Un hotel de cinco estrellas en Can Buxeras

El parque de Can Buxeres, un espacio libre para construir…

15 de diciembre 2018

Ya decía Rajoy que los catalanes hacen cosas. Pues bien, se nota que los hospitalenses no son muy catalanes porque en l’Hospitalet si algo falta son cosas. Diversas y variadas. En esta ciudad se va a rachas y por eso suele haber, según las épocas, mucho de unas cosas y poco de otras. Y, como es natural, para poner unas cosas hay que sacar otras para que quepan. Por ejemplo, en el siglo XIX, en l’Hospitalet les dio por poner muchas fábricas. Había fábricas en cualquier sitio, pero para poner las fábricas primero tuvieron que sacar los campos. Y eso ocurrió en unos sitios más que en otros pero en todos los casos la industria se ponía donde cabía y cabía generalmente donde antes se cultivaban tomates o se recogían algarrobas. Después, como había fábricas, y las fábricas solo funcionaban si había obreros, se pusieron obreros como si fueran cosas. Obreros que venían, no de la Cataluña interior o de los pueblos limítrofes como Sants o Cornellà, sino de Extremadura, de Andalucía y de Castilla. Eran obreros, no que trabajaban en l’Hospitalet y se volvían a su pueblo, no. Eran obreros que venían para quedarse. Y como tenían que quedarse, se ocuparon más espacios para poner casas. Pero como había tantas fábricas y se necesitaban tantos obreros —lo mismo que pasaba en l’Hospitalet, pasaba más o menos en los alrededores— no hubo suficiente con hacer casas donde había calles. Se inventaron los polígonos de viviendas que era una manera de hacer casas amontonadas, sin calles ni nada, porque lo principal era que los obreros tuvieran un lugar donde dormir. Un lugar para vivir, un lugar con calles y servicios, ya se iría construyendo con el tiempo.

Siempre, lo primero ha sido lo primero. Y en la lógica del capital, poco importaba el campo si lo que había que levantar eran fábricas y poco importaba que no hubiera calles, lo importante era hacer casas que las pudieran comprar los obreros gastándose mucho del dinero que ganaban en las fábricas. Lo de vivir tampoco era tan urgente. Lo urgente era producir que había que levantar Cataluña (y de paso España).

Así pasaron un montón de años hasta que algunos descubrieron que vivían en una dictadura pero que tenían cerca un ayuntamiento al que podía responsabilizar, con toda la razón del mundo, de tolerar que en su municipio se durmiera, pero no se pudiera vivir. A aquellos barrios y ciudades se les llamó barrios y ciudades dormitorio, con toda propiedad, y desde entonces la reivindicación de la ciudadanía pasó por conseguir que además de dormir, se pudiera vivir, es decir, hubiera escuelas, infraestructuras, servicios, equipamientos, calles urbanizadas, saneamiento adecuado, espacios de relación, culturales, etc, cosas que había que hacer no demasiado lejos de donde se dormía, porque si no, dejaban de ser útiles para la cuestión fundamental: convertirse en ciudadanos —a ello contribuían las necesidades familiares— y no solo en productores al servicio del capital.

Y como aquellos ayuntamientos estaban demasiado atados a los que habían permitido este estado de cosas, se vinculó la construcción de las ciudades para vivir, con la lucha por los derechos democráticos. Con una esperanza demasiado indeterminada: ser ciudadanos con derecho a mantener la vigilancia sobre las cosas que se hacían, porque se acabó comprendiendo que, para poner unas cosas, hay que quitar necesariamente otras.

Bueno, ahora se están quitando las fábricas y parece que ya no hacen falta más cosas para vivir, por lo que donde había fábricas estamos permitiendo, tolerando sin vigilar, que pongan casas, porque sigue siendo necesario dormir en algún sitio.

Pere hete aquí que acaba de saltar la noticia. Los vecinos de Santa Eulalia que hace un siglo vienen reivindicando un polideportivo en condiciones porque el de la calle Jacint Verdaguer se ha hecho viejo y hay que reformarlo y porque, cuando se construyó, vivían en Santa Eulalia la mitad de vecinos que ahora, acaban de descubrir esa ley inevitable. Para hacer un polideportivo hace falta un lugar —para poner unas cosas hay que sacar otras— y ya no hay lugares libres en Santa Eulalia, así que el Ayuntamiento ha tenido una idea genial, muy propia de quienes nos gobiernan. Metemos el polideportivo en un parque. Total, un parque solo es un sitio libre, a menudo lleno de niños ruidosos cuando no de perros que sueltan bolas negras. Y para compensar, en lo que había sido una pista a pie de calle, en la que no se puede edificar porque pasa un canal subterráneo —calle Gasómetro— se levanta el cemento y se ponen unos bancos o ni siquiera eso, que total, un parque con cemento siempre parece más limpio que lleno de hierbas. Total, para pelarse las rodillas, lo mismo vale una pista de cemento que un solar de gravilla y los perros no suelen hacer miramientos a la hora de defecar.

Así que para el polideportivo de Santa Eulalia el ayuntamiento ya ha encontrado el mejor sitio: el parque de la Alhambra. Es más, si me apuran, al lado del polideportivo que solo ocupará un tercio del espacio libre, podrían hacer un párquing subterráneo y usar los árboles, una vez bien cortaditos —ya se sabe aquello de hacer leña del árbol caido—, para la calefacción escolar, que hemos de aprovecharlo todo.

De paso, ahora que nos está llegando la fiebre de los hoteles —la Marbella del Llobregat—, yo propongo construir el mejor hotel 5 estrellas de la ciudad en el parque de Can Buxeras, con vistas al antiquísimo Camí de la Fonteta, una reliquia del pasado que los turistas valorarán muchísimo y con una casa señorial muy auténtica que se podría convertir con poca inversión en un spa de lujo del que no se querrían ir los millonarios. Y ya puestos, un bloquecito de vivienda protegida en la plaza Mosén Homar aprovechando que se le mueren los dos magnolios y las palmeras y una hilera de adosaditos en el paseo central de la Rambla Marina —con entrada en el lado sol y jardincito en la parte posterior— porque es un derroche de espacio ese paseo tan opulento.

Y ya iremos pensando cómo aprovechar lo que quede libre porque siguen haciendo falta cosas y ya se sabe: para poner unas, hay que sacar otras. Las más prescindibles, claro.

La república Marín

15 de desembre 2018

Les dates de Nadal i les de final de curs acostumen a ser les mes adequades perquè les escoles ensenyin a les famílies totes les coses que els nens i nenes aprenen, més enllà de les rutinàries feines curriculars. Ja fa uns quants anys que els hospitalencs que tenim fills o nets en edat escolar som joiosament convocats a concerts, exhibicions de dança i teatre, gimnàstica, malabarismes i altres meravelles artístiques. Dieu-me desgraciat, però en les dues darreres convocatòries, la família hem hagut de desplaçar-nos a les veïnes poblacions de Cornellà i Sant Joan Despí per veure el que fan els nostres escolars de l’Hospitalet. La raó: que no hi ha un espai en tota la ciutat que pugui acollir-los i acollir-nos, i les escoles han de llogar teatres als municipis de l’entorn, amb les condicions idònies, per mostrar, com cal, les activitats de la canalla.

Aquesta és una realitat que no s’explica al Diari de l’Hospitalet ni a la tele local, ni al digital, ni sembla ser motiu de reflexió per part de les autoritats corresponents. I això no és cosa d’avui. Fa temps que dura. Moltes escoles i acadèmies de la ciutat pensen en l’Auditori Miquel Martí i Pol, de Sant Joan Despí o en l’Auditori de Cornellà, per ensenyar-nos el que aprenen a les escoles o acadèmies de la ciutat els respectius alumnes.

Això passa a l’Hospitalet quaranta anys després del primer govern socialista que, en paraules de l’alcaldessa “li ha donat la volta a aquesta ciutat”. És una anècdota, sí. La ciutat ha millorat en els darrers 40 anys, potser també, malgrat que no n’estigui convençut del tot. Però el que resulta flagrant és que el “Model l’Hospitalet”, que Núria Marín defensa, té menys a veure amb el “model d’esquerres i progressista que garanteix la igualtat d’oportunitats, la cohesió social i la qualitat dels serveis de benestar” que amb el model acrític i autosatisfet que garanteix que es construeixi una ciutat sense el concurs dels seus habitants, en benefici d’una idea megalòmana que casa poc amb la fràgil realitat d’un municipi desestructurat des de qualsevol punt de vista que se l’observi.

Tornem a les paraules de l’alcaldessa en el recent acte de commemoració del 40 aniversari dels socialistes hospitalencs, quan agraïa l’esforç per transformar la ciutat: “Una ciutat —deia— que ha passat de ser un suburbi, on no hi havia equipaments ni zones verdes, a convertir-se en una ciutat amb personalitat pròpia, emergent, moderna i dinàmica”.Ja ens agradaria que fos així. Probablement una ciutat moderna i dinàmica, ni que fos una mica emergent i amb un xic de personalitat, tindria com a mínim, espais de sobres perquè totes les escoles de la ciutat no haguessin de pensar en equipaments externs a l’hora de convocar les famílies. A banda que el contrari d’un suburbi sense equipaments ni zones verdes és una ciutat amb equipaments i zones verdes, no una cosa tan etèria com una ciutat moderna, dinàmica, emergent i amb personalitat pròpia, que només són paraules simpàtiques que sempre sonen bé, malgrat siguin retòriques, buides de contingut i amb una consistència discutible. Ja ho diu el refrany: diga’m d’alló que pressumeixes i et diré on són les teves carències.

I es que una cosa són les paraules i l’altra el que es pot constatar.

Per exemple: dos hospitals propers i uns quants centres de recerca que van néixer aquí per causalitat i sense cap impuls municipal, es converteixen en un pool biomèdic; uns quants hotels i oficines a prop de la Fira de Barcelona, que van aparéixer per la conjuntura territorial més que no pas per una qüestió estratègica, en un districte financer; un conglomerat de jutjats generals i forans més alguns de propis, sorgits de la planificació barcelonina, en una ciutat de la justícia; unes quantes naus llogades a bon preu i uns quants espais regalats d’un polígon industrial en liquidació, en un districte cultural; que l’alcaldessa de la ciutat aparegui al costat de diverses personalitats per causa que vam regalar algunes hectàries del nostre escadusser patrimoni territorial per fer la Fira, converteix immediat a la primera autoritat municipal en una figura emergent i la ciutat pren, de cop i volta, personalitat pròpia. Que regalem un espai prèviament ordenat i pagat amb recursos municipals, al Cirque de Soleil perquè guardin aquí els seus espectaculars estris i caravanes, ens converteix en una ciutat dinàmica. Que uns quants artistes facin un mural —o dos cents— i que s’activin els bars de tapes, ens converteix en una ciutat moderna…

Que no ens enganyin. Alguns es pensen que vivim temps republicans justament perquè som qualsevol cosa menys realistes. No confonguem ser realistes amb ser monàrquics, carai! No cal ser monàrquics per veure que la república és una entelèquia, com va explicar d’una manera diàfana un mosso d’esquadra l’altra dia: “La república no existeix, idiota”. Doncs bé, aquesta ciutat amb personalitat pròpia, emergent, moderna i dinàmica… és la república Marín.