El 5 de octubre del 2004 hubo un crimen terrible en Bellvitge. Un psicópata con una triste historia asesinó a dos policías en formación, dos mujeres jóvenes de 23 y 28 años, originarias de León que compartían piso cerca de la Rambla Marina. La sanguinaria matanza, acompañada de violación, robo e incendio creó alarma en el vecindario y produjo arduo trabajo a las fuerzas policiales que lograron detener al asesino que pasará de los 80 años cuando salga de prisión, si es que sale algún día.
Ignoro por qué razón el grupo popular presentó ahora —en el pleno de noviembre—una moción reclamando que el pasaje donde se encuentra la vivienda lleve el nombre de las dos jóvenes asesinadas y por qué reclaman una placa conmemorativa en el lugar, pero a mí, personalmente, me da igual. Me da igual que se les haya ocurrido ahora, me da igual que lo proponga el partido popular y hasta me da igual que haya sido una iniciativa extemporánea sin consulta previa a nadie, ni a la comisión del nomenclátor de esta ciudad, ni a los vecinos, ni al resto de grupos municipales que siempre se han mostrado tan sensibles a la violencia de género. Me pareció, cuando la conocí, una propuesta con sentido. El crimen fue tan brutal, por el sadismo y por la juventud de las víctimas, que cualquier recuerdo debiera parecernos sensato y acorde con el dolor. No es posible poner un nombre a las víctimas en cada calle donde se producen los crímenes, pero tampoco me parecería mal un recordatorio escrito del estilo de las stolpersteine, que ahora fijan los lugares donde vivieron las víctimas del terror nazi. Cualquier cosa que recuerde una tragedia producida por el sadismo de los asesinos, para que jamás se olvide que la buena gente tiene que sentirse herida por el mal ajeno y difundirlo a los cuatro vientos, se me antoja razonable. Es una manera de no olvidarse de las víctimas que nos regenera como especie.
Pues bien, la moción del PP no salió adelante, porque 18 de los 27 concejales presentes votaron en contra y solo 8 votaron a favor. Faltaba uno en el recuento y eso pasa muchas veces. Los números solo se supervisan —solo los supervisa el alcalde que es quien puede hacerlo— si es que el gobierno municipal pierde la votación o le empatan, porque de este modo el alcalde puede desempatar gracias a su voto de calidad (a cualquier cosa le llaman calidad). Aquí la mayoría votó en contra y solo los cuatro concejales del PP y los tres de Vox lo hicieron a favor. Pero esos suman 7 y los votos favorables fueron 8.
Sé que L’Estaca preguntó a los responsables del grupo popular si sabían quien se atrevió a ir por libre. Y los populares explicaron que “debió ser alguien con algo de corazón y sentido común”, pero que no había trascendido nada más.
Podría ser que alguno de los 20 concejales de la llamada izquierda sintiera algo así como ternura en un caso tan conmovedor, aunque el Candelas que es un mal pensado de nacimiento, considere que en realidad se trató de un error a la hora de pisar la tecla. Conociendo el percal, cuesta de creer que alguien se salta a la torera lo que dicta la norma: a la derecha, ni agua, aunque a la derecha (con el apoyo de la derechísima) se le haya ocurrido algo tan sustantivo como recordar un crimen de salvaje violencia de género en una ciudad donde, como explicó la portavoz popular, han disminuido los fondos dedicados a la prevención de esta lacra.
Cuando la derecha se dedica a hablar del dictador Sánchez, parece normal tacharla de apocalíptica, extravagante y destructiva y cuando se le ocurre algo que no está tan mal, de lo que se trata es de llamarla oportunista y desde luego huir de sus propuestas, aunque sean cabales y fáciles de apoyar. El PP local también reniega del gobierno sanchista —solo faltaría— y es entonces cuando juega a una bipolarización lamentable que solo sirve para consolidar los parapetos: los propios y los de enfrente. Y así se justifican todos, los unos y los otros.
La moción del PP, pretendiera lo que pretendiera, proponía algo absolutamente defendible. El objetivo era justo, la propuesta viable y sencilla, y el resultado no podía hacerle daño a nadie y sí en cambio garantizaba el agradecimiento de los compañeros y de los familiares y hasta de los vecinos que sintieron el escalofrío de la barbarie hace más de 20 años.
A alguno de los portavoces de la izquierda se le ocurrió, como excusa, que la moción popular no había tramitado su propuesta a la Comisión del Nomenclator de la ciudad, que es quien tiene atribuciones para fijar homenajes en los rótulos de calles. Ignoro quien la compone, pero debieran estar trabajando todos los días para remediar la iniquidad que se mantiene en el nomenclator local. Desde un alcalde franquista de la primera época hasta un regente encargado de bombardear Barcelona cuando le apretaba la presión social; desde un alcalde de la dictadura de Primo, hasta el alcalde que se fue a celebrar junto al río Llobregat con el alcalde de Barcelona, el espolio de la Marina. Para ellos hay un sitio en el callejero que propusieron en su día unas cuantas derechas rancias, y de eso hace décadas sin que estas izquierdas tan radicales de ahora hayan puesto el grito en el cielo o hayan encargado a la Comisión del Nomenclator que revise las placas.
Si las propuestas se alejan del sectarismo y son capaces de tocar el lado bueno de la gente, debiera importar poco quien las promueve. Pero aquí ocurre lo contrario: lo que cuenta es quien propone. La propuesta es lo de menos. Es aquello de los buenos y los malos. Los nuestros, los buenos. El resto, los malos.



