He oído cosas incongruentes, pero la noticia de que este año l’Hospitalet recibirá un montón impresionante de turistas y que por eso la economía de la ciudad va a prosperar, me parece una de las ocurrencias más chuscas y divertidas de las que tengo constancia. Todavía me acuerdo en la prehistoria de la ciudad, hace casi cinco décadas, cuando este pueblo no tenía un solo hotel que llevarse a la base de datos de empresas y los plumillas de la época afirmaban que no se podía hablar de ciudad si un municipio no tenía, por lo menos, un hotel, un museo y un teatro. Entonces l’Hospitalet no tenía nada de esto y hoy, en lo del museo y el teatro casi-casi, pero en cambio tiene por lo menos 15 hoteles, según me han contado los eFICaces que andan como locos buscando un hotel que les quiera, para organizar la tercera Nit dels Insurrectes en plan premios Goya.
Pues eso, que en l’Hospitalet hay 15 hoteles que se llenan de turistas ávidos de conocer la ciudad que les alberga, porque esta es la segunda ciudad de Catalunya y es una ciudad llena de tesoros. La primera tiene 440 hoteles según el censo gremial, que se llenan todos los años para ver el Museo del Barça y la Sagrada Familia, mientras que los turistas de los 15 hoteles de l’Hospitalet se pirran por el Parc de la Serp y el monumento a Lluís Companys y al espíritu del 11 de setembre del 1714. Y todo esto da mucho parné a los hospitalenses, especialmente al tesoro público que es el que cobra el IBI y todo eso. Después ya depende como se gaste la pasta el alcalde y su séquito, para que el ciudadano medio de esta ciudad ame, o no, a la oleada de turistas que nos invaden.
Lo cierto es que hay 15 hoteles en l’Hospitalet, construidos en pocos años y todos alrededor de la antesala de la ciudad condal. Un lugar bonito y bien comunicado, que anuncia al viajero lo que se va a encontrar de la plaça Ildefons Cerdá hacia el horizonte. Del río a la Plaça Cerdà es l’Hospitalet, y el viajero lo sabe porque en los túneles de la Granvía hay la marca registrada del socialismo hospitalense: dos letras y una comita que han hecho fortuna, L’H. Eso es todo lo que el viajero ve de l’Hospitalet. Eso, un túnel a trozos, una gran avenida en parte cubierta, unos rascacielos interesantes, unos edificios de los juzgados impresionantes, un par de grandes superficies y unos enormes pabellones de la Fira. Desde el río a la Plaça Cerdà, l’Hospitalet le presta el rostro a Barcelona, y es ahí donde se han situado los hoteles y algunas oficinas y algunos inmuebles de relieve (la redacción de El Periódico, el estudio de grabación de Rosalía y un substancial etcétera). Esa gran puerta de entrada queda exactamente en una esquina de la ciudad y lo que abre es el portal barcelonés que es el que da pedigrí, dinerillo, relieve y prestancia. Eso tiene de l’Hospitalet lo que un funeral de divertido: nada de nada de nada. Eso, sigue siendo término municipal de l’Hospitalet porque no estamos en 1920 y porque a Barcelona no le hace falta más que la marca de gran ciudad para comerse lo que le plazca de alrededor.
Los hoteles están en l’Hospitalet, pero son de Barcelona, los juzgados están en l’Hospitalet, pero son de Barcelona, el Ikea está en l’Hospitalet, pero es de Barcelona, la redacción de El Periódico está en l’Hospitalet pero es de Barcelona, el estudio de la señorita Rosalía está en l’Hospitalet pero es de Barcelona y la Fira está en l’Hospitalet pero es de Barcelona. Todo lo que alberga l’Hospitalet entre el río y Barcelona no tiene de l’Hospitalet más que las letras de las paredes del túnel, desgraciadamente. Y, en consecuencia, los turistas que alberga l’Hospitalet no son de l’Hospitalet, que son de Barcelona, y para hacerlo todo más sintomático, curioso y divertido, el alcalde que empezó todo eso en l’Hospitalet, también acabó como concejal en Barcelona.
De un tiempo a esta parte se alzan voces por doquier, utópicas pero consecuentes, sobre la necesidad de que l’Hospitalet se integrara como un barrio más de Barcelona. El único problema, pese a la gestualidad, no es la aparente oposición que pondrían los hospitalenses, empezando por su equipo de gobierno y todos los ilustres que se sientan en el salón de plenos. El único gran problema es que Barcelona no aceptaría bajo ningún concepto comerse el marronazo de esta ciudad-conflicto.
Una cosa muy parecida, a su ubicación territorial pegada al río. L’Hospitalet lleva el apéndice del Llobregat, pero la República lo situó en el Barcelonès Sud, no por casualidad. A principios de la Transición los otros dos municipios del Barcelonès Sud que le acompañaban (Sant Just Desvern i Esplugues), reclamaron la restitución de su pertenencia histórica a la comarca que les correspondía: el Baix Llobregat. L’Hospitalet jamás lo pidió, pese a que la intelectualidad local del momento hizo algo así como un Congreso para reclamar su ubicación. La mayoría pedían la incorporación de la ciudad al Baix Llobregat. Los municipios del Baix Llobregat hicieron todo lo que pudieron para sacárselo de encima. A l’Hospitalet ni lo quiere el Baix Llobregat, ni lo quiere Barcelona. Ni, desde luego, lo quiere quien lo ha gobernado desde la Restauración borbónica alfonsina hasta ayer por la mañana, si exceptuamos el brevísimo paréntesis de los republicanos de los años 30, honestos, con poca fuerza y menos experiencia.
Decir, en consecuencia, que la ciudad recibirá un montón de turistas de todas partes es tan cómico como afirmar que la ciudad está bien gobernada porque crece el empleo. El empleo crece, tanocas, al margen de la ciudad, porque no hay fronteras municipales ni para los empleados ni para los empleadores, como no las hay para los hoteleros y las quelis o para los taxistas y los ejecutivos. En consecuencia, l’Hospitalet no es una ciudad porque tenga hoteles en la Gran Vía. L’Hospitalet será una ciudad cuando tenga un hotel digno de tal nombre en la carretera de Santa Eulàlia, un Museo en Prat de la Riba y un teatro en la Rambla. Es un decir, claro. Servicios y equipamientos en los ejes ciudadanos, no en la puerta de la ciudad madre.
Por cierto, de la Gran Vía hacia el sur, Pedrosa, la Fira y los biopoles posibles, con excepción de la isleta del Polígono de Gran Via Sud, todo el territorio está diseñado para los que no encuentran espacio en la ciudad condal. Un sitio ideal para el Distrito Cultural, para unas cuantas empresas que lo mismo están aquí que en Poble Nou, para las salas de conciertos subvencionadas, para la mayor Fira de Europa y para el Cirque de Soleil. Con todos ellos yo organizaría un referéndum de autodeterminación para que se emancipen y se lleven con ellos a los que les han dado facilidades para instalarse. Eso ha de ser su parte del Paraíso. Dejadnos la otra parte, para los que seguimos pensando que habría que darle un vuelco a la historia.