Morir de hambre

La prensa combativa de los años 80.

15 de enero 2020

No tengo el gusto, pero me han dicho que es joven, colega y con tres istas a cuestas, que son bastantes: activista, feminista e indepe. No sé si yerro. En cualquier caso es lo que me han dicho y estos istas no son para avergonzarse. Habla con la presidenta del chiringuito que me deja escribir y le cuenta lo difícil que es opinar en Hospi y para Hospi, poniendo tu firma al final de los escritos. Le parece que es normal que el Candelas firme como el Candelas porque no se cree que Luis Candelas exista en realidad. Se asome al guguel y verá que hay un abogado famoso en Ronda, una de las cunas del bandolerismo patrio, que se llama exactamente como yo. Lo suyo sí que es pedigrí: llamarse Luis Candelas en Ronda y ser abogado de los imposibles, no como yo, que me llamo Luis Candelas por accidente y vivo sin vivir en mí, en esta ciudad que acoge, porque los nativos se empeñan en abandonarla pies para que os quiero.

Vivo sin vivir en mí, pero ya hace unos lustros. Para noticia de la colega joven y llena de ismos, existió una cosa en el año 82 del siglo pasado que tenía redacción propia en la calle Barcelona de Hospi y que se llamaba El Periódico del Llobregat. Salía cinco días a la semana, primero con bastantes páginas y luego con muy pocas, encartado en El Periódico mayor como consecuencia de la aparición súbita de la edición catalana de El País que consideró que instalar una redacción en Cataluña lo convertiría no solo en el mejor, sino en el más vendido períodico catalán. Los avispados mandamases del Periódico de entonces, que habían crecido de la mano de la información comarcal, con corresponsales en las principales ciudades catalanas, estaban sumidos en el canguelo y consideraron que lo único que podría parar el descenso de ventas previsible, era abrir tres periódicos metropolitanos en la corona barcelonesa. Tres periódicos comarcales dentro de El Periódico de Catalunya, uno de los cuales en una comarca (el Baix Llobregat) y en una ciudad (Hospi) que se habían distinguido entre los años 1971 y 1981 por mantener una información exhaustiva, crítica, regular, atrevida y encajada en el pálpito social, como no existía ni se había visto en el resto del país.

El País no consiguió los índices esperados y El Periódico mantuvo e incrementó ventas gracias a que, en la corona barcelonesa, especialmente en el Baix Llobregat y l’Hospitalet, la genta compraba El Periódico porque dentro estaba la información que le interesaba: la que ofrecía el casi diario que hacían en la calle Barcelona, cuatro pelagatos entusiastas y unos cuantos opinadores voluntaristas. No voy a explicar los misterios de aquel milagro. Solo diré que una de las columnistas era Berta Padró, alter ego de mi buen amigo Ignasi Riera, hoy más madrileño que yo mismo. Como que Riera tenía el vértigo de la política entre sus grasillas, la señora Padró dejó libre su columna y la directora de entones, la querida Maria Soldevila (y el querido Jaume Gras), contactó con el amigo Candelas que se dedicó a hacer una columna diaria todos los días del año incluidas vacaciones y días de guardar hasta que los sabios de El Periódico le dieron puerta al proyecto, consolidada ya la edición global.

Por aquellos días le hicieron al Candelas una entrevista en la radio porque el tipo no se dejaba ver. Y dijo la verdad: que era un pájaro con una sola pluma y muchas cabezas. Específicamente porque solo escribía uno, pero era la redacción en pleno la que sugería el tema del artículo diario. El Candelas fue el sucesor de la señora Padró que instaló el seudónimo. Y desde entonces, el Candelas ha escrito en El Llobregat que editó Disprensa, en el Nou Llobregat que editó Edicions Comarcals, SL, alguna cosa en la edición del Ciero que se hizo también por aquí y ya no recuerdo si en más sitios, hasta aterrizar en La Estrella. ¿Un millar de artículos? Podría ser. 

O sea que el Candelas reconoce que opinar en Hospi (y en el conjunto de la comarca) siempre ha sido difícil, pero no fue esto exactamente lo que le llevó a escribir con su nombre. Fue una risa, no fue un miedo. De hecho, hay unos cuantos colegas del Candelas que llevan firmando hace años con su nombre y apellidos y por eso sé que lo que intuye la colega es cierto del todo. En Hospi, en el Baix Llobregat, en el resto de Catalunya, probablemente en el conjunto del país, es muy difícil opinar con libertad y no sufrir las consecuencias. La diferencia con este pequeño territorio nuestro (comarca y ciudad) es que aqui el poder es un monopolio y la oposición también y si estás con ellos comes, pero si estás frente a ellos (no hace falta estar contra ellos) te matan de hambre. 

Así que, colega, joven y cargada de ismos, haces bien en ser discreta y lista, porque de los prudentes será el reino de los cielos. Algunos ya no estamos a tiempo porque renunciamos a la prudencia cuando todavía existían los sueños.

Por cierto, aquí no hay diferencias entre los poderes y las oposiciones. Para los opinadores libres todos se sienten adversarios. Y con honrosísimas excepciones, todos matan de hambre.

Todo gris

15 de enero 2020

Tiene su cosa que la primera ciudad europea por su densidad urbana sea la última ciudad de Catalunya, por encima de los 120.000 habitantes, a la hora de reciclar sus residuos. Estamos hablando de l’Hospitalet, claro.  De los 947 municipios que hay en Catalunya, tan sólo 34 reciclan por debajo del 25% de los residuos que generan. Entre esos 34 está l’Hospitalet y, de la corona metropolitana, solo le acompañan otros dos, Sant Adrià del Besós y Santa Coloma de Gramenet que todavía reciclan menos que nuestra ciudad, en torno al 21%, mientras que nosotros reciclamos algo menos del 25%. De esos 34 municipios, todos ellos menores demográficamente hablando, solo hay otros dos del Baix Llobregat, Abrera y Cervelló, que reciclan en torno al 23% de lo que generan, y únicamente 12, de esos 34 reciclan menos que l’Hospitalet en número de kilos por habitante y año. Menos, de los 98 kg/habitante y año que reciclamos aquí. La media de Catalunya está en el 41,7% y la media global de Kg por habitante y año en 218 Kg. L’Hospitalet roza la mitad de la media de Catalunya, que es tanto como decir que estamos en la cola de la cola. Barcelona, sin ir más lejos, recicla el 38% de lo que genera con un volumen de más de 185 Kg por habitante y año, el doble de lo que los hospitalenses introducen en los contenedores que corresponden.

Resultan descorazonadoras estas cifras si las comparamos con el 90% que recicla Matadepera o el 87% que reciclan Tavèrnoles, Breda o Argentona. Descorazonadoras porque si en Matadepera, Tavèrnoles, Breda o Argentona se llega a esos niveles, no es porque los ciudadanos de esos municipios sean más limpios o más conscientes —que seguramente también— sinó porque la responsabilidad cívica que es ese ingrediente que se da por supuesto pero que no es innato, y que tiene mucho que ver con el sentimiento de pertenencia y el apego al entorno, difiere muchísimo de unas realidades a otras.

No son comparables, claro, porque ni Matadepera, ni mucho menos Breda o Argentona y no digamos ya Tavèrnoles, tienen que ver nada con la realidad hospitalense. Especialmente porque no se encuentran pegadas a Barcelona, ni nadie se atrevió jamás a comerse casi la mitad de su término municipal sin apenas resistencia como ocurrió en l’Hospitalet justo hace ahora un siglo. Sobre todo, porque pese a que algunas de esas poblaciones tienen el doble del término municipal hospitalense (Matadepera o Argentona), su población apenas llega a los 400 habitantes por Km2, mientras que en l’Hospitalet superan los 21.000. Todo eso hace que la gente de Matadepera o de Argentona, por ejemplo, se sientan hijos de ese territorio, lo amen, lo cuiden y lo preserven, sentimientos de responsabilidad cívica que se extienden a sentir lo mismo por su comarca, por su país y, extendiéndonos a lo global, por su planeta. És evidente que los ayuntamientos de esas poblaciones han hecho campañas de reciclaje y han puesto los recursos y los medios. Han hecho seguimiento y alientan a un consumo responsable y a un uso adecuado de los residuos que se generan, pero trabajaban con muchas ventajas: las que se deducen del cuidado del entorno, de un urbanismo cabal con las necesidades y con los recursos.

La realidad hospitalense (y la de Sant Adrià y la de Santa Coloma) es muy distinta. Sobre las gravísimos perjuicios que ocasiona la consideración suburbial de un territorio, porque se encuentra aneja a una gran ciudad que tiende a expulsar sin orden ni concierto todo aquello que le molesta o le sobra, hay ciudades con más suerte que otras. Hay ciudades donde los naturales la sienten propia y donde los naturales se van yendo a medida que sus recursos se lo permiten. Ciudades donde ha habido resistencias y donde ha habido claudicación histórica. Ciudades donde los gobernantes han gobernado para mejorarlas y donde los gobernantes han gobernado para mejorarse, que son cosas bien distintas. Que eso ocurra en una legislatura, es grave. Que eso ocurra como tradición, es una condena.

Las consecuencias son que, en algunas ciudades, una ligera campaña de concienciación da resultados espectaculares. En esas otras ciudades, condenadas a la decrepitud histórica por sus condiciones y por sus gobernantes, las campañas suelen ser más lentas y menos contundentes, y los resultados menos elocuentes y satisfactorios. Hay muchos ejemplos de ello en el conjunto del país. Pero si encima no se hacen campañas, lo milagroso es que la ciudadanía consiga reciclar la cuarta parte de lo que genera. En ese sentido hay todavía vecinos de l’Hospitalet que sienten algo por su calle, que seguramente sienten algo por su barrio y que pueden llegar a sentir algo por su ciudad.

Pero no loolvidemos: la ciudad está llena de insensibles y despegados, gente que vive aquí pero que no se siente de ningún lugar, que le importa una mierda que la idem se coma el planeta, porque su realidad cotidiana, con solo asomarse a su propia calle, es gris. Gris como el talento de quienes debieran cambiarles la percepción. Gris como el futuro que les dibujan sus gobernantes.