Carlos Galve Farré (activista i peixater)
Acabo de salir de una reunión de expertos. De una “taula” del Ayuntamiento de l’Hospitalet, mi amada ciudad. Estoy indignado. Por la ventana, desde mi caja de cristal, veo las Urgencias del Hospital de Bellvitge y del mundo. Mientras pienso en mi ciudad, conecto las noticias y reiteran que setenta y tres millones de ciudadanos han votado a favor de un individuo sospechoso de ser un pseudo fascista que cuestiona los derechos humanos de millones de seres humanos.
Aunque parezca que no tenga nada que ver, me preocupa que durante cuarenta y cinco años gobierne el mismo partido en mi ciudad. La situación política de EEUU no es igual que la de l’Hospitalet. Siempre he defendido que los votantes tienen sus razones y reitero mi respeto a la democracia. No la considero igual porque la degradación política que nos llega de América está ya consolidada y es de una incongruencia política y social de dimensiones abismales.
Volviendo a l’Hospitalet, me preocupa la impasibilidad de los ciudadanos frente a la política, pero me preocupa mucho más la indiferencia o la prepotencia de los que la gobiernan. En la puerta del edificio consistorial es como si hubieran instalado una cortina invisible que impide considerar el Ayuntamiento como la casa de todos. En los bares crece la tesis: “todos los políticos son iguales”. Los grupos políticos te escuchan como posibles clientes y, mientras tanto, la extrema derecha aprovecha perfectamente la apatía y la indiferencia de la gente por la política.
Sueño que l’Hospitalet continúe siendo la ciudad acogedora con los nuevos ciudadanos que día a día configuran el nuevo vecindario. Hay mucho trabajo para explicar qué hacer con el nuevo l’Hospitalet del siglo XXI. Quizás es por la edad, pero me gusta compartir con gente crítica, la inocencia de la utopía.
Como decía Lenin “qué hacer” contra la distopía, contra el absurdo de una sociedad que camina hacia lo contrario de la justicia social. Pensar en global y actuar localmente. Sin saber muy bien por qué empiezo a escribir esta reflexión: la probabilidad de que una persona determinada, incluido yo, sea estúpida, es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. Sinceramente, creo que la estupidez es tan humana como la sabiduría. Se puede ser iluso o incauto, reflexivo o inteligente, cabrón o malvado y, finalmente, se puede ser bobo o estúpido.
Las cuatro categorías son susceptibles de emerger en el mismo individuo en diferentes momentos de su vida. Son la cara y la cruz de la misma moneda. La estupidez es directamente proporcional a la incapacidad y a la falta de voluntad de mantener la nitidez del espejo donde nos vamos mirando cada día de nuestra vida. Me resisto a la tesis: hay seres que nacen y mueren estúpidos. La evolución se centra bajo mi punto de vista en ir intentando minimizar, al máximo posible, la estupidez. A veces, la lentitud se hace desesperante pero no es nada frente a la inmensidad del tiempo.
Los humanos vemos, fácilmente, “la mota en el ojo ajeno, y no vemos la viga, en el propio”. El viejo proverbio bíblico de San Mateo es una antiquísima lección/acción que las personas vamos repitiendo durante el transcurso de nuestra historia. El relato de los siete pecados capitales es sugerente para creer que la estupidez podría ampliarlos a ocho. Es cierto que la soberbia cruza todos los siguientes. Antes decíamos pecado y ahora creo que hemos evolucionado y decimos, actitudes o comportamientos.
Considero esencial contextualizar el entorno para pensar en los aspectos estúpidos de los comportamientos humanos de nuestros días. Reiteradas veces me cuesta entender, por qué un gran número de conciudadanos en Occidente y sobre todo en mi ciudad, eligen opciones económicas, políticas y sociales que marcan la tendencia precisamente hacia la debilidad y el riesgo de pérdida de derechos humanos, que son básicos.
La Salud y la Educación son esenciales, hay otros derechos opcionales importantes como el divorcio, el aborto o el derecho a elegir tu sexualidad entre muchos más. Uno de los más trascendentes es el de la igualdad de género. Parece como si hubiera sido fácil. Esos derechos parecían banales y utópicos, pero hoy, en Occidente, están irradiados en la mayoría de la sociedad. Derechos que han costado sangre sudor y lágrimas.
Me inquieta y por ello me atrevo a hablar del aumento de la estupidez, el aumento del desprecio a la democracia y, sobre todo, la intransigencia y la fragmentación de lo que llamamos —para entendernos— la izquierda a la izquierda del partido socialdemócrata.
Las diferencias entre ideologías creíamos que habían superado el riesgo de perder la democracia. No es así. La pseudo dictadura tanto política como económica de la democracia capitalista, limita los derechos básicos, los individuales y los colectivos. Los medios actúan con características gobbelianas. Una mentira repetida mil veces se convierte en una gran verdad.
Me llamaron la atención y comparto, varias reflexiones de sendos pensadores. Einstein decía: “hay dos cosas infinitas: una es el universo y la otra la estupidez humana”. Borges pensaba que “las tiranías aumentan la estupidez”, y otro decía: “Son más peligrosos los estúpidos que los malvados”.
Uno de los aspectos que más me han llamado la atención a lo largo de mi vida ha sido la reiterada evidencia de la utilización del currículum académico para enmascarar la estupidez. Si observamos el mundo, está gestionado generalmente por individuos formados en prestigiosas universidades llenas de luz y sabiduría. Es muy excepcional que un individuo inteligente y sin formación académica, llegue a tener reconocimiento para ser el que decida y proponga estrategias políticas o económicas.
Hoy tenemos en las presidencias de países poderosos a individuos indiscutiblemente muy bien formados, pero radicalmente estúpidos. Es muy grave, pero lo más grave es que están elegidos aparentemente a través de un ejercicio democrático; aunque la democracia sea de dudosa calidad, es democracia. Las votaciones son públicas. No me imagino un fraude colectivo, parece ficción, pero con la IA un día quizás podría llegar a ser posible. Lo evidente del siglo XXI será la tendencia de las próximas opciones políticas de un indiscutible retroceso en libertades individuales y colectivas.
Solo las de los poderosos serán mayores. Aunque parezca un contrasentido, los débiles, los esclavos, son los que consolidan al poder económico para retroceder y despreciar avances que ineludiblemente se volverán a reivindicar en el futuro.
Los avances son dos pasos adelante y uno atrás. Es una indiscutible actitud o comportamiento social estúpido. Estamos en el paso atrás. Manifiestamente estúpido e inexorablemente humano. Así es la evolución. ¿Igual será verdad el proverbio, que un tonto echa a perder a un pueblo? ¿O es una estupidez?