La queja y la protesta

Algunos vecinos de LaTorrassa se tuvieron que reunir en la iglesia porque a otro vecino de la zona le molestan el ruido de las campanas.

Nos estamos convirtiendo en una sociedad de malcriados. En mis tiempos, un malcriado era un individuo consentido, descortés y maleducado y un sinfín de cosas más que ahora me parecen exageradas o vanas, así que me conformo con las que he citado. Desde luego, consentidos, en grado sumo. Lo digo porque no hace mucho me comentaron que en la pista del Centre Catòlic junto a la Rambla, no se puede jugar a básquet porque un matrimonio que habita en las inmediaciones no soporta el ruido de los partidos. Ahora, hace un par de días, los vecinos de La Torrassa se tuvieron que reunir en la parroquia porque a otro vecino de la zona le molestan las campanas de la iglesia de los Desamparados. Auguro que, dentro de nada, los vecinos de los bloques junto al Tanatorio entre l’Hospitalet Centro y Cornellá, detrás de la barbaridad de la Remunta, van a pedir que soterren el tren porque es un incordio que pasen tantas veces al día en las vías que tienen a 20 metros. Todo nos molesta, para todo queremos soluciones inmediatas, siempre hay alguien o algo a quien echarle la culpa de la insatisfacción individual o colectiva.

No digo que no tenga que ser así en muchas ocasiones. Es más, creo que en demasiadas circunstancias somos tolerantes en exceso y que deberíamos protestar bastante más. Ahora hay incluso quien matiza sobre la protesta o la queja porque a lo que se tiende en esta sociedad de consentidos es cada vez más a la queja y cada vez menos a la protesta, de manera que te puedes quejar desde el sofá un montón de veces, pero resulta del todo imposible protestar cómodamente sentado.

La familia del Centre Catòlic y los vecinos de La Torrassa se han quejado al Ayuntamiento y el Ayuntamiento parece que ha tomado cartas en el asunto, seguramente porque entiende bastante mejor la queja que la protesta y porque parece entender muy bien que las pistas de básquet hacen ruido y las campanas suenan a deshora, pero le cuesta más entender que no se puedan construir viviendas en las que apenas entra el sol o empadronar a recién llegados que reclaman derechos innatos.

Lo substancial de los ejemplos puestos… y los que vendrán, tiene que ver con la aceptación de realidades que ya estaban allí cuando nosotros llegamos o, todo lo contrario, hacer de nuestra llegada el principal motivo para cambiar realidades pre-existentes. La pista del Catòlic ya estaba allí cuando aquellos vecinos quejicas descubrieron que hacían ruido, del mismo modo que la iglesia y sus campanas ya existían cuando el vecino molestoso se fue a vivir a la zona. Igual que los vecinos de los bloques pegados a la vía del tren ya sabían, cuando compraron aquellos disparates, que el tren no desaparecería de la noche a la mañana.

De manera que si no quieres molestias, no te vayas a vivir a un sitio donde las vas a tener, porque las molestias estaban allí antes de que tu llegaras. Para todo hay magnitudes y es verdad que si te compras un piso al lado del tren es de suponer que no te vas a quejar de que suenen los raíles al pasar por allí, igual que si te compras una vivienda en una zona inundable, puedes imaginarte que un día u otro pisarás charcos.

Tendrás que compartir, eso sí, la responsabilidad. Porque no es lo mismo comprarte un piso al lado de una pista de básquet que ya estaba allí cuando tu naciste, que comprarte una vivienda en un barranco que se va a anegar cada vez que la madre naturaleza se cabree. La culpa de que haya viviendas en los barrancos, es de la Administración. La culpa de que tú la compres, es exclusivamente tuya.

Decía que para todo queremos soluciones inmediatas. Queremos que la pista de básquet deje de admitir chavales porque hacen ruido y lo queremos ya y queremos que las campanas dejen de sonar cuando molestan y no queremos que eso se alargue. Y queremos que una Dana que causa centenares de muertos y destrozos extraordinarios, calamidades sin fin y desabastecimientos tremendos se resuelva en una semana. Y si no se resuelve, es que nos han abandonado y nos han dejado a nuestra suerte. Es cierto que pagamos impuestos para tener un Estado protector, pero no es menos cierto que las catástrofes no se pueden digerir en un día. Como que tenemos un Estado protector hay quien se encarga de avisar que la catástrofe se acerca. Pero para que la catástrofe pase de largo hay que hacer caso de los avisos. Y en todo caso, de lo que hay que quejarse es de que los avisos no llegaron a tiempo, no de que el desastre tarde en desaparecer.

Así las cosas, insisto. Somos una sociedad consentida y somnolienta, impaciente y maleducada, irresponsable y caprichosa, capaz de reivindicar desde el sofá todos los derechos, pero incapaz de asumir en la calle todos los deberes, que quiere decir moverse cuando hay abuso de poder y ocultación de la realidad, mala gestión o negligencia y contenerse cuando el mundo parece que no responde a nuestros deseos más íntimos.

Lo peor que se puede hacer es responder a los caprichos, porque responder a los caprichos es hacerlos inacabables. Hoy molesta una pista de básquet o una campana, mañana molestará el ruido de la lluvia sobre un toldo y pasado mañana el murmullo de las palomas en una cerca. Sería mucho más razonable, y justo, no dar permisos de edificación a bloques como los de Cosme Toda o en zonas inundables, pero para eso no hay Comisiones de Mediación ni zarandajas gestuales. Lo que cuenta es el negocio.