efecto, solo cien días que deben esconder cien maniobras para que parezca que no ha habido ninguna. Cien días es el margen que en política se da al rival sin tocarle las bolas o lo que sea, pero al que se va avisando para que sienta el aliento en el cogote. Al día 101 le estalla el pastel en los dedos. Veamos: el 22 de febrero hay primarias en el PSC de l’Hospitalet. El primer secretario tenía que ser el primer teniente de alcalde que tiene que ser el primer presidente de Consistorio cuando la Marín sea ministra o embajadora. Es una ley no escrita pero asumida. Corbacho puso a la Marín y la Marín al Belver y el Belver podría haber puesto a su yerno dándole tiempo a que le saliera alguna cana y a perder algo de barriga y ganar algo de flexibilidad, pero no, el yerno le salió impaciente y se le subió a la chepa. Y el 10 de marzo ganó las primarias y se puso a la cola el primero. Entre aquel 22 de febrero y este 10 de junio van 100 días, más o menos. Contarlos, porfa.

¿Que importancia tiene este 10 de junio en relación con aquel 22 de febrero?. Pues que este 10 de junio pasa una cosa que hacía décadas que no pasaba en Hospi. Desde la clamorosa pelea entre otro aspirante impaciente y el dueño del cortijo. El combate del siglo. En una esquina, Iñaki el golfillo, el fajador de Bellvitge. En la otra, Celestino el hábil, el tieso de Extremadura. Ganó el hábil, claro está, y eso que la trupe del golfillo trabajó a fondo el desgaste del adversario, con escándalos en prensa y todo eso…

Pues bien, el 10 de junio se desató en Hospi la cólera de los dioses y la policía detuvo a un director de instrumento y a dos concejales vinculados. Uno de ellos, uno de ellos, vale la pena repetir, el primer secretario del PSC local, el que se anticipó a su turno. A mi lo que hay detrás de la noticia me trae al pairo. Ahora resultará que en 40 años de poder absoluto no ha habido corrupciones, corruptelas y engaños miles. Lo que no ha habido, ha sido guerra sucia, guerra interna, y si no hay guerra no hay denuncias, no hay filtraciones, no hay exaltados que se cabrean porque temen que les acusen de prevariaciones, de estafillas o de estafilococos. La señora Marín ha salido enseguida a decir que esto no puede ser. Que se va a investigar a fondo. El señor Belver está desaparecido en combate sin enseñar mucho las manos no se vaya a descubrir que las tiene desolladas de tanto frotárselas y el señor Alcázar anda desconcertado porque a estas alturas no debe de entender nada o, bien al contrario, lo debe de entender todo. Lo que desconcierta todavía más.

Pero hay que fijarse en los detalles. El miércoles la policía detiene al director del Consell Esportiu, el jueves a Alcázar (y Pedrín) y el viernes sale el señor Graells para revelar que ha sido él el denunciante. Pero bueno… ¿quién le pidió al señor Graells que hiciera pública su traición? Y sobre todo ¿por qué? Y, además, ¿por qué el señor Graells escuda algo tan gravísimo como denunciar a un colegui, en su inmaculada honradez, cuando es evidente que eso no se estila, que los trapitos siempre, siempre, entre políticos afines se suelen lavar en casa, en silencio y sin puñales. A no ser que haya alguien que considere que es la hora de los puñales y que está muy feo que los jovencitos se salten el escalafón.

Graells ha sido la pieza perfecta porque es el concejal de Deportes, porque es el vicepresidente de esa entidad rara y porque su señora actual parece que llevaba la gestión económica del ente, lo cual ya es chocante. Pero todavía resulta mas chocante que reconozca que denunció la sospecha a la alcaldesa el 4 de febrero —con el proceso de primarias en su salsa— y que la alcaldesa le pidiera al presidente del Consell d’Esports (uno de los dos detenidos el jueves) una auditoría, sin siquiera apartarlo cautelarmente del cargo. Como que pasaron dos semanas sin que se hiciera nada, dice Graells, volvió a insistir ante la alcaldesa. Y ya estábamos en la semana de elección del primer secretario del PSC local. Pese a que la denuncia lo implica, no ocurre nada y Alcázar es elegido, aunque Graells —que dice que estaba dispuesto a apoyarle— opta por apartarse en el último momento.

Mientras tanto, se encarga la auditoria externa el 10 de marzo, más de un mes después de la primera denuncia a la alcaldesa —con bastante tiempo para maquillajes y camuflajes— y todo queda en el aire por la pandemia. Pese a que no hay datos externos, Graells no se espera porque en el Consell no se toman medidas y ni corto ni perezoso se va a la policía porque sus sospechas se ven reforzadas cuando recibe la documentación que se envía al auditor. Graells lleva 37 años en el PSC y no está dispuesto a que le acusen de prevaricación a su edad y, por supuesto, él no tiene nada que ver con la batalla interna. Le dijo a Alcázar en su día que estaba muy decepcionado y se mantuvo al margen en la elección. O sea: cuando recibe los papeles que el auditor debe estudiar a partir del 10 de marzo se reafirma en que ha habido caudales distraidos en beneficio de alguien. Y eso que tiene muy cerca a la persona que parece que lleva la gestión económica del organismo. Pero desde el 10 de marzo hasta el 10 de junio no hay la primera detención, 90 días más tarde. Si que tardan las denuncias… Y además, desde el 22 de febrero hasta el 10 de marzo hay un par de semanas largas durante las cuales todo el mundo felicita al flamante nuevo primer secretario pese a las sospechas de Graells, necesariamente de la alcaldesa y bien posiblemente, por lo menos, del primer teniente de alcalde Fran Belver.

Se diría que alguien ha estado cocinando a fuego lento para que al señor Alcázar se le derritan las mantecas. Y de paso, para que todo vuelva a su cauce.

En la época del combate del siglo entre el niño de Bellvitge y el león de Extremadura, salió el sonado caso del fraude en la recaudación de la Diputación, donde entonces trabajaba la señora Corbacho. Aquello hizo renquear un poco al púgil de acero inoxidable, pero se rehizo enseguida con un crochet letal en forma de denuncia de corrupción porque la prensa no es como la judicatura: aquí hacemos bromas pero los jueces carecen de sentido del humor. Graells que hacía de árbitro se ha subido al ring y el señor Belver aplaude desde la primera fila, bien calentito en el regazo de la alcaldesa, mientras Alcázar parece resoplar desde el suelo. Podría salvarle probablemente algún escupitajo insolente de última hora. Recuerde, señor Alcázar, la prensa se nutre muy a menudo de salivazos… Estamos aquí para lo que se tercie.

Aquella Marina perdida hace un siglo

 La Marina d’ahir, una nostalgia con sabor a historia.

15 de mayo 2020

El domingo 10 de mayo se cumplió un siglo que, de un plumazo, el término municipal de l’Hospitalet perdió casi la mitad de su extensión, la que iba desde la antigua carretera del Prat, más o menos, hasta la costa y desde el Llobregat hasta el término municipal de Barcelona, que hacía muy poco se había comido también al pueblo de Sants cuyo término municipal también llegaba al mar por detrás de Montjuic. Justo en lo que hoy se conoce como el paseo de la Zona Franca y que entonces incluía un barrio de pescadores (Can Tunis), algunos prados de blanqueo y unas pocas fábricas y que después creció con las Casas Baratas, el barrio del Polvorín y las viviendas de Nuestra Señora de Port. Para entendernos, el imperio de Candel, donde la ciudad cambiaba de nombre, donde se establecieron con la humildad acostumbrada, los nuevos catalanes.

Aquella marina de Sants que se perdió, junto con el pueblo, a inicios de siglo para que Barcelona colocara las fábricas que enriquecían a sus clases pudientes y alojara en un entorno de miseria a la mano de obra que llegaba bajo el reclamo de las obras del metro, se prolongó en 1920 hacia la Marina de l’Hospitalet que, a diferencia de la de Sants todavía era un entorno rural, bastante bien explotado y preservado, por lo tanto, de la ambición devoradora del capitalismo en desarrollo de aquellos años.

L’Hospitaket perdió casi la mitad de su término y el municipio apenas emitió un enterado a través de su ayuntamiento que tan solo se quejó de que con la segregación perdía los escasos ingresos de algunos de los contribuyentes más solventes: los payeses que sacaban rendimiento de sus tierras para dar de comer especialmente a Barcelona y su entorno. Entonces ingresó una ridiculez que, al cambio, apenas llegaría hoy para pagar el salario de la alcaldesa de un solo año —al que ha renunciado, digámoslo todo, para cobrar de la Diputación, que es superior.

Me consta que hay aprendices de historiador que están estos día revisando papeleo para entender por qué el Consistorio hizo chitón al robo espurio y por qué se dejó solos y abandonados al centenar de payeses y obreros agrícolas que residían en una zona que, bajo la pretensión de progreso exterior, perdió para siempre esta ciudad. Una zona que era rica en producción, muy próxima al mercado de consumo, todavía ajena a la industria (la industria había ido optando por la costa norte ocupando lo que hoy es la zona olímpica y que Maragall y sus arquitectos rescataron para la ciudad en vísperas del 92) y sobre todo un espacio de reserva sostenible para el futuro de un municipio que, por su proximidad a Barcelona, estaba condenado a crecer como una ciudad dormitorio cualquiera.

Barcelona se llevó el gato al agua con aquellas casi 1000 de las 2.700 hectáreas de entonces, a las que habría que añadir otras 300 cuando se abrió la Diagonal por el norte. No pasó entonces lo que le había pasado a Sants porque la gran ciudad no estaba dispuesta a digerir lo que ya se veía venir: los cientos de miles de immigrados económicos sin otra cosa que dignidad en la memoria y telarañas en los bolsillos. Para eso ya estaba l’Hospitalet.

Perdonadme. Cometo un grave error cuando hablo así de las ciudades. Barcelona es un lugar maravilloso. Lo ha sido siempre. Han sido sus poderes económicos lo que la han convertido en un estómago insaciable de territorios para ubicar allí lo que molestaba junto a la casa de los ricos, en el centro de la ciudad. Necesitaban las fábricas, el humo y la miseria un poco lejos, porque vivían de ello pero no estaban dispuestos a soportar su hedor. Fueron esas gentes las que decidieron comerse las marinas al sur de Montjuic y abandonar a su suerte a quienes arrnacaban el fruto de la tierra y a quienes tenían que haberlos representado en las instituciones. Si l’Hospitalet perdió casi la mitad de su territorio en el siglo pasado sin rechistar fue porque el poder lo había diseñado todo: cómo se distribuía el espacio (donde iba cada cosa: las fábricas, las infraestructuras, los depósitos francos, los aeropuertos) y cómo se hacían las leyes, a quien se explotaba y a quien se podía expropiar sin contemplaciones. Eso fue así durante el primer tercio del siglo XX (y lo había sido durante la segunda mitad de la centuria anterior) y todavía nos extrañamos por qué a Barcelona se la llamaba la Rosa de Fuego bajo los años lejanos de la respuesta obrera.

En 1920 se acababa de producir la huelga de la Canadiense y se acababan de inaugurar las conquistas de las 8 horas de jornada laboral, pero eso estaba muy lejos de l’Hospitalet aunque también en l’Hospitalet había obreros combativos. Después vendría la República y la Guerra Civil y esta ciudad siguió siendo un laberinto al servicio de otras casusas que no eran la suya. En la Torrassa empezaba Murcia pero al otro lado no estaba l’Hospitalet sino únicamente un fantasma. Solo hubo l’Hospitalet en el antifranquismo y quedó tremendamente derrotado en 1979, cuando vencieron los que consideraban que la ciudad necesitaba un lavado de cara pero no una conquista de espacios, sino más bien todo lo contrario.

La contrapartida al robo del siglo de ahora hace 100 años consiste en reclamar que nos hagan un pasillo para podernos mojar los pies en el centro del puerto de Barcelona que llega desde Montujuic a la nueva desembocadura para beneficio de quienes hacen negocios. Ni siquiera hay luces para reclamar que nunca más se puedan decidir cosas en lo que ahora de Zona Franca solo tiene el nombre, sin contar con el beneplácito de los antiguos expoliados. L’Hospitalet, por no estar, no ha estado jamás en el Consorcio que ahora preside un ínclito socialista y no tiene prisa por reclamar ese estatus. ¿Para qué, si entonces renunciamos a la tierra, más tarde a un urbanismo racional y después a una planificación que frenara la saturación demográfica?. ¿De que nos serviría estar en una institución que podría decidir poner el territorio al servicio de la población y no de los poderes económicos, si los que están ahí, van a seguir estando ahí y nadie se plantea substituirlos son exactamente los representantes de esos poderes y no de los pobres residentes?

Es fácil entender que siempre ha sido así: hace un siglo y ahora. Entonces mandaba la Lliga conservadora y su única preocupación era recaudar menos de lo previsto. Ahora ha cambiado el nombre instrumental pero los objetivos no han variado. Antes, por lo menos, la ciudad estaba por hacer. Ahora está deshecha.

Predicar y dar trigo

Las “zonas verdes” de l’Hospitalet.

15 de abril 2020

Desde luego es un buen momento para hablar de futuro porque lo que se ha hecho en el pasado que nos ha traido este presente deja, en muchos aspectos, bastante que desear. La alcaldesa de l’Hospitalet ha tenido tiempo en el confinamiento de escribir un artículo en La Vanguardia en el que reclama más poder local para un mundo mejor, con el que habría que estar de acuerdo al cien por cien si no fuera porque una cosa es predicar y la otra dar trigo.

Me encanta la manera que tiene de predicar doña Marín porque sus argumentos parecen irrebatibles: los municipios —ella es presidenta de la Diputación y se pone en plan portavoz— no han parado de funcionar durante la crisis del coronavirus, se han puesto al servicio de los ciudadanos en general y lo han hecho con la destreza acostumbrada: la policía, las brigadas de mantenimiento, el personal funerario y los profesionales de los servicios asistenciales y sanitarios han garantizado el amparo de los mayores y de los dependientes y lo han hecho con los recursos de siempre y con la entrega que les caracteriza. Eso demuestra que los ayuntamientos funcionan y que necesitan más poder porque los gobiernos van a tener que reactivar la post pandemia y los ayuntamientos deben obtener mayor capacidad financiera, de gasto y de endeudamiento para poder invertir y crear riqueza que distribuir.

O séase: que si los ayuntamientos tienen mayor capacidad financiera, si pueden gastar e invertir más, crearán mayor riqueza y la distribuirán mejor. Una proposición automática por lo que si en l’Hospitalet, por ejemplo, los barrios del norte tienen una de las rentas más bajas de la conurbación es porque el ayuntamiento carece de recursos. Es decir, uno de los ayuntamientos con más recursos de Catalunya no tiene recursos suficientes para distribuir riqueza en los barrios del norte y por eso son de los más pobres de la provincia. En el artículo de la alcaldesa no cuenta, claro, la visión estratégica de ciudad, el desarrollo equilibrado y la buena gestión. Eso —por lo que se ve, inexistente— se da por supuesto.

La otra pata del artículo todavía resulta más explosiva. Afirma, con cierta razón, que las pandemias transforman la realidad urbana y social de las ciudades y que ésta también lo hará. Dios la escuche, si se ese señor de las alturas no se ha vuelto sordo además de mudo. Porque asegura, que “habrá que repensar el espacio público, porque el distanciamiento social es un fenómeno a tener en cuenta a partir de ahora”. Si lo que afirma tuviera un contenido riguroso y no retórico, como se antoja, lo primero que haría en el próximo pleno, en coherencia con “la gran carga ética” que se autoasigna, sería suspender todos los proyectos de urbanización y reurbanización previstos en la ciudad y repensar todos los que ya están en marcha. Desde luego, si hay que redefinir el espacio público a causa del nuevo distanciamiento social que habrá que tener en cuenta no solo para esta pandemia sino para todas las que van a ir llegando, lo primero que hay que replantearse en l’Hospitalet es la saturación urbana de la ciudad, la necesidad de esponjamiento urbano y la paralización absoluta de nuevas residencias.

No parece ser que sea esta la preocupación del “distanciamiento social” que propone la alcaldesa. Me temo que de lo que se trata es de dictar normas para que no se concentren todos los padres a la vez para recoger a los niños de la escuela, que no se colapsen los supermercados de compradores y que los poquísimos espacios verdes de la ciudad tengan un orden de entrada y de salida de paseantes.

Desde luego, contra las pandemias hay que luchar unidos y estaría bien fijar responsabilidades. Si la principal medida para protegernos de los contagios ha sido y será el confinamiento, es decir el aislamiento individual y familiar para evitar infectarse, no parece que la saturación urbana y las descomunales densidades de población de las ciudades metropolitanas ayuden mucho a la causa. Quienes han dejado que existieran esos monstruos urbanos tienen ahora que apechugar con la responsabilidad de los contagios masivos. Quienes no solo han dejado que existieran, sino que los han alentado y los siguen alentando, debieran estar en el punto de mira de los ciudadanos porque la principal medicina contra las pandemias por llegar, está en apartarlos de las decisiones públicas y condenarlos moralmente, o por su miopía respecto de la salud pública o por considerar el espacio público como una mina de oro.

Ya está bien de tanta retórica sobre asuntos que están en el trasfondo del contagio. Ya es hora de reclamar el reequilibrio territorial contra eso que llamán la geografía vaciada. No es sano ni social, ni económica, ni ambientalmente, la concentración desaforada. Ahora ya se ha visto que también es el peor ítem contra la salubridad. El distanciamiento social no es una cuestión puntual: es un problema de calidad de vida y, como también dice la alcaldesa, de sostenibilidad, de lucha contra el cambio climático.

No debemos permitir, como ciudadanos, que se predique “distancia social” y se favorezcan miles de nuevas viviendas en la ciudad más saturada de Europa, como si fuera un trigo que no va con nosotros.

Va con nosotros, y hay que responder. “No queda otra”, como asegura la alcaldesa como colofón de su artículo.

Política de alcoba

Cristian Alcázar, primer teniente de alcalde.

15 de marzo 2020

Cuando lo leí no terminaba de creérmelo. El nuevo primer secretario de los socialistas hospitalenses es, desde el día 10 de marzo, el jovencito Cristian Alcázar, 40 años, segundo teniente de alcalde de las importantes responsabilidades de Espacio Público, Vivienda, Urbanismo y Sostenibilidad, concejal desde junio del 2011 cuando tenía 30 años, y desde el 2004 vinculado al PSC en distintos trabajos bien remunerados (tenía 24 años).

En aquel tiempo entró como simple administrativo en el Grupo Parlamentario Socialista en Cataluña y se pasó un poco más de dos años hasta que el Molt Honorable Montilla se lo llevó de responsable de agenda (con 27 años) en su gabinete donde se pasó casi cuatro años. Cuando Montilla se convirtió en ex-presidente no lo dejó tirado. Se lo llevó con él a la oficina del ex-presidente y le pagó siete meses de salario hasta que entró de concejal. Entonces se emancipó y de regidor de a pie los primeros cuatro años, pasó a teniente de alcalde de Deportes, Juventud, Bienestar, Derechos sociales y regidor del distrito II los 4 siguientes, para convertirse —en este tercer mandato— en segundo teniente de alcalde y, ahora, primer secretario del PSC.

No sé si, como dicen, es un animal político. Ignoro si es listo. Lo que si constato es que sabe elegir padrino. El mismo padrino que en su día, con más o menos los mismos años, eligió Miquel Iceta y míralo ahora donde está. Cuando vi a Alcázar en un vídeo no me lo podía creer: no solo eligió el mismo padrino que Iceta en su día, es que además se le parece físicamente un huevo. Como un huevo a otro huevo. En lo que difieren es en la pareja. Me explico porque es trascendente.

Alcázar e Iceta están casados. El primero, con una señora, y esa señora es, ni más ni menos, que la hija del primer teniente de alcalde del mismo ayuntamiento de l’Hospitalet, Fran Belver. Lo interesante del caso es que Fran Belver era el contrincante de Alcázar en las primarias del PSC local para ser el líder, después de que la alcaldesa Marín optase por no concurrir al cargo de primera secretaria. Eso mismo ya pasó hace unos años, solo que ahora, Alcázar ha derrotado a su suegro —con 60 votos de diferencia y un 81% de los apoyos— y ni siquiera lo ha colado en la ejecutiva local. Ha puesto a los suyos: Ángeles Sariñena, octava teniente de alcalde; Rocío Ramírez, cuarta teniente de alcalde y la concejala Laura García, además de otros tres militantes, no se si de a pie o de a caballo. Me huele que de caballería.

Vuelvo al principio. Cuando lo leí no acababa de crérmelo y me pareció que debía indagar. Porque resulta increible que el yerno se coma al suegro por las patas, como no sea que no se ven ni en la cena de Navidad. Y algo de eso hay. Belver es el ojito derecho de la señora Marín y su sucesor in pectore hasta que se les ha atragantado el jovencito Alcázar. De todas maneras, en el pacto de caballeros de las interioridades queda sellado que la señora Marín tiene siete años por delante de alcaldía, si no le cae alguna cosa más sofisticada de las alturas. Para eso Iceta tiene que ser President y ya veríamos. De modo que puede haber Marín para 7 años con permiso de los ciegos de la ciudad, que no son capaces de ver que el futuro pasa por unirse y hacer una candidatura innovadora e interesante que rompa el monopolio socialista que para el 2027 tendrá casi cinco décadas.

La incógnita es lo que puede pasar en el 2027, cuando Alcázar tenga 47 años y Belver con un pie en la jubilación. Todo parece indicar que Belver, que se las tenía muy felices, tendrá que contar con la ambición del yerno. Y ahí no parece que vaya a haber cataplasmas.

La casa gran de l’Hospitalet tiene un maleficio con los matrimonios de los políticos. Se rompen muchos y tantas roturas y tantos empalmes —en el mejor sentido— son la comidilla del personal. El primer teniente de alcalde sufrió con la ruptura de su primer matrimonio. La hija de ese matrimonio es la esposa del segundo teniente de alcalde y el segundo teniente de alcalde sabe que su esposa quiere mucho a su madre y tiene algunos reproches para con su padre, así que esa guerra en casa está bastante bien vista y bien llevada. El primer teniente de alcalde se volvió a emparejar otras dos veces y en el interludio se rompió el talón de Aquiles que es un sitio muy feo para cualquiera pero todavía más para los políticos. Algo tiene la casa gran que rompe matrimonios porque en el pasado le pasó a Pujana, le pasó a Ruíz, le pasó a Díaz, a Saura, le pasó a otros cuantos más que seguro que me dejo y ahora más recientemente le pasó a Brinquis, el teniente de alcalde de Hacienda en el anterior mandato, que ahora Marín ha colocado de Jefe de Gabinete de la Presidencia en la Diputación. Casado con la hermana de otro compañero de consistorio de sus propias filas, creaba tensiones en las reuniones y en el ayuntamiento donde trabaja su ex-mujer. Si aqui no cabes, querido Brinquis, en la Diputación sobra feina. Lo mismo que la tercera pareja de Belver que también se pasea todos los días por el Ayuntamiento, donde trabaja, y a veces despacha con Alcázar temas de comunicación como si no pasara nada. Cuando sí que pasa: es la rival de la madre de su señora.

Una crónica de faldas, esto es lo que es este artículo (y de pantalones, no me vayáis a llamar machista que lo odio). Cuando lo que debería ser es un comentario sobre un acontecimiento político de primera magnitud en la ciudad: la elección de uno que pinta para alcalde. Que tiene ambiciones suficientes y la experiencia de toda una vida viviendo del presupuesto público (es como ser funcionario, sin oposiciones y encima mandando). Como para dejarlo…

Construir y destruir

El patrimonio histórico, el gran olvidado.

15 de febrero 2020

Forma parte de la historia hospitalense el que los alcaldes tengan más aspiraciones que las propias de representar a los vecinos de la segunda ciudad de Cataluña por su demografía. No me puede extrañar, porque esta ciudad tiene tan poco de lo que enorgullecerse y, en algunos casos de tan reciente factura, que los alcaldes buscan forzosamente una compensación política extra que les dé algo de relumbrón. Inauguró las ambiciones el ínclito Matías de España que fue Procurador en las Cortes franquistas y que quería que la ciudad alcanzara pronto los 300.000 habitantes para tener plaza perpétua en la Cámara. Se lo tomó tan a pecho que dejaba construir a quien se lo propusiera con la idea sobrecogedora —no hay constancia de que esa idea la mantuviera con esa única acepción o también con la de separar ambas palabras— de acercarse a Barcelona para competir más abiertamente con el notario —y notorio— Porcioles. Él era marqués e ingeniero, tenía tierras y acciones suficientes de la España Industrial como para considerar la carrera política como un valor más y no como una catapulta, así que quizás fuera algo fascistón pero no necesitaba la feria de las vanidades para brillar. Tras él ha habido cuatro alcaldes y una alcaldesa, los tres últimos llamados socialistas por llamarlos de alguna manera que, por no tener, no tenían ni siquiera otra profesión relevante que sus labores políticas. Así que a ellos sí que les tentaba la feria de las vanidades, en una progresión geométrica que va del caso Pujana, donde lo codiciado era el bienestar personal, hasta el caso Marín, donde lo destacable es codearse con los importantes, pasando por el caso Corbacho donde lo atractivo era demostrar sus capacidades.

Como la ciudad da para lo que da pero hay dinero bastante para tener gente que le de al magín de acuerdo con las ambiciones de cada quien, aquí se inventaron para la alcaldesa Marín, copiando las comparescencias anuales de los alcaldes de Barcelona que puso de moda Maragall, una charla de propuestas con veleidades estratégicas, que apenas tiene propuestas y que, desde luego, no suelen ser nada estratégicas. Un año es el biopol médico, otro la plaza Europa bis en Collblanc y este año, coincidiendo con el centenario de la ignominia que arrebató medio término municipal en beneficio del capitalismo rampante de la época, la reivindicación de la playa.

Es un absurdo, claro, más que una reivindicación simbólica. Que cien años después una alcaldesa de l’Hospitalet pida un trocito de playa junto a la Farola, en medio justo de las infraestructuras portuarias, resulta una ofensa para la inteligencia. Sobre todo porque no se lo cree nadie —no porque no fuera posible—, la principal doña Marín. Con esta ortopédica idea puede haber pretendido una de estas tres cosas, se nos ocurre. 1. Ponerse reivindicativa histórica por lo que fue una ruindad de las autoridades de la época. 2. Ponerse estupenda con las autoridades del Consorcio para mostrar una punta de ingenio, que siempre es bonito. 3. Jugar al despiste porque ya no tenemos idea alguna.

Lo lacerante es que, en cualquiera de los casos, no es creible. A la alcaldesa Marín, la historia de la ignominia le trae sin cuidado. Si hubiera sido ella a quien le hubiera tocado negociar la pérdida de la Marina de l’Hospitalet, viendo lo que ya hemos visto, lo máximo que habría pedido es que la Zona Franca de Barcelona se llamara de Barcelona y l’Hospitalet y que se la invitara como una más cada vez que la Zona Franca tuviera un evento. Eso, exactamente, ha hecho con la Fira de Barcelona, permitiendo que miles de metros cuadrados de territorio hospitalense —y los que se van a añadir—, se use en exclusiva para certamenes feriales, con la importante condición de que la lleven a ella a las inauguraciones. Si, claro, se nos dirá que la Fira supone millones de ingresos para el presupuesto municipal y millones de negocio para las empresas. Millones y millones, a cambio de suelo público imprescindible para el desarrollo de la ciudad más saturada de Europa que va camino de convertirse en la más saturada del mundo. ¿O quizás es que no necesitamos y necesitaremos más parques, más escuelas, más equipamientos diversos “públicos”? La Fira debe generar millones —también alguien nos tendría que explicar cuánto dinero público va a los eventos como el Mobile, por ejemplo— y la alcaldesa afirma que esos millones sirven para mejorar la vida de la gente. No tengo dudas. Esos millones mejoran la vida, sobre todo, de quienes manejan el presupuesto público, los cargos electos y las decenas de muy bien pagados asesores del partido que también son gente (tengo que escribir sobre todo eso). Pero de muy pocos más. De muy pocos hospitalenses más. De unas cuantas empresas de la ciudad, ciertamente. Pero esas empresas de la ciudad que son las que verdaderamente se lucran con los eventos de la Fira, ¿son de los hospitalenses, o son grandes empresas de grupos radicados fundamentalmente en Barcelona y en el resto del mundo?. Y, por otra parte, el dinero público debería servir, por lo menos, para evitar la desaparición del patrimonio, fuera público o privado. ¿Cuántos cines se han convertido en edificios de pisos y se han perdido para la ciudad, por ejemplo? ¿Por qué el ayuntamiento no ha impedido esos derribos comprando los inmuebles, por ejemplo?

Si, por el contrario, de lo que se trataba es de ponerse estupenda con la gente del Consorcio ¿Por qué no pedirles de una puñetera vez la incorporación del ayuntamiento de l’Hospitalet a ese organismo, con todos los atributos del resto de corporaciones que lo forman? ¿Qué pasa, que eso no sería demostrar ingenio, sino genio? ¿Por qué no pedir desde dentro una revisión global del territorio del Consorcio y del Puerto de Barcelona para racionalizar las funciones, los espacios y las compensaciones por las servidumbres que se derivan de una utilización de los recursos y de los beneficios a favor sólo del sector empresarial? ¿A quien da miedo que se conozcan las previsiones de futuro que manejan a medias el Consorcio y el Puerto a espaldas de todos los demás, especialmente municipios y entidades sociales?

Si no se trataba ni de defender la triste historia hospitalense, ni las reivindicaciones de peso y de futuro sobre lo que nos arrebataron —la ignominia, amigos—, entonces es que se trataba de echar mano de un socorrido chascarrillo para compensar la ausencia de ideas. Porque eso si parece real. Más allá de ese binomio incandescente: “construir y destruir” —construir edificios de viviendas y destruir todo lo que no se pueda convertir en edificios de viviendas— que forma parte del ADN del PSC de la ciudad, no parece que hayan nuevas ideas. Casi mejor…

Morir de hambre

La prensa combativa de los años 80.

15 de enero 2020

No tengo el gusto, pero me han dicho que es joven, colega y con tres istas a cuestas, que son bastantes: activista, feminista e indepe. No sé si yerro. En cualquier caso es lo que me han dicho y estos istas no son para avergonzarse. Habla con la presidenta del chiringuito que me deja escribir y le cuenta lo difícil que es opinar en Hospi y para Hospi, poniendo tu firma al final de los escritos. Le parece que es normal que el Candelas firme como el Candelas porque no se cree que Luis Candelas exista en realidad. Se asome al guguel y verá que hay un abogado famoso en Ronda, una de las cunas del bandolerismo patrio, que se llama exactamente como yo. Lo suyo sí que es pedigrí: llamarse Luis Candelas en Ronda y ser abogado de los imposibles, no como yo, que me llamo Luis Candelas por accidente y vivo sin vivir en mí, en esta ciudad que acoge, porque los nativos se empeñan en abandonarla pies para que os quiero.

Vivo sin vivir en mí, pero ya hace unos lustros. Para noticia de la colega joven y llena de ismos, existió una cosa en el año 82 del siglo pasado que tenía redacción propia en la calle Barcelona de Hospi y que se llamaba El Periódico del Llobregat. Salía cinco días a la semana, primero con bastantes páginas y luego con muy pocas, encartado en El Periódico mayor como consecuencia de la aparición súbita de la edición catalana de El País que consideró que instalar una redacción en Cataluña lo convertiría no solo en el mejor, sino en el más vendido períodico catalán. Los avispados mandamases del Periódico de entonces, que habían crecido de la mano de la información comarcal, con corresponsales en las principales ciudades catalanas, estaban sumidos en el canguelo y consideraron que lo único que podría parar el descenso de ventas previsible, era abrir tres periódicos metropolitanos en la corona barcelonesa. Tres periódicos comarcales dentro de El Periódico de Catalunya, uno de los cuales en una comarca (el Baix Llobregat) y en una ciudad (Hospi) que se habían distinguido entre los años 1971 y 1981 por mantener una información exhaustiva, crítica, regular, atrevida y encajada en el pálpito social, como no existía ni se había visto en el resto del país.

El País no consiguió los índices esperados y El Periódico mantuvo e incrementó ventas gracias a que, en la corona barcelonesa, especialmente en el Baix Llobregat y l’Hospitalet, la genta compraba El Periódico porque dentro estaba la información que le interesaba: la que ofrecía el casi diario que hacían en la calle Barcelona, cuatro pelagatos entusiastas y unos cuantos opinadores voluntaristas. No voy a explicar los misterios de aquel milagro. Solo diré que una de las columnistas era Berta Padró, alter ego de mi buen amigo Ignasi Riera, hoy más madrileño que yo mismo. Como que Riera tenía el vértigo de la política entre sus grasillas, la señora Padró dejó libre su columna y la directora de entones, la querida Maria Soldevila (y el querido Jaume Gras), contactó con el amigo Candelas que se dedicó a hacer una columna diaria todos los días del año incluidas vacaciones y días de guardar hasta que los sabios de El Periódico le dieron puerta al proyecto, consolidada ya la edición global.

Por aquellos días le hicieron al Candelas una entrevista en la radio porque el tipo no se dejaba ver. Y dijo la verdad: que era un pájaro con una sola pluma y muchas cabezas. Específicamente porque solo escribía uno, pero era la redacción en pleno la que sugería el tema del artículo diario. El Candelas fue el sucesor de la señora Padró que instaló el seudónimo. Y desde entonces, el Candelas ha escrito en El Llobregat que editó Disprensa, en el Nou Llobregat que editó Edicions Comarcals, SL, alguna cosa en la edición del Ciero que se hizo también por aquí y ya no recuerdo si en más sitios, hasta aterrizar en La Estrella. ¿Un millar de artículos? Podría ser. 

O sea que el Candelas reconoce que opinar en Hospi (y en el conjunto de la comarca) siempre ha sido difícil, pero no fue esto exactamente lo que le llevó a escribir con su nombre. Fue una risa, no fue un miedo. De hecho, hay unos cuantos colegas del Candelas que llevan firmando hace años con su nombre y apellidos y por eso sé que lo que intuye la colega es cierto del todo. En Hospi, en el Baix Llobregat, en el resto de Catalunya, probablemente en el conjunto del país, es muy difícil opinar con libertad y no sufrir las consecuencias. La diferencia con este pequeño territorio nuestro (comarca y ciudad) es que aqui el poder es un monopolio y la oposición también y si estás con ellos comes, pero si estás frente a ellos (no hace falta estar contra ellos) te matan de hambre. 

Así que, colega, joven y cargada de ismos, haces bien en ser discreta y lista, porque de los prudentes será el reino de los cielos. Algunos ya no estamos a tiempo porque renunciamos a la prudencia cuando todavía existían los sueños.

Por cierto, aquí no hay diferencias entre los poderes y las oposiciones. Para los opinadores libres todos se sienten adversarios. Y con honrosísimas excepciones, todos matan de hambre.

La ciudad saturada y sin historia

Can Trinxet: lo que pudo haber sido y se ha perdido.

15 de octubre 2019

En contra de lo que algunos han afirmado, la preocupación por la preservación del patrimonio histórico de l’Hospitalet no surgió a raíz de los desvelos por los últimos vestigios del Canal de la Infanta que quedaban y que se redescubrieron tras la cesión del cuartel de la Remonta a la ciudad. En realidad, las primeras inquietudes por recuperar y proteger el patrimonio histórico se produjeron muy tempranamente, justo cuando el primer ayuntamiento democrático, en torno a 1980, se planteó un catálago de edificios históricos que debían preservarse del desprecio en que había caído la historia de la ciudad. No existía entonces ni siquiera el Centre d’Estudis de l’Hospitalet que luego ha hecho una encomiable tarea de recuperación de la memoria a todos los niveles. Aquel primer toque de atención surgió del interés histórico de un conocido escritor de la ciudad, Joan Casas, ejerciente entonces de investigador documental, que supo sensibilizar a una parte del consistorio e involucrar en la reflexión a un conocido arquitecto entonces residente en la ciudad, Ferràn Navarro, y al periodista Jesús Vila, quienes se pusieron manos a la obra para redactar un compilatorio de alegaciones al pre-proyecto de Plan Especial de Protección y Conservación del Patrimonio Histórico de l’Hospitalet, que se estaba preparando, y del que más tarde surgiría, en 1983, un proyecto previo de Plan Especial de Protección del Patrimonio Arquitectónico, aprobado definitivamente por el Ayuntamiento pleno en 1987.

El Plan del 87, que no deja de ser un estudio voluntarioso de protección radical del patrimonio conservado en la ciudad hasta aquella fecha después de años de destrucción y de olvido, fue reelaborado en 1997 a través de un trabajo más técnico encabezado por un equipo de arquitectos y de historiadores que tenía la ventaja del rigor académico pero la desventaja evidente de su distancia con respecto a la ciudad.

Aquel PEPPA del 97 se aprobaba ya en el marco de un consistorio renovado, con un nuevo alcalde, Celestino Corbacho, que estaba predispuesto a innovar en el ámbito urbanístico, pero todavía algo alejado de sus ensoñaciones estratégicas de ciudad. Estaba todavía en puertas de pretender diseñar una nueva ciudad allí donde se podía —es decir, donde había espacio libre— olvidándose de la ciudad saturada y llena de conflictos y necesidades que heredaba. Estaba en el origen, la ciudad de dos velocidades que luego se ha consolidado con el desarrollo de la plaza Europa y adyacentes —pero no solo—, junto a la ciudad sobresaturada del norte, cada vez más vacía de los obreros de los 60 y más llena de los inmigrantes de los 90.

Aquel PEPPA del 97 que todavía conservaba una buena parte del espíritu reivindicativo del Plan de 1987, sería releído en el 2001 ya con los instrumentos del corbachismo urbano en plena vorágine. O sea, de las primeras cosas que diseñó Corbacho, la Agència de Desenvolupament Urbà (ADU), fue sin duda el motor del cambio, el surrealista instrumento de la revolución urbana, dispuesto a arramblar con todo aquello que estorbara para el diseño de la ciudad de relumbrón con la que Corbacho soñaba.

A la sazón, el PEPPA del 2001, lo dirige ya Antoni Nogués, el abogado urbanista que llenó l’Hospitalet de miles de nuevas viviendas, al frente del equipo técnico del ADU, que sigue ocupando y saturando todos los espacios libres que quedan en la ciudad. Ese mismo ADU que ha diseñado los miles de pisos que habrá en el antiguo solar de la Cosme Toda, en los miles de metros cuadrados que se han liberado para la edificación de edificios en la Avenida Carrilet, en los miles de metros cuadrados que se han proyectado para la construcción de bloques en la Rambla Marina, en los miles de metros cuadrados que ya se han ocupado en los antiguos terrenos libres del cuartel de la Remonta, el que ha dado permiso para construir a escasos metros de la vía del tren en la Avenida Josep Tarradellas, el que dio permisos para saturar la zona de Can Trinxet a lado y lado de la carretera de Santa Eulalia, es el mismo ADU que en el 2001 reelaboró el PEPPA y es el mismo ADU que está preparando el terreno para el nuevo PEPPA de la ciudad saturada y sin historia del siglo XXI.

Ya en el 2001, el PEPPA de Nogués, explicaba que había que ser realistas. Que los PEPPAS anteriores eran unos proyectos bienintencionados pero totalmente sobrepasados y caducos, porque de las 149 unidades de protección que fijaba —es decir de los 149 conjuntos catalogados a proteger— 100 se habían ido suspendiendo total o parcialmente desde 1987 y sólo quedaban vigentes 49. Es decir, si ya la historia hasta 1979 había sido bien triste en la ciudad porque sólo se habían previsto proteger 149 conjuntos de los miles de edificios levantados, desde que hay consistorios democráticos en la ciudad no solo no se ha avanzado en protección sino que se ha retrocedido considerablemente: hay muchos más edificios y mucho menos catálogo a preservar para el futuro.

Desde el 2001, aquellos 149 conjuntos se convirtieron en 111 que son los que existen ahora, de modo que desde 1987 se han perdido 38, casi tres objetos de protección por año. Si a ello se le añade la desidia —lo que queda de Can Trinxet, por ejemplo, da pena—, el desinterés por preservar —han sido los vecinos quienes más se han interesado por el Castell de Bellvís— y la falta de respeto por la historia —si el patrimonio molesta, simplemente se elimina— tenemos un panorama más bien desolador. Nada, sin embargo, que no conozcamos bien con esta ralea.

A la sazón, todavía duele recordar lo que costó negociar con los propietarios de Can Preciós para comprarles la masía cuyos antepasados tuvieron el pésimo olfato de construir justo donde décadas después los sabios urbanistas de la ciudad dibujaron la prolongación de la Rambla Marina para encontrar a la de Just Oliveres. Se compró la masía, una de las escasas que se mantenían todavía en pie y en buen estado en la zona de Marina —cuajada todavía a principios del siglo XX de múltiples ejemplos— y simplemente se arrasó para hacer un paseo. El desprecio de la historia sobre el diseño urbano. El desprecio de la historia para quienes jamás serán historia.

Y ojito al PEPPA siguiente…

¿Pero hay pisos vacíos en Hospi?

Doña Elsa y doña Núria, de acuerdo en todo.

15 de septiembre 2019

Hace ahora casi un año que la alcaldesa Marín y la que entonces era Consellera de Presidència de la Generalitat, Elsa Artadi, se reunían en l’Hospitalet para firmar un convenio por el cual el Ayuntamiento se encargaba de detectar e inventariar los pisos vacíos de la ciudad para que definitivamente en l’Hospitalet dejará de haber “casas sin gente y gente sin casa”. La propia alcaldesa reconocía por esas fechas que había en la ciudad un millar de casas vacías y más de 300 familias pendientes de una vivienda con alquiler social y que era urgente, lo más urgente, poner coto a esta injusticia. Cuando escribo estas líneas, hace 46 días que una mujer y su hijo de seis años viven y duermen en una tienda de campaña a las puertas del ayuntamiento, sin que la alcaldesa Marín y su flamante equipo de bien pagados concejales hayan resuelto el problema.

Ingrid y su hijo fueron desahuciados el 31 de julio porque la propietaria del inmueble donde encontró refugio, Kutxabank, se negó a facilitarle un alquiler social en un piso que llevaba vacío hasta que Ingrid y la PAH lo ocuparon tras otro desahucio por impago de alquiler. Ingrid se quedó sin empleo tras una subida de alquiler unilateral y no tuvo alternativa hasta que la PAH le consiguió un techo que ahora nuevamente la justicia le ha negado. Las leyes están para que se cumplan. Exactamente para que las cumplan algunos y las puedan incumplir otros, porque la Ley 24/2015 que nació tras los escándalos de la crisis, dice en uno de sus artículos que “las administraciones públicas tienen que garantizar en cualquier caso el realojo adecuado de las personas y unidades familiares en situación de riesgo de exclusión residencial que estén en proceso de ser desahuciadas de su vivienda habitual, para poder hacer efectivo el desahucio”. A la vez que impide que se abandone en la vía pública a cualquier familia con menores a cargo.

La verdad es que Ingrid está en la calle con un hijo de seis años y el Ayuntamiento, que ve el problema cada día, es incapaz de resolverlo. El teniente de alcalde de Espacio Público, Vivienda, Urbanismo y Sostenibilidad, Cristian Alcázar, de “la familia que nos gobierna” como pudimos leer este verano en estas mismas páginas y que tiene un sueldo de más de 70.000 euros brutos (por encima del salario de los ministros) sin contar dietas y suplementos por asistencia a reuniones y a plenos, afirmó que para el Consistorio la solución es imposible porque solo hay 326 pisos de alquiler social, todos llenos, y hay más de 300 familias en espera.

¿Y el acuerdo de hace un año para detectar pisos vacíos en manos de la banca?. ¿Y esos 1.000 pisos vacíos ya reconocidos y detectados sobre los que resultaría imprescindible un papel activo de mediación municipal para conseguir alquileres pagables?. ¿Y las multas que la propia ley prevé para las entidades que sustraen esos centenares de pisos al mercado libre de alquileres? ¿Y el compromiso municipal de 2016 de perseguir a esas entidades bancarias en la ciudad —“con contundencia”, dijo la señora Marín entonces— y obligarlas a la cesión forzosa y por tres años de los inmuebles vacíos de aquellas entidades que se cierren en banda a entregarlos, como prevé la ley de emergencia habitacional?

Para Alcázar, demostrar que un piso está vacío, no es tan fácil, como él mismo declaró a la prensa no hace mucho. Quizás que mire el piso donde vivía Ingrid, tapiado tras echarla a la calle el 31 de julio. Ese debe de estar bien vacío. Puede que eso de descubrir pisos vacíos sea un trabajo excepcional que es incapaz de detectar alguien que cobra más de 1.000 euros netos a la semana. Con menos de 40 años y toda la vida laboral vinculada al PSC (menos dos años de cajero en Carrefour, parece) al amigo Cristian le tiene que costar ponerse en la piel de un ciudadano que apenas puede pagar 300 euros al mes para vivir bajo techo.

Hace unos días, Ingrid y 30 activistas de la PAH, intentaron —sin éxito— entrar en el Ayuntamiento para reclamar una solución. La guardia urbana lo impidió, claro. A lo mejor, si en lugar de ser treinta fueran trescientos, o tres mil, el amigo Alcázar y la insigne Marín afinarían la vista y verían más pisos sin gente y más, a la gente sin piso.