Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel (historiadora y activista cultural)
El día en que ocurrieron las más importantes inundaciones en Bellvitge, 21 de septiembre de 1971, yo estaba con mi familia en Daimiel, mi pueblo. Era el último día de vacaciones, cenábamos con mis abuelos cuando oímos las primeras noticias: “Podríais quedaros unos días más”, sugirió alguien, pero mi padre dijo: “No sabemos lo que pasa, pero mañana nos vamos”. Angustiados, acabamos de cenar y nos fuimos pronto a dormir.
Tenía doce años y me había “hecho mujer” esos días. Aquel resultaría ser el último viaje al pueblo que hicimos en familia. A partir de entonces iría yo sola, los meses de agosto, durante bastantes años. En aquel último trayecto familiar en tren, inventábamos juegos, como solíamos hacer con mi padre y hermanos, pero enseguida los dejábamos y pasábamos a contemplar en silencio los paisajes que el expreso arrollaba.
Llegamos, por tanto, al día siguiente del suceso. Nos encontramos a los vecinos de los “bajos” fuera de las porterías, con sus electrodomésticos y muebles llenos de barro, una imagen penosa que se gravaría en mi memoria. No había luz y subimos andando hasta el piso onceavo donde vivíamos. Ya había subido otras veces a pie, pues la electricidad o el propio ascensor fallaban con frecuencia, pero nunca cargada. Aunque mis padres y mi hermano mayor llevaban lo más pesado, mi hermano pequeño y yo también tuvimos que colaborar, pero no nos quejamos, ante la desgracia mayor de quienes lo perdieron todo -o casi todo.
No hubo muertos porque ocurrió a las nueve de la noche, antes de que la gente fuera a dormir y se pudo avisar a tiempo de que salieran todos y todas. “Viene el mar”, diría mi vecina Montse Miján, cuatro años menor que yo, cuando vio venir el agua desde su ventana del piso octavo. Lo relató en una entrevista que se le hizo a la familia para la celebración de los cincuenta años del barrio, una visión poderosa que puedo imaginar, “ver” y compartir.
En los días posteriores fuimos a ayudar a limpiar algún local, probablemente los del barracón donde estaba la iglesia de Mare de Déu de Bellvitge y una “guardería” (tal como llamábamos entonces a la escuela infantil).
Los payeses de la zona y algunos técnicos del Ayuntamiento ya advirtieron a la empresa que edificaba los bloques de pisos, la Inmobiliaria Ciudad Condal (ICC), que aquello podía ocurrir, que no hicieran los semisótanos ya que el río Llobregat se desbordaba con asiduidad, pero las ganancias de unos pocos primaron y 80 familias fueron desalojadas, 96 perdieron todos sus enseres, como algunos de los negocios que se instalaban en los locales comerciales.
Desde 1969 los afectados por la deficiente evacuación de las aguas residuales ya se reunían en la parroquia de Mare de Déu de Bellvitge, ya que, tanto ésta como la de Sant Joan Evangelista, también en un barracón de obra, eran los únicos locales en los que se podían celebrar reuniones, pero a partir de 1971 se empezarán a reunir más asiduamente creando un grupo compacto con Francisco Polonio como representante. Aunque recibieron muchas presiones de la Inmobiliaria e intentaron desunirlos ofreciendo soluciones parciales, este grupo, se mantuvo firme y, con el apoyo del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña, se querelló contra la ICC, no cesando su lucha hasta los años 80 en que llegan a un acuerdo entre el nuevo Ayuntamiento, la ICC y los afectados.
Las inundaciones de 1971 (hubo más, pero éstas fueron las más importantes) marcaron un antes y un después en el barrio. Si en los primeros años en que llegamos los primeros habitantes nos encontramos unos bloques de cemento y hormigón que se alzaban entre campos que se seguían cosechando mientras se pudo, a partir de entonces el barrio se llenó de barro y escombros, todo se veía muy sucio, infectado, imposible de transitar en ocasiones. Una de mis pesadillas recurrentes era verme atrapada en el fango, como solía ocurrir.
Y es que, como por fin aceptaron que el nivel del terreno es muy bajo respecto el nivel del mar, intentaron subirlo unos metros trayendo escombros de obras de Barcelona y alrededores. Si la Marina había sido en tiempos la despensa de Barcelona, Bellvitge fue, en esa época, el vertedero de Barcelona.
A ello se sumó el desvío al Canal de la Infanta que traía residuos tóxicos del Llobregat. Las acequias y canales se convirtieron, durante unos años, en cloacas a cielo abierto. Hasta los años 80 no se resolvería el problema de las aguas residuales con el gran colector de la Rambla Marina.
Son aspectos de nuestro barrio que hemos podido entender a partir de la historia que ha ido saliendo a la luz con la celebración de los cincuenta años. Es bueno conocer la historia, aunque inevitablemente se sigue repitiéndo..
Aunque nuestros recuerdos personales se avivan con lo ocurrido recientemente en Valencia, la catástrofe levantina impide cualquier comparación. No podemos comparar las trágicas consecuencias, pero sí sus causas y en ambas encontramos la desidia de unos gobernantes que no ponen freno a las ansias acumulativas del capitalismo salvaje. Entonces eran tiempos franquistas, ahora son tiempos inciertos en los que prima la especulación y el desconocimiento.
Acabo con otra imagen que mi memoria guarda. Un par de años después del desastre de la presa de Tous (1982) en Valencia y parte de Murcia, fuimos a ver a unos amigos que aún vivían en el barracón donde los alojaron. Fuera de la minúscula y “provisional” vivienda, no nos faltó una buena paella valenciana, pero antes habíamos visitado la zona: por encima de la presa y su catástrofe, la hermosa y gran finca del ingeniero que la construyó.
(En recuerdo a las víctimas y a quienes ayudan como pueden)