La luna y el dedo que la señala (a cuenta de Graells y cia)

No deja de resultar inquietante que el coro de incondicionales de la excelsa alcaldesa de la ciudad estén casi contentos de que Graells reconociera en el juzgado el otro día —por segunda vez, porque parece que ya lo había reconocido el verano pasado— que se llevó el ordenador de las trampas para tener pruebas fehacientes de lo que había averiguado desde las mismas tripas del tinglado. Los abogados, que saben mucho de formulismos, le han dicho a la alcaldesa que no se preocupe, que las pruebas están contaminadas y que lo que cuenta ante la justicia no es la verdad sino que la verdad, después de comprobarse, se pruebe, y que se pruebe pulidamente. La paradoja es una maravilla: se hace una trampa, pero el que quiere probar que se ha hecho una trampa lo tiene que hacer sin trampas porque si se hacen trampas para probar las trampas, las trampas que se han hecho y que han perjudicado a la colectividad, salen gratis.

Seguramente todo tiene mucho sentido y es moralmente irreprochable: esta feo hacer trampas y para demostrar que una cosa está fea no hay que imitarla, sino huir del mal ejemplo. Ahora bien, no se me ocurre de qué otra manera se podían conseguir los datos de la trampa como no fuera hacerse con los documentos que estaban en un ordenador. Bueno, se me ocurren otras maneras que no fueran llevarse el ordenador pero en el fondo venían a ser lo mismo: robar documentación es más lento que robar todo el ordenador donde está la documentación y, sobre todo, te puedes dejar en el alero cosas importantes. Eso lo sabe bien la policía, que no pregunta cómo le llega un objeto que demuestra un delito: suele mirar la luna y no el dedo que la señala.

Acusan a Graells de robar un ordenador, cuestión que es falsa desde cualquier punto desde donde se mire: nadie roba un ordenador para llevárselo a la policía. Graells no robó un ordenador: trasladó el objeto que contenía las pruebas de un posible delito, del despacho de los presuntos delincuentes al despacho de los necesarios investigadores del posible delito. Así que Graells puede ser cualquier otra cosa pero no se le puede tratar, en puridad, de presunto ladrón. Me cuentan los chicos de esta casa (lestaca.com) que intentaron conectar hace meses con Graells para solicitarle una entrevista y que no lo consiguieron: en prensa del ayuntamiento les dijeron que Graells no aparecía nunca por aquellos contornos, que no tenían autorización para dar datos sobre cómo localizarlo ni su teléfono o su correo electrónico y tampoco nadie de la oposición supo como conectarle para hacer de puente. Como tampoco se puede decir que Graells sienta muchas simpatías por esta casa, al final los chicos decidieron que si quería algo ya se pondría en contacto y si no, con decir como estaban las cosas, se estaba cumpliendo de sobras. Ahora Graells, en la misma semana de los interrogatorios, ha explicado su postura. Hay que felicitar a los colegas que han obtenido declaraciones porque hasta ahora el concejal repudiado ha sido prácticamente un fantasma: no acierto a saber si es que no quería piular, o es que le habían aconsejado hermetismo absoluto. De todos modos, lo que ha explicado a la prensa es lo que ya se sabía y que ya había declarado otras veces, ante la policía, ante el juzgado y ante algunos medios afines: que la corruptela le provoca sarpullidos, que su única finalidad ha sido denunciar las malas prácticas. Graells es, según sus propias palabras, un alma pura que, como máximo, se equivocó por no ser más exigente en sus obligaciones como concejal encargado del área en cuestión.

Tamaño acervo de dignidad debiera, no solo asombrarnos, sino ofrecernos suficientes argumentos para ponerlo en un pedestal: los políticos no suelen dar esa imagen inmaculada de ejemplaridad. Conmigo, Graells no ha conseguido ese encandilamiento: yo soy libre de no creérmelo, claro, y a él que se la repanfinfla…

Y explicaré por qué. Porque uno no se convierte en pureta de la noche a la mañana. Porque no hay puretas en política y porque para ser pureta hacen falta, al menos, dos ingredientes que el señor Graells no posee: ingenuidad y coherencia. No es ningún ingenuo, porque lleva mucho tiempo en el pesebre —y los ingenuos no soportan ver durante años los conflictos y las injusticias sin poder contribuir con su esfuerzo a atajarlas— y, no es coherente, porque sigue en el ajo como si nada.

O sea: denuncia a la alcaldesa por corrupción y se mantiene como concejal en su mismo grupo corrupto (presuntamente, claro). Graells debiera irse a su casa si fuera coherente. Pero como que además de no ser coherente está muy cabreado con los que fueron suyos, no se va por dos razones: la primera, porque hay que comer —y mientras su amigo Ernest Maragall no le encuentre otra cosilla, habrá que resistir— y la segunda, porque tiene en su mano la mayoría absoluta de Marín. Dimitir de concejal es hacerle un favor a la alcaldesa —porque le substituiría el siguiente de la lista— pero irse del grupo socialista, manteniéndose como concejal, supone renunciar al estipendio. Así que, pese a que está repudiado por los suyos, pese a que es un apestado, pese a que seguro que no le saludan —como él solía hacer cuando alguno osaba incomodarle— y solo aspiran a que desaparezca del ayuntamiento, Graells se ha convertido en un resistente, incómodo, cabreado, como el junco de la canción, al que van a doblar todo lo que puedan pero al que no conseguirán partir…

Los abogados de la alcaldesa quieren darle ánimos a su clienta porque van a pedir el archivo de la causa ya que Graells contaminó la prueba principal. Es decir: la cosa apunta a aquellas soluciones a la que esta justicia nuestra nos tiene tan acostumbrados. Se archivan muchas causas no porque no haya delito, sino porque el delito ha prescrito o porque hay un defecto de forma. La justicia solo aplica leyes, no dicta proclamas morales y esta sociedad en la que vivimos soporta la inmoralidad bastante mejor que la vulneración de la norma. Así que los abogados de la alcaldesa podrían llegar a conseguir que el delito quede sin condena pero no podrán eliminar la sospecha de que Marín amparó la corrupción. Una corrupción en apariencia, exhaustivamente investigada, donde sobran las evidencias de falta de transparencia y trasiego oculto de recursos.

Ya veremos. No creo que nadie sepa qué va a ocurrir. De modo que la espada de Damocles sigue sobre sus cabezas. Sobre las nuestras sigue la luna y el dedo que la señala…