Taparse la nariz

15 de marzo 2019

Decididamente estoy fuera del tiempo y lo noto porque cada vez me siento más cerca de mi juventud y tendría que ser al revés. No quiero decir que me sienta más joven. No, ya me gustaría. Lo que ocurre es que observo estupefacto, por ejemplo,  que los franquistas tienen el mismo desparpajo que tenían cuando el dictador vivía y aquel general sanguinario murió hace ya más de 40 años, o sea, que parece que volvemos a tiempos pretéritos aunque solo sea porque desde la Transición se acogotaron, solo protagonizaban escaramuzas incendiarias y andaban por las esquinas con la mirada huidiza y el culo apretado. Parecía que le tenían miedo a perder el apellido de una cosa que se llamaba simplemente democracia y que ellos habían bautizado como orgánica para hacerla más suya y más original. Una democracia, aquella del general, sin partidos, sin derechos fundamentales, sin horizontes, sin leyes universales, sin separación de poderes, sin vergüenza. La insólita democracia de una dictadura impasible, asfixiante, cruel y exclusiva, pensada para someter a la población en general y a los trabajadores particularmente y para instalar a la ciudadanía en una minoría de edad permanente y tutelada por quienes tenían la fuerza y habían arrumbado con la razón a base de tiros y violencia.

Esa gente que lo había sido todo cuando los demás no éramos nada, se sintieron huérfanos de pronto e intentaron pasar lo más desapercibidos posible. Sus herederos, que habían comprendido que el mundo buscaba otras convivencias, los preservaron como pudieron y los dejaron pudrirse en el anonimato que es una forma de diluirse sin dolor. Pero el franquismo no desapareció. Estaba en la conciencia de muchos que se acomodaron a los nuevos bríos y que eran conscientes de que había que cambiar de métodos para buscar parecidos fines, puesto que la imagen del fascismo estaba desacreditada por su zafiedad y su bravuconería.

Tanto fue así, que la Falange y el Movimiento del 18 de julio que se presentaron como partidos a las elecciones democráticas de entonces, recogieron la miseria decrépita de los cuatro nostálgicos que quedaban en activo. Ahora nos dicen que Vox, que es la nueva semilla de aquel fascismo decadente, va a ser el partido sorpresa, después de que en apenas 4 meses haya pasado de la nada a la oportunidad de ser algo.

Sin duda que vivimos tiempos de zozobra. Y no porque el mundo esté peor ahora que en 1980, sino porque tiene menos esperanza, porque estamos todos mucho más confundidos, porque no nos gusta en que nos han convertido y porque no precisamos cuál es el enemigo principal. Nuestra realidad más inmediata ha sido bobaliconamente invadida por una realidad virtual que tiene poco o nada que ver con la vida diaria. La vida diaria son los problemas del empleo precario, de los salarios indecentes, del empeoramiento de la calidad asistencial en sanidad, en servicios sociales, en atenciones al consumo, de la corrupción institucional, del descrédito de la enseñanza, del descuido en la separación de poderes, de los abusos sobre la vivienda y el urbanismo, de la contaminación. Pero en cambio, nos entretienen con la quimera de un nuevo Estado, pero no por la vía del diseño revolucionario que nos mejoraría a nosotros y a nuestros derechos y deberes, sino mediante el tormento de los lazos amarillos, de la existencia de presos políticos y exiliados, de un pueblo sometido a otro pueblo dominador que utiliza la justicia, los recursos y el poder para arrojarnos al Averno.

Lo que está hecho de emociones, amenaza con invadirlo todo, mientras que lo que debiera estar hecho de razones brilla por su ausencia.

A todo esto, se acaban de publicar en el BOE las candidaturas por Barcelona al Congreso y al Senado: son 18 en total para la Cámara baja y 17 para la alta, que es un decir, lo que pone de manifiesto hasta donde llega la confusión, vestida de pluralidad. O lo que es lo mismo, un total de 576 candidatos para 32 escaños que elegimos en la provincia, de los cuales a 8 los podríamos situar en el espectro de la izquierda, a 6 en el de la derecha y a 4 en posiciones ideológicas indeterminadas. O sea que todo el mundo está fatal, porque de 18 candidaturas, tan solo cinco o seis tienen posibilidades de conseguir representación. Y de ellas más o menos al 50% las izquierdas (PSC, los comunes y ERC) y las derechas (JuntsxCat, Ciudadanos y quizás el PP).

Por eso siguen insistiendo en que hasta el último día no se sabrá el resultado. Bueno, es verdad, eso pasa siempre. Las encuestas no son más que instantáneas que recogen el lado bueno de las figuras según quien las diseña, pero es verdad que el ambiente apunta a que ganará el PSOE, que crecerá Ciudadanos y Vox —quizás menos de lo que esperan— y que perderán representación el PP y Unidas Podemos. Explican que hay todavía cuatro millones de electores que quieren votar pero que no saben a quien, y esos cuatro millones, si no es que se los han inventado —¿quien ha ido a registrarse para explicar que decidirá su voto en el último momento?— pueden remover algo el tablero e incluso dar alguna sorpresa como pasó en Andalucía. Otro síntoma de la confusión. Nunca hubo tantas dudas.

Pero las dudas, contra lo que sería lógico, no solo están en el terreno de los votantes. Hay las mismas dudas, las mismas imprecisiones, parecidas ambigüedades en el bando de quienes se presentan. Probablemente los equívocos entre los candidatos generan el desconcierto entre los que hemos de votar y por eso está todo tan abierto y empieza a ser tan peligroso, porque nos podemos encontrar de pronto en el último cuarto del siglo XX, sin habernos movido del primer cuarto del siglo XXI. O sea que la historia podría repetirse y, de nuevo, vuelve a ser cosa nuestra.

Ya se que es imposible. Pero Igual nos iría bien dejar por una vez los sentimientos a un lado y votar con la razón. Incluso si la razón te aconseja no votar, habría que ser, por una vez, algo pragmáticos, que es una manera de ser mucho más que racionales. Jamás pensé que diría esto, pero lo voy a decir. Incluso es mejor ir a votar tapándose la nariz, que dejar que quienes huelen a muerto se lleven toda la gloria.

Todo es suyo

15 de febrero 2019

Cien años justos después de la pérdida obligada de la Marina de l’Hospitalet para construir el puerto franco de Barcelona, esta saturadísima ciudad está a punto de entregar con una amplia sonrisa otros 60.000 metros cuadrados de espacio ciudadano para otro magnífico proyecto ajeno por completo a sus habitantes —añadiéndolos a los otros 240.000 metros que ya se entregaron entre 1990 y el 2011. Está claro que nos van a vender como un éxito extraordinario el recientísimo acuerdo sobre la ampliación de la Fira de Barcelona que ha ayudado a que la alcaldesa de l’Hospitalet se haya sentado a la derecha del president de la Generalitat compartiendo tribuna con la alcaldesa de Barcelona, el presidente de la Diputación, el de la Cámara de Comercio y los de la Fira de Barcelona económica y patrimonial para así demostrar que la ciudad ya es el segundo motor económico de Cataluña, como dice la propaganda municipal, y que su alcaldesa empieza a ser una importante autoridad nacional.

A cambio de todo ello, sin que la Fira de Barcelona pierda su nombre, como debe ser, lo que fue la Fira de Barcelona desde el siglo XIX en la montaña de Montjuic, se va a reconvertir en espacio público para la ciudad condal. Barcelona ganará miles de metros públicos —que necesita con urgencia— para esponjar la ciudad y para beneficio de sus ciudadanos en una zona privilegiada entre la plaza España y los antiguos palacios feriales, que ni siquiera tendrán que remozarlos para cumplir su antigua misión ferial: para eso ya está el suelo hospitalense. A todo el mundo, incluso a la alcaldesa Marín, todo eso le parece muy bien. Barcelona necesita ganar espacios que para algo es el primer motor económico de Cataluña, su capital, y una ciudad que reclama visitantes. L’Hospitalet sigue siendo, con más ahínco incluso, la ciudad subsidiaria de la gran Barcelona, el patio trasero, la ciudad dispuesta a ceder suelo y a no reivindicar nada, aunque mantenga a sus ciudadanos hacinados, sin espacios verdes suficientes y vendiendo quimeras para mantener la fantasía.

Cuando se puso la Fira en la Gran Vía de l’Hospitalet, cuando se armó la Ciutat de la Justícia, algunos ya imaginábamos que la gran avenida que se inventó Corbacho terminaría siendo, no la puerta de l’Hospitalet, sino la de Barcelona en terreno ajeno. Una puerta que han diseñado para que llegue hasta el río, con esa hazaña que supone el PDU de Gran Vía que va a llenar de rascacielos de oficinas y similares lo poco que queda de l’Hospitalet todavía no edificado. Lo terrible no es solo esto. Lo dramático es que mientras Barcelona expulsa instalaciones que sigue capitalizando para rehabilitar sus propios lugares libres obsoletos, l’Hospitalet cede territorio a cambio de honores para su alcaldesa. Y nada más.

La política lo puede todo, solo es necesario tener ambición y ser tenaz. Nadie dice que la Fira de Barcelona no pudiera ampliarse todavía más en el Pedrosa. Lo que se defiende es que para que la Fira se amplie todavía más quizás habría que hacer un esfuerzo suplementario de esponjamiento ciudadano, adquiriendo suelo ocupado a cambio del suelo libre que se libera a beneficio de inventario para la economía productiva de los grandes empresarios de Barcelona. Todo el mundo entendería eso y si no, una visita guiada por los barrios del Norte de la ciudad con los mismos que ocuparon la mesa de presidencia durante la enajenación de los 300.000 metros cuadrados totales, hubiera resultado muy ilustrativa de las necesidades de la ciudad.

Pero esta ciudad está por otras cosas. Ser el segundo motor económico no sé en que beneficia a los hospitalenses que continúan con una de las rentas per cápita más bajas de entre los municipios catalanes. No hace falta más que acudir al Idescat y hacerse una idea. L’Hospitalet tiene un PIB (Producto Interior Bruto) por habitante en el año 2017 de 25.800 euros, cuando la media catalana está en 31.300 y la media del Barcelonès en 37.100 (ahí está Barcelona, pero también Sant Adrià, Badalona y Santa Coloma junto con l’Hospitalet). La Renta Familiar disponible bruta que es lo que las familias pueden destinar al consumo o al ahorro, todavía es mas elocuente porque se encuentra 10 puntos por debajo de la media catalana y 23 puntos por debajo de la media del Barcelonés. Es decir, somos una ciudad más bien pobre, con rentas más bien bajas y con un nivel familiar de consumo y ahorro más bien lamentable. Pero somos, según el ayuntamiento, el segundo motor económico de Cataluña. Hemos regalado ya 240.000 metros cuadrados a la Fira de Barcelona para ser ricos, pero vamos a regalar otros 60.000 porque la economía debe crecer y el Mobile ese famoso, da prestigio. A unos cuantos, y a Barcelona. Si, claro, como aquí hemos abierto hoteles, que ya está bien, los congresistas del Mobile se alojan aquí, como se alojarían en Matadepera, sin saber donde están. Quienes sí saben donde están los hoteles es el Ayuntamiento a quienes cobra el IBI, igual que ocurre con la Ciutat de la Justicia que también paga aquí, salvando muchas veces a la tesorería municipal de las tensiones internas que sufre a menudo.

Pero el Ayuntamiento sigue quejándose de que no hay dinero o al menos no hay dinero para todo aquello que la ciudad necesita. Y las familias tampoco tienen dinero, al menos el dinero que correspondería para vivir en la ciudad que es el segundo motor económico de Cataluña. Se cerró la tele por que no había dinero, se subvenciona ligeramente a las entidades porque no hay dinero, no se ayuda a la edición de libros porque no hay dinero. Nunca hay dinero para lo que interesa poco. Hace 40 años que en el Ayuntamiento no hay dinero más que para lo que al Ayuntamiento le parece bien. En realidad ese dinero no es nuestro. Es suyo. Hay que acordarse que cuando se les vota, se les está dando permiso para que consideren nuestros impuestos, su propio capital. Al menos, a estos que mandan. Todo es suyo: el presupuesto y el territorio.

Prensa funcionaria, narcótico civil

15 de enero 2019

No estuve, claro, porque yo a estos eventos no voy aunque me inviten, pero siempre tengo alguna garganta muy profunda que me da detalles apasionantes de los pesebres a los que soy resueltamente contrario. Los chicos y la chica del FIC le montaron una cena a Pujana para que se explicara, como antes se la montaron al viejo Capdevila para lo mismo, y lo único que consiguieron fue que, en la última, los del PP de toda la vida se lo pasaran en grande, y que los que esperaban alguna locuacidad del ugetista, se lo pasaran en pequeño. Parecía que Pujana estaba presto a hablar y a explicar las puñaladas recibidas cuando literalmente le echaron a patadas del Ayuntamiento, pero sigue siendo el cagarín de toda la vida, que se raja en los momentos cumbre. Acepta lo de las puñaladas pero sigue sin atreverse a explicar quien andaba engolado tras el antifaz y eso que lo conoce bien, de cerca y de antiguo. No nos hace ninguna falta a los mortales que nos diga quien ideó la trama, quien la desmadejó hasta dejarle sin hilo y quien fue con el cuento a las autoridades sociatas que le podían forzar a decir adiós, porque todos lo sabemos. Él, el primero. Pero sigue sin querer hacer un feo público, lo que no sé si interpretar como cortesía o como prevención, de modo que el día de la cena dijo que sí, que le habían hecho la cama, pero no quiso identificar al jefe de los camareros. Muy previsible, conociendo al personaje.

Lo patético no fue eso, sin embargo. Lo patético fue que sigue proclamándose socialista sin partido pero dispuesto a socializarse con sus antiguos correligionarios para lo que se tercie, después de que ninguno de sus correligionarios rompiera el carnet del PSC cuando lo pusieron al pie de los caballos. ¿Se lo tenía merecido? Yo no tengo dudas al respecto. Nunca se pudo probar que se llevara 40 millones en un maletín, como él mismo se encargo de recordar en la citada cena, pero tampoco hacía falta la prueba. A muchos no nos queda un ápice de duda de que aquel ayuntamiento y los de después, fueron un festín de prebendas, abusos y libertinajes, porque no hubo control y porque hubo, como mínimo, disimulo por parte de todos los participantes, el alcalde el primero. El dinero público y todo lo público que no era dinero, tenía un solo dueño que hacía y deshacía en virtud de los caprichos, de las servidumbres o de las corrupciones, que de todo hubo. Y no es un invento mío. No hay más que asomarse a la hemeroteca de todos esos años para ver cómo se multiplicaron las denuncias en prensa que se acabaron cuando acabaron con los periodistas críticos, esos que pierden siempre. Muerta la prensa libre, se acabó la rabia coyuntural.

Lo que había que hacer después era inventarse la propaganda. Ya lo habían hecho antes, pero mientras hubo algo de prensa sin control, los instrumentos de propaganda resultaron caros e ineficaces. Caros, lo han sido siempre en l’Hospitalet, porque para dirigirlos han traído gente de fuera, próxima ideológicamente, o simplemente comprable. Ineficaces, porque la prensa municipal sin control público no es prensa creíble. No lo ha sido nunca. Ni siquiera cuando ejerce el monopolio, como pasa ahora. Lo que no quiere decir que no sea útil. Sería eficaz si realmente informara. Es útil, sin embargo, precisamente por todo lo contrario, porque no informa pero atonta. Y ese es el objetivo.

Para informar sobre la realidad es imprescindible sumergirse en ella. Vivirla profesionalmente. Y ello implica dos cuestiones: apasionarse por la misión social y poder vivir del trabajo que uno desarrolla. En l’Hospitalet, los que diseñaron desde el poder la prensa que querían, tenían claro exactamente cuál debía ser el objetivo: que los periodistas pudieran vivir más o menos de su trabajo pero, sobre todo, que no se apasionaran con su misión social. Un poco lo que se les exige a los funcionarios: que practiquen el servicio a la ciudadanía pero sin implicarse demasiado, no sea que terminen poniéndose en el lugar de los ciudadanos y se alarmen por tanta incompetencia.

Y eso es lo que tenemos: periodistas funcionarios. Sin pasión, pero con un sueldo para ir tirando. Viene a cuento porque los asistentes a las dos cenas que ya ha organizado FIC y a los actos previos que la entidad organizó el año pasado, me refirieron, un poco conformados por la circunstancia, que no vieron a ningún periodista municipal cubriendo la información. ¿Alguien se imagina una cena pública con Narcís Serra, con Pasqüal Maragall o con Joan Clos para hablar de su período como alcaldes en Barcelona, sin que BTV se hubiera siquiera presentado para informar? No, claro. Porque todavía hay estilos y dignidades. Los periodistas funcionarios de l’Hospitalet ni tienen estilo, ni tienen dignidad. Así de dramático, pero así de evidente. Lo siento por los chicos y la chica de FIC porque, a partir de ahora, aún cubrirán menos sus actos. Y el Consistorio extasiado, porque esos mismos periodistas funcionarios son los que consiguen que la gente de l’Hospitalet esté encantada de la ciudad en la que viven, ya que de ellos es de quien reciben la información sobre la ciudad, de la que se dotan prioritariamente según el barómetro demoscópico hecho público hace cuatro días.

Deben pensar que teniendo a tanta gente aturdida, narcotizada por la propaganda, nos engañan a todos. Quizás consigan los votos para no salir rebotados en la próximas elecciones, pero ocuparan el mismo lugar en la historia de la ciudad que el desdichado Pujana.

Un hotel de cinco estrellas en Can Buxeras

El parque de Can Buxeres, un espacio libre para construir…

15 de diciembre 2018

Ya decía Rajoy que los catalanes hacen cosas. Pues bien, se nota que los hospitalenses no son muy catalanes porque en l’Hospitalet si algo falta son cosas. Diversas y variadas. En esta ciudad se va a rachas y por eso suele haber, según las épocas, mucho de unas cosas y poco de otras. Y, como es natural, para poner unas cosas hay que sacar otras para que quepan. Por ejemplo, en el siglo XIX, en l’Hospitalet les dio por poner muchas fábricas. Había fábricas en cualquier sitio, pero para poner las fábricas primero tuvieron que sacar los campos. Y eso ocurrió en unos sitios más que en otros pero en todos los casos la industria se ponía donde cabía y cabía generalmente donde antes se cultivaban tomates o se recogían algarrobas. Después, como había fábricas, y las fábricas solo funcionaban si había obreros, se pusieron obreros como si fueran cosas. Obreros que venían, no de la Cataluña interior o de los pueblos limítrofes como Sants o Cornellà, sino de Extremadura, de Andalucía y de Castilla. Eran obreros, no que trabajaban en l’Hospitalet y se volvían a su pueblo, no. Eran obreros que venían para quedarse. Y como tenían que quedarse, se ocuparon más espacios para poner casas. Pero como había tantas fábricas y se necesitaban tantos obreros —lo mismo que pasaba en l’Hospitalet, pasaba más o menos en los alrededores— no hubo suficiente con hacer casas donde había calles. Se inventaron los polígonos de viviendas que era una manera de hacer casas amontonadas, sin calles ni nada, porque lo principal era que los obreros tuvieran un lugar donde dormir. Un lugar para vivir, un lugar con calles y servicios, ya se iría construyendo con el tiempo.

Siempre, lo primero ha sido lo primero. Y en la lógica del capital, poco importaba el campo si lo que había que levantar eran fábricas y poco importaba que no hubiera calles, lo importante era hacer casas que las pudieran comprar los obreros gastándose mucho del dinero que ganaban en las fábricas. Lo de vivir tampoco era tan urgente. Lo urgente era producir que había que levantar Cataluña (y de paso España).

Así pasaron un montón de años hasta que algunos descubrieron que vivían en una dictadura pero que tenían cerca un ayuntamiento al que podía responsabilizar, con toda la razón del mundo, de tolerar que en su municipio se durmiera, pero no se pudiera vivir. A aquellos barrios y ciudades se les llamó barrios y ciudades dormitorio, con toda propiedad, y desde entonces la reivindicación de la ciudadanía pasó por conseguir que además de dormir, se pudiera vivir, es decir, hubiera escuelas, infraestructuras, servicios, equipamientos, calles urbanizadas, saneamiento adecuado, espacios de relación, culturales, etc, cosas que había que hacer no demasiado lejos de donde se dormía, porque si no, dejaban de ser útiles para la cuestión fundamental: convertirse en ciudadanos —a ello contribuían las necesidades familiares— y no solo en productores al servicio del capital.

Y como aquellos ayuntamientos estaban demasiado atados a los que habían permitido este estado de cosas, se vinculó la construcción de las ciudades para vivir, con la lucha por los derechos democráticos. Con una esperanza demasiado indeterminada: ser ciudadanos con derecho a mantener la vigilancia sobre las cosas que se hacían, porque se acabó comprendiendo que, para poner unas cosas, hay que quitar necesariamente otras.

Bueno, ahora se están quitando las fábricas y parece que ya no hacen falta más cosas para vivir, por lo que donde había fábricas estamos permitiendo, tolerando sin vigilar, que pongan casas, porque sigue siendo necesario dormir en algún sitio.

Pere hete aquí que acaba de saltar la noticia. Los vecinos de Santa Eulalia que hace un siglo vienen reivindicando un polideportivo en condiciones porque el de la calle Jacint Verdaguer se ha hecho viejo y hay que reformarlo y porque, cuando se construyó, vivían en Santa Eulalia la mitad de vecinos que ahora, acaban de descubrir esa ley inevitable. Para hacer un polideportivo hace falta un lugar —para poner unas cosas hay que sacar otras— y ya no hay lugares libres en Santa Eulalia, así que el Ayuntamiento ha tenido una idea genial, muy propia de quienes nos gobiernan. Metemos el polideportivo en un parque. Total, un parque solo es un sitio libre, a menudo lleno de niños ruidosos cuando no de perros que sueltan bolas negras. Y para compensar, en lo que había sido una pista a pie de calle, en la que no se puede edificar porque pasa un canal subterráneo —calle Gasómetro— se levanta el cemento y se ponen unos bancos o ni siquiera eso, que total, un parque con cemento siempre parece más limpio que lleno de hierbas. Total, para pelarse las rodillas, lo mismo vale una pista de cemento que un solar de gravilla y los perros no suelen hacer miramientos a la hora de defecar.

Así que para el polideportivo de Santa Eulalia el ayuntamiento ya ha encontrado el mejor sitio: el parque de la Alhambra. Es más, si me apuran, al lado del polideportivo que solo ocupará un tercio del espacio libre, podrían hacer un párquing subterráneo y usar los árboles, una vez bien cortaditos —ya se sabe aquello de hacer leña del árbol caido—, para la calefacción escolar, que hemos de aprovecharlo todo.

De paso, ahora que nos está llegando la fiebre de los hoteles —la Marbella del Llobregat—, yo propongo construir el mejor hotel 5 estrellas de la ciudad en el parque de Can Buxeras, con vistas al antiquísimo Camí de la Fonteta, una reliquia del pasado que los turistas valorarán muchísimo y con una casa señorial muy auténtica que se podría convertir con poca inversión en un spa de lujo del que no se querrían ir los millonarios. Y ya puestos, un bloquecito de vivienda protegida en la plaza Mosén Homar aprovechando que se le mueren los dos magnolios y las palmeras y una hilera de adosaditos en el paseo central de la Rambla Marina —con entrada en el lado sol y jardincito en la parte posterior— porque es un derroche de espacio ese paseo tan opulento.

Y ya iremos pensando cómo aprovechar lo que quede libre porque siguen haciendo falta cosas y ya se sabe: para poner unas, hay que sacar otras. Las más prescindibles, claro.

Ciudadanos profetas

El edicto B del Ayuntamiento, un nido de… funcionarios.

15 de noviembre 2018

Lo mío es tremendo porque no estoy al día. La prueba es que sigo utilizando la misma capa de hace un siglo que brilla por las rozaduras tanto como la sotana de Dómine Cabra, de la que no se conocía la color. Y no estoy al día, porque me aburren mis circunstancias que son una parte de mi yo, los manejos cansinos de los que mandan y la reconocida incapacidad que tenemos para cambiarlos de una cartesiana vez. Fijaros si estoy arrumbado, que un amigo que se enteró de que había vuelto a coger el pincel de escribir, me envió esta semana unos papeles acompañados de unes fotocopias notariales sobre un sucedido de junio de este año, que yo, que entonces estaba inactivo de incordiador, no vislumbré.

Y el tema, que os voy a exponer, tiene enjundia. Y tiene más enjundia todavía, que la cuestión fuera a parar hace seis meses a la Oficina Antifraude de Cataluña y que esta Oficina no se haya pronunciado, sobre todo porque dos meses antes recibió otra denuncia contra los mismos, por la misma cuestión. Que no se haya pronunciado, o que se desconozca. Porque parece que sus dictámenes no llegan al denunciador sino al denunciado y de este modo se suprime el altavoz de la publicidad.

Vayamos al ajo. Parece que en abril del 2017 se convocaron seis plazas de altos cargos directivos en el Ayuntamiento de l’Hospitalet y también parece que, en algunos casos, sino en todos, esos cargos estaban ocupados por personal que lo estaba haciendo muy bien pero a los que les vencía el contrato de comisión de servicios en agosto de ese mismo año. La comisión de servicio es un nombramiento temporal de un funcionario que ejerce en otro destino y que es requerido por urgencia o necesidad, a juicio de la Administración, para desempeñar otro cargo, sin que legalmente existan muchas dificultades para el nombramiento porque es la propia Administración quien lo regula. Eso sí, el plazo es de un año y a su término, el citado funcionario se vuelve por donde ha venido o… gana una plaza en concurso. Una plaza que también es la propia Administración quien la convoca, la regula y la otorga.

Estas maniobras estaban pensadas para facilitar la urgencia de determinadas funciones, solo que si se deja al albur de la propia Administración pasa lo que pasa. Y lo que pasa es que los equipos municipales priman la confianza por encima de la competencia. Y a veces ni siquiera la confianza. A veces se trata de dar trabajo a quienes lo han perdido en otros puestos, también de confianza. A veces se trata de hacerse favores entre jerarcas. A veces se trata simplemente de poner a los tuyos… Solo que todo esto se hace con el presupuesto público y podría ser ahí donde se esconde el delito: dinero empleado de manera perversa y para objetivos espurios.

Este plumilla no sabe de delitos. Quien lo puede saber es la Oficina Antifraude que no se ha pronunciado, pero lo que parece claro es que, si no ha habido delito, lo que si ha habido ha sido mucha chiripa.

Los denunciantes, el grupo municipal de Ciudadanos, tuvo la pericia —y los cuartos— de irse al notario antes incluso de que se publicase la lista de aspirantes y señalar los nombres de los ganadores a los cargos respectivos. Acertó plenamente. Es decir, hizo un pleno de seis. De donde se deduce que todo el mundo sabía que el concurso era una filfa o que, por el contrario, los de Ciudadanos son unos pitonisos del copón. Unos profetas de altura que lo mismo pronostican el resultado de un concurso que el indulto de unos que no han sido todavía juzgados.

Como era previsible, el ayuntamiento dijo en su momento que el procedimiento era tan pulcro que, afirmo yo, el acierto pleno de Ciudadanos tenía que ser un milagro. Para avalar el prodigio afirmaron que en los tribunales que otorgaban había referentes de la gestión pública y catedráticos, como si eso no diera hoy un poco de risa y otro poco de lástima. Y que todo el procedimiento es tan transparente que si lo miras de cerca quedas obnubilado y te estalla la retina.

Es lo que tiene eso de ostentar el mismo poder durante décadas, que todo el mundo ve al rey desnudo pero resulta obligado afirmar que va con armiño, no sea caso que nos lluevan los delitos por todas las esquinas y nos ahogue el hedor. Porque este caso no es de ahora mismo: se repiten los mismos síntomas prácticamente desde el principio de la democracia y ya en otros tiempos la prensa denunció lo mismo que acaba de ocurrir ahora sin que se haya hecho nada por remediarlo. Más bien todo lo contrario. Siguen hablando de transparencia, de pulcritud y de honradez pero esta pantomima provoca la carcajada. La fúnebre carcajada del payaso.

Me tienta poner los nombres y los apellidos de los listillos de todos los niveles, aunque solo sea porque ha habido gente muy anónima que se sigue creyendo que los concursos son abiertos, pulcros, vigilados de cerca por catedráticos y referentes honestos, que se han preparado a conciencia y de los que se han reído los convocantes, los ganadores, los referentes, y ya veremos si también los antifraudes.

Ahí van pues, todos juntos y con diversas responsabilidades, pero todos implicados de un modo u otro en el artefacto: Núria Marín, Manuel Brinquis, María Rosa Alarcón, Laia Claverol, Blanca Atienza, Raül Blanco (que se lo llevó Pedro Sánchez), Antonio Rivera, Patricia Moreno, Ferran Daroca (que ya murió, el pobre), Maite Vilalta, Carles Ramió y seguramente que me dejo muchos.

Hay mucho más, claro, porque los mismos profetas Ciudadanos hablaron hace un cuanto, de un montón de empresas públicas y privadas que también se benefician de esos amores corrompidos, ante el insondable despecho al que se ven sometidas muchas otras.

No soy quien, pero un modo de higienizar, ventilar y renovar los vientos del poder pasa por cambiar los culos de las sillas. Un culo sentado en la silla de siempre, destroza el culo, que es de ellos, pero también la silla: que es nuestra.

Enseñar los dientes

El consorcio mirando lo bonitos que son los rascacielos vistos desde arriba.

15 de octubre 2018

Desde luego está claro que el mundo ha cambiado mucho en poco tiempo y que nada es lo que era y sobre todo la prensa, que hoy es más nada que nunca. Aquí, entre nosotros. En otras latitudes, las cosas son distintas. Nuestros periodistas nunca fueron gran cosa, la verdad. Hacían lo que podían y solo se atrevieron a meterse con el poder cuando el poder hacía aguas y entonces alimentaron la fantasía de que ellos solos se habían cargado al franquismo. Cosa errónea. El franquismo se lo cargó la modernidad. Los franquistas imperiales y nacionalcatólicos fueron educando a sus hijos en la pijotería europea y ellos se fueron muriendo. Al final, los hijos de los falangistas, de los carlistas y de los estraperlistas, se hicieron del PP si habían ido a escuelas de curas y de los socialistas si frecuentaron la escuela pública. Y entre ellos, con los hijos de los que perdieron la guerra como invitados de tercera, trajeron la democracia y hasta vendieron la ilusión de que habían hecho una Constitución para todos y al gusto de la mayoría.

Después han venido estos lodos y los periodistas se pasaron la historia aplaudiendo a la modernidad, excepto cuando algunos que se ahogaban en su mala leche empezaron a sacar pequeños escándalos, luego escándalos medianos y así hasta hace cuatro días en que los escándalos amenazan con el desborde. Eso en la Celtiberia, porque aquí en Cataluña la mayoría de los periodistas se mantenían callados cuando Pujol, en las ruedas de prensa, les decía aquello tan atrevido del “això no toca”.

Nada de extrañar, pues, la noticia de estos días en la prensa hospitalense que habla de que en los últimos diez años han cerrado 44 de los 75 quioscos de prensa que había en la ciudad. Ya era extraño que en una ciudad donde se lee muy poco hubiera 75 quioscos en la calle. Ahora quedan 31 y la razón no es otra que la caída insuperable y abrumadora de las ventas de periódicos. Los quiosqueros y la gente bien pensada dicen que se debe a que los lectores consumen prensa digital por internet que les sale casi gratis y por eso no compran papel. La razón me temo que sea otra: la gente se ha hartado de la prensa de declaraciones, de las complicidades con el poder. Ya decía que nuestros periodistas nunca fueron gran cosa. Y el poder lo sabe bien. Ni les temen, ni les respetan.

Un ejemplo. Explican los chicos del FIC, esa cosa que se han inventado a medias entre la nostalgia y el voluntarismo que, entre otros sueños, apoya esta plataforma donde leéis esto, que desde que fundaron la entidad, no han conseguido audiencia con la alcaldesa de la ciudad, pese a sus peticiones reiteradas. La primera autoridad de la ciudad suspendió el encuentro tres veces por una la Junta del FIC hace pocas semanas y todavía no hay fecha para presentarle una entidad de profesionales de prensa y otra gente activa de cierto nivel que, en cualquier urbe digna de tal nombre, sería saludada con el respeto que se merece.

Y es que los periodistas y sus aparatos, entre nosotros, no le dan ningún miedo al poder. Y sin miedo a la prensa, no hay respeto a la prensa. Por eso se venden pocos periódicos y cierran tantos quioscos. No porque se lea gratis, sino porque han dejado de interesar. Y han dejado de interesar porque la prensa debe explicar crudamente qué se esconde tras los vicios ocultos del poder, porque la prensa libre es un servicio público y el poder sin control una lacra social.

Amigos del FIC, el día que expliquéis quien y como se reparten las plusvalías de las operaciones que esconde el Consorcio para la Reforma de la Gran Vía que se ha convertido en un instrumento depredador y especulativo disfrazado de promotora de vivienda protegida, ese día la alcaldesa y los que la rodean —sobre todo los que la rodean que conocen mejor a los medios que ella misma— os mandarán llamar para interesarse por vuestros proyectos.

Por cierto, este Consorcio administra, licita, adjudica, etc. todo lo que se ha construido/destruido en la Remonta; se encargarse por vuestros proyectos.n Viacho administrativista abierto para lo que se tercie.era tiene exclusividad en su cargo, de maneó en su día de los negocios millonarios del sector financiero de la Plaza Europa y dirige en la luz y en la sombra el proyecto de la última zona agrícola de Can Trabal. El que piensa en el Consorcio es un abogado de Barcelona que ni siquiera tiene exclusividad en su cargo, de manera que a ratos libres tiene despacho administrativista abierto para lo que se tercie. Con permiso municipal, claro, que para eso es el que piensa y no se entretiene con minucias. No vive en la ciudad, naturalmente. De los 8 o 10 cargos ejecutivos cubiertos de ese Consorcio, solo la alcaldesa y el primer teniente de alcalde viven en la ciudad. El resto deciden cómo hemos de vivir nosotros, porque a ellos, que quepamos o dejemos de caber, no les afecta en lo más mínimo.

Amigos del FIC, paciencia. Los periodistas, como los sabuesos, solo son respetables si enseñan los dientes.

Contra la Síndica de Greuges

Mercedes García, la Síndica de Greuges de l’Hospitalet.

15 de septiembre 2018

Cuando me llamaron no me lo podía creer. Y cuando me hicieron la oferta, se me iluminaron las meninges y me pareció que todavía estábamos en los años ochenta, en el tiempo de las máximas voluntades para hacer cosas inútiles. Naturalmente les dije que no y estuve a punto de colgarles el teléfono y de escupirles que no le tocaran más los cataplines a este pobre viejo que, en algún tiempo pretérito, les llegó a tener cariño. Ellos también son dos viejos rijosos pero, los muy zoquetes, siguen teniendo el alma de cántaro, siguen trabajando gratis como casi siempre y yo no me podía ni imaginar que siguieran en activo con el mismo entusiasmo de los bachilleres. En fin, que me negué a todo de malos modos y les grité a distancia que cómo se atrevían a interrumpir mi merecido descanso de descreído universal para proponerme tamaña estulticia.

Atendiendo a mi mala fama de escribidor, me sugerían volver a las andadas, esta vez para decir lo que quisiera, no sobre el papel, que ya es materia levísima e irrelevante, sino sobre el éter, una cosa que ahora llaman cibernética y que no es más que una mala magia que anda por las nubes y que insinúan que no controla nadie, cuando es evidente que todo lo inventado, lo inventable i lo inventariable, lo controlan los mismos de siempre. De cobrar, nada, claro y, como siempre, midiendo las palabras, midiendo los alcances y las extensiones y cumpliendo a rajatabla la periodicidad prevista. En fin, que no, que ya ha llovido mucho desde que nos pensábamos que las palabras iban a cambiar el mundo cuando lo que se ha visto es que es el mundo el que cambia las palabras.

En nada de enviarles a contar hormigas, oí que el más melindroso de los dos gritó en el vacío: “Luis, se fuerte…” Aquello me tocó el punto G y me puse chillón. Les recordé que todos —absolutamente todos— los experimentos de prensa en los que habíamos trabajado juntos habían cerrado sus puertas, que eran unos auténticos malajes y que si lo que querían era garantizarse frívolamente el cierre de este nuevo invento a plazo fijo, que no me buscaran a mi, que lo dijeran abiertamente a la chiquillería que ahora les acompaña en la nueva empresa, por lo que me explicaron, buena gente que repite los sueños de sus antecesores.

Se pusieron serios y me dijeron que no solo eso, que esto de ahora se lo creían tanto que habían contribuido a dar esencia a una cosa que llaman FIC, una cosa muy seria para regenerar el periodismo. Les dije que si esas siglas habían salido de ellos era porque eran unos Forofos de la Imbecilidad Crónica y que a mi me dejaran tranquilo.

Hicimos un largo silencio, tan largo que me pareció estar hablando a solas con mi nostalgia y entonces recordé que yo era tan FIC como ellos y que, a regañadientes, no me iba a cagar ahora que todavía tenemos menos que perder que antes.

Así que les pregunté por los contenidos previstos en la primera edición, descolgué mi capa del armario de los recuerdos más tiernos y me puse a escribir esto que tenéis ante los ojos.

Y el tema de esta primera Capa me vino al hilo de la entrevista que los chicos/as de L’Estrella han hecho a la flamante Síndica de Greuges del Ayuntamiento de l’Hospitalet. Coño, una defensora del pueblo orgánica y oficialista, me dije para mi. Si que están mal las cosas. En mis épocas, los únicos defensores del pueblo eran los salteadores de caminos que robaban a los ricos para repartir a los pobres. Eran imprescindibles, una especie de Estado del bienestar autoorganizado y bastante reprimido, porque lo único autorizado, como siempre, era un Estado que garantizaba poder robar a los pobres para repartirlo entre los ricos. Yo me puse la Capa muchas veces para hacer de defensor del pueblo en aquellos tiempos invertebrados y por eso ya daba por hecho que el defensor del pueblo era una cosa obsoleta y superada.

Pues se ve que no. Se ve que, en plena democracia representativa, los ayuntamientos más avanzados consideran que es imprescindible un defensor del pueblo, un síndico-a de agravios, porque, contra lo que sería lógico pensar, el pueblo sigue indefenso y cargado de ultrajes. Su papel es defender al contribuyente, al ciudadano, de los agravios que le produce… su administración más próxima. O sea que el Ayuntamiento ya da por hecho y por inevitable que va a fastidiar, a fustigar y a perjudicar al administrado… que encima, lo elige cada cuatro años. Vistas así las cosas, que tenga que existir un Síndic de Greuges es la evidencia absoluta del fracaso de la Administración y el exponente más dramático del desprecio hacia el ciudadano, al que está seguro que va a joder. Viene a decir: como se que va a ser imposible tratar justamente al ciudadano, me invento un instrumento para que lo defienda. Menudo morro. Porque encima, el instrumento depende enteramente de la Administración y, como es el caso, dista mucho de tener los recursos que necesitaría para ser efectivo.

O sea que el Ayuntamiento ya conoce su injusticia intrínseca y su ineficacia manifiesta y, en lugar de resolver las causas, pone en marcha un simulacro para reducir los efectos. Vaya cinismo democrático…

De manera que estoy en contra de los defensores del pueblo… porque yo lo fui en su día cabalgando por la serranía madrileña y se de qué va la labor. Conseguí fama y amores, pero no conseguí ni de lejos impartir justicia, ni siquiera disminuir congojas. El pueblo solo se defiende enviando a casita a los que dan por hecho que van a ser injustos, deshonestos, soberbios, autoritarios… Y de eso hay mucho en este sitio.

Asi que, perdóname Merche, pero estoy en tu contra. Y no por ti, que casi te quiero, sino por los que te han puesto en el sitio para que hagas de baluarte con poco más que tu piel.

Luis Candelas, fue el enemigo público número uno de la capital más castiza del reino, hace ya bastante tiempo. Más tarde se reencarnó en el Baix Llobregat donde se dedicó a darle al lápiz, en todos los intentos de prensa libre de la comarca entre los años ochenta y finales de los noventa. Ahora, más viejo que nunca, vuelve porque le han insistido, con más desgana que antes, pero con la misma voluntad de meter el dedo en la llaga del poder. Bajo su Capa se esconde una mala baba del copón, pero también los sueños indestructibles de la justicia, la libertad y la esperanza en un mundo mejor.