L’Hospitalet como Nueva York

Ejemplo hacinamiento y de urbanismo absurdo en l’Hospitalet difundido recientemente por redes sociales. La fotografía es del Passatge Sant Ramon Nonat, en Collblanc

15 de septiembre, 2020

El título que encabeza estas líneas no es una “boutade”. Tampoco hace referencia al “skyline” cosmopolita de la plaza Europa, que es el nombre de esta sección. Al margen de que ambas ciudades compartan el dudoso récord de tener similares curvas de contagios de Covid-19, sus alcaldes atraviesan momentos de zozobra. Bill de Blasio está preocupado porque muchos neoyorkinos que teletrabajan han optado por mudarse fuera de la gran metrópoli en busca de viviendas más amplias y ventiladas. También muchos hospitalenses se van a vivir a otras poblaciones, principalmente del Baix Llobregat, que gozan de mejor calidad de vida, aunque estén a mayor distancia del centro. En ambas ciudades se huye del insalubre hacinamiento urbano.

El 90% de los rascacielos de Manhattan seguían vacíos a principios de septiembre porque las grandes corporaciones se han dado cuenta de que sus empleados son más productivos desde casa. Los saqueos en las protestas de origen racial también han influido en la gran evasión de neoyorkinos ante el aumento de la inseguridad. Dos de las consecuencias de esta migración inversa es que la vida en la ciudad de ciudades ha empeorado y los precios del alquiler y venta se han desplomado. En l’Hospitalet también han bajado los precios de la vivienda y no porque el Parlament de Catalunya haya aprobado una ley que aspire a limitarlos. Cuesta vender porque la segunda ciudad de Cataluña ha recuperado la mala prensa de antaño por las mismas razones que Nueva York: el coronavirus ha aumentado la percepción de inseguridad ciudadana en idéntica proporción a la caída de la salud pública.

L’Hospitalet está sufriendo de forma notable las consecuencias de la crisis económica derivada de la pandemia, ya que buena parte de su población trabajaba en el sector servicios. Por ejemplo, en la quincena de hoteles que se han levantado en la ciudad. El desplome del turismo, de las ferias y los congresos, ha frenado en seco las expectativas de los trabajadores de estas actividades, como también ha ocurrido en Broadway, cerrado porque los espectáculos de la Meca del teatro mundial no pueden sobrevivir a media capacidad, sin llenar, como ocurre en los hoteles de nuestra ciudad y a las docenas de empresas auxiliares del mundo ferial que están sin actividad.

La pregunta tanto para Nueva York como para l’Hospitalet es: ¿qué pasa después de la pandemia? Dadas las características demográficas y sociales y la elevada incertidumbre, nadie tiene la respuesta y eso es muy malo para ambas ciudades. Porque si los locales comerciales cierran e igualmente hay muchas viviendas en venta porque los hospitalenses huyen en busca de mejores condiciones de vida, ¿qué pasa? Pues la realidad es que no pasa nada. Y esa es la mala noticia. En el peor de los casos, a la crisis económica le puede relevar una espiral deflacionaria, donde se gasta menos dinero en la ciudad y nadie se mueve. Otra posible respuesta es: si los precios bajan, la demanda aumentará. Pero eso, de momento, no ocurre en las viviendas nuevas que por millares se construyen en l’Hospitalet, porque las promotoras tienen necesidad de vender sin bajar indefinidamente los precios, de modo que solo aguantarán los que puedan. Y los ciudadanos que procedían de Barcelona en busca de mejores precios, ahora también buscan un entorno más saludable. La pandemia ha colocado ante el espejo de la salubridad que no haber evitado que la densidad de la población se disparara puede comportar el suicidio de una ciudad que aspire a ser sana.

Por Juan Carlos Valero.

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