Aquella Marina perdida hace un siglo

 La Marina d’ahir, una nostalgia con sabor a historia.

15 de mayo 2020

El domingo 10 de mayo se cumplió un siglo que, de un plumazo, el término municipal de l’Hospitalet perdió casi la mitad de su extensión, la que iba desde la antigua carretera del Prat, más o menos, hasta la costa y desde el Llobregat hasta el término municipal de Barcelona, que hacía muy poco se había comido también al pueblo de Sants cuyo término municipal también llegaba al mar por detrás de Montjuic. Justo en lo que hoy se conoce como el paseo de la Zona Franca y que entonces incluía un barrio de pescadores (Can Tunis), algunos prados de blanqueo y unas pocas fábricas y que después creció con las Casas Baratas, el barrio del Polvorín y las viviendas de Nuestra Señora de Port. Para entendernos, el imperio de Candel, donde la ciudad cambiaba de nombre, donde se establecieron con la humildad acostumbrada, los nuevos catalanes.

Aquella marina de Sants que se perdió, junto con el pueblo, a inicios de siglo para que Barcelona colocara las fábricas que enriquecían a sus clases pudientes y alojara en un entorno de miseria a la mano de obra que llegaba bajo el reclamo de las obras del metro, se prolongó en 1920 hacia la Marina de l’Hospitalet que, a diferencia de la de Sants todavía era un entorno rural, bastante bien explotado y preservado, por lo tanto, de la ambición devoradora del capitalismo en desarrollo de aquellos años.

L’Hospitaket perdió casi la mitad de su término y el municipio apenas emitió un enterado a través de su ayuntamiento que tan solo se quejó de que con la segregación perdía los escasos ingresos de algunos de los contribuyentes más solventes: los payeses que sacaban rendimiento de sus tierras para dar de comer especialmente a Barcelona y su entorno. Entonces ingresó una ridiculez que, al cambio, apenas llegaría hoy para pagar el salario de la alcaldesa de un solo año —al que ha renunciado, digámoslo todo, para cobrar de la Diputación, que es superior.

Me consta que hay aprendices de historiador que están estos día revisando papeleo para entender por qué el Consistorio hizo chitón al robo espurio y por qué se dejó solos y abandonados al centenar de payeses y obreros agrícolas que residían en una zona que, bajo la pretensión de progreso exterior, perdió para siempre esta ciudad. Una zona que era rica en producción, muy próxima al mercado de consumo, todavía ajena a la industria (la industria había ido optando por la costa norte ocupando lo que hoy es la zona olímpica y que Maragall y sus arquitectos rescataron para la ciudad en vísperas del 92) y sobre todo un espacio de reserva sostenible para el futuro de un municipio que, por su proximidad a Barcelona, estaba condenado a crecer como una ciudad dormitorio cualquiera.

Barcelona se llevó el gato al agua con aquellas casi 1000 de las 2.700 hectáreas de entonces, a las que habría que añadir otras 300 cuando se abrió la Diagonal por el norte. No pasó entonces lo que le había pasado a Sants porque la gran ciudad no estaba dispuesta a digerir lo que ya se veía venir: los cientos de miles de immigrados económicos sin otra cosa que dignidad en la memoria y telarañas en los bolsillos. Para eso ya estaba l’Hospitalet.

Perdonadme. Cometo un grave error cuando hablo así de las ciudades. Barcelona es un lugar maravilloso. Lo ha sido siempre. Han sido sus poderes económicos lo que la han convertido en un estómago insaciable de territorios para ubicar allí lo que molestaba junto a la casa de los ricos, en el centro de la ciudad. Necesitaban las fábricas, el humo y la miseria un poco lejos, porque vivían de ello pero no estaban dispuestos a soportar su hedor. Fueron esas gentes las que decidieron comerse las marinas al sur de Montjuic y abandonar a su suerte a quienes arrnacaban el fruto de la tierra y a quienes tenían que haberlos representado en las instituciones. Si l’Hospitalet perdió casi la mitad de su territorio en el siglo pasado sin rechistar fue porque el poder lo había diseñado todo: cómo se distribuía el espacio (donde iba cada cosa: las fábricas, las infraestructuras, los depósitos francos, los aeropuertos) y cómo se hacían las leyes, a quien se explotaba y a quien se podía expropiar sin contemplaciones. Eso fue así durante el primer tercio del siglo XX (y lo había sido durante la segunda mitad de la centuria anterior) y todavía nos extrañamos por qué a Barcelona se la llamaba la Rosa de Fuego bajo los años lejanos de la respuesta obrera.

En 1920 se acababa de producir la huelga de la Canadiense y se acababan de inaugurar las conquistas de las 8 horas de jornada laboral, pero eso estaba muy lejos de l’Hospitalet aunque también en l’Hospitalet había obreros combativos. Después vendría la República y la Guerra Civil y esta ciudad siguió siendo un laberinto al servicio de otras casusas que no eran la suya. En la Torrassa empezaba Murcia pero al otro lado no estaba l’Hospitalet sino únicamente un fantasma. Solo hubo l’Hospitalet en el antifranquismo y quedó tremendamente derrotado en 1979, cuando vencieron los que consideraban que la ciudad necesitaba un lavado de cara pero no una conquista de espacios, sino más bien todo lo contrario.

La contrapartida al robo del siglo de ahora hace 100 años consiste en reclamar que nos hagan un pasillo para podernos mojar los pies en el centro del puerto de Barcelona que llega desde Montujuic a la nueva desembocadura para beneficio de quienes hacen negocios. Ni siquiera hay luces para reclamar que nunca más se puedan decidir cosas en lo que ahora de Zona Franca solo tiene el nombre, sin contar con el beneplácito de los antiguos expoliados. L’Hospitalet, por no estar, no ha estado jamás en el Consorcio que ahora preside un ínclito socialista y no tiene prisa por reclamar ese estatus. ¿Para qué, si entonces renunciamos a la tierra, más tarde a un urbanismo racional y después a una planificación que frenara la saturación demográfica?. ¿De que nos serviría estar en una institución que podría decidir poner el territorio al servicio de la población y no de los poderes económicos, si los que están ahí, van a seguir estando ahí y nadie se plantea substituirlos son exactamente los representantes de esos poderes y no de los pobres residentes?

Es fácil entender que siempre ha sido así: hace un siglo y ahora. Entonces mandaba la Lliga conservadora y su única preocupación era recaudar menos de lo previsto. Ahora ha cambiado el nombre instrumental pero los objetivos no han variado. Antes, por lo menos, la ciudad estaba por hacer. Ahora está deshecha.

El dissenyador de penúries

15 de maig 2020

Si alguna cosa s’ha posat més de manifest en aquesta crisi sanitària que encara estem suportant és que els excessos en la massificació resulten altament perjudicials i que afecten no només a la qualitat de vida sinó també a la salut. Per dir-ho planerament: els humans som una espécie gregària que necessita la relació social com el pa que menja, però que reclama alhora un espai vital suficient que resulti saludable. El disseny que s’ha fet al llarg de tot el segle XX i el que portem de segle XXI de les ciutats és qualsevol cosa menys un mecanisme al servei de la gent: és bàsicament una operació de mercat que prima l’especulació econòmica per sobre de la vida de les persones i el seu desenvolupament armònic amb el medi. L’elecció per la ciutat compacta (vertical i densa) com una solució sostenible, contraposant-la a la ciutat difusa (horitzontal i dispersa), ja s’ha vist que és un gravíssim error. La ciutat formiguer, en un món globalitzat de mobilitat sistemàtica de les persones, representa una amenaça permanent a la salut pública perquè fa inevitable la saturació de l’espai, la massificació de la gent, la contaminació ambiental i el contagi de patògens. La ciutat vertical, urbanísticament saturada i sense espais verds, amplis i suficients, no obeeix a cap criteri d’estalvi de recursos, sinó a la depredació del sol urbà per enriquir a les constructores, amb l’aval inexcusable de les administracions municipals més interessades en l’obtenció de recursos que en l’oferiment d’una vida de qualitat a la seva ciutadania: exactament la que la elegeix i a qui s’hauria de deure.

Això, que semblava una evidència i que, només fent una comparació entre la qualitat de vida de les ciutats esponjades i la de les ciutats formiguers resultava indiscutible, comença a posar-se de manifest obertament en situació de pandèmies, quan es recomana com una de les mesures fonamentals el distanciament físic, una cosa impossible del tot en ciutats tan denses com l’Hospitalet.

Una informació a El Llobregat sobre la sostenibilitat com a punt dèbil del covid-19 semblava posar el dit a la nafra en interrogar-se i interrogar-nos sobre el futur de las ciutats metropolitanes, ara que ja s’ha vist que una necessària prudència en el distanciament social resulta imprescindible per fer front a una de les amenaces més virulentes per la supervivència de l’espécie: la previsible repetició de pandèmies. En aquesta informació, el gerent de l’Agència de Desenvolupament Urbà de l’Hospitalet, l’advocat Antoni Nogués, que ha estat al front d’aquest organisme des de l’època Corbacho i que és el màxim responsable de la saturació urbana per delegació dels consistoris socialistes, afirmava que “cal accelerar els canvis en els quals estan immerses les ciutats metropolitanes en el capítol energètic per adaptar-se al canvi climàtic”, però alhora insinuava que eren impensables els canvis urbanístics, primer perquè “tan aviat hi hagi una vacuna pel covid-19 es deixarà de parlar de canvis en l’espai públic pel coronavirus” i segon —com defensa la sociòloga Verónica Pérez— perquè “el distanciament social està a les antípodes del caràcter llatí”. Nogués no questionava la ciutat compacta i densa —faltaria més, si ell ha estat el principal impulsor d’aquesta basrbaritat— però acceptava que es reprogramés a llarg termini —50 anys— com es va fer amb la reforma de l’eixample barceloní de Cerdà per acabar amb la “kasba” insalobre del Raval, també per motius sanitaris. Obviament, un  dels màxims creadors de la ciutat densa hospitalenca, considera que la casa i l’hortet de la ciutat difusa no es viable, però en canvi pensa que es pot afavorir el teletreball o la robotització, que considera canvis de gran calat, per evitar la massificació que promou la mobilitat interurbana. I així, no s’està de destacar com a paradigma del futur urbanisme hospitalenc la defensa del nou PDU Gran-Via Llobregat, que es menja la darrera zona lliure de la ciutat per construir desenes de nous gratacels —en el 10% del territori global del terme, encara lliure—, amb l’excusa d’incorporar a la ciutat un ampli espai verd que ara és zona agrícola. I ho rebla amb un extraordinari exercici de cinisme, per si encara no hi havia invertit prous dosis en la seva defensa del disbarat del PDU, quan afirma que “els metges s’estan queixant que els hospitals s’estan quedant petits. En lloc de reduir la població de les ciutats o imposar el distanciament social, el que caldria fer és ampliar els actuals hospitals”. De manera que, com que molts dels edificis projectats encara no tenen comprador i estan a prop de l’hospital, aniria molt bé que les Administracions es posessin les piles perque segons ell “alguns d’aquests espais serien idonis per l’ampliació de l’hospital de Bellvitge”.

Aquest personatge —que pensa que la principal solució no és preservar la salut millorant la qualitat de vida sinó tenir més espai als hospitals per quan ens posem malalts a causa de la inevitable precarietat ambiental—, aquest personatge  és el que ha dibuixat la desastrosa ciutat que avui tenim i el que alimenta la densificació futura. Si l’Hospitalet fos una ciutat forta, participativa i conscient del seu present i sobretot del seu futur, reclamaria a crits la destitució d’aquest dissenyador de penúries, que sobre una ciutat impossible en temps de coronavirus només pensa en construir més habitatges, més residències i oficines i acabar amb l’escassíssim terreny lliure que queda al municipi. Perque és justament aquest problema el principal que té la ciutat: la manca d’espai. Reconvertir la “Kasba” del Raval a mitjans del XIX a Barcelona, que va encapçalar un inspirat Cerdà, —que s’estimava la ciutat com es va demostrar amb el seu disseny—, va ser possible fonamentalment perquè existien desenes d’hectàries encara lliures al pla de Barcelona per refer el que la compactació insalobre per causa de les muralles havia fet de la ciutat medieval. No és el cas hospitalenc. Les úniques murallas de l’Hospitalet han estat les limitades capacitats dels seus governants durant els darrers 70 anys que s’han posat al servei de l’especulació urbanística malauradament sense límit de continuïtat entre el franquisme i la democràcia i l’escassíssima capacitat d’influència dels seus habitants que aspirem, sobretot, a una estadia de pas perquè és impossible plantejar-se una vida digna —i en aquests temps de pandèmies encara menys— amb una certa projecció de futur. Qui pot, marxa, quan el que hauríem de fer és fer-los fora a ells que ens estan destruïnt l’espai i precaritzant la vida.

Predicar y dar trigo

Las “zonas verdes” de l’Hospitalet.

15 de abril 2020

Desde luego es un buen momento para hablar de futuro porque lo que se ha hecho en el pasado que nos ha traido este presente deja, en muchos aspectos, bastante que desear. La alcaldesa de l’Hospitalet ha tenido tiempo en el confinamiento de escribir un artículo en La Vanguardia en el que reclama más poder local para un mundo mejor, con el que habría que estar de acuerdo al cien por cien si no fuera porque una cosa es predicar y la otra dar trigo.

Me encanta la manera que tiene de predicar doña Marín porque sus argumentos parecen irrebatibles: los municipios —ella es presidenta de la Diputación y se pone en plan portavoz— no han parado de funcionar durante la crisis del coronavirus, se han puesto al servicio de los ciudadanos en general y lo han hecho con la destreza acostumbrada: la policía, las brigadas de mantenimiento, el personal funerario y los profesionales de los servicios asistenciales y sanitarios han garantizado el amparo de los mayores y de los dependientes y lo han hecho con los recursos de siempre y con la entrega que les caracteriza. Eso demuestra que los ayuntamientos funcionan y que necesitan más poder porque los gobiernos van a tener que reactivar la post pandemia y los ayuntamientos deben obtener mayor capacidad financiera, de gasto y de endeudamiento para poder invertir y crear riqueza que distribuir.

O séase: que si los ayuntamientos tienen mayor capacidad financiera, si pueden gastar e invertir más, crearán mayor riqueza y la distribuirán mejor. Una proposición automática por lo que si en l’Hospitalet, por ejemplo, los barrios del norte tienen una de las rentas más bajas de la conurbación es porque el ayuntamiento carece de recursos. Es decir, uno de los ayuntamientos con más recursos de Catalunya no tiene recursos suficientes para distribuir riqueza en los barrios del norte y por eso son de los más pobres de la provincia. En el artículo de la alcaldesa no cuenta, claro, la visión estratégica de ciudad, el desarrollo equilibrado y la buena gestión. Eso —por lo que se ve, inexistente— se da por supuesto.

La otra pata del artículo todavía resulta más explosiva. Afirma, con cierta razón, que las pandemias transforman la realidad urbana y social de las ciudades y que ésta también lo hará. Dios la escuche, si se ese señor de las alturas no se ha vuelto sordo además de mudo. Porque asegura, que “habrá que repensar el espacio público, porque el distanciamiento social es un fenómeno a tener en cuenta a partir de ahora”. Si lo que afirma tuviera un contenido riguroso y no retórico, como se antoja, lo primero que haría en el próximo pleno, en coherencia con “la gran carga ética” que se autoasigna, sería suspender todos los proyectos de urbanización y reurbanización previstos en la ciudad y repensar todos los que ya están en marcha. Desde luego, si hay que redefinir el espacio público a causa del nuevo distanciamiento social que habrá que tener en cuenta no solo para esta pandemia sino para todas las que van a ir llegando, lo primero que hay que replantearse en l’Hospitalet es la saturación urbana de la ciudad, la necesidad de esponjamiento urbano y la paralización absoluta de nuevas residencias.

No parece ser que sea esta la preocupación del “distanciamiento social” que propone la alcaldesa. Me temo que de lo que se trata es de dictar normas para que no se concentren todos los padres a la vez para recoger a los niños de la escuela, que no se colapsen los supermercados de compradores y que los poquísimos espacios verdes de la ciudad tengan un orden de entrada y de salida de paseantes.

Desde luego, contra las pandemias hay que luchar unidos y estaría bien fijar responsabilidades. Si la principal medida para protegernos de los contagios ha sido y será el confinamiento, es decir el aislamiento individual y familiar para evitar infectarse, no parece que la saturación urbana y las descomunales densidades de población de las ciudades metropolitanas ayuden mucho a la causa. Quienes han dejado que existieran esos monstruos urbanos tienen ahora que apechugar con la responsabilidad de los contagios masivos. Quienes no solo han dejado que existieran, sino que los han alentado y los siguen alentando, debieran estar en el punto de mira de los ciudadanos porque la principal medicina contra las pandemias por llegar, está en apartarlos de las decisiones públicas y condenarlos moralmente, o por su miopía respecto de la salud pública o por considerar el espacio público como una mina de oro.

Ya está bien de tanta retórica sobre asuntos que están en el trasfondo del contagio. Ya es hora de reclamar el reequilibrio territorial contra eso que llamán la geografía vaciada. No es sano ni social, ni económica, ni ambientalmente, la concentración desaforada. Ahora ya se ha visto que también es el peor ítem contra la salubridad. El distanciamiento social no es una cuestión puntual: es un problema de calidad de vida y, como también dice la alcaldesa, de sostenibilidad, de lucha contra el cambio climático.

No debemos permitir, como ciudadanos, que se predique “distancia social” y se favorezcan miles de nuevas viviendas en la ciudad más saturada de Europa, como si fuera un trigo que no va con nosotros.

Va con nosotros, y hay que responder. “No queda otra”, como asegura la alcaldesa como colofón de su artículo.

Pena de mort contra els vells

15 d’abril 2020

D’entre l’acumulació de notícies, barrejades en molta ocasió d’informacions no contrastades, de veritats a mitges o de simplement falsedats malèvoles, hi destacaria una que m’ha frapat especialment i no pas perquè sigui especialment novedosa sinó perquè ve a corroborar la informació que a primers d’abril exposaven els diaris de tot el món sobre el que estava passant a Itàlia en el moment culminant de la crisi sanitària. Aleshores es va publicar que els caps de les unitats de vigilància intensiva dels hospitals da la Lombardia estaven decidint, deien que forçats per les circumstàncies, a quins malalts infectats se’ls donava la oportunitat de salvar-se a travès dels respiradors artificials i les cures intensives i a quins, directament, se’ls relegava a la resposta orgànica del seu propi cos per superar la malaltia. No cal dir que, en puritat, s’estava fent una selecció entre aquells que tenien possibilitat, però no cap seguretat de salvar-se a través de l’ajut sanitari, i aquells que podien salvar-se pels seus propis mitjans o, per manca d’ajut, tenien probabilitats evidents de morir. I es va publicar també que aquesta decisió indirecta sobre el futur de la vida d’algunes persones, creava en el marc de la professió un grau d’estrés insuportable que podria tenir serioses conseqüències de cara al futur.

No m’atreveixo a ser contundent en gairebé res del que ens arriba aquests dies pels mitjans de comunicació o les xarxes socials i per això he demanat a les empreses especialitzades en la detecció de falsedats informatives si em podien garantir que el vídeo d’una infermera de Bellvitge que aquests dies s’ha divulgat pels mitjans de comunicació digitals és autèntic, o un contingut tòxic més d’aquests que tan proliferen. Si en parlo, abans de rebre la confirmació absoluta sobre l’autenticitat o el fake del vídeo en qüestió, és perque s’han fet ressó del seu contingut un munt de mitjans de comunicació, alguns dels quals de poca fiabilitat informativa —i no els citaré— però també d’altres, com ara Antena3 notícies, Catalunyapress o la COPE, que passen per tenir un control exhaustiu sobre les informacions que serveixen.

La filmació, que és present a youtube, fa un extracte de les activitats a tres països europeus envers la lluita contra el virus: l’assistencial a Catalunya i a Milà i la investigadora a Marsella. I en tots els casos es posa de manifest el sacrifici dels professionals, d’una manera anònima, i la cruentíssima batalla que lliuren cada dia contra un enemic que no entèn de sacrificis. La conclusió és clara: han estat treballant amb una tensió màxima, en duríssimes jornades assistencials, sense els materials precisos, i amb una precarietat de recursos que tots estem pagant. Els investigadors de Marsella, que porten molts anys treballant amb coronovarius, parlen de la manca de conclusions en les seves recerques per l’acabament del finançament, a partir que les anteriors crisis del SARS es van mitigar gairebé soles. I es lamenten d’aquest curtcircuit de recursos perquè, d’haver-se mantingut, se sabria bastant més de com afrontar la lluita contra aquests patògens i s’haurien estalviat moltes morts.

Ja es veu que el drama de la crisi no són les hores de confinament mundial i l’estrés de l’estament sanitari, en ser durs i difícils d’assumir. El drama de la pandèmia són els morts i per això el vídeo de referència és tan aclaparador perquè, en el cas català, en el cas hospitalenc, la infermera Nerea que explica que ella es va fer infermera per salvar persones i que reconeix que ja la van avisar que estava en una UCI de campanya d’infermeria de guerra, explicita que la manca de recursos amb la que treballen no pot garantir solucions per a tots els malalts.

Això s’ha dit de manera general al llarg de tots els dies d’Estat d’Alarma, de confinament, de sèries estadístiques catastròfiques: la pandèmia ens ha agafat de sorpresa, després d’intenses retallades en Sanitat durant la última crisi econòmica del 2008, sense maquinària d’emergència, sense protecció sanitària suficient. I menys mal de la solidaritat de professionals i personal de serveis essencials que han estat al peu del canó sense mirar hores, ni escatimar sacrificis i esforços.

El punt neuràlgic de tot plegat, però, apareix en el vídeo de la Nerea d’una manera colateral, com donant-lo per entès, una mica per accident: quan parla del cas d’un pacient de 77 anys amb una aturada cardiorespiratòria a qui la única alternativa de recuperació passava per l’ingrés a la UCI, i afirma que no se l’ingressa “perquè el seu cas no entrava dintre dels criteris d’inclussió”, malgrat que reconeix que d’haver entrat en aquests “criteris d’inclussió”, el pacient podria haver viscut perfectament deu anys més.

No he vist enlloc tàcitament exposats aquests “criteris d’inclussió”, però no cal llegir-los per saber quins són. Davant de serveis saturats, els més grans, els més vells, estan condemnats a morir. No hi ha cap jutge que condemni, però en algun despatx algú ha donat per evidents uns “criteris d’inclussió” que representen el poder sobrenatural de decidir en útlima instància a qui salvem i a qui no.

El més dramàtic és que la gent gran està morint a dotzenes sense que ningú es plantegi quins són els tribunals que condemnen a mort. Conec el cas d’una residència d’avis, de les que més cura han tingut dels seus interns, que han patit una vintena de morts perquè l’Administració —la Generalitat, els Serveis de Salut— no acceptaven que els residents afectats poguessin ser internats en un hospital (per por al col·lapse, òbviament). La meitat d’aquests vells han mort als seus llits sense més atenció que la sedació paliativa amb l’únic càrrec sobre la seva condemna que ser més grans d’altres que podien ocupar un llit a les UCIS per veure si tenien una mica més de sort. És com si en aquesta societat tan avençada, alguns haguessin decidit que quan arribes a l’edat de cobrar una pensió pública, el millor que pots fer és morir-te. Morir-te d’una vegada, per evitar despeses públiques i maldecaps…

El pitjor d’aquesta pena de mort encoberta és que la societat en sel seu conjunt sembla assumir-la. No sé fins a quin punt els professionals sanitaris han d’acceptar l’evidència explícita dels “criteris d’inclussió”. No sé si emparant-se en el seu mandat deontològic que els obliga a salvar vides, no haurien de plantar-se davant el dilema. Ja m’imagino que a vegades s’ha de decidir entre salvar a un, o que morin dos. Aixó ja li van fer decidir els nazis a Sophie —“la decissió de Sophie”— però en aquestes decisions el que acostuma a passar és que acaben morint tres.

Si més no, potser que alcem la veu, per exigir una reflexió acurada sobre el particular. Els professionals no són responsables més que de decidir sobre el dilema. L’existència del dilema és d’aquells que decideixen sobre els recursos públics com si només fossin seus.

Política de alcoba

Cristian Alcázar, primer teniente de alcalde.

15 de marzo 2020

Cuando lo leí no terminaba de creérmelo. El nuevo primer secretario de los socialistas hospitalenses es, desde el día 10 de marzo, el jovencito Cristian Alcázar, 40 años, segundo teniente de alcalde de las importantes responsabilidades de Espacio Público, Vivienda, Urbanismo y Sostenibilidad, concejal desde junio del 2011 cuando tenía 30 años, y desde el 2004 vinculado al PSC en distintos trabajos bien remunerados (tenía 24 años).

En aquel tiempo entró como simple administrativo en el Grupo Parlamentario Socialista en Cataluña y se pasó un poco más de dos años hasta que el Molt Honorable Montilla se lo llevó de responsable de agenda (con 27 años) en su gabinete donde se pasó casi cuatro años. Cuando Montilla se convirtió en ex-presidente no lo dejó tirado. Se lo llevó con él a la oficina del ex-presidente y le pagó siete meses de salario hasta que entró de concejal. Entonces se emancipó y de regidor de a pie los primeros cuatro años, pasó a teniente de alcalde de Deportes, Juventud, Bienestar, Derechos sociales y regidor del distrito II los 4 siguientes, para convertirse —en este tercer mandato— en segundo teniente de alcalde y, ahora, primer secretario del PSC.

No sé si, como dicen, es un animal político. Ignoro si es listo. Lo que si constato es que sabe elegir padrino. El mismo padrino que en su día, con más o menos los mismos años, eligió Miquel Iceta y míralo ahora donde está. Cuando vi a Alcázar en un vídeo no me lo podía creer: no solo eligió el mismo padrino que Iceta en su día, es que además se le parece físicamente un huevo. Como un huevo a otro huevo. En lo que difieren es en la pareja. Me explico porque es trascendente.

Alcázar e Iceta están casados. El primero, con una señora, y esa señora es, ni más ni menos, que la hija del primer teniente de alcalde del mismo ayuntamiento de l’Hospitalet, Fran Belver. Lo interesante del caso es que Fran Belver era el contrincante de Alcázar en las primarias del PSC local para ser el líder, después de que la alcaldesa Marín optase por no concurrir al cargo de primera secretaria. Eso mismo ya pasó hace unos años, solo que ahora, Alcázar ha derrotado a su suegro —con 60 votos de diferencia y un 81% de los apoyos— y ni siquiera lo ha colado en la ejecutiva local. Ha puesto a los suyos: Ángeles Sariñena, octava teniente de alcalde; Rocío Ramírez, cuarta teniente de alcalde y la concejala Laura García, además de otros tres militantes, no se si de a pie o de a caballo. Me huele que de caballería.

Vuelvo al principio. Cuando lo leí no acababa de crérmelo y me pareció que debía indagar. Porque resulta increible que el yerno se coma al suegro por las patas, como no sea que no se ven ni en la cena de Navidad. Y algo de eso hay. Belver es el ojito derecho de la señora Marín y su sucesor in pectore hasta que se les ha atragantado el jovencito Alcázar. De todas maneras, en el pacto de caballeros de las interioridades queda sellado que la señora Marín tiene siete años por delante de alcaldía, si no le cae alguna cosa más sofisticada de las alturas. Para eso Iceta tiene que ser President y ya veríamos. De modo que puede haber Marín para 7 años con permiso de los ciegos de la ciudad, que no son capaces de ver que el futuro pasa por unirse y hacer una candidatura innovadora e interesante que rompa el monopolio socialista que para el 2027 tendrá casi cinco décadas.

La incógnita es lo que puede pasar en el 2027, cuando Alcázar tenga 47 años y Belver con un pie en la jubilación. Todo parece indicar que Belver, que se las tenía muy felices, tendrá que contar con la ambición del yerno. Y ahí no parece que vaya a haber cataplasmas.

La casa gran de l’Hospitalet tiene un maleficio con los matrimonios de los políticos. Se rompen muchos y tantas roturas y tantos empalmes —en el mejor sentido— son la comidilla del personal. El primer teniente de alcalde sufrió con la ruptura de su primer matrimonio. La hija de ese matrimonio es la esposa del segundo teniente de alcalde y el segundo teniente de alcalde sabe que su esposa quiere mucho a su madre y tiene algunos reproches para con su padre, así que esa guerra en casa está bastante bien vista y bien llevada. El primer teniente de alcalde se volvió a emparejar otras dos veces y en el interludio se rompió el talón de Aquiles que es un sitio muy feo para cualquiera pero todavía más para los políticos. Algo tiene la casa gran que rompe matrimonios porque en el pasado le pasó a Pujana, le pasó a Ruíz, le pasó a Díaz, a Saura, le pasó a otros cuantos más que seguro que me dejo y ahora más recientemente le pasó a Brinquis, el teniente de alcalde de Hacienda en el anterior mandato, que ahora Marín ha colocado de Jefe de Gabinete de la Presidencia en la Diputación. Casado con la hermana de otro compañero de consistorio de sus propias filas, creaba tensiones en las reuniones y en el ayuntamiento donde trabaja su ex-mujer. Si aqui no cabes, querido Brinquis, en la Diputación sobra feina. Lo mismo que la tercera pareja de Belver que también se pasea todos los días por el Ayuntamiento, donde trabaja, y a veces despacha con Alcázar temas de comunicación como si no pasara nada. Cuando sí que pasa: es la rival de la madre de su señora.

Una crónica de faldas, esto es lo que es este artículo (y de pantalones, no me vayáis a llamar machista que lo odio). Cuando lo que debería ser es un comentario sobre un acontecimiento político de primera magnitud en la ciudad: la elección de uno que pinta para alcalde. Que tiene ambiciones suficientes y la experiencia de toda una vida viviendo del presupuesto público (es como ser funcionario, sin oposiciones y encima mandando). Como para dejarlo…

Diners tirats

15 de març 2020

El pitjor que li pot passar a una enquesta és que sigui increible. Increible per dues raons: perquè els resultats semblen massa exagerats o perquè els resultats semblen massa particulars. Exagerats i particulars perquè no casen amb el que marquen altres enquestes de consideracions semblants o perquè no semblen reflectir el que les opinions públiques o publicades manifesten. Les enquestes, que van ser en els seus inicis una fórmula sociològica capaç de mesurar l’alé de societats complexes en referència a una multiplicitat de temes, s’han convertit, quan s’han banalitzat i s’han tornat objectes lucratius, en un instrument de propaganda amb molt poca efectivitat i influència. Això passa amb tots aquells estris que va inventar la ciència amb objectius científics i que després l’afany de negoci els converteix en una ombra del que eren.

Sondejar l’opinió pública resulta car perquè has de comptar amb un aparell metodològic complex: professionals de la sociologia, el marketing i l’estadística que dissenyin els qüestionaris i les mostres, tractin les dades i les interpretin, i equips de camp que facin el treball concret del sondeig. Perquè el treball és complex, les empreses especialitzadaes, que han anat creixent i desapareixent a mesura que creix i desapareix la possibil·litat de negoci, cobren molt car el seu treball. Una enquesta ben feta costa milers d’euros pero una enquesta mal feta costa el mateix. No hi ha cap organisme que inspeccioni la idoneitat dels qüestionaris i de les mostres, la interpretació de les dades i molt menys encara l’efectivitat del treball de camp. Tot queda en mans de l’empresa que fa l’enquesta o el baròmetre i en el judici del client. Quan el client és una empresa privada, acostuma a analitzar amb lupa bàsicament els resultats i els constata amb una realitat avaluable. Si l’enquesta i el resultats casen amb la realitat observada es manté la confiança amb l’empresa contractada. Si la realitat no casa amb el que va dir l’enquesta, l’empresa d’estudis de mercat contractada deixa de treballar per aquest client.

Totes les enquestes, estudis de mercat, baròmetres, pre-tests i post-tests… acostumen a patir una contextualització que serveix per interpretar les dades d’una manera més entenedora i solvent. A això si li diu la cuina. Cuinar els resultats és, bàsicament, ajustar-los a la realitat immediata que pot haver estat malinterpretada a l’hora de fer un bon treball de camp. La cuina, quan el que vol és reflectir fidelment la realitat, és una qüestió de finezza que només saben fer bé els bons sociòlegs i s’aprén bàsicament amb la pràctica.

Però la cuina s’ha convertit en un aditament per arrodonir tota la resta que no s’ha fet bé. Jo em conec el món per dins perquè m’hi vaig passar una bona colla d’anys treballant en una d’aquestes empreses de estudis sociològics i de mercat, redactant la interpretació de les dades i sé el pa que s’hi dona.

Treballs de camp més curts del que se certifica, qüestionaris copiats d’altres estudis, enquestes duplicades o inventades i una cuina que busca fonamentalment satisfer el client, són algunes de les péssimes praxis que ningú controla.

Això no passa a l’empresa privada. Això només passa a l’Administració perquè els que manen saben que els diners són de tots i per això no els sap greu gastar-se’ls com si fossin seus, sobretot, quan —com és el cas— serveix com un artilugi de propaganda.

A vegades la propaganda es fa sofisticada per dissimular, però a l’Hospitalet això no cal. Fa tants anys que es fan enquestes i baròmetres que ningú troba necessari no exagerar els resultats ni particularitzar-los amb escreix. Abans no se sabia el que costaven. Ara se sap, perquè el mateix ajuntament ho anuncia, que el baròemtre anual li costa a cada hospitalenc 0,08 euros. A vegades allò barato surt massa car, com acostuma a confirmar la saviesa popular. El baròmetre és tan barato que, en la meva opinió, no pot resultar fiable que tanta feinada com representa un estudi d’aquestes característiques costi tan poc. A no ser que no es tracti d’un estudi científic sinó d’un instrument propagandístic: aleshores és, indubtablement, massa car.

M’obliguen a la sospita alguns resultats aclaparadors. Si passem revista als resultats del CIS on els ciutadans per regla general suspenen sempre els polítics en les seves valoracions, resulta que l’Hospitalet deu ser l’únic municipi del país que aprova —i amb nota!!— la seva alcaldessa. Exactament un 6,5 sobre 10. Peró encara hi ha més; el 19,3% li donen un excel·lent i només el 16,8% dels enquestats la suspenen. I això no ho fan només els seus votants. Els votants de Ciutadans li donen un 6,3 de mitjana, els de Podem un 6,2 i els del PP un 6,1. I pel que fa a la valoració de la gestió municipal el 78,3% l’aprova i només el 15,5 la suspen. Aquesta ciutat no solament té la millor alcaldessa del món, la més coneguda, la més valorada y la més notoria, sinó que, a més, és la ciutat més ben gestionada, la més reconeguda, la més extraordinària i la més fantàstica del món.

És veritat que l’actual govern té majoria absoluta, però no hauríem mai d’oblidar que d’un cens electoral de 176.064 ciutadans, el PSC va aconseguir 43.696 vots i es van abstenir, van votar en blanc o nul, més de 75.000 ciutadans que també saben respondre enquestes.

Potser l’enquesta ha entrevistat només a uns quants elegits.

Cortina de humo

18 de febrero, 2020

Llevo días discutiendo con mucha gente que critica la última propuesta realizada por la alcaldesa de L’Hospitalet en su conferencia anual en olor de multitudes y que ha acaparado la atención de todos los medios de comunicación. En esas acaloradas conversaciones que giran en torno a la ansiada playa hospitalense que Núria Marín ha proclamado reconquistar con el permiso de los municipios de Barcelona y El Prat y con el beneplácito del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona (CZFB), los descreídos alegan que la alcaldesa ha levantado una cortina de humo para que no se perciba que su discurso de los últimos años es reiterativo y carente de ideas nuevas, ya que reincide en la ansiada capitalidad biomédica en el área de la ampliación de la Gran Vía, insiste en la nueva expansión de la ciudad por el norte con un hospital y zonas deportivas a partir de la costosa construcción de un transformador que tendrá que pagar Endesa y el FC Barcelona, y vuelve a anunciar el soterramiento de las dos líneas ferroviarias que atraviesan la ciudad. “Ho tenim a tocar” cada año, dicen con sorna los detractores de la alcaldesa.

Vista aérea de los terrenos clave en esta historia, aquellos que la ciudad perdió hace cien años.

En esas discusiones de bar y escalera yo replico que la intención de la alcaldesa es noble porque lanza esa idea de reconquista de la playa precisamente en el centenario de la expropiación de los terrenos que ahora ocupan el polígono de la Zona Franca, Mercabarna y el puerto. Unos terrenos añorados de una superficie prácticamente del tamaño del actual municipio hospitalense y que se arrebató a nuestra ciudad en 1920 por 84.000 pesetas.

No conformarse con lo fácil

Esa porción que era de L’Hospitalet va desde la Ronda Litoral hasta el mar y desde el paseo de la Zona Franca en su trazo perpendicular hasta la costa, a un lado, hasta la ribera izquierda del último tramo del río Llobregat, trecho que fue desviado hacia el sur, en El Prat, y cuyos terrenos, ahora sin agua, esperan ser ocupados por la estación de mercancías portuarias con ancho de vía internacional para que puedan llegar los contenedores desde y hacia el Corredor del Mediterráneo.

La alcaldesa, lejos de reclamar lo más fácil, que sería la inclusión de la ciudad de l’Hospitalet en los órganos de gobierno del Consorci de la Zona Franca de Barcelona, una institución que explota los terrenos antaño de l’Hospitalet y que están dominados por el Ayuntamiento de Barcelona y el Gobierno de España, aunque también hay presencia de la Cámara de Comercio de Barcelona y de los sindicatos mayoritarios, Núria Marín opta por la quimera de la playa portuaria.

A los desafectos de Marín les digo que el efecto cortina de humo representa el deseo y voluntad de impresionar. No se trata de una maniobra que produce «mucho humo» pero contiene «poco fuego», porque ya dijo la alcaldesa que la playa se trata de un sueño, un deseo, prácticamente una utopía. De todos modos, hay que reconocer que, aunque involuntariamente, consiguió un efecto disuasorio a través de la adaptación real de las asociaciones del antiguo término municipal y el faro con el objeto deseado (la playa), lo que produjo un fuego persuasivo. En efecto, todos los medios cayeron rendidos ante la singular y seductora propuesta de Marín y dedicaron ríos de tinta, minutos de televisión y de radio bajo el encabezado de una futura playa de L’Hospitalet en el corazón del puerto barcelonés. Todo lo demás, la demora de los proyectos acariciados largo tiempo, quedó en segundo plano.

Trenecito turístico

Los incrédulos insisten en subrayar la imposibilidad de atravesar Mercabarna y el polígono industrial de la Zona Franca a pie con los trastos de la playa, y aún más la dificultad de instalar algún tipo de aparcamiento para los vehículos particulares porque literalmente no hay sitio entre los contendores portuarios junto al faro del Llobregat, antiguo símbolo de la ciudad cuando de verdad tenía playa. Yo confío más en que se habilite un trenecito turístico como tienen todos los municipios con playa y 16 hoteles como los que hay en la ciudad, para que vaya y venga desde la plaza del ayuntamiento al faro por entre las naves logísticas y fábricas para llevar a las las familias equipadas con todo tipo de hinchables y utensilios para jugar en la arena portuaria. Me lo discuten los incrédulos como si la realidad no soportara cualquier camino que se dibuje en el mapa.

El término cortina de humo se utilizó por primera vez en los campos de batalla en sentido literal, no metafórico como aluden los críticos de la alcaldesa. Los ejércitos quemaban paja para obstaculizar la visión del enemigo y, en la primera guerra mundial, cuando entraron en acción por primera vez los tanques o carros de combate, les precedía una espesa cortina de humo de camuflaje. Los hospitalenses más quejicas insisten en que el término cortina de humo pega mucho con el discurso de la alcaldesa porque hace referencia a una distracción generada con el objetivo de sacar el foco de atención de la opinión pública de lo repetitivo de sus discursos de los últimos años para así trasladarlo hacia otro lado: la playa imposible. ¡Qué carencia de sueños!

Felación presidencial y guerra

El término “vender humo” viene a significar lo mismo que la cortina, pero haciendo referencia a la sobreactuación de alguien que exagera para dar a entender algo que no es. En el imaginario cinematográfico ha quedado con indeleble huella la película estadounidense de Barry Levinson de 1997 titulada “Cortina de humo”, en la que la Casa Blanca desvía la atención de la opinión pública y del electorado inventando una guerra contra Albania que nunca existió, pero que conmovía a la población porque era retransmitida por televisión gracias al oficio de un excéntrico productor de Hollywood, contratado por un asesor presidencial que literalmente inventa el conflicto y lo alimenta con todo tipo de complementos.

Aquella película tiene mucha similitud con los casos reales de la felación de la becaria Lewinsky al presidente Clinton para ocultar el desastre de la invasión de Iraq. El ejemplo del film escrito por el gran dramaturgo David Mamet y protagonizado por Dustin Hoffman, Robert de Niro y Anne Heche, ha sido tomado por los expertos en marketing y comunicación que asesoran a políticos y empresarios como un caso en «manejo de crisis», es decir, un manual de cómo revertir una pésima imagen o un hecho para que la gente lo olvide lo más rápidamente posible. Como si en L’Hospitalet hubiera alguna crisis.

Crisis del modelo público-privado

Pero en l’Hospitalet no hay ninguna crisis. Máxime, entre quienes la gobiernan, que el pueblo ya se sabe que anda siempre un poco perdido en eso en llegar a final de mes. La alcaldesa gobierna con mayoría absoluta y tiene tiempo y capacidad suficiente para dedicarse a la segunda ciudad de Cataluña, a la presidencia de la Diputación de Barcelona, a la presidencia del PSC y a ser miembro del comité federal del PSOE, entre otros cargos, que haberlos, haylos. Los mismos detractores de la playa alegan que la crisis anida en la cancelación del Mobile World Congress, porque ha sido un gigantesco sapo que se han tenido que tragar todas las administraciones, es decir, el sector público que pagamos todos los ciudadanos a través de nuestros impuestos. Porque el amigo americano, el listo John Hoffman, que siempre hace carantoñas en público a nuestra alcaldesa, no piensa pagar ni un euro por haber cancelado el congreso que organiza GSMA, la patronal de las compañías tecnológicas que él preside y que está integrada en su mayoría por empresas estadounidenses.

En efecto, nuestras instituciones públicas van a tener que apechugar dolorosamente con las pérdidas del dinero de todos en el Mobile cancelado, porque GMSA alega razones de fuerza mayor (el pánico del coronavirus) para irse de rositas. Eso sí, ha prometido que el año que viene sí que volverá de nuevo el Mobile a L’Hospitalet. Una promesa que es eso, promesa, vista la cancelación de este año. Porque se avecina una gran cantidad de pleitos, dado que la clausura no será cubierta por el seguro, al no contemplarse el supuesto de alerta sanitaria. Pueden producirse centenares de pleitos, que se concentrarán en los juzgados de la Ciudad de la Justicia de L’Hospitalet y cuya evolución no facilitará la nueva edición del año 2021.

Daños colaterales

Para más inri, Hoffmann reconoció en la rueda de prensa del anuncio de la clausura, sentado junto a Nuria Marín, que no iba a negociar un año más con Fira de Barcelona para compensar el congreso perdido en 2020, mientras evitaba pronunciarse sobre el dinero público que aportan cada año las instituciones a la capitalidad mundial del Mobile. Una rueda de prensa en la que se reconoció que se perderá más de 60 millones de euros de facturación ferial este año, sin contar las pérdidas en los sectores hotelero, de restauración, transporte, alimentación, etcétera.

Núria Marín optó por encogerse de hombros y evitar realizar declaraciones, pese a que los medios municipales dirigidos por el ínclito Óscar Sánchez intentaron recoger la pesadumbre de la alcaldesa, como siempre hacen de forma muy diligente. A favor de Marín hay que decir que Ada Colau tampoco dijo nada sobre cómo se encajarán las pérdidas de dinero público de este desaguisado provocado por los amigos estadounidenses, ahora en guerra tecnológica con los chinos de Huawei. Mientras, L’Hospitalet y la Fira de Barcelona quedan como daños colaterales, ese funesto eufemismo que se utiliza de cortina de humo para ocultar a las víctimas inocentes.

Por Juan Carlos Valero

Construir y destruir

El patrimonio histórico, el gran olvidado.

15 de febrero 2020

Forma parte de la historia hospitalense el que los alcaldes tengan más aspiraciones que las propias de representar a los vecinos de la segunda ciudad de Cataluña por su demografía. No me puede extrañar, porque esta ciudad tiene tan poco de lo que enorgullecerse y, en algunos casos de tan reciente factura, que los alcaldes buscan forzosamente una compensación política extra que les dé algo de relumbrón. Inauguró las ambiciones el ínclito Matías de España que fue Procurador en las Cortes franquistas y que quería que la ciudad alcanzara pronto los 300.000 habitantes para tener plaza perpétua en la Cámara. Se lo tomó tan a pecho que dejaba construir a quien se lo propusiera con la idea sobrecogedora —no hay constancia de que esa idea la mantuviera con esa única acepción o también con la de separar ambas palabras— de acercarse a Barcelona para competir más abiertamente con el notario —y notorio— Porcioles. Él era marqués e ingeniero, tenía tierras y acciones suficientes de la España Industrial como para considerar la carrera política como un valor más y no como una catapulta, así que quizás fuera algo fascistón pero no necesitaba la feria de las vanidades para brillar. Tras él ha habido cuatro alcaldes y una alcaldesa, los tres últimos llamados socialistas por llamarlos de alguna manera que, por no tener, no tenían ni siquiera otra profesión relevante que sus labores políticas. Así que a ellos sí que les tentaba la feria de las vanidades, en una progresión geométrica que va del caso Pujana, donde lo codiciado era el bienestar personal, hasta el caso Marín, donde lo destacable es codearse con los importantes, pasando por el caso Corbacho donde lo atractivo era demostrar sus capacidades.

Como la ciudad da para lo que da pero hay dinero bastante para tener gente que le de al magín de acuerdo con las ambiciones de cada quien, aquí se inventaron para la alcaldesa Marín, copiando las comparescencias anuales de los alcaldes de Barcelona que puso de moda Maragall, una charla de propuestas con veleidades estratégicas, que apenas tiene propuestas y que, desde luego, no suelen ser nada estratégicas. Un año es el biopol médico, otro la plaza Europa bis en Collblanc y este año, coincidiendo con el centenario de la ignominia que arrebató medio término municipal en beneficio del capitalismo rampante de la época, la reivindicación de la playa.

Es un absurdo, claro, más que una reivindicación simbólica. Que cien años después una alcaldesa de l’Hospitalet pida un trocito de playa junto a la Farola, en medio justo de las infraestructuras portuarias, resulta una ofensa para la inteligencia. Sobre todo porque no se lo cree nadie —no porque no fuera posible—, la principal doña Marín. Con esta ortopédica idea puede haber pretendido una de estas tres cosas, se nos ocurre. 1. Ponerse reivindicativa histórica por lo que fue una ruindad de las autoridades de la época. 2. Ponerse estupenda con las autoridades del Consorcio para mostrar una punta de ingenio, que siempre es bonito. 3. Jugar al despiste porque ya no tenemos idea alguna.

Lo lacerante es que, en cualquiera de los casos, no es creible. A la alcaldesa Marín, la historia de la ignominia le trae sin cuidado. Si hubiera sido ella a quien le hubiera tocado negociar la pérdida de la Marina de l’Hospitalet, viendo lo que ya hemos visto, lo máximo que habría pedido es que la Zona Franca de Barcelona se llamara de Barcelona y l’Hospitalet y que se la invitara como una más cada vez que la Zona Franca tuviera un evento. Eso, exactamente, ha hecho con la Fira de Barcelona, permitiendo que miles de metros cuadrados de territorio hospitalense —y los que se van a añadir—, se use en exclusiva para certamenes feriales, con la importante condición de que la lleven a ella a las inauguraciones. Si, claro, se nos dirá que la Fira supone millones de ingresos para el presupuesto municipal y millones de negocio para las empresas. Millones y millones, a cambio de suelo público imprescindible para el desarrollo de la ciudad más saturada de Europa que va camino de convertirse en la más saturada del mundo. ¿O quizás es que no necesitamos y necesitaremos más parques, más escuelas, más equipamientos diversos “públicos”? La Fira debe generar millones —también alguien nos tendría que explicar cuánto dinero público va a los eventos como el Mobile, por ejemplo— y la alcaldesa afirma que esos millones sirven para mejorar la vida de la gente. No tengo dudas. Esos millones mejoran la vida, sobre todo, de quienes manejan el presupuesto público, los cargos electos y las decenas de muy bien pagados asesores del partido que también son gente (tengo que escribir sobre todo eso). Pero de muy pocos más. De muy pocos hospitalenses más. De unas cuantas empresas de la ciudad, ciertamente. Pero esas empresas de la ciudad que son las que verdaderamente se lucran con los eventos de la Fira, ¿son de los hospitalenses, o son grandes empresas de grupos radicados fundamentalmente en Barcelona y en el resto del mundo?. Y, por otra parte, el dinero público debería servir, por lo menos, para evitar la desaparición del patrimonio, fuera público o privado. ¿Cuántos cines se han convertido en edificios de pisos y se han perdido para la ciudad, por ejemplo? ¿Por qué el ayuntamiento no ha impedido esos derribos comprando los inmuebles, por ejemplo?

Si, por el contrario, de lo que se trataba es de ponerse estupenda con la gente del Consorcio ¿Por qué no pedirles de una puñetera vez la incorporación del ayuntamiento de l’Hospitalet a ese organismo, con todos los atributos del resto de corporaciones que lo forman? ¿Qué pasa, que eso no sería demostrar ingenio, sino genio? ¿Por qué no pedir desde dentro una revisión global del territorio del Consorcio y del Puerto de Barcelona para racionalizar las funciones, los espacios y las compensaciones por las servidumbres que se derivan de una utilización de los recursos y de los beneficios a favor sólo del sector empresarial? ¿A quien da miedo que se conozcan las previsiones de futuro que manejan a medias el Consorcio y el Puerto a espaldas de todos los demás, especialmente municipios y entidades sociales?

Si no se trataba ni de defender la triste historia hospitalense, ni las reivindicaciones de peso y de futuro sobre lo que nos arrebataron —la ignominia, amigos—, entonces es que se trataba de echar mano de un socorrido chascarrillo para compensar la ausencia de ideas. Porque eso si parece real. Más allá de ese binomio incandescente: “construir y destruir” —construir edificios de viviendas y destruir todo lo que no se pueda convertir en edificios de viviendas— que forma parte del ADN del PSC de la ciudad, no parece que hayan nuevas ideas. Casi mejor…

Escoles als parcs

15 de febrer 2020

Unanimitat del ple municipal sobre una moció presentada per la FAPAC i CCOO, a més de El Casalet, per la saturació de les escoles i els instituts de secundària. Trenta cinc centres públics de la ciutat, de primària i secundària, estan plens a vessar i gairebé la meitat de les aules superen les ràtios establertes per garantir la qualitat de l’ensenyament. Els mestres i professors estan sobrecarregats i una part de la culpa recau en una cosa que es diu “matrícula viva” i que correspon a l’atenció dels infants i joves que canvien de ciutat i als quals se’ls ha de donar cabuda a l’escola pública. Més dos mil alumnes han arribat aquest curs per aquesta via i els representants del sobreesforç —els sindicats— i de la cura de la qualitat —El Casalet—, han mostrat la seva preocupació i han amenaçat amb el conflicte.

A mi, si voleu que us digui la veritat, el que més m’ha estranyat és la unanimitat del Consistori: tothom sembla d’acord que no hi caben més nens a les escoles i que cal cercar solucions. I les solucions passen necessàriament per fer el contrari del que fan a les zones rurals: allà tanquen escoles, aquí se n’han d’obrir. Per fer-ho, calen dues condicions: que la Generalitat planifiqui nous centres escolars públics i que l’Ajuntament cerqui nous espais per construir o encabir les escoles. No es pot dir que la Generalitat estigui en les millors condicions per planificar res. Abans, perquè no tenia recursos financers. Ara, perquè continua sense tenir recursos financers però no sembla que tampoc en tingui dels altres: els recursos polítics necessaris per fer una bona gestió. A sobre, d’aqui a res anem a eleccions i no es previsible que abans del setembre que ve, estigui la planificació feta.

Pero encara és més difícil la situació municipal i per això m’estranya la reacció de l’equip de govern. Fer més escoles… però a on? Els signants de la protesta ja s’hi fan el càrrec: demanen que si no es troben terrenys per fer noves escoles es readaptin altres equipaments municipals per allotjar centres educatius. Com si això fos tan senzill. No ens oblidem que a l’Hospitalet encara funcionen centres amb molts barracons que reivindiquen de fa anys instal·laciones adequades. I que una escola no s’improvitza, per molt que aquí portem anys d’improvització. I així ens va.

Hi ha pocs equipaments municipals capaços d’allotjar una escola, tot i fent les obres que calguin. Els estandars s’hauran de respectar o al menys fer-ho veure. Però si hi ha pocs equipaments, encara hi ha menys terrenys lliures per ubicar-los. Això ho sap molt bé el Consistori que haurà de mirar amb lupa on lliurar terreny per noves escoles. Sobretot davant la tendència centrífuga de Barcelona, que expulsa especialment gent jove cap a la primera corona a causa del preu impossible dels lloguers i ja no diguem dels habitatges en propietat.

Però el problema no sembla acabar aquí. A l’Hospitalet, hores d’ara, s’estan construint milers de nous habitatges. Milers de nous veins que, quan els ocupin, necessitaran serveis, equipaments i potser una mica de verd de jardí per no asfixiar-se davant la contundent realitat de l’urbanisme aclaparador d’una ciutat que només fa que ocupar terreny lliure per construir. És possible que les grans promocions ja en marxa s’hagin fet amb la previsió imprescindible d’espai pels equipaments. ¿O potser no? Si és que si, allà on abans hi havia espai útil per encabir les escoles que ja falten, les escoles que s’han de construir hauran de servir pel nou veinat. Si és que no, ens trobarem com ja va passar als anys 70: amb la gent al carrer exigint escoles pels seus fills i l’ajuntament lamentant-se de no haver posat límits a l’edificació. Aleshores es van fer plans sistemàtics de noves construccions, però és que aleshores encara hi havia alguns espais lliures… Ara no n’hi han.

Ha d’estar molt segur el Consistori que podrà satisfer la demanda de terrenys o d’equipaments útils per les escoles que ja ens calen; si no no hauria votat a favor de la moció dels ensenyants. Pero… ¿podia fer una altra cosa davant la crua realitat?

Com ja va passar als anys 70, hi va haver ajuntaments que saturaven l’espai públic i ajuntaments posteriors que van haver de trobar solucions i lamentar el que ja molts havien avisat. Ja fa una pila d’anys que hi ha consistoris que saturen. De fet, les entitats de la moció ja han avisat que hi ha 2.000 alumnes més que fa només quatre anys. Dintre de quatre anys poden haver a la ciutat més de 20.000 habitants nous i per tant més de 5.000 nous alumnes (i tots aquells que vindran de fora com ara). I ja s’han queixat que fa més de 10 anys havien advertit que la pressió demogràfica requeria d’una planificació adequada que no s’ha fet. I no hi havia la pressió demogràfica que se suposa que hi haurà després que s’acabin els milers de pisos nous.

Només es pot entendre que l’actual Consistori hagi votat que sí a la moció perquè té la seguretat que el caos l’hauran d’afrontar uns altres. Això, o és que tenen una vareta màgica… o que pensen tirar d’enginy i ocupar els poquíssims parcs per fer escoles (de fet ja ho van intentar amb el poliesportiu de Santa Eulàlia).

Morir de hambre

La prensa combativa de los años 80.

15 de enero 2020

No tengo el gusto, pero me han dicho que es joven, colega y con tres istas a cuestas, que son bastantes: activista, feminista e indepe. No sé si yerro. En cualquier caso es lo que me han dicho y estos istas no son para avergonzarse. Habla con la presidenta del chiringuito que me deja escribir y le cuenta lo difícil que es opinar en Hospi y para Hospi, poniendo tu firma al final de los escritos. Le parece que es normal que el Candelas firme como el Candelas porque no se cree que Luis Candelas exista en realidad. Se asome al guguel y verá que hay un abogado famoso en Ronda, una de las cunas del bandolerismo patrio, que se llama exactamente como yo. Lo suyo sí que es pedigrí: llamarse Luis Candelas en Ronda y ser abogado de los imposibles, no como yo, que me llamo Luis Candelas por accidente y vivo sin vivir en mí, en esta ciudad que acoge, porque los nativos se empeñan en abandonarla pies para que os quiero.

Vivo sin vivir en mí, pero ya hace unos lustros. Para noticia de la colega joven y llena de ismos, existió una cosa en el año 82 del siglo pasado que tenía redacción propia en la calle Barcelona de Hospi y que se llamaba El Periódico del Llobregat. Salía cinco días a la semana, primero con bastantes páginas y luego con muy pocas, encartado en El Periódico mayor como consecuencia de la aparición súbita de la edición catalana de El País que consideró que instalar una redacción en Cataluña lo convertiría no solo en el mejor, sino en el más vendido períodico catalán. Los avispados mandamases del Periódico de entonces, que habían crecido de la mano de la información comarcal, con corresponsales en las principales ciudades catalanas, estaban sumidos en el canguelo y consideraron que lo único que podría parar el descenso de ventas previsible, era abrir tres periódicos metropolitanos en la corona barcelonesa. Tres periódicos comarcales dentro de El Periódico de Catalunya, uno de los cuales en una comarca (el Baix Llobregat) y en una ciudad (Hospi) que se habían distinguido entre los años 1971 y 1981 por mantener una información exhaustiva, crítica, regular, atrevida y encajada en el pálpito social, como no existía ni se había visto en el resto del país.

El País no consiguió los índices esperados y El Periódico mantuvo e incrementó ventas gracias a que, en la corona barcelonesa, especialmente en el Baix Llobregat y l’Hospitalet, la genta compraba El Periódico porque dentro estaba la información que le interesaba: la que ofrecía el casi diario que hacían en la calle Barcelona, cuatro pelagatos entusiastas y unos cuantos opinadores voluntaristas. No voy a explicar los misterios de aquel milagro. Solo diré que una de las columnistas era Berta Padró, alter ego de mi buen amigo Ignasi Riera, hoy más madrileño que yo mismo. Como que Riera tenía el vértigo de la política entre sus grasillas, la señora Padró dejó libre su columna y la directora de entones, la querida Maria Soldevila (y el querido Jaume Gras), contactó con el amigo Candelas que se dedicó a hacer una columna diaria todos los días del año incluidas vacaciones y días de guardar hasta que los sabios de El Periódico le dieron puerta al proyecto, consolidada ya la edición global.

Por aquellos días le hicieron al Candelas una entrevista en la radio porque el tipo no se dejaba ver. Y dijo la verdad: que era un pájaro con una sola pluma y muchas cabezas. Específicamente porque solo escribía uno, pero era la redacción en pleno la que sugería el tema del artículo diario. El Candelas fue el sucesor de la señora Padró que instaló el seudónimo. Y desde entonces, el Candelas ha escrito en El Llobregat que editó Disprensa, en el Nou Llobregat que editó Edicions Comarcals, SL, alguna cosa en la edición del Ciero que se hizo también por aquí y ya no recuerdo si en más sitios, hasta aterrizar en La Estrella. ¿Un millar de artículos? Podría ser. 

O sea que el Candelas reconoce que opinar en Hospi (y en el conjunto de la comarca) siempre ha sido difícil, pero no fue esto exactamente lo que le llevó a escribir con su nombre. Fue una risa, no fue un miedo. De hecho, hay unos cuantos colegas del Candelas que llevan firmando hace años con su nombre y apellidos y por eso sé que lo que intuye la colega es cierto del todo. En Hospi, en el Baix Llobregat, en el resto de Catalunya, probablemente en el conjunto del país, es muy difícil opinar con libertad y no sufrir las consecuencias. La diferencia con este pequeño territorio nuestro (comarca y ciudad) es que aqui el poder es un monopolio y la oposición también y si estás con ellos comes, pero si estás frente a ellos (no hace falta estar contra ellos) te matan de hambre. 

Así que, colega, joven y cargada de ismos, haces bien en ser discreta y lista, porque de los prudentes será el reino de los cielos. Algunos ya no estamos a tiempo porque renunciamos a la prudencia cuando todavía existían los sueños.

Por cierto, aquí no hay diferencias entre los poderes y las oposiciones. Para los opinadores libres todos se sienten adversarios. Y con honrosísimas excepciones, todos matan de hambre.