CARLOS GALVE (activista i peixater)
Acabo de leer la noticia de la remodelación que parecer ser va a tener “La Bòbila”. La memoria es incandescente mientras conserva su don y la llama del recuerdo. El pasado tiene un cierto tinte melancólico. Es muy gelatinoso, tiene el riesgo de aparentar ser mejor que el presente y eso a los jóvenes les produce un poco de sordera e indiferencia. Lo útil es explicarlo mientras sea posible, para ayudar a evitar el olvido y a mejorar también, si es posible, el futuro.
En los años 70, el gran espacio que ocupaba aquella enorme zona abandonada, era un espacio con restos de la antigua fábrica de ladrillos rojos, bòbila en catalán. Parecía una ciudad abandonada y destruida como si hubieran pasado los siglos o hubiera sido bombardeada. Era un solar que parecía inmenso. La lluvia formaba zonas de charcos. Los niños jugaban a mil juegos y aventuras. Recuerdo la muerte de un niño al poco tiempo de llegar al barrio. Me impactó de tal forma, que el tiempo no lo borra. Cayó en unos de los antiguos pozos o huecos que aún se mantenían en lo que habían sido los hornos donde cocían las piezas geométricas que servían para levantar edificios.
El barrio de Pubilla Casas estaba en fase de construcción y crecimiento. Había núcleos consolidados como el mercadillo de Can Vidalet o el palacio de la Pubilla Casas. Como explica Ireneu Castillo, el barrio de Pubilla Casas tenía vocación de ser la zona residencial de l’Hospitalet. Transformó su ilusión de barrio chic, a un barrio de una relativa y rápida construcción para acoger a la mayoritaria emigración que llegaba a Cataluña desde los años 60.
No puedo evitar recordar, al pasar frente La Bòbila. También confieso que se me hace un nudo en la garganta. Ese espacio existe porque los vecinos que formábamos parte de la Asociación de Vecinos durante esos años nos empeñamos unitariamente en parar la especulación de los constructores que tenían pactadas las licencias de obra que debía conceder la Administración Local para construir bloques de pisos. Era una zona enormemente saturada y densa, víctima ya entonces de una evidente ausencia de espacio libre para sus habitantes.
La historia de la lucha para conseguir el espacio de La Bòbila tiene poca literatura. La diversidad ideológica y social que había en la Asociación de Vecinos era tan grande y plural, que nadie se ocupó ni se atrevió a hacerse suyo el éxito que significó parar la construcción. Nos enfrentamos al Ayuntamiento. Nos enfrentamos a la policía. Derrumbamos las vallas que iban colocando repetidamente. Llamábamos con megafonía por todo el barrio a la movilización y a las convocatorias de las asambleas de vecinos. Expropiamos tablones de obra para construir un escenario para hacer la primera Fiesta Mayor del barrio. La organizamos con los recursos económicos y humanos de los vecinos. Los que participamos en esta acción teníamos claro cuál era el objetivo. Trabajamos duro para frenar una barbaridad.
Lo más importante que conseguimos fue que los vecinos se hicieran suyo ese espacio. Ese fue el mayor éxito. Se paró la construcción, y además logramos que los escépticos e indiferentes se apuntaran el tanto como si fuera suyo: el éxito de la reivindicación. Siempre, o casi siempre, las iniciativas van por delante de las Administraciones. Algo un tanto cínico y decepcionante pues, en principio, nos consideraron locos, utópicos y radicales.
El solar de la bòbila. Hoy, la plaza de La Bòbila tiene la luz del arco iris. Fue, es y será, un ejemplo de la lucha anónima y unitaria de unas cuantas personas apasionadas de la Asociación de Vecinos de Pubilla Casas. La Bòbila fue un éxito. El éxito de todos de tener un sueño, convertido hoy en espacio libre común. Un rasgo de dignidad vecinal: merece la pena no olvidarlo. Hoy y siempre.