La justicia del país es lenta, pero hasta a veces parece que, en efecto, es justicia. Y cuando hay peticiones de chirona ni siquiera hacen falta los juicios para hacer justicia: suele haber suficiente con el pacto de conformidad o como se le llame. Esto es lo que suelen recomendar los defensores a sus defendidos: oiga, si la cosa está muy negra, déjese de filosofías y acepte lo que le den. A los Cris de Hospi les pedían chirona larga por un trapicheo de circunstancias. Tu eres el que manda y yo el que dirijo, pero como somos muy amigos, tú haces ver que me despides, cobro la indemnización, hago ver que me has dejado en el paro, cobro unos meses, y luego me das el carguillo prometido y si eso, cenamos unas ostras con Moët Chandon, o unas ostras con Moët Chandon en París, o unas ostras con Moët Chandon en el piso de tu amiga de Madrid que también es mi amiga y va a hacer ver que no tiene ni idea de nada. Que, por cierto, hacer ver que no tiene ni idea de nada, lo borda. Hasta a veces pienso que le sale de dentro.
Estas cosas pasan solo por una razón. ¿Porque no se valora la pasta entre amiguetes? Qué va, todo lo contrario. Se valora y mucho, especialmente la propia y la que cuesta ganar. La ajena y la que cae del cielo ya es otra cosa. La única y auténtica razón es la impunidad. Mejor dicho, la sensación de impunidad que hace que, en ocasiones, si te pillan, no seas impune. Yo mando y los demás obedecen y los que obedecen si se tienen que callar se callan, porque calladitos están más guapos e incluso pueden hacer carrera. Yo mando y acuerdo y trapicheo. Y como yo mando, tengo derecho a tener momios, chollos, canonjías, prebendas. Casi siempre importantes, a veces bastante idiotas.
Mira tú por donde, que el Candelas lleva Capa y a veces no se le distingue. Estaba yo en la sala de espera de la Comisaría de Policía—no voy a decir de donde— porque los asaltacaminos también llevamos carnet y se nos caduca, y en eso que vino un señor muy puesto a decirle al madero de la puerta unas cuantas cositas al oído. El madero de la puerta, vestidito de azul como se lleva ahora, dijo algo así como que no va a haber problema y al poco llegó una pareja y un chaval. No tenían tique ni falta que les hizo. Pasaron por delante de los que sí teníamos, y le sacaran al niño algo así como el pasaporte. Hubiera podido ser el tío del madero de la puerta, el primo del recepcionista, el tabernero de la esquina. Siempre se hace un favor a un amigo. Solo que en esta ocasión no era un amigo. Era, no os lo vais a creer… don David el jefe y señora.
Si, señor, con dos albúminas. Primero, el guardaespaldas para sondear, después la autoritas, que siempre tiene prisa y que se considera impune, obligado a los favores. A que se les hagan, evidentemente no a que ellos los hagan, que la ley debe ser igual para todos y la justicia ídem. Ya lo decía aquel, que la justicia es igual para todos. Y el tique para sacarse el carnet o el pasaporte y hacer cola, también debería serlo. Pero es igual para todos los iguales, para todos los acostumbrados a la impunidad, a la prebenda y al chollazo. Es un caso idiota, ciertamente. Pero los casos idiotas son los más sencillos para el ejemplo. Porque si esto pasa con las tonterías a la vista del público, qué no pasará con las cosas serias en los despachos.
Lo del Consell Esportiu es la espuerta que quedó abierta cuando nadie imaginaba que alguien la vería. No se trataba de nada pegado directamente al poder y hasta por eso es posible que se libren en el futuro. Allí no había función interventora directa, aunque hay cientos de acuerdos en el gobierno local que omiten la función interventora sin que pase nada, porque omitir la función interventora es incomprensiblemente legal. Porque ya se sabe que los interventores son unos plastas y la burocracia un jeroglífico, en ocasiones ideado para paralizar las soluciones y favorecer los conflictos. Pero los interventores tienen como obligación intervenir y eso siempre molesta a quienes deciden por encima de su bien y del mal colectivo.
Lo que quiero decir es que las mayorías absolutas son lo peor que pudo inventar el ciudadano en una democracia. Deberían estar absolutamente prohibidas porque garantizan las decisiones unilaterales, la conducta autoritaria y la sensación de impunidad. Cuando las mayorías absolutas se ejecutan durante décadas, son un cáncer destructivo para las comunidades que las sufren. E incluso, cuando estas se pierden, la inercia es tan abrumadora y sus consecuencias tan sombrías, que los que las han perdido se siguen considerando intocables y los que están a su vera los siguen observando como incuestionables. Esto es lo que está pasando en l’Hospitalet desde el último cuarto del siglo pasado y ya sería hora de decir basta. Los que mandan tienen todo el derecho a seguir mandando porque siguen ganando elecciones, pero esta vez tienen la obligación inevitable de escuchar. No de hacer ver que escuchan, sino de escuchar de verdad. Claro que para empezar a escuchar tienen que desprenderse de esa sensación de impunidad que lo marronea todo. Y el primer paso es pedir el tique en la comisaría para renovar el carnet o lo que sea. Si no, las cosas se complican, algunos alcaldes acaban expulsados por tráfico de influencias y algunos tenientes de alcalde se ven obligados a aceptar que se pasaron de la raya para no verse enchironados, como ha pasado en esta ciudad en los últimos tiempos