18 de febrero, 2020
Llevo días discutiendo con mucha gente que critica la última propuesta realizada por la alcaldesa de L’Hospitalet en su conferencia anual en olor de multitudes y que ha acaparado la atención de todos los medios de comunicación. En esas acaloradas conversaciones que giran en torno a la ansiada playa hospitalense que Núria Marín ha proclamado reconquistar con el permiso de los municipios de Barcelona y El Prat y con el beneplácito del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona (CZFB), los descreídos alegan que la alcaldesa ha levantado una cortina de humo para que no se perciba que su discurso de los últimos años es reiterativo y carente de ideas nuevas, ya que reincide en la ansiada capitalidad biomédica en el área de la ampliación de la Gran Vía, insiste en la nueva expansión de la ciudad por el norte con un hospital y zonas deportivas a partir de la costosa construcción de un transformador que tendrá que pagar Endesa y el FC Barcelona, y vuelve a anunciar el soterramiento de las dos líneas ferroviarias que atraviesan la ciudad. “Ho tenim a tocar” cada año, dicen con sorna los detractores de la alcaldesa.
En esas discusiones de bar y escalera yo replico que la intención de la alcaldesa es noble porque lanza esa idea de reconquista de la playa precisamente en el centenario de la expropiación de los terrenos que ahora ocupan el polígono de la Zona Franca, Mercabarna y el puerto. Unos terrenos añorados de una superficie prácticamente del tamaño del actual municipio hospitalense y que se arrebató a nuestra ciudad en 1920 por 84.000 pesetas.
No conformarse con lo fácil
Esa porción que era de L’Hospitalet va desde la Ronda Litoral hasta el mar y desde el paseo de la Zona Franca en su trazo perpendicular hasta la costa, a un lado, hasta la ribera izquierda del último tramo del río Llobregat, trecho que fue desviado hacia el sur, en El Prat, y cuyos terrenos, ahora sin agua, esperan ser ocupados por la estación de mercancías portuarias con ancho de vía internacional para que puedan llegar los contenedores desde y hacia el Corredor del Mediterráneo.
La alcaldesa, lejos de reclamar lo más fácil, que sería la inclusión de la ciudad de l’Hospitalet en los órganos de gobierno del Consorci de la Zona Franca de Barcelona, una institución que explota los terrenos antaño de l’Hospitalet y que están dominados por el Ayuntamiento de Barcelona y el Gobierno de España, aunque también hay presencia de la Cámara de Comercio de Barcelona y de los sindicatos mayoritarios, Núria Marín opta por la quimera de la playa portuaria.
A los desafectos de Marín les digo que el efecto cortina de humo representa el deseo y voluntad de impresionar. No se trata de una maniobra que produce «mucho humo» pero contiene «poco fuego», porque ya dijo la alcaldesa que la playa se trata de un sueño, un deseo, prácticamente una utopía. De todos modos, hay que reconocer que, aunque involuntariamente, consiguió un efecto disuasorio a través de la adaptación real de las asociaciones del antiguo término municipal y el faro con el objeto deseado (la playa), lo que produjo un fuego persuasivo. En efecto, todos los medios cayeron rendidos ante la singular y seductora propuesta de Marín y dedicaron ríos de tinta, minutos de televisión y de radio bajo el encabezado de una futura playa de L’Hospitalet en el corazón del puerto barcelonés. Todo lo demás, la demora de los proyectos acariciados largo tiempo, quedó en segundo plano.
Trenecito turístico
Los incrédulos insisten en subrayar la imposibilidad de atravesar Mercabarna y el polígono industrial de la Zona Franca a pie con los trastos de la playa, y aún más la dificultad de instalar algún tipo de aparcamiento para los vehículos particulares porque literalmente no hay sitio entre los contendores portuarios junto al faro del Llobregat, antiguo símbolo de la ciudad cuando de verdad tenía playa. Yo confío más en que se habilite un trenecito turístico como tienen todos los municipios con playa y 16 hoteles como los que hay en la ciudad, para que vaya y venga desde la plaza del ayuntamiento al faro por entre las naves logísticas y fábricas para llevar a las las familias equipadas con todo tipo de hinchables y utensilios para jugar en la arena portuaria. Me lo discuten los incrédulos como si la realidad no soportara cualquier camino que se dibuje en el mapa.
El término cortina de humo se utilizó por primera vez en los campos de batalla en sentido literal, no metafórico como aluden los críticos de la alcaldesa. Los ejércitos quemaban paja para obstaculizar la visión del enemigo y, en la primera guerra mundial, cuando entraron en acción por primera vez los tanques o carros de combate, les precedía una espesa cortina de humo de camuflaje. Los hospitalenses más quejicas insisten en que el término cortina de humo pega mucho con el discurso de la alcaldesa porque hace referencia a una distracción generada con el objetivo de sacar el foco de atención de la opinión pública de lo repetitivo de sus discursos de los últimos años para así trasladarlo hacia otro lado: la playa imposible. ¡Qué carencia de sueños!
Felación presidencial y guerra
El término “vender humo” viene a significar lo mismo que la cortina, pero haciendo referencia a la sobreactuación de alguien que exagera para dar a entender algo que no es. En el imaginario cinematográfico ha quedado con indeleble huella la película estadounidense de Barry Levinson de 1997 titulada “Cortina de humo”, en la que la Casa Blanca desvía la atención de la opinión pública y del electorado inventando una guerra contra Albania que nunca existió, pero que conmovía a la población porque era retransmitida por televisión gracias al oficio de un excéntrico productor de Hollywood, contratado por un asesor presidencial que literalmente inventa el conflicto y lo alimenta con todo tipo de complementos.
Aquella película tiene mucha similitud con los casos reales de la felación de la becaria Lewinsky al presidente Clinton para ocultar el desastre de la invasión de Iraq. El ejemplo del film escrito por el gran dramaturgo David Mamet y protagonizado por Dustin Hoffman, Robert de Niro y Anne Heche, ha sido tomado por los expertos en marketing y comunicación que asesoran a políticos y empresarios como un caso en «manejo de crisis», es decir, un manual de cómo revertir una pésima imagen o un hecho para que la gente lo olvide lo más rápidamente posible. Como si en L’Hospitalet hubiera alguna crisis.
Crisis del modelo público-privado
Pero en l’Hospitalet no hay ninguna crisis. Máxime, entre quienes la gobiernan, que el pueblo ya se sabe que anda siempre un poco perdido en eso en llegar a final de mes. La alcaldesa gobierna con mayoría absoluta y tiene tiempo y capacidad suficiente para dedicarse a la segunda ciudad de Cataluña, a la presidencia de la Diputación de Barcelona, a la presidencia del PSC y a ser miembro del comité federal del PSOE, entre otros cargos, que haberlos, haylos. Los mismos detractores de la playa alegan que la crisis anida en la cancelación del Mobile World Congress, porque ha sido un gigantesco sapo que se han tenido que tragar todas las administraciones, es decir, el sector público que pagamos todos los ciudadanos a través de nuestros impuestos. Porque el amigo americano, el listo John Hoffman, que siempre hace carantoñas en público a nuestra alcaldesa, no piensa pagar ni un euro por haber cancelado el congreso que organiza GSMA, la patronal de las compañías tecnológicas que él preside y que está integrada en su mayoría por empresas estadounidenses.
En efecto, nuestras instituciones públicas van a tener que apechugar dolorosamente con las pérdidas del dinero de todos en el Mobile cancelado, porque GMSA alega razones de fuerza mayor (el pánico del coronavirus) para irse de rositas. Eso sí, ha prometido que el año que viene sí que volverá de nuevo el Mobile a L’Hospitalet. Una promesa que es eso, promesa, vista la cancelación de este año. Porque se avecina una gran cantidad de pleitos, dado que la clausura no será cubierta por el seguro, al no contemplarse el supuesto de alerta sanitaria. Pueden producirse centenares de pleitos, que se concentrarán en los juzgados de la Ciudad de la Justicia de L’Hospitalet y cuya evolución no facilitará la nueva edición del año 2021.
Daños colaterales
Para más inri, Hoffmann reconoció en la rueda de prensa del anuncio de la clausura, sentado junto a Nuria Marín, que no iba a negociar un año más con Fira de Barcelona para compensar el congreso perdido en 2020, mientras evitaba pronunciarse sobre el dinero público que aportan cada año las instituciones a la capitalidad mundial del Mobile. Una rueda de prensa en la que se reconoció que se perderá más de 60 millones de euros de facturación ferial este año, sin contar las pérdidas en los sectores hotelero, de restauración, transporte, alimentación, etcétera.
Núria Marín optó por encogerse de hombros y evitar realizar declaraciones, pese a que los medios municipales dirigidos por el ínclito Óscar Sánchez intentaron recoger la pesadumbre de la alcaldesa, como siempre hacen de forma muy diligente. A favor de Marín hay que decir que Ada Colau tampoco dijo nada sobre cómo se encajarán las pérdidas de dinero público de este desaguisado provocado por los amigos estadounidenses, ahora en guerra tecnológica con los chinos de Huawei. Mientras, L’Hospitalet y la Fira de Barcelona quedan como daños colaterales, ese funesto eufemismo que se utiliza de cortina de humo para ocultar a las víctimas inocentes.
Por Juan Carlos Valero