La queja y la protesta

Algunos vecinos de LaTorrassa se tuvieron que reunir en la iglesia porque a otro vecino de la zona le molestan el ruido de las campanas.

Nos estamos convirtiendo en una sociedad de malcriados. En mis tiempos, un malcriado era un individuo consentido, descortés y maleducado y un sinfín de cosas más que ahora me parecen exageradas o vanas, así que me conformo con las que he citado. Desde luego, consentidos, en grado sumo. Lo digo porque no hace mucho me comentaron que en la pista del Centre Catòlic junto a la Rambla, no se puede jugar a básquet porque un matrimonio que habita en las inmediaciones no soporta el ruido de los partidos. Ahora, hace un par de días, los vecinos de La Torrassa se tuvieron que reunir en la parroquia porque a otro vecino de la zona le molestan las campanas de la iglesia de los Desamparados. Auguro que, dentro de nada, los vecinos de los bloques junto al Tanatorio entre l’Hospitalet Centro y Cornellá, detrás de la barbaridad de la Remunta, van a pedir que soterren el tren porque es un incordio que pasen tantas veces al día en las vías que tienen a 20 metros. Todo nos molesta, para todo queremos soluciones inmediatas, siempre hay alguien o algo a quien echarle la culpa de la insatisfacción individual o colectiva.

No digo que no tenga que ser así en muchas ocasiones. Es más, creo que en demasiadas circunstancias somos tolerantes en exceso y que deberíamos protestar bastante más. Ahora hay incluso quien matiza sobre la protesta o la queja porque a lo que se tiende en esta sociedad de consentidos es cada vez más a la queja y cada vez menos a la protesta, de manera que te puedes quejar desde el sofá un montón de veces, pero resulta del todo imposible protestar cómodamente sentado.

La familia del Centre Catòlic y los vecinos de La Torrassa se han quejado al Ayuntamiento y el Ayuntamiento parece que ha tomado cartas en el asunto, seguramente porque entiende bastante mejor la queja que la protesta y porque parece entender muy bien que las pistas de básquet hacen ruido y las campanas suenan a deshora, pero le cuesta más entender que no se puedan construir viviendas en las que apenas entra el sol o empadronar a recién llegados que reclaman derechos innatos.

Lo substancial de los ejemplos puestos… y los que vendrán, tiene que ver con la aceptación de realidades que ya estaban allí cuando nosotros llegamos o, todo lo contrario, hacer de nuestra llegada el principal motivo para cambiar realidades pre-existentes. La pista del Catòlic ya estaba allí cuando aquellos vecinos quejicas descubrieron que hacían ruido, del mismo modo que la iglesia y sus campanas ya existían cuando el vecino molestoso se fue a vivir a la zona. Igual que los vecinos de los bloques pegados a la vía del tren ya sabían, cuando compraron aquellos disparates, que el tren no desaparecería de la noche a la mañana.

De manera que si no quieres molestias, no te vayas a vivir a un sitio donde las vas a tener, porque las molestias estaban allí antes de que tu llegaras. Para todo hay magnitudes y es verdad que si te compras un piso al lado del tren es de suponer que no te vas a quejar de que suenen los raíles al pasar por allí, igual que si te compras una vivienda en una zona inundable, puedes imaginarte que un día u otro pisarás charcos.

Tendrás que compartir, eso sí, la responsabilidad. Porque no es lo mismo comprarte un piso al lado de una pista de básquet que ya estaba allí cuando tu naciste, que comprarte una vivienda en un barranco que se va a anegar cada vez que la madre naturaleza se cabree. La culpa de que haya viviendas en los barrancos, es de la Administración. La culpa de que tú la compres, es exclusivamente tuya.

Decía que para todo queremos soluciones inmediatas. Queremos que la pista de básquet deje de admitir chavales porque hacen ruido y lo queremos ya y queremos que las campanas dejen de sonar cuando molestan y no queremos que eso se alargue. Y queremos que una Dana que causa centenares de muertos y destrozos extraordinarios, calamidades sin fin y desabastecimientos tremendos se resuelva en una semana. Y si no se resuelve, es que nos han abandonado y nos han dejado a nuestra suerte. Es cierto que pagamos impuestos para tener un Estado protector, pero no es menos cierto que las catástrofes no se pueden digerir en un día. Como que tenemos un Estado protector hay quien se encarga de avisar que la catástrofe se acerca. Pero para que la catástrofe pase de largo hay que hacer caso de los avisos. Y en todo caso, de lo que hay que quejarse es de que los avisos no llegaron a tiempo, no de que el desastre tarde en desaparecer.

Así las cosas, insisto. Somos una sociedad consentida y somnolienta, impaciente y maleducada, irresponsable y caprichosa, capaz de reivindicar desde el sofá todos los derechos, pero incapaz de asumir en la calle todos los deberes, que quiere decir moverse cuando hay abuso de poder y ocultación de la realidad, mala gestión o negligencia y contenerse cuando el mundo parece que no responde a nuestros deseos más íntimos.

Lo peor que se puede hacer es responder a los caprichos, porque responder a los caprichos es hacerlos inacabables. Hoy molesta una pista de básquet o una campana, mañana molestará el ruido de la lluvia sobre un toldo y pasado mañana el murmullo de las palomas en una cerca. Sería mucho más razonable, y justo, no dar permisos de edificación a bloques como los de Cosme Toda o en zonas inundables, pero para eso no hay Comisiones de Mediación ni zarandajas gestuales. Lo que cuenta es el negocio.

Dramáticamente inexistentes

El poder quiere siempre controlar a los medios de comunicación.

Está claro que la información le interesa a todo el mundo, pero cuando entramos en detalle no le interesa a casi nadie. Ni siquiera a los periodistas. Yo diría que, a una gran parte de los periodistas, lo que les interesa de la información es que les dé de comer. Y yo diría que al público en general, lo que le interesa de la información es que le distraiga o le provoque chismorreos. Ya no hablemos de los políticos. A los políticos, en general, y naturalmente siempre hay excepciones en todos los ámbitos porque no conozco ni a todo el mundo ni a todos los periodistas ni a todos los políticos, lo que les interesa de la información es que no les cause conflictos y especialmente que no les cause conflictos fortaleciendo el empoderamiento de los subalternos. Una prensa que da argumentos a los desfavorecidos es una prensa enemiga del poder y una prensa que se entromete más de la cuenta y que rasca donde se le antoja, es una prensa que disgusta a la clase política, por modesta que sea y del color que sea.

La clase política, en general, no acepta que le den lecciones y ni siquiera tolera a gusto que le den consejos. Cuando lo único que hace es informar de lo que pasa, reflexionar en voz alta y expresar opiniones, también es una prensa incómoda. La buena prensa, la prensa que le gusta a todo el mundo, es aquella prensa que pasa desapercibida, como si no existiera.

Hay muchos tipos de información, pero solo parece haber dos tipos de prensa: la privada y la pública. La pública, busca en exclusiva el beneficio de quien la dirige, no de quien la financia. La privada, todo lo contrario. Busca en exclusiva el beneficio de quien la financia y por eso no tiene inconveniente alguno en vender a quien la dirige. Esto es: pone a los periodistas y al periodismo, al servicio del que paga y, en demasiadas ocasiones el que paga es el poder público, la Administración. O sea, todos. O sea, todos, todos sin excepción, acabamos pagando cualquier prensa, la pública y la privada, por eso hay tan poca prensa incómoda, porque a una prensa la compra el poder y a la otra la vende su propietario. Y por eso es tan dramático el papel de la ciudadanía, que lo termina pagando todo y, desde luego, no controla nada. En medio, los profesionales, quieren vivir de su oficio. Y para vivir de su oficio, en la privada o en la pública, lo más aconsejable es no molestar. Por eso hay tan poco periodista incómodo.

Hay poca prensa incómoda y poco periodista incómodo y poca información que sea capaz de meter el dedo allí donde los dedos siempre molestan. Ahora, desde que a Pedro Sánchez lo sacrifican con mentiras contrastables, todo el esfuerzo está en descubrir y poner en la picota esa prensa que incomoda porque miente. Hasta ahora, esa otra prensa que incomodaba porque decía verdades, era duramente olvidada por todos, especialmente por el poder y sus adláteres, cuando no directamente proscrita. Es decir, condenada por el poder y la clase política en su conjunto.

Son mis opiniones, claro está. Producto de muchos años de moverme por este inframundo de la violencia silenciosa y la humillación constante que es el universo perruno de la prensa y de la información.

La percepción es general pero ahora viene a cuento por la noticia que leí ayer en L’Estaca sobre el engrasado reciente de los dos instrumentos colectivos de los medios de comunicación públicos de la ciudad y sobre la aparente resurrección de la radio muerta. Valga decir que, sobre la radio fiambre, la clase política local aprobó una moción para resucitarla en febrero de este año, con una intervención en el pleno del presidente de FIC, porque fue FIC quien llevaba tiempo enarbolando la bandera de ese medio local que el poder mató porque le salía poco rentable. Ni siquiera porque le resultaba molesto. En el mismo terreno, FIC hace tiempo que viene pidiendo un control exhaustivo de los medios de comunicación públicos, porque son medios financiados por todos y controlados solo por el poder. En su día pidió en solitario un Estatuto público elaborado desde la sociedad civil para que fuera refrendado por el poder local y desde los propios medios públicos se avisó de que ya existía un Reglamento orgánico que debía elaborar un Contrato-Programa, capaz de gestionar con garantías de neutralidad la línea editorial de los medios públicos. Unos días antes de caducar el mandato del anterior ayuntamiento, el pleno aprobó un Contrato-Programa que tiene vigencia hasta 2025, basándose en los instrumentos que el Reglamento orgánico aprobado ya hace diez años por el pleno, definía.

A los lectores, todo esto les sonará a guasa. Un reglamento, un contrato-programa, un director y dos consejos, uno ejecutivo y otro asesor, para garantizar neutralidad, pluralidad y eficacia. Los chicos de FIC ya hace tiempo que vienen diciendo que, para garantizar la neutralidad, la pluralidad y la eficacia quizás deberían ser imprescindibles un reglamento orgánico que no haga trampa, dos consejos que tengan poder de reflexión, debate y resolución, un Contrato-Programa que responda a los retos de la garantía pública de la información y un director que aplique, no que disponga, lo que la normativa indique. O nada de todo eso tan complicado. Un simple comité ciudadano rotativo, transversal, representativo y con capacidad ejecutiva.

Los chicos de FIC ya hace tiempo que vienen diciendo que el Reglamento que aprobó hace diez años el pleno es una filfa, que el Contrato-Programa del año 22 es un instrumento ad hoc que solo beneficia al status quo y que los consejos resultantes de su aplicación son puros decorados sin capacidad ejecutoria. Y que el director tiene que dirigir, basándose en lo que se decida, no decidir basándose en lo que ya dirige.

Y nadie, absolutamente nadie, los ha escuchado. Nadie ha escuchado a los únicos que se han molestado en desmenuzar los instrumentos que el poder utiliza para mediatizar la información que pagamos todos. Y eso solo puede tener una única explicación. Ya les va bien la información que se ofrece y les importa un pimiento que no la controle la sociedad civil: ya la controlan ellos. Todos ellos. Aunque la vean pocos ciudadanos, aunque la sigan los de siempre. Es útil para enviar notas de prensa y hacer declaraciones que justifican por lo menos la voluntad de quejarse o la voluntad de deslumbrar. Así, parece que todo el mundo hace algo. Aunque eso sirva para bien poco. Habrá que seguir insistiendo en una prensa que sirva para resolver los problemas y para potenciar la participación ciudadana y controlada por los que no se conforman con las apariencias.

Un ejemplo más de la distancia entre la clase política, de todos los colores, y la ciudadanía. Un acicate más para defender y afianzar este periodismo que no se deja subyugar, que sabe que trabaja en solitario, con todos los que se sientan en el Consistorio de espaldas, cuando no directamente en contra. Otra oportunidad para explicar a la gente de bien, que es imposible confiar hoy en las supuestas alternativas. Inexistentes. Dramáticamente inexistentes, aunque nos pese.

La ciudad sobre la mesa

Imagen del último pleno.

Estaba sucumbiendo a las cabezadas después de más de dos horas de letargo en la sala de plenos municipal cuando me sacaron del ensueño unas duras palabras de la portavoz del PP quejándose de la política barriobajera que acababa de practicar una de las dos concejalas de los podemitas o como les queráis llamar. No me quedó claro el percance porque la concejala de los comunes se refirió a unos pisitos que tiene la concejala del PP en la ciudad, a cuenta de las molestias que los vecinos vienen sufriendo en algunas zonas concurridas especialmente en verano.

Hay de todo como en todas partes, pero es cierto que hay vecinos de derechas de toda la vida y de izquierdas de cuando eso existía, que se quejan de las molestias ajenas, y no solo de las molestias ajenas sino también de las molestias propias que son las más lacerantes. Las molestias de un servicio que pagamos todos y que no se presta: el de la policía municipal, por ejemplo. Pues a cuenta de eso, se enzarzaron las concejalas y he de decir que cuando la popular habló de política barriobajera me vino a las mientes la madrileña ida —Isabel Díaz Ayuso—, para darme cuenta de que, en este caso, la popular tenía algo de razón: se habían metido con sus pisos con ánimo provocativo y todo el mundo, incluida la concejala popular, tiene derecho a tener pisos que, en este caso, además, por lo que he sabido después, son producto de la herencia paterna y materna.

En lugar de mirar los rostros de las peleantes, me dio por mirar las caras de los gobernantes y observé un cierto rictus sabrosón. En un ayuntamiento donde se gobierna en minoría, que la oposición se arree, resulta un alivio.

Llegué al pleno, justo cuando el portavoz republicano —que se cuida muy mucho, siempre, de arrastrar tras sus siglas las de EUiA— les dijo a los podemitas que votar con los socialistas el aumento del IBI no era nada de izquierdas, después de dar la noticia de una nueva tasa sobre residuos que deja muchísimo que desear y que resulta muy cara para las precarias economías de muchos hospitalenses (otro día hablaré de eso). Es decir, llegué con una trifulca en la oposición y casi me marché con otra. Se podría decir que el éxito del gobierno en este pleno hizo ídem, porque lo aprobó todo, porque prometió lo de siempre sin más compromisos y porque vio como los oponentes siempre votan a su aire, jamás todos juntos, y encima se pelean.

Cualquiera diría que es lo normal. Que es imposible que los podemitas coincidan en algo con los populares y que los espectros del pasado reflejados en Vox puedan tener alguna pequeña coincidencia con los independentistas republicanos. Dicho así, no ofrece dudas. Pero las dudas existen cuando pones el dron a volar bajo y en lugar de ver las grandes diferencias ideológicas desde la estratosfera, lo que ves son los actos irreversibles de quienes hace más de 45 años que gobiernan con mano autocrática llamándose reiterativamente de izquierdas, pero favoreciendo las grandes operaciones especulativas en todos los ámbitos.

Para los que vivimos por aquí, tiene muchísimo más valor la coincidencia sobre la moratoria urbanística que expresaron el miércoles 18 los portavoces de tres grupos de la oposición —y me gustaría saber qué opina Vox al respecto— que el sesgo que pueda tener en la cuestión de la seguridad ciudadana, poner el acento en más policía o en más prevención. Porque, en realidad, ambas cosas son necesarias en esta ciudad.

Para entendernos: no puedo entender por qué no se entiende, que hay seguramente en el ámbito local, muchas más cosas que podrían unir a los cuatro hospitalenses portavoces con idearios, no solo distintos sino distantes, que las que probablemente les podrían diferenciar. Viven en esta ciudad, sufren sus problemas y a lo mejor unos piensan que con Feijoó y Abascal España sería más feliz, pero en realidad en l’Hospitalet se vivirían los mismos conflictos de cada día. Los mismos que si en la Moncloa mandara más de lo que manda la señora Díaz Pérez y exactamente los mismos, porque aquí sí que no hay enmiendas, que si existe Illa en la plaza Sant Jaume o el listo Sánchez en su palacete.

A mí tampoco me ha parecido de recibo el enésimo cheque en blanco de los podemitas más comunes, pero la mejor manera para que reflexionen es ponerlos frente al espejo de su complicidad: ¿les parece una alternativa de izquierdas la intransigencia que se pone de manifiesto en la subida del IBI por la inflación? ¿Justo ahora que la inflación está camino de ser dominada y cuando una gran parte de los trabajadores de l’Hospitalet inmigrados y con salarios de risa van a tener muy complicado que se les incremente el próximo año ese mismo porcentaje en lo que cobran? ¿Puede parecer una alternativa de progreso aplicar ese aumento justo el mismo año en que se pone en marcha una nueva ordenanza —obligatoria y probablemente indiscutible en su esencia, pero no en su ejecución— que antes el propio gobierno socialista consideraba ya incluido en el recibo del IBI? ¿No hubiera sido más razonable, sensible y decentemente de izquierdas aplicar la nueva ordenanza obligatoria y bajar o quizás simplemente mantener estable un impuesto que siempre ha sido discutible por las diferencias entre el pago y los servicios recibidos? ¿Y todo ello en un Ayuntamiento con una deuda asumible, con superávits contables año tras año y con remanentes que se utilizan en parte para bajar deuda, es decir, para pagar a los bancos como muy bien puso de manifiesto el portavoz republicano?

No tengo demasiadas esperanzas en la reflexión interna, es cierto. Tengo más esperanzas en que el votante potencial de todas y de cada una de las fuerzas, los ponga a todos ellos frente al espejo. Poner el acento en lo que une y meter en el zurrón de las cuentas pendientes lo que separa. Poner la ciudad sobre la mesa y el ideario tópico donde está siempre: en las nubes.

De Marín a Rociíto, y un mundo que da muchas vueltas

Núria Marin y Rocío Ramírez, distintos destinos.

Nada más enterarme del nombramiento de la senadora Marín como delegada del Govern en Madrid, me acordé, como aquel rayo inesperado que ilumina una noche sórdida, del desmentido que hicieron llegar a L’Estaca sobre que alguien se había inventado lo del piso que la familia Hernández Marín se había comprado en Madrid. Y me lo ha vuelto a recordar ahora la noticia que leí ayer de la dimisión de la Rociíto, que también había sido pronosticada por estos periodistas estaqueños que empiezan a afinar las teclas con que tocan la actualidad. La noticia del piso de Madrid de la alcaldesa llegó entonces como llegan estas cosas, desde dentro, pero sin documentación, y explicando que las sesiones del Senado exigían mucha presencia activa en la capital, por lo que una buena manera de invertir justificadamente era comprar un piso en Madrid para no tener que tirar permanentemente de hotel o de alquileres a precios desorbitados.

Se desmintió la noticia también desde dentro y sin documentación, pero ahora resulta que la senadora Marín va a tener que vivir en Madrid, de manera estable y no a ratos, porque la delegación del gobierno no es el Senado, sino una cosa muchísimo más concreta. Ya veremos si también desmienten eso de que la Rociíto se ha ido escaldada y sin sueldo, o acaban de asumir que tienen un coladero en casa porque hay mucho cabreo escondido. A ver si aprenden de sus colegas de la dirección que jamás abandonan a los amortizados. Y si no, nada más hay que ver lo de la Marín y el Belver.

La senadora Marín fue ascendida el martes 3, hubo Comité Federal el 7 y ya se la vio chupando cámara pegadita a Illa y el miércoles 11 presidió en Madrid la Diada Nacional en Blanquerna. En estos casos todo se acelera, de modo que ser nombrada un martes, ir de delegada el jueves y presidir un acto oficial el miércoles siguiente, no supone gran esfuerzo si tienes infraestructura suficiente en la capital. Consultada su declaración patrimonial pública, no existe piso en Madrid, sino un piso y una vivienda heredada más una plaza de parking en l’Hospitalet, al 50%, y una casa en Altafulla también a medias, lo mismo que cuando tomó posesión de senadora.

Existe, eso sí, una nómina de la Administración pública, unas acciones, un plan de pensiones y un depósito bancario que dan, por lo menos, para poder arriesgar sin lágrimas una solicitud de hipoteca. Es igual, si Marín tiene o no piso en Madrid. Lo que tiene en Madrid es un premio por su intensa militancia en el socialismo patrio desde que tenía 18 años —la página oficial de su partido explica que era ya socialista, entre los 15 y los 17: a eso se le llama tener conciencia de clase y ella siempre ha tenido mucha clase— y ahora va a cumplir 61, el día de Sant Esteve. Y un premio añadido por su larguísima carrera en la Administración pública cuya primera nómina cobró cuando tenía 22 años con algo parecido a una diplomatura en ciencias empresariales, pero sin serlo. Se casó con el hijo de un viejo militante socialista de Collblanc, su barrio, y así consiguió, por méritos muy propios, ser muy prontito concejala, después alcaldesa, más tarde diputada provincial, luego presidenta de la Diputación, muy a tiempo vicepresidenta de su partido y de la AMB, cuando todo parecía terminar, senadora, y ahora, delegada del Govern.

Estuvo 16 años de alcaldesa en su ciudad natal y fue la primera alcaldesa mujer en toda la historia de su pueblo. Se la recordará por haber dejado que la ciudad se ganara a pulso el título de ciudad más densa de Europa, en plena competición con las ciudades universales más colapsadas, como Calcuta, a la que siempre se pone de ejemplo cuando se quiere hacer broma de un hormiguero humano infame y patético, y con la que debiera hermanarse, para por lo menos compartir desgracia.

La nueva delegada entró en política con 32 años y está decidida a mantenerse en el escalafón por lo menos 32 años más, que la política solo desgasta a quienes se la toman en serio. Como se ve, ha tenido paciencia, y se ha enfadado siempre poco con los que han ostentado poder… hasta que han dejado de tenerlo. Su predecesor en el cargo probablemente se sintió tan extraño y descolocado como le ocurrió a ella cuando en la sesión de investidura del nuevo alcalde, este se olvidó de darle un abrazo cuando saludaba a los más cercanos. La diferencia es que ella le dio la espalda a un exministro que ya no estaba para trotes, mientras que el nuevo alcalde no se podía permitir estos lujos con alguien que sigue trotando por las alturas. Pero todo se andará, porque los cargos no son eternos y los agradecimientos se mueren en el baúl de los recuerdos, cuando al benefactor solo le queda poder en su memoria.

Qué enormes diferencias entre la nuera del socialista Hernández de Collblanc i la concejala Rocío del Mar, la compañera del Peña. Dicen que la primera siempre se supo granjear amistades de relumbrón y en puestos clave y eso sirve más para hacer carrera que gastarse los codos en las salas de estudio. La segunda tampoco parece tener durezas en los codos y, hasta hace poco, ha vivido muy bien según los que la conocen, pero se hizo amiga de quien no debía: un socialista al que algunos le llaman Falete y que está señalado por la justicia, razón por la cual perdió poder en su misma agrupación norte. Los mismos méritos, pero destinos muy distintos y muy distantes. Es lo que tiene esta política nuestra tan destructora, que cualquiera puede ascender en una escalera de oportunismos cuyos escalones son tan transparentes que a veces dejan de existir y descubres que el suelo no es aquello que veías desde arriba, sino el lugar habitual de los humanos. Pero mientras tanto, cualquiera puede vivir en su piso de Madrid cerca de las estrellas o decir adiós desde el rincón de pensar que es un sitio lleno de humillación y desengaño. El mundo da muchas vueltas, tantas, que los hay que no salen nunca del mareo, y si no que se lo pregunten al exalcalde Pujana.

Felices sueños, director general

Francesc Belver, en un pleno municipal.

Vale, pasan de mis vacaciones y me dicen que me ponga las pilas, que el President de la Generalitat está cubriendo los centenares de vacantes de altos puestos muy bien remunerados y que hay noticias. No me lo puedo creer. Tal como me lo explican me da por pensar que el tal Illa se ha vuelto loco y que anda buscándome. Y lo peor, que no me va a encontrar, y que por eso les ha dicho a estos de L’Estaca que me den un toque. Y resulta que no. Que quiere bien al Candelas, y que no le va a llenar la cuenta corriente de ceros ni la cabeza de pájaros, y que al que ha llamado para agradecerle lo mucho que ha hecho por el partido es a un viejo conocido de la casa que hace poco más de dos meses dijo que abandonaba la política y que se iba a su antiguo trabajo de informático, donde parecía que todavía le echaban de menos.

Así, como os lo cuento. El Presidentillo Illa acaba de nombrar director general de Administración Local del Departamento de Presidencia, al insigne Francisco J. Belver Vallés, hasta hace 8 semanas primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de l’Hospitalet, de donde dimitió para acompañar a la hoy senadora y exalcaldesa Nuria Marín, en el descanso merecido.

El que pudo ser alcalde de la ciudad en lugar de Triple Q (Querido Quesito Quirós) y que parecía que estaba harto de la política, vuelve ahora con cargo, despacho, secretarias y sueldazo, para subir un escalón más en su carrerón. Que empezó como director de Recursos Humanos en Hospi de donde pasó al ejercicio de representación como concejal en las elecciones del 99 haciendo un poco lo mismo, hasta que en las siguientes consiguió ser teniente de alcalde añadiendo a la informática y los recursos humanos, la organización municipal y la seguridad ciudadana. A partir de 2011 fue primer teniente de alcalde y exactamente, según quienes lo conocían de cerca, el que tenía el Ayuntamiento en la cabeza. O Belver tiene una cabeza muy grande, o el Ayuntamiento cabe en un cenicero, pero lo que nadie puede obviar es que ha acumulado experiencia y que algunos dirán que ha sido precisamente eso lo que ha llevado al Presidentillo a proponerlo para el cargo.

Yo opino que estas cosas no se producen por esas causas. A Belver había que pagarle convenientemente su fidelidad a las siglas y lo bien que se ha llevado con quienes no le dieron su confianza cuando la estaba esperando y, de esta manera, se agencia 93.160 euros anuales que son cerca de 20.000 euros más al año por, probablemente, menos de la mitad de la mitad de la mitad del trabajo que tenía en Hospi, aunque solo fuera por mantener los equilibrios sin romper ninguna pieza.

Belver, por otra parte, es el paradigma del hombre espabilado, hecho a sí mismo. Empezó en Aguas de Barcelona —una empresa muy bien conectada históricamente al poder local— arreglando programas de gestión, se hizo fácilmente socialista porque el sello comprometía a poco pero habría enormes horizontes y, como que era hábil, enseguida fue escalando posiciones como han hecho todos: desde el gran Triple Q hasta el Presidentillo. No era imprescindible tener demasiados títulos, demasiados estudios o demasiadas lecturas. Uno empieza de la nada, hace una diplomatura gerencial en ESADE y termina convertido en pocos años en profesor del Máster de Gestión Pública del mismo sitio donde empezó. Y todo eso tiene muchísimo mérito, porque primero tienes que adquirir un poco de conciencia social aunque solo sea para disimular cuando hablas y, poco a poco, tienes que aprender qué es eso de la política al uso: una forma de ganarse la vida haciendo sobre todo gestión y procurando que los grandes poderes no salgan nunca perjudicados.

A mí siempre me ha caído bien ese hombre, la verdad. Tanto, que me ofrecí para mediar entre los redactores de L’Estaca y el dimitido teniente de alcalde para que les concediera una entrevista que le solicitaron por correo electrónico un poco antes de dejar los trastos. Me dijeron que no hacía falta la mediación, que la entrevista era segura pero que la haría cuando las ranas criaran pelo. Me ofrezco otra vez a lo mismo, a ver si ahora la evolución ha pegado un crujido y los renacuajos nacen como los pollitos.

Por lo demás, hay casi 400 altos cargos para cubrir, cada vez que cambia un gobierno, y muy pocos acumuladores de experiencia. Para ejercer las responsabilidades no solo hacen falta voluntad y compromiso. Hace falta especialmente paciencia para encajar tantas frustraciones y reveses. Y en esos partidos nuestros de larga trayectoria, las carreras políticas nunca acaban cuando uno lo decide sino cuando lo decide el que te tiene que nombrar.

Pues nada, felices sueños al director general que va a poder finalmente descansar, sin que se le resienta demasiado la cuenta corriente.

¿Liberar suelo o liberar propiedades?

Hay un montón de cosas del mundo de hoy que no entiendo y una de ellas es el problema de la vivienda. Y no porque yo tenga vivienda, que la tengo, sino porque quienes más jalean el problema de la vivienda, aparte de los que no la tienen, son los que tienen dos, diez o quizás 300, especialmente en venta y ahora en alquiler. Si, no voy a negar que hay problema con la vivienda, porque si no hubiera tal problema, no se hablaría de ello. Y hay, desde luego, un problema de vivienda en aquellos que quieren tener una y no pueden. Hay un problema con la vivienda, en primer lugar, en las ciudades grandes, porque no parece que, en los municipios pequeños, en las ciudades medianas y en las zonas rurales haya tal problema. Por lo tanto, delimitar el problema iría muy bien para encontrar la solución.

Estaría bien preguntarnos por qué hay un problema de vivienda precisamente en las ciudades grandes, las más urbanizadas, las más saturadas de espacio ocupado y de edificios residenciales. Si justamente lo que sobran son edificios de viviendas… a qué se debe que sea justamente ahí donde hay problemas de vivienda. Y ¿por qué todo el mundo parece convencido de que para terminar con el problema de la vivienda hay que construir más y más, hay que ocupar más espacio libre, hay que planificar más solares urbanizables…? La primera respuesta es que hacen falta más viviendas en las grandes ciudades porque es en las grandes ciudades donde se concentra la gente. Pero lo que deberíamos preguntarnos también es por qué, en la única época de la humanidad en que se puede trabajar a distancia, donde los productos cada vez son más de servicios que de industria y por lo tanto las distancias han dejado de ser eso, distancias, todo el mundo aspira a concentrarse en las grandes ciudades donde vamos a terminar echando a los turistas —que dan de comer a buena parte de este país— para caber nosotros.

Y la respuesta no es sencilla, pero la aproximación sí lo es: funcionan las grandes ciudades porque en esta sociedad en la que nos movemos, todo funciona bajo las leyes del mercado y todo se compra y se vende, especialmente aquello que resulta imprescindible. Y si hay alguna cosa imprescindible de verdad es un suelo donde vivir. No deberíamos olvidar que el 90% de l’Hospitalet se creó a base de que los propietarios del suelo, que eran todos de Barcelona —es un decir, porque había gente de muchas procedencias que tenía suelo en propiedad en aquel pueblo rural de principios del XX— se hicieran ricos a base de parcelar y vender con el permiso municipal, para que los recién llegados se hicieran una vivienda, a ratos libres y con sus propias manos. Luego, muchos descubrieron que en lugar de trabajar en una fábrica textil o del vidrio, o de la cerámica, construir viviendas iba a tener en adelante mucho futuro. Y eso mismo descubrieron los propietarios del suelo y quienes les daban permiso para parcelar. Unos vendían tierra, otros vendían permisos y los que podían, compraban materiales para construirse un hogar.

En Barcelona, desde que tiraron las murallas, se colmató la venta de suelo. En l’Hospitalet y en tantos municipios del entorno, se vendió el territorio para hacer fábricas y para hacer viviendas para quienes acudían a las fábricas mientras los propietarios se compraban fincas rurales para disfrutar de lo que prohibían a sus obreros, más allá de la precariedad del salario: la precariedad del espacio, del aire libre, de la tierra sin cemento. O sea, vivimos en las grandes ciudades porque a eso nos ha empujado la revolución industrial y porque la revolución industrial era cualquier cosa menos una revolución: aquello de la industria parece que se acabó, pero de aquel dinero, estos promotores, que siguen amasando con el beneplácito general.

Se me ocurrió discurrir al respecto cuando el otro día leí en este mismo pantallómetro que l’Hospitalet había cedido tres solares a la AMB no para construir un parque sino para construir 142 pisos “de lloguer accesible”. Lo dicho, Ayuntamiento, Área Metropolitana y Generalitat (los mismos perretes con distintos collaretes) van a hacer la vida más llevadera a 142 familias sobre la base de edificar en suelo libre. Atención, en un suelo libre, que no volverá a estar libre hasta que no haya la hecatombe de la extinción. O sea, esperemos que para los siglos.

Y me diréis: hombre, lo que faltaba, un loco que prefiere que haya árboles en lugar de personas. Decidme loco, pero sí. Porque lo que hace falta en el Área Metropolitana son árboles y lo que sobran son personas… Joder Candelas, ¿y qué hacemos con las personas, las matamos? Tú, que eres tan progre siempre a favor de la emigración, ¿dónde los metemos a esos?

No soy de matar: ni personas, ni árboles, ni cucarachas, diga lo que diga la Copla de la Piquer, que dice poco. Y estoy con los que defienden que en un mundo finito es imposible crecer infinita y desaforadamente. Así que, si en las grandes ciudades no caben más almas, habrá que ir pensando en recuperar lo que está vacío para meter las nuevas almas.

Mira por dónde. No hace mucho leí que en los 36 municipios de la AMB hay 121.107 viviendas vacías. Viviendas vacías quiere decir suelo ocupado y vacío. ¿Y el AMB, el Ayuntamiento y la Generalitat se comen tres solares en Hospi para hacer 142 viviendas, para 142 familias? ¿Así de buenos y generosos? Venga ya… Quizás sería muchísimo más inteligente recuperar esos solares para plantar árboles y recuperar las más de 8.600 viviendas que hay vacías en la ciudad, según el INE. Pero eso no es negocio para nadie. Es más trabajo para quien debería legislar, que son los mismos que mandan en el Ayuntamiento, en la AMB y en la Generalitat. En cambio, construir 142 viviendas es negocio para muchísimos. Para los promotores, para el Ayuntamiento y para los bancos que dan hipotecas. Menos para los compradores, para todos los demás que aparecen en la operación. Los compradores, dobles perdedores: porque se empeñarán de por vida y porque vivirán en una ciudad invivible.

El problema es general en toda España. Ya lo hemos dicho. Especialmente en las grandes ciudades donde hay todavía mucha demanda. Pero quizás deberíamos ponernos a pensar cuál es la razón de que en España haya 3,8 millones de viviendas vacías, de las cuales 448.000 (el año pasado) estaban todavía sin estrenar, esperando comprador, y nos bombardean todos los días con que faltan viviendas y que hay que construir más. Lo mismo dicen del PIB, que hay que desbordarlo año tras año, lo mismo decían del petróleo hasta que empezaron a pensar que, el día menos pensado, no bombean un decilitro.

La fiebre de la vivienda es un clamor interesado. Y estoy convencido de que hay gente sin vivienda —muchas personas en la calle desahuciadas por no poder pagar— que la necesita y con urgencia. Pero la solución es llenar esos 3,8 millones de viviendas, porque sobre la problemática de la vivienda hay dos crímenes sin resolver que huelen desde hace décadas y que no entiendo como no despiertan por la noche a quienes condenan (a abandonar su hogar a gente vulnerable) y a quienes no obligan (a hacer leyes para poner toda la oferta en el mercado a gente poderosa).

Así que, menos liberar suelo y más liberar propiedades, si queréis ayudar a la gente… ¡Que ya se ve que no, coño!

La ciudad del turismo

Busquemos un vuelco a la ciudad.

He oído cosas incongruentes, pero la noticia de que este año l’Hospitalet recibirá un montón impresionante de turistas y que por eso la economía de la ciudad va a prosperar, me parece una de las ocurrencias más chuscas y divertidas de las que tengo constancia. Todavía me acuerdo en la prehistoria de la ciudad, hace casi cinco décadas, cuando este pueblo no tenía un solo hotel que llevarse a la base de datos de empresas y los plumillas de la época afirmaban que no se podía hablar de ciudad si un municipio no tenía, por lo menos, un hotel, un museo y un teatro. Entonces l’Hospitalet no tenía nada de esto y hoy, en lo del museo y el teatro casi-casi, pero en cambio tiene por lo menos 15 hoteles, según me han contado los eFICaces que andan como locos buscando un hotel que les quiera, para organizar la tercera Nit dels Insurrectes en plan premios Goya.

Pues eso, que en l’Hospitalet hay 15 hoteles que se llenan de turistas ávidos de conocer la ciudad que les alberga, porque esta es la segunda ciudad de Catalunya y es una ciudad llena de tesoros. La primera tiene 440 hoteles según el censo gremial, que se llenan todos los años para ver el Museo del Barça y la Sagrada Familia, mientras que los turistas de los 15 hoteles de l’Hospitalet se pirran por el Parc de la Serp y el monumento a Lluís Companys y al espíritu del 11 de setembre del 1714. Y todo esto da mucho parné a los hospitalenses, especialmente al tesoro público que es el que cobra el IBI y todo eso. Después ya depende como se gaste la pasta el alcalde y su séquito, para que el ciudadano medio de esta ciudad ame, o no, a la oleada de turistas que nos invaden.

Lo cierto es que hay 15 hoteles en l’Hospitalet, construidos en pocos años y todos alrededor de la antesala de la ciudad condal. Un lugar bonito y bien comunicado, que anuncia al viajero lo que se va a encontrar de la plaça Ildefons Cerdá hacia el horizonte. Del río a la Plaça Cerdà es l’Hospitalet, y el viajero lo sabe porque en los túneles de la Granvía hay la marca registrada del socialismo hospitalense: dos letras y una comita que han hecho fortuna, L’H. Eso es todo lo que el viajero ve de l’Hospitalet. Eso, un túnel a trozos, una gran avenida en parte cubierta, unos rascacielos interesantes, unos edificios de los juzgados impresionantes, un par de grandes superficies y unos enormes pabellones de la Fira. Desde el río a la Plaça Cerdà, l’Hospitalet le presta el rostro a Barcelona, y es ahí donde se han situado los hoteles y algunas oficinas y algunos inmuebles de relieve (la redacción de El Periódico, el estudio de grabación de Rosalía y un substancial etcétera). Esa gran puerta de entrada queda exactamente en una esquina de la ciudad y lo que abre es el portal barcelonés que es el que da pedigrí, dinerillo, relieve y prestancia. Eso tiene de l’Hospitalet lo que un funeral de divertido: nada de nada de nada. Eso, sigue siendo término municipal de l’Hospitalet porque no estamos en 1920 y porque a Barcelona no le hace falta más que la marca de gran ciudad para comerse lo que le plazca de alrededor.

Los hoteles están en l’Hospitalet, pero son de Barcelona, los juzgados están en l’Hospitalet, pero son de Barcelona, el Ikea está en l’Hospitalet, pero es de Barcelona, la redacción de El Periódico está en l’Hospitalet pero es de Barcelona, el estudio de la señorita Rosalía está en l’Hospitalet pero es de Barcelona y la Fira está en l’Hospitalet pero es de Barcelona. Todo lo que alberga l’Hospitalet entre el río y Barcelona no tiene de l’Hospitalet más que las letras de las paredes del túnel, desgraciadamente. Y, en consecuencia, los turistas que alberga l’Hospitalet no son de l’Hospitalet, que son de Barcelona, y para hacerlo todo más sintomático, curioso y divertido, el alcalde que empezó todo eso en l’Hospitalet, también acabó como concejal en Barcelona.

De un tiempo a esta parte se alzan voces por doquier, utópicas pero consecuentes, sobre la necesidad de que l’Hospitalet se integrara como un barrio más de Barcelona. El único problema, pese a la gestualidad, no es la aparente oposición que pondrían los hospitalenses, empezando por su equipo de gobierno y todos los ilustres que se sientan en el salón de plenos. El único gran problema es que Barcelona no aceptaría bajo ningún concepto comerse el marronazo de esta ciudad-conflicto.

Una cosa muy parecida, a su ubicación territorial pegada al río. L’Hospitalet lleva el apéndice del Llobregat, pero la República lo situó en el Barcelonès Sud, no por casualidad. A principios de la Transición los otros dos municipios del Barcelonès Sud que le acompañaban (Sant Just Desvern i Esplugues), reclamaron la restitución de su pertenencia histórica a la comarca que les correspondía: el Baix Llobregat. L’Hospitalet jamás lo pidió, pese a que la intelectualidad local del momento hizo algo así como un Congreso para reclamar su ubicación. La mayoría pedían la incorporación de la ciudad al Baix Llobregat. Los municipios del Baix Llobregat hicieron todo lo que pudieron para sacárselo de encima. A l’Hospitalet ni lo quiere el Baix Llobregat, ni lo quiere Barcelona. Ni, desde luego, lo quiere quien lo ha gobernado desde la Restauración borbónica alfonsina hasta ayer por la mañana, si exceptuamos el brevísimo paréntesis de los republicanos de los años 30, honestos, con poca fuerza y menos experiencia.

Decir, en consecuencia, que la ciudad recibirá un montón de turistas de todas partes es tan cómico como afirmar que la ciudad está bien gobernada porque crece el empleo. El empleo crece, tanocas, al margen de la ciudad, porque no hay fronteras municipales ni para los empleados ni para los empleadores, como no las hay para los hoteleros y las quelis o para los taxistas y los ejecutivos. En consecuencia, l’Hospitalet no es una ciudad porque tenga hoteles en la Gran Vía. L’Hospitalet será una ciudad cuando tenga un hotel digno de tal nombre en la carretera de Santa Eulàlia, un Museo en Prat de la Riba y un teatro en la Rambla. Es un decir, claro. Servicios y equipamientos en los ejes ciudadanos, no en la puerta de la ciudad madre.

Por cierto, de la Gran Vía hacia el sur, Pedrosa, la Fira y los biopoles posibles, con excepción de la isleta del Polígono de Gran Via Sud, todo el territorio está diseñado para los que no encuentran espacio en la ciudad condal. Un sitio ideal para el Distrito Cultural, para unas cuantas empresas que lo mismo están aquí que en Poble Nou, para las salas de conciertos subvencionadas, para la mayor Fira de Europa  y para el Cirque de Soleil. Con todos ellos yo organizaría un referéndum de autodeterminación para que se emancipen y se lleven con ellos a los que les han dado facilidades para instalarse. Eso ha de ser su parte del Paraíso. Dejadnos la otra parte, para los que seguimos pensando que habría que darle un vuelco a la historia.

Ni olvido, ni perdón: 45 años grabados en cemento

La historia y Triple Q

David Quirós y Núria Marin en el congreso de los socialistas de l’Hospitalet,

¿Para qué nos vamos a engañar? Algunos tenemos pocas esperanzas de lo que el equipo Quirós, el nuevo alcalde, prepara para el futuro, pero como el futuro es futuro habrá que dejar que pase el tiempo. Es lo que decían no hace mucho los de esta casa, que no se iban a meter con Triple Q (querido quirós quesito) hasta la Castañada, nunca mejor dicho. Y yo voy a seguirlos, que para eso son los que me pagan un dineral por escribir aquí. Así que no hablaré del presente ni del futuro, pero tengo permiso para hablar del pasado. Por cierto, hablando del pasado: he visto que los eFICaces de esta casa le han cambiado el título al título de toda la vida: L’Estaca, revista de l’Hospitalet. Pues ahora ni es revista ni es nada, es solo Periodisme Crític, o sea que ahora empieza a ser algo de periodismo porque… si no es crítico, no es periodismo ni es nada y eso no me lo enseñaron en ninguna Facultad, que lo aprendí en la vida.

A decir verdad, antes si eras crítico te abrían un expediente. Ahora hay que ser algo crítico para ser alguien. Pues eso está bien. Mejoramos hasta en esto tan gris que es la información. Pero vayamos al mejunje. Lo que no se pudo recomponer en tres años se acaba de recomponer por sorpresa en tres horas. Por sorpresa, porque como no soy militante, ni acólito, ni funcionario, ni activista elegante de alguna entidad militante o acólita del socialismo local, me enteré el mismo sábado de que los socialistas hospitalenses ponían fin a la gestora y elegían una dirección digna de tal nombre con casi los mismos de la gestora. Es decir, todo rapidito, sin oleajes y sin sorpresas, que para eso ya está Triple Q. Habemus primer secretario, que es el hasta ahora presidente de la gestora y hay algunos cambios porque el alcalde quiere tener controlado el aparatito y ha metido a su gente “para no repetir los mismos errores”, según dijo. “Necesitábamos tiempo para madurar” y desde que él es alcalde, se ha madurado de golpe. A base de “concordia”, porque hasta ahora lo que había era solo “fraternidad” y eso es muy poca cosa para unir pedazos.

El objetivo del aparatito es “atraer talento” porque como dijo Willy Brandt — al que cita mucho Triple Q—, nuestro idolatrado papá socialdemócrata, “necesitamos a los mejores”, por eso en su día apostó por Felipe González, que entonces era de los mejores socialistas y hoy es de los mejores ultrareaccionarios y así nos fue entonces y ahora.

Triple Q explicó en la clausura del quince congreso, que es el momento de las nuevas ideas (y allí estaba la senadora Marín, la de las viejas ideas) y que es mentira que los socialistas de l’Hospitalet sean los responsables de una ciudad masificada y de alentar la especulación urbanística. Y para eso echó mano de los datos: el 87% de lo construido en la ciudad se construyó durante la dictadura y de eso, los socialistas no podían ser responsables.

Cierto, los socialistas del momento no pudieron ser responsables de lo hecho durante la dictadura porque en esa época ellos no existían y sus padres estaban de vacaciones.

Cuando sus padres volvieron de vacaciones y les inculcaron sus ideas a los que desde entonces han gobernado, edificaron el 13% de lo que no existía. Es decir, si el franquismo se comió una parte substancial del territorio, era esperable que lo que venía después reparase la desgracia, no que sobre la desgracia se echara más cemento.

Pondré unos datos elocuentes sobre la mesa y después sacaremos conclusiones. En 1960, según datos estadísticos de Idescat, vivían en la ciudad 122.813 personas y existían 26.570 viviendas. Debemos recordar aquí que la ciudad creció desde los años 20, cuando todavía Franco estaba en África matando gente. Creció desmesuradamente y se dejó arrebatar por Barcelona la mitad de su término municipal, sin que al alcalde de entonces, el que hoy lleva el nombre de la principal Rambla de la ciudad —él o su padre, ya me he perdido—, moviera ni el meñique, no fuera caso que el rey se lo metiera en la nariz. Ya en los 60, Franco descubrió el desarrollismo y la ciudad se volvió a llenar de obreros del sur y de especuladores del norte capitalino. Para 1970 la ciudad había casi duplicado su población y había construido 40.000 viviendas más hasta superar las 66.000. Cuando nacieron los ayuntamientos democráticos, en 1979, no hay datos fidedignos pero habría alrededor de 290.000 habitantes, unos 50.000 más que en 1970, de modo que por una simple regla de tres, quizá habría entonces en torno a 79.000 viviendas. Una auténtica barbaridad que hizo inevitable el grito ciudadano de “ni un bloque más”, en la ciudad de los bloques…

Durante los primeros 4 años de esos ayuntamientos, mientras PSC y PSUC se vigilaban de reojo, no hubo nuevos edificios ni vieja especulación: parecía que se había aprendido la lección y que lo último que crecería en la ciudad sería el cemento. Desde entonces hasta ahora (2023) se han construido en la ciudad 31.000 nuevas viviendas, el 77,5% de las que se construyeron en la década más dura de la inmigración de los 60. Con la diferencia de que entonces había en la ciudad 122.000 habitantes y ahora nos acercamos a los 300.000.

Cualquier ayuntamiento de izquierdas que pretendiera mejorar su ciudad, ofrecer calidad de vida a sus habitantes y revertir la dramática historia de un territorio esquilmado por propios y extraños, hubiera sacralizado —el término es irreversible— la noción de no construir un palmo más. No se les puede perdonar a los burgueses ilusos locales de los años 20, catetos y sinvergüenzas, que vendieran la ciudad al mejor postor; todavía menos a los vencedores de una guerra civil que sabían por qué habían vencido: para masacrar la tierra y a sus habitantes. Pero no se nos puede pedir que nos olvidemos de los que llegaron después: ellos son los auténticos responsables de haber convertido l’Hospitalet en la ciudad más densa de Europa y un lugar donde los habitantes más conscientes de su realidad intentan huir en cuanto pueden. Será imposible olvidarlos y será imposible perdonarlos. El año pasado había censadas 110.488 viviendas y todavía falta contabilizar las de Cosme Toda y las del biopol y todas aquellas decenas que se siguen construyendo donde no cabe una cucaracha.

Triple Q: los socialistas que llevan gobernando 45 años esta ciudad son los responsables absolutos del caos actual y solo hay una manera de revertirlo: revirtiendo sus políticas. Como sigáis transformando la ciudad —como prometiste ayer en el congreso—, con la misma pasión con la que lo hicieron los precedentes, dejaréis un rastro imposible de olvidar por los siglos de los siglos. Amen.

Así que, cohesión social urbana, lucha contra el cambio climático, servicios públicos de calidad, seguridad y convivencia y el empleo de calidad, que son los retos que el nuevo alcalde ha propuesto, obligan a un único objetivo: acabar con la edificación y recuperar suelo libre. O eso, o palabrería. Y no solo sirve para los que mandan. También para los que aspirar a mandar. Desde sus filas, o desde las de los herederos del “ni un bloque más”. A ver si nos aclaramos…

Amores políticos

Si alguna cosa me llamó más la atención del pleno del sábado en el que se plasmó el relevo previsto en la alcaldía de l’Hospitalet, esa fue el arraigo que ha ido adquiriendo la cultura de la socialdemocracia en el país, en lo referente al cuidado de la organización, que lleva aneja, claro está, la preservación de las personas.

Coño, Candelas, qué cosas dices de un pleno en el que no hubo novedades y en el que todo fue como estaba previsto. Pues eso. Es exactamente eso lo que quiero decir: que todo fue a pedir de boca, que no hubo novedades, que todo se produjo con una exquisitez mayúscula. A diferencia de lo que siempre ha sucedido en esa izquierda revolucionaria que de revolucionaria solo ha tenido la palabrería pero que siempre se ha distinguido por el cainismo que todo lo destruye, la cultura socialdemócrata se ha caracterizado siempre por cuidar las formas, por salvar la organización y por lavar los trapos sucios en casa. El pleno del sábado fue un ejercicio idílico de cultura socialdemócrata donde todos se querían un montón. La alcaldesa que se iba, quería a todo el mundo, el primer teniente de alcalde que le sucedió en la huida, todavía los quería más, y el jovencito alcalde ya no podía querer más porque le faltaba sitio en ese corazoncito de socialista eternamente agradecido a todos los que han hecho de él la primera autoridad de la segunda ciudad de Catalunya por sus enormes méritos.

Hasta yo, que me han hecho de hierro forjado, me enternecí. Esos pucheros de Fran Belver al que se le escapó concienzudamente aquello de “no hagués pogut fer millor tria”, un poquito antes de decir que el nuevo alcalde es mucho más que un compañero: es un amigo. Quien soy yo para dudar de esos sentimientos profundos. Me lo creo, que voy a decir. Igual que me creo los sentimientos de la alcaldesa saliente cuando le dijo al primer teniente de alcalde, también saliente, que se sentía orgullosa de él y al que le daba las gracias por todo y por tanto.

Reflejada con contundencia esta sensación humana de que se querían todos, me iban apretando mientras estaba en la sala, algunas preguntas. Por cierto, esta vez entrar en la sala no fue nada fácil. Tuve que utilizar algunas malas artes para mostrar pasión por el relevo.

Pues eso. No acabé de entender por qué quien tiene las prerrogativas de fijar el Orden del Dia, no lo hizo con un poco más de criterio. Lo normal hubiera sido, en mi triste opinión, que el primer punto del orden del día fuera la dimisión de la alcaldesa como primera autoridad municipal sin renunciar al acta de regidora, de manera que asumiera —como hizo en un momento cortito el tercero de a bordo— la presidencia el primer teniente de alcalde. Que el segundo punto del Orden del Día fuera la elección de nuevo alcalde, con lo que le hubieran podido votar los 13 concejales del grupo socialista y que, tras la elección del nuevo alcalde, hubieran dimitido los dos concejales que se querían ir: Marín y Belver. Es verdad que le hubieran quitado épica al relevo en la alcaldía, con su discursito final y los miles de abrazos posteriores pero, a cambio, para la historia, hubiera quedado claro que los dos dimisionarios votaban al nuevo alcalde. Es decir: lo votaban, no solo lo querían mucho, muchísimo. Así que, querido Quirós querubín (triple Q), la alcaldesa que te dio el relevo, y el teniente de alcalde que tanto te enseñó, prefirieron quererte mucho y que se supiera, que votarte mucho para que mañana nadie se lo pueda echar en cara.

Ya no recuerdo lo que pasó cuando Corbacho le dio el relevo a la señora Marín, pero me temo que también Corbacho la quería mucho y Marín le dijo que había aprendido mucho de él y que también lo quería una barbaridad. Hoy no se pueden ver. De hecho, había de todo en la sala de plenos, excepto exalcaldes de la ciudad. No vi a Pujana y no vi a Corbacho, pero en cambio vi a unos cuantos exconcejales de todos los colores. Para ratificar la impresión solo hay que fijarse en el divertido lapsus que protagonizó el alcalde a los dos minutos de convertirse en el número uno. Le dio unos besos a su mujer y a sus hijos y se olvidó de que junto a su mujer y a sus hijos estaba la que le cedió la vara de mando. Marín, aprende. Y si no que se lo pregunten a Corbacho.

Y otra cosa divertida, cuando la alcaldesa que se iba dijo que las ciudades no son las que se parecen a sus alcaldes sino que son los alcaldes los que se parecen a sus ciudades. Nada que objetar. Esta es una ciudad caótica, que dicen que acoge pero que lo único que hace es soportar, que ha tratado fatal tradicionalmente a sus hijos y a sus soñadores, y que se ha equivocado siempre a la hora de elegir lo que le convenía. Se diría que es una ciudad que va de fracaso en fracaso hasta el colapso definitivo. No me gustaría que me dijeran que me parezco a ella.

Por lo demás, todo fue muy bonito. Los invitados ilustres no venían a escuchar lamentos de cómo está la ciudad. Venían a agradecer a la señora Marín lo bien que se ha portado con el partido y con las autoridades a lo largo de su dilatada carrera —eso de la cultura socialdemócrata—, pero tuvieron que escuchar la hartura de cemento que nos invade, la ausencia de zonas verdes cada vez más acuciante, la enorme desigualdad entre barrios y entre colectivos, la falta de seguridad y los peligros sobre la convivencia y un larguísimo, larguísimo, larguísimo etcétera; y en el vértice opuesto, la apuesta por la política de escaparate que todo lo ha invadido desde que Marín empezó a soñar con ser muchísimo más de lo que en realidad era.

Algo de eso ya lo saben. El alcalde de Cornellá, sabe por ejemplo, que muchas escuelas de l’Hospitalet tienen que pedir la sala de actos de Cornellà porque en la ciudad no hay espacios para este tipo de convocatorias, igual que todos los que mandan fuera de aquí saben que l’Hospitalet no tiene ni un solo teatro municipal céntrico y digno de tal nombre, o que el Ayuntamiento tiene decenas de sedes de servicios municipales repartidas por toda la ciudad, la mayoría en pésimas condiciones porque jamás se propuso tener una instalaciones dignas, operativas y agrupadas, como no fueran los despachos del equipo de gobierno. O, por ejemplo —y solo son ejemplos agarrados al vuelo—, que el Museo de Historia sigue siendo el mismo y ocupando casi los mismos espacios que cuando gobernaban los alcaldes del postfranquismo. Y mientras tanto, el Ayuntamiento cede patrimonio propio a grandes empresas y encima, alardea de algo que tendría que darles vergüenza. Una pena de ciudad, para que vamos a engañarnos.

Usar cuando hace falta: tirar cuando ya se ha usado

De nuevo me comieron el coco para aburrirme unas horas en la sala de plenos municipal con la excusa de que había un par de cuestiones a las que sabría sacarles punta y sobre todo porque, con la excusa de que soy un tío rápido escribiendo porque no repaso lo que me brota de dentro, le daría unas horas al redactor de L’Estaca encargado de escribir algo más importante sobre la sesión de ayer.

Ya sabéis que esta banda de idealistas que se agrupan bajo el paraguas de FIC me caen bien y empiezo a ser incapaz de rechazar una invitación, lo cual comienza a preocuparme tremendamente, porque esas invitaciones siempre acaban siendo peligrosas. De hecho, alimentan en ocasiones mi perplejidad y en otras mi cabreo, por decirlo suavemente. No me dijeron sobre qué debía escribir… que yo, que soy un pieza, lo descubriría bien pronto.

La verdad es que encontré unos cuantos temas y me soliviantaron unas cuantas intervenciones pero, conociéndoles —y habiéndoles leído diariamente en ese cabezal (porque está hecho con la cabeza y no con los dedos: L’Estaca) que alimentan a base de tesón y valentía— bien pronto averigüé sobre qué debía escribir.

Hubo dos intervenciones que me llamaron la atención en un punto. Una, la inteligente intervención de la representante de La Saboga. Otra, la provocadora respuesta del gegant dels blocs, en respuesta a una intervención del Domínguez de los Comunes. Ambas intervenciones coincidían en un punto sobre el que los grupos municipales de oposición deberían reflexionar profundamente. La representante de La Saboga explicó todo lo que ya sabemos sobre la barbaridad del Biopol. No voy a insistir, pero al referirse a los partidos puso el dedo en una cierta llaga, que está abierta y que ellos tratan de disimular, pero que cuando supura escuece y no solo a los que la sufren, también a los que la contemplan.

Vino a decir que deberían aclararse y ejercer la coherencia. Defender la eliminación del Biopol en esta desgraciada ciudad, pero votar a favor en el Área Metropolitana o en la Generalitat, o no influir sobre las instancias superiores para que mantengan la inflexibilidad de la razón de quienes saben qué hay detrás de las grandes operaciones, es poner en evidencia demasiadas debilidades. Eso, en referencia a los Comunes. Lo de ERC es todavía más lacerante. Estuvieron en contra del Biopol antiguo con matices, pero este de ahora ya les parece bien. Ya les parece bien que se ocupen los últimos espacios libres que le quedan a la ciudad para construir rascacielos y para hacer millonarios a unos cuantos promotores más. Lo de ERC, de traca…

Y lo del gegant dels blocs, no de traca, sino de vómito. Pedirle a Domínguez que se queje a sus colegas de Esplugues, que gobiernan conjuntamente con el PSC, de lo que quieren acordar perjudicando a los vecinos de la barriada de Sanfeliu, no es de recibo, aunque sí refuerza de alguna manera aquel doloroso argumento anterior: el de la coherencia (aunque en este caso los Comunes en Esplugues son tan imprescindibles como la lluvia en el Océano, o sea nada).

Pero como era de suponer no son estos puntos los que más me llamaron la atención. Hubo uno, por encima de todos, que me dejó perplejo: la intervención de la señora del barrio de Sanfeliu y no por lo que dijo, sino por lo que olvidó. La alcaldesa explicó que había pedido la palabra la entidad FIC (Foment de la Informació Crítica) y que esa señora hablaría en su nombre sobre los problemas de los vecinos de la calle Sant Jordi de la barriada Sanfeliu. Esa señora no solo habló exclusivamente en nombre de los vecinos, sino que ni siquiera se dignó en dar las gracias públicamente a quienes le habían facilitado su intervención. Igual no era consciente del favor que hacía a los afectados una entidad que no tiene por qué defender intervenciones sobre cuestiones particulares y cuya tramitación fue objeto de debate en la Junta Directiva de la entidad, granjeó posturas distintas y creó tensiones. No creo que les guste a mis amigos que ventile interioridades. Es más, me han pedido que eran conscientes de lo que acordaron y que lo volverían a hacer y que, en consecuencia, obviara esta cuestión. Cosa que, como veis, no me ha dado la gana.

Como se explicó en este mismo cabezal L’Estaca, les pidieron a los de FIC que dieran amparo a los vecinos porque la Asociación de Vecinos del barrio no tuvo agallas para ceder la palabra en su nombre. Un hecho tan mezquino daría para renovar a la Junta entera de esa entidad, pero en el pleno, justo vivimos lo contrario. Los portavoces de ERC y del PP hablaron muy bien de la Asociación de Vecinos (pese a ser conscientes de su bajeza) o al menos los citaron y también el PSC, en este caso más comprensiblemente, porque seguro que son de los suyos. Nadie se acordó de FIC, ni seguramente falta que les hace, pero a mí, que les conozco, se me removió el alma.

Los que ya peinamos canas sabemos que la política también es eso. Sobre todo, eso. Usar cuando hace falta y tirar cuando ya se ha usado.

No vamos bien. Y alguien tenía que decirlo… aunque no sé si me dejaran seguir escribiendo.