El comercio de la alimentación en L’Hospitalet: la moratoria necesaria

Imagen del mercado de Collblanc.

Carlos Galve (activista i peixater)

Para explicar por qué me parece que el pequeño y mediano comercio de perecederos es necesario, utilizaré una experiencia a modo de ejemplo. Durante los años 2012-2016, fui presidente del Gremi de Peixaters de Catalunya y vicepresidente a nivel estatal. Dos datos relevantes a tener en cuenta: en Catalunya éramos 1.400 empresas que generaban cerca de 5.000 puestos de trabajo. En España, esta cifra se multiplicaba por cinco. Éramos el tercer país en consumo mundial de productos de pesca, por detrás de Japón y Portugal. Japón consume 95 kg por persona al año y España, 45 kg. No quiero pasar por alto el hecho de que Japón es el país de mayor longevidad del mundo, lo cual se relaciona con su alta ingesta de productos del mar.

Hacia 2013, tuvimos muchas quejas y reclamaciones de nuestros agremiados/asociados e incluso de hosteleros sobre el vínculo de una empresa de distribución de origen valenciano con una empresa asociada a la lonja de Blanes, donde el Patrón Mayor era el presidente de la Federación de las Cofradías de Cataluña. Denunciamos y nos enfrentamos a la Generalitat gobernada por Convergencia i Unió, por permitir que en un espacio de utilidad pública se desarrollara un monopolio y se facilitara la competencia desleal  —que es algo diferente a la desigualdad—, a la empresa de distribución alimentaria más grande de nuestro país. Utilizaban las instalaciones e información privilegiada de las Cofradías de la Costa Catalana.

Un auténtico despropósito y una injusticia. Este relato intenta ilustrar la actitud de determinadas administraciones que han permitido, mirando hacia otro lado, que el pez grande se coma al pequeño. Han facilitado la destrucción del ecosistema social y económico de miles de pequeños comerciantes que daban armonía a barrios, pueblos y ciudades, y en este caso, también a los pescadores productores.

En el caso de la pesca, la mayoría de políticas se han trasladado a Europa y se deciden en Bruselas. En esa administración supranacional están operando y controlando los lobbies de las grandes corporaciones pesqueras. Recuerdo perfectamente a Julio Anguita cuando denunciaba la Europa de los mercaderes frente a la Europa de los ciudadanos. Su presagio se ha cumplido; muchos decían que era muy exagerado, pero la evidencia es innegable.

Las campañas mediáticas generan alarmas sanitarias sistemáticamente. Confunden la seguridad alimentaria con la manipulación y el miedo. Las empresas multinacionales de pesca de cultivo aumentan sus producciones exponencialmente. El consumo de pescado es mayoritariamente de producción intensiva de piscifactoría. La pesca extractiva, la de siempre, la que ha existido desde hace 2000 años, nos ofrece la alimentación más saludable por su calidad proteica, pero está en claro retroceso.

¿Por qué el producto más saludable está en retroceso? Hay múltiples argumentos. Dos son clave: las grandes empresas de distribución, líderes en ventas, están modificando y condicionando nuestros hábitos de consumo, y no controlan la pesca extractiva, a diferencia de las de pesca de cultivo. La segunda es el modelo productivo actual de las familias, que conlleva modos alimenticios de cocina rápida, que priorizan precio sobre calidad.

Han pasado 10 años desde el ejemplo que he utilizado, y los datos son demoledores para describir la situación actual. La mitad de las empresas han desaparecido y el consumo de productos del mar ha descendido a menos de 22 kg por persona al año. Hay familias que no comen pescado nunca. Indiscutiblemente, las grandes operadoras de distribución alimentaria están forzando a desaparecer a las pequeñas empresas y logran sus objetivos plenamente. Monopolizan nuestro consumo y, en consecuencia, nuestra salud. Comemos lo que a ellas les resulta más rentable.

Los mercados, y me refiero a los municipales, sabemos que además de economía, son territorio; han sido el nacimiento de pueblos y ciudades. Son cultura y evolución. Los mercados son también comunicación, desarrollo, tendencia e iniciativas y, en consecuencia, forman parte de la sociedad. Los mercados cubren necesidades. El mercado de siempre regula; el mercado es servicio. Una ciudad sin comercio y sin mercados es una ciudad gris; no diré muerta porque hay ciudades dormitorio, pero son lugares sociológicamente lóbregos donde los habitantes apenas se relacionan.

El comercio, junto a la industria y a la agricultura, ha sido siempre uno de los motores de las economías de las ciudades y de sus ciudadanos. El comercio está o, mejor dicho, estaba configurado por miles de ciudadanos que se preocupaban por vivir de las necesidades de sus conciudadanos. La diversidad del comercio repartía la economía del negocio en ambos sentidos, por capilaridad económica. El ferretero compraba fruta al frutero y el ferretero vendía herramientas al frutero. El intercambio, al ser local, generaba que la riqueza producida quedara en el mismo entorno donde se generaba.

A principios del siglo XX en Estados Unidos ya apareció un nuevo modelo de comercio. En los años sesenta en nuestro país, empezaron a formarse lo que llamamos supermercados. Los supermercados están inspirados en los mercados de siempre; la idea fue copiada de los mercados clásicos. Son muy parecidos, y las diferentes propuestas comerciales son las secciones que estratégicamente se implantan en el interior de las grandes salas de ventas de los supermercados o hipermercados.

Utilizan dos elementos determinantes: el ahorro en la mano de obra de la gestión comercial y la sensación de libertad en la acción de compra. Cada uno elige sus productos sin necesidad de pedirlos a nadie y, además, los acarrea hasta pagarlos. Los puede adquirir y dejar tantas veces como quiera, antes de pagarlos. Es una ilusión de poder.

Lo más relevante del éxito de esta propuesta es la aparente sensación de libertad, como ya he mencionado. Poder elegir la compra sin que nadie condicione su elección. Sin embargo, esta aparente libertad rompe generalmente la “compra premeditada”, es decir, la idea preconcebida de lo que necesitas en función de tus necesidades o posibilidades.

El estudio previo del comportamiento humano en la acción de compra demuestra que la psicología humana vinculada al consumo genera un aparente bienestar, a pesar de que estamos permanentemente controlados por diferentes técnicas y nuestra propia economía, lo que hace que la “compra compulsiva” sea más habitual de lo consciente y razonable.

Las diferentes técnicas de merchandising o técnicas de venta, utilizan los cinco sentidos primarios, incrementando el consumo y, en consecuencia, las rentabilidades. Nadie te aconseja, nadie te pone límites, nadie te informa de las características de tu elección ni de cómo cocinarlas. Tú eres el único responsable; si no te gusta, lo siento, ha sido tu elección. Esto produce la alienación del falso sentido de libertad, similar a la de ir en coche a gran velocidad.

Aceptar la evolución del comercio es inevitable. El motor a vapor, la energía atómica, la digitalización son ejemplos de evolución que han cambiado la humanidad. El comercio también cambia. La particularidad es cómo cambia. Podríamos hablar de varios elementos de consumo, pero me centro en la alimentación porque incide de modo transversal en nuestras vidas. También es equiparable a otros productos de consumo de características diversas.

Hoy en nuestra ciudad, L’Hospitalet, en el barrio de Bellvitge, se está desarrollando a mi juicio una grave negligencia. Se están construyendo dos grandes supermercados de dos grandes cadenas de distribución, esencialmente alimentaria, con superficies superiores a los dos mercados, a pocos metros de ellos. Mercados en crisis, con una parte de sus paradas cerradas que tienen infraestructuras obsoletas y que tenían, o tienen, como objetivo principal, llegar a unos 25.000 habitantes del barrio.

Los nuevos estarán casi en el centro de la trama urbana, a muy pocos metros de los dos mercados de Bellvitge, lo que impactará de forma contundente contra los pequeños operadores. La administración municipal ejerce una actitud pusilánime, de “no puedo hacer nada”. Mira hacia otro lado, diciendo con la boca pequeña que no se puede estar contra la modernidad. Las políticas de regeneración de los mercados están abocadas al fracaso y justifican que el que manda es el “mercado”, no el municipal de siempre.

El mercado de los poderosos, no el mercado de los ciudadanos. No me resigno a denunciar que es un grave error. Esa política es pan para hoy y hambre para mañana. Creo que los ciudadanos no acertamos al abandonar los mercados y que las administraciones están ciegas e indiferentes a un hecho importante para la salud económica, cultural y social de nuestra ciudad. Sin ningún lugar a dudas, debemos exigir una moratoria inmediata para frenar este desequilibrio y despropósito que atenta contra el sentido común