Jaime Martín es un historietista e ilustrador español nacido en L’Hospitalet de Llobregat en el año 1966. Empezó su carrera profesional en el mundo del cómic en 1985, publicando en las revistas que por entonces editaba Josep Maria Beà en su sello Intermagen: Caníbal y Bichos. Algunas de sus obras destacadas son Los primos del Parque (1991-92), La Memoria Oscura (1994-95) e Infierno (1996). El pasado mes de mayo, Martín recibió el premio a Mejor Obra Española de los 39º premios Comic Barcelona organizados por Ficomic por Siempre tendremos 20 años.
¿Cómo te sentiste ante este reconocimiento? ¿Qué significa para ti este trabajo ilustrado?
Me cogió desprevenido. No lo esperaba en absoluto porque ya había recibido ese premio por mi anterior obra Jamás tendré 20 años, en 2017.
Ambos Jamás tendré 20 años y Siempre tendremos 20 años forman parte de una trilogía autobiográfica junto con Las guerras silenciosas ¿Qué te motivó a llevar a cabo este proyecto?
Comencé con Las guerras silenciosas porque la historia del servicio militar de mi padre durante la dictadura me pareció siempre interesante. Le escuché hablar del tema desde niño y a medida que yo crecía, mi padre abundaba en detalles y matices que hacía que el relato tomase otras dimensiones, más allá de la pura aventura. Cuando me sentí preparado profesionalmente, entré de lleno en la historia y no tardé en darme cuanta que era inevitable continuar con el relato de mis abuelos. Lo que no estaba previsto era cerrar una trilogía con mi generación como protagonista. Eso vino rodado, pero me alegro de que haya sido así. El conjunto me parece muy sólido. Estoy muy satisfecho con el resultado.
En el caso particular de Siempre tendremos 20 años hablas sobre cómo empezaste tú en la industria del cómic. Cuéntanos cómo fue.
Lo básico no difiere demasiado de la mayoría de los casos. Siempre me gustó dibujar, desde bien pequeño, y mis padres me apoyaron en todo momento. Leía todos los cómics que me caían en las manos, dibujaba en cualquier papel, hacía historieta, ilustración, probaba cualquier técnica que veía que hacían los profesionales. Cuando era adolescente decidí llevar mi trabajo a una editorial para recibir una opinión profesional, aquello lo cambió todo. El autor y editor , Josep Mª Beà, me animó a seguir dibujando y me recibió de forma regular para seguir de cerca mis progresos. El resto fue fácil, la verdad. En aquel momento se me hizo eterno el hecho de poder publicar por primera vez, pero visto en perspectiva fue un camino de rosas.
Además, en Siempre tendremos 20 años, hablas sobre la amistad. ¿Te han dicho algo alguna vez tus amigos por mostrar sus nombres reales?
No, porque siempre les he pedido permiso. Para usar sus nombres y su cara. Para mi es muy importante poder retratarlos tal cual, porque se trata de nuestras vivencias y me sentiría incómodo poniéndoles otra cara y otro nombre.
¿Son estos tres cómics un reflejo fiel de tus vivencias y las de tu familia? ¿Hay también parte de ficción?
Trato de ser lo más fiel posible porque estoy hablando de familia y amigos. Es cierto que, en ocasiones, altero el orden cronológico de algunas anécdotas para mejorar el ritmo y la narrativa, pero son pequeñas licencias sin mayor importancia. En Siempre tendremos 20 años, en alguna ocasión he atribuido a uno de mis amigos un hecho que protagonizó otro colega de la pandilla, pero que no aparece en el libro porque no puedo meterlos a todos. Eso lo hago cuando considero importante incluir en la historia un tema que me resulta de interés. En esos casos lo que hago es pedir permiso a mi amigo para endosarle la anécdota que protagonizó el otro.
No son tus primeras novelas autobiográficas, ya que La basca que más casca (1989), Flores sobre el asfalto (1990), Los primos del parque (1991) o Los cuentos de los primos del parque (1992) también lo son. ¿Pasan todas estas historias en L’Hospitalet?
En Los primos del parque y La basca que más casca, álbumes muy primerizos, saco a algunos amigos y cuento alguna experiencia, exagerando mucho, para narrar historias de humor pasadas de vueltas. Aunque están ambientadas en L’Hospitalet, yo no las catalogaría de autobiográficas. En aquellos años, en trabajos como Sangre de barrio o Flores sobre el asfalto, lo que hacía era nutrirme de historias que le habían pasado a amigos y conocidos, incluso recortes de prensa o letras de canciones, y a partir de todo aquello elaboraba una trama sobre la que trabajar. Podríamos decir que me movía en una frontera difusa entre la ficción y el relato personal.
A nivel burocrático naciste en Barcelona, pero te criaste en L’Hospitalet. ¿Cuáles son tus mejores recuerdos aquí?
La adolescencia con la panda de amigos. Justo ese momento festivo e iniciático en el que se empiezan a descubrir las cosas. Aquí seguimos la mayoría de los amigos. Es agradable tenernos cerca después de tantos años.
¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Utilizas herramientas informáticas? ¿Cómo ha cambiado a lo largo de los años?
Empiezo reflexionando durante semanas acerca de lo Aque quiero tratar en el nuevo proyecto. Cuando tengo tema escribo unos borradores de lo que sería la historia hasta que más o menos tiene forma, como un resumen extenso donde se aprecia claramente la estructura del relato. Luego me pongo con el guion técnico, donde se indica el número de páginas, la descripción de las escenas, los diálogos… A continuación, hago los bocetos a lápiz y papel, en libretas u hojas sueltas. Después escaneo y lo llevo al ordenador. En Clip Studio, el programa de dibujo, trabajo tinta y color. Los textos los monto en Adobe InDesign.
En los 80 y 90 lo hacía todo con los utensilios de la época, claro, pero desde mediados de los 90 empecé a incorporar las herramientas informáticas en mi proceso de trabajo. Primero el color digital, en 1996, y en 2002 el entintado digital con tableta gráfica. Cuando recuerdo los guiones escritos con máquina de escribir me da risa.
¿Cómo crees que está actualmente el sector del cómic español? ¿Hay mucha competencia?
El cómic en España está, más o menos, como siempre, es decir, con una base lectora tirando a escasa o moderada. No somos Francia o Japón, y eso sitúa a las autoras y autores en una situación vulnerable porque un proyecto que puede ocupar un año de trabajo suele reportar unos ingresos que sólo dan para vivir tres o cuatro meses. Estoy haciendo una media, claro, porque en otros casos se paga más y en ocasiones no se paga nada. Lo bueno es que hay un gran número de editoriales y los lectores pueden elegir entre una amplia variedad de temas, y nunca ha sido tan fácil publicar. Pero como decía, vivir de ello es muy difícil y poca gente se lo plantea como actividad principal.
Respecto a lo de la competencia, sinceramente creo que no la hay. ¿Cómo puede haber competencia en un mercado tan ruinoso? Si algo bueno tiene este oficio es la solidaridad y compañerismo entre las autoras y autores. El pasarse trabajos, contactos, información sobre contratos, técnicas de trabajo etc. es lo habitual y lo que hace de esta una profesión agradable. Los encuentros con la gente del gremio siempre son una fiesta.
Algunas de tus historias se han publicado en Francia, Italia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Brasil y Estados Unidos ¿Crees que el mercado del cómic es más potente en el extranjero?
No siempre. Por ejemplo, en los países nórdicos es algo residual, Alemania tampoco es una fiesta, Italia está más o menos como España… Los puntos fuertes de la industria siguen siendo el mercado franco-belga, el estadounidense y el japonés.
También has hecho diseños de personajes de videojuegos e ilustraciones publicitarias. ¿Qué diferencias hay con el proceso de crear un cómic?
El lenguaje del cómic es único porque la narrativa de este medio no la encontramos en el cine ni en la literatura. Leemos texto, vemos imágenes, podemos retroceder o avanzar en la historia, podemos establecer pausas en la lectura, embelesarnos con las imágenes, de forma inconsciente ponemos voces a los personajes… Hay todo un trabajo de fondo mientras leemos cómics que no se da en otros medios. Quienes se dedican a escribir y dibujar tebeos tienen una necesidad de transmitir un relato, una serie de emociones, de mensajes íntimos o pura aventura. Van a medir el tiempo, las palabras, la forma de transmitir las ideas, van a darnos parte de sí mismos.
La ilustración publicitaria es algo puramente alimenticio en lo que muchos hemos acabado trabajando para cubrir un salario que no nos daba el cómic. Es poner nuestras habilidades al servicio de la maquinaria de ventas. Es algo que dejé de hacer hace años, ya que creo que no me gustó nunca. Jamás me sentí cómodo, simplemente necesitaba sobrevivir. En el diseño de videojuegos (guion, personajes, grafismo…) hay un componente autoral, como en el cómic, es un trabajo muy satisfactorio, nada que ver con el ámbito publicitario, pero es otra cosa distinta al cómic. Se trabaja en grandes equipos y se diluye la personalidad del artista.