Un estudio realizado durante los Juegos Olímpicos de Barcelona concluyó que los atletas que ganaron medallas de bronce estaban más satisfechos que los que obtuvieron plata. Los psicólogos midieron sus respuestas emocionales y, mientras los terceros miraban hacia abajo contemplando a los que se habían quedado sin subir al podio, los segundos se focalizaban más en el peldaño superior sin disfrutar de ser subcampeones.
Terrassa se siente orgullosa de ser la tercera ciudad catalana, casi empatada con Badalona, pero por delante de su eterna rival Sabadell. Sin embargo, l’Hospitalet sufre ser segunda y pegada a la primera. El influjo capitalino también es reflujo, ya que se han levantado los hoteles que Colau prohibió, y la alcaldesa Núria Marín permite construir miles de pisos a los promotores que huyen de la obligación barcelonesa de dedicar un 30% a vivienda social. A este paso, l’Hospitalet, que ya es oro europeo en densidad, sobrepasará pronto las 300.000 almas, que era el sueño de otro alcalde, Matías España Muntadas.
La presidenta de la Diputación barcelonesa, que mantiene en nómina a la esposa de Puigdemont a razón de 6.000 euros por 8 horas mensuales de trabajo, es la segunda persona en democracia que ocupa la alcaldía de L’Hospitalet y es investigada por varios presuntos delitos. El oro de ese desprestigio fue para Juan Ignacio Pujana, a quien le persiguió la sombra de la sospecha, como ahora a ella, hasta que un juicio le condenó por tráfico de influencias.
Marín también emula las conferencias anuales de los alcaldes barceloneses, pero sin preguntas. En la de febrero de 2020 reclamó la playa de l’Hospitalet, hoy inexistente entre contenedores portuarios. La semana pasada realizó otra comparecencia, denominada Diálogo para la Reconstrucción, pero sin debate. Para escenificarlo, se rodeó presencialmente y por internet de directivos y empresarios con intereses en esa ciudad y anunció inversiones para digitalizar los servicios municipales. Menos mal, porque las intervenciones online fueron ininteligibles. Querer no siempre es poder.
Por Juan Carlos Valero