Si bien nos quieres Marín, da menos leña y más langostín

Nuria Marín, presidiendo el Consell de Ciutat.

Hoy tengo que confesar que me lo he pasado teta en el Consell de Ciutat, una cosa que se ha inventado el gobierno para hacer ver que rinde cuentas a la ciudadanía de lo que se va haciendo, en presencia de un montón de entidades que van allí a escuchar y a decir, en general, amén. Ha habido algún conato de crítica, y alguna crítica sin conato, por parte de FIC el Fomento de la Información Crítica, que para eso llevan ese nombre rimbombante y un poco pretencioso y que son los que me dejan escribir en esta cosa que se llama L’Estaca. Algún conato, porque las subvenciones no llegan, o llegan tarde o llegan recortadas a las entidades, y a las entidades les cuesta funcionar, programar, hacer ciudad, integrar a la ciudadanía sin el soporte, la ayuda, de algún profesional que se encargue de ejecutar aquello que los voluntarios voluntaristas piensan, promueven y articulan. Algún profesional que se aviene a cobrar muy poquito para que las entidades no se mueran de inanición. Vivimos en un mundo complejo, donde además de trabajar hay que hacer muchas otras cosas y entre esas cosas, activar actividades, producir convergencia de voluntades para promover el bien colectivo, exige un esfuerzo, una dedicación, un perder horas en beneficio del común.

Todas las entidades se quejan de la falta de ayudas porque todas las entidades querrían hacer más de lo que hacen. La mayoría no llega, porque los esfuerzos voluntaristas no alcanzan para organizar las cosas en condiciones o para organizar más cosas y llegar a más vecinos. El gobierno municipal, que vive de los recursos de todos y que administra en nuestro nombre —o debería—, es el encargado por costumbre y por norma, de facilitar el funcionamiento de los colectivos ciudadanos que le ayudan a convertir la ciudad en un organismo vivo. Eso es la teoría. En la práctica, el presupuesto municipal no es el dinero de todos. Es el suyo, el del gobierno, y con su dinero hace lo que quiere. Siembra, allí donde está seguro de recoger. Y si está convencido de que no va a recoger, no siembra, o siembra menos, o siembra con desgana y tarde. O se hace de rogar para negar el auxilio en el último momento. Para que los díscolos dejen de serlo.

Esto ya lo sabíamos… pero desde hoy es un secreto a voces. A voces, porque la alcaldesa de la ciudad le ha dicho a esta entidad díscola que es FIC, que no se la subvencionará —los pobres no han recibido un euro de subvención desde el 2018 hasta ahora y la última vez que se atrevieron a pedir una subvención en Cultura les dijeron que no se la daban porque no eran una entidad cultural— hasta que no cambie. Y lo ha dicho en voz alta como reprimenda al pesado del presidente de FIC que se empeña en explicar que ellos no son el enemigo, y que ni siquiera son el adversario, porque ellos no compiten por ningún poder. Compiten por poner ideas sobre la mesa para mejorar la ciudad y para decir a quienes consideran que el poder es un patrimonio, su patrimonio, que se equivocan. Que el poder es efímero, mientras que la ciudad es eterna. Solo que el poder efímero puede destrozar la ciudad, que es lo que está pasando.

Y les ha dicho en voz alta, con el subconsciente en ebullición y traicionando las buenas maneras, que hasta que la entidad no cambie de actitud, hasta que dejen de ser díscolos para ser colaboradores, lo tienen crudo si quieren un poco de ayuda. Este tipo de traiciones del subconsciente no suelen ser habituales más que cuando los nervios agarrotan las tripas porque algo está pasando. Y lo que está pasando es que se acercan las elecciones y que las mayorías absolutas se van a poner caras y sobre todo caras en una ciudad que es la más densa de Europa y que parece tener la vocación de ser la más densa del planeta a juzgar por las barbaridades que se están cometiendo en su territorio. Si se piensan que los vecinos son ciegos y no ven el negocio que se está produciendo a costa de su salud ambiental, por ejemplo, van a descubrir que ven muy bien a donde les lleva esta gente. Con no votarles está casi todo solucionado, solo que esta gente ha estado sembrando durante mucho tiempo y sigue recogiendo lo que puede, cada vez menos, pero suficiente para seguir demasiado arriba. Pero ya decimos que las mayorías son caras y las mayorías absolutas absolutamente carísimas.

¿Con quién pactará la señora Marín si no alcanza 14 concejales? No es difícil que la segunda fuerza vuelva a ser Esquerra —aunque con la lumbrera que han puesto al frente, ya veremos— y si es así, ¿se atreverá el señor Graells a dar apoyo a su verdugo? ¿Y se atreverá el verdugo del señor Graells a pedirle un gobierno conjunto? Ya veremos. Todo podría ser, de modo que mejor olvidarnos de esas parejas de baile si queremos un cambio auténtico. Pero ya digo, los nervios andan a flor de piel. Solo así se explica el exabrupto de la señora alcaldesa que suele ser más recatada cuando se sabe sólida.

O séase: si bien nos quieres Marín, da menos leña y más langostín.

Cuarenta y tres años con los mismos (y 2)

Noviembre 2022

Vayamos pues a la alternativa, como prometí en el artículo de la semana pasada. Iría bien, para fijar la coyuntura, hacer un paralelismo con Barcelona ciudad. Dada la estructura demográfica y sociológica de la población de sus distritos y la experiencia electoral de estos años, costaría entender a priori que el PPC pudiera llegar a gobernar en ese Ayuntamiento. En cambio, no cuesta entender que el PSC, Convergència y adláteres, e incluso la izquierda a la izquierda de los socialistas, como Ada Colau y los suyos ahora mismo, hayan podido formar mayorías absolutas o relativas. ERC y el PSC apuntan para las próximas como posibles ganadores, pero no son descartables los Comuns, que se mueven bien entre las discordancias ajenas. En Barcelona viven muchos catalanes de origen y de adopción, una clase alta bien arraigada, otra clase media amplia acomodada o venida a menos, y una población obrera e inmigrada en barrios periféricos y en el Raval, que decanta las tendencias electorales según los ciclos, hacia una izquierda más moderada o más radical y, muy recientemente, hacia el nacionalismo de signo diverso.

L’Hospitalet es otra cosa. La clase acomodada es muy reducida y sin influencia, la clase media sufre cataclismos de tanto en tanto y se suele sentir huérfana electoralmente, aquí residen catalanes de origen o de adopción —nacionalistas o no—, pero pervive una gran masa de trabajadores e inmigrantes de diversas oleadas que hacen muy difícil que fuerzas como el PPC, los convergentes varios o incluso ERC —y no digamos ya Ciudadanos si resisten—, puedan llegar a gobernar algún día en solitario. Estas fuerzas suelen conocer bien la realidad y la van asumiendo. Lo normal es que el gobierno local se mueva en la órbita socialista o a su izquierda aunque en estos últimos años, con el peso ideológico del procés, se pueda contar para forzar mayorías con el apoyo del independentismo de la CUP o el más digerible de ERC.

Las posibilidades electorales han ido cambiando con el tiempo, especialmente tras la crisis del 2008 con la aparición del movimiento de los indignados y tras la del 2012 con el fenómeno independentista. Los gobiernos municipales han ido cambiando, especialmente en el área metropolitana, gracias al progresivo desgaste de los socialistas y al protagonismo de los nuevos movimientos. En algunos lugares siguen gobernando los de siempre, pero con mayorías obligadas que les han ido forzando al consenso y, en cualquier caso, excepto en algunos municipios bien señalados, han sido sensibles a la necesidad de poner coto al mercado inmobiliario, atendiendo al grado de saturación territorial que todo el mundo sufre. Si en muchas de estas ciudades próximas se han ido modificando los comportamientos, cómo es posible que aquí llevemos 43 años gobernados por los mismos, con la misma arrogancia del primer día.

La explicación parece sencilla, aunque admita una cierta complejidad: el PSC ha conseguido estabilizarse a lo largo del tiempo y la izquierda del PSC no ha sabido superar los condicionantes, sumida en múltiples jaquecas y contradicciones pese a los innegables esfuerzos. La ruptura de los años 80 en el PSUC fue tremendamente traumática no solo porque partió por la mitad una fuerza que había batallado ferozmente por conseguir la hegemonía en la ciudad y a punto estuvo de conseguirla. Fue lacerante porque ni siquiera los que mantuvieron la estructura del partido, los que gobernaron con los socialistas hasta el último día, acertaron con la fórmula para aguantar la debacle y darse tiempo en la autocrítica para volver a convertirse en foco de atracción de los que se habían desgajado. Quedaron tan asombrados por el fracaso, que no supieron reaccionar adecuadamente o quizás perdieron todo interés. Venían de un relativo fracaso electoral anterior que jamás se analizó a conciencia: el partido que había galvanizado la protesta y la movilización ciudadana se quedó a las puertas del éxito total frente a otro partido que se había sumado a la vorágine en los últimos meses, pero que contaba con la ola favorable del felipismo y con el peso brutal de la propaganda anticomunista que había destilado a conciencia la dictadura. Aquel PSUC de los 11 concejales, que terminó con buena parte de sus 11 concejales iniciales removidos por las continuas expulsiones y dimisiones de los primeros de la lista, pudo haber perdido las siguientes elecciones, pero disponía todavía del rédito positivo de lo que contribuyó a poner en marcha en la primera legislatura y un peso todavía considerable en una parte de la militancia activa. Le pudo la dinámica institucionalista y el desaliento, y un error en el que jamás cayeron los socialistas (hasta hace cuatro días, y así les va a ir): el abandono de su propia gente.

Todo aquello ya es historia, pero una historia que no deberíamos olvidar, porque aquel gobierno del 79 al 83 se impuso como objetivo reconstruir una ciudad marchita, crear nuevos servicios y dotar a la ciudad de infraestructuras, y los 27 concejales, incluidos los 4 de la oposición que asumieron elegantemente su papel, trabajaron bastante al unísono —pese a los roces, los malentendidos y las servidumbres— durante 4 años. Si ésta dinámica se hubiera mantenido desde entonces, otro gallo nos hubiera cantado como colectividad. Desde luego, la ciudad no habría caído en el descrédito del mercantilismo inmobiliario, ni la degradación urbana de muchos de los barrios del municipio habría llegado tan lejos. Al PSUC le pareció que a la ciudad le hacía falta un alcalde en 1983 —el eslogan de campaña fue “Aquí lo que hace falta es un alcalde”— cuando lo que realmente la ciudad necesitaba era, sobre todo, mantener el espíritu de colaboración en el gobierno de la ciudad sin olvidar hacer valer la imprescindible influencia social que el partido había conseguido en la lucha antifranquista, junto a la presión de la calle. Despechado el alcalde del PSC y todos los suyos, pusieron a los antiguos coaligados donde según ellos les correspondía: en el desván de la historia municipal. Y allí siguen no ellos, sino todos los herederos que el tiempo ha ido esculpiendo.

Las cosas han ido tan a peor, que 43 años más tarde, las encuestas indican que el PSC sacará en 2023 mayoría absoluta y la izquierda del PSC, otros 3 concejales. Y que el resto irán a parar, como siempre, a las migajas del nacionalismo emergente y a los restos de la derecha españolista. Como siempre, una oposición fragmentada, débil e inevitablemente inoperante en la práctica, aunque la repetición esteril de la dinámica sirva para hacer ver que la democracia funciona. La oposición resulta, en la práctica, inservible para quienes la han elegido. Y a muchos nos gustaría pensar que los elegidos no pueden conformarse con el triste papel subsidiario que el gobierno les otorga. Luego insistiré sobre ello.

En abril del 2020, la entidad probablemente más incómoda de la ciudad para el gobierno local, el Foment de la Informació Crítica, puso en circulación un Manifiesto en el que pedía a la izquierda del PSC, incluida toda la izquierda nacionalista, un esfuerzo de reflexión para cambiar las cosas en el Ayuntamiento de la ciudad. La propuesta no pretendía cambiar solo el Ayuntamiento. Jamás como ahora, cambiar el Ayuntamiento significaría tan claramente cambiar el futuro de la ciudad. Cuarenta y tres años después, aquel PSC desorientado de 1979 que ganó las elecciones por sorpresa, ha convertido la ciudad en su finca, el presupuesto público en su particular chequera y buena parte del entramado cívico organizado y el aparato administrativo municipal, en una red clientelar sujeta con mano de hierro por las subvenciones y los puestos de trabajo repartidos durante décadas. Y, sobre todo, ha dejado de tener proyectos como no sean los que van dirigidos a permitir que los promotores inmobiliarios sigan haciendo negocio y a mantener una política de imagen que les saque de la sensación general, fuera de su propio ámbito, de que la ciudad continúa siendo un amasijo irrecuperable.

Hace pocos días, TV3 dedicó un largo reportaje a una sinfonía caótica —como la ciudad misma— que intentaba retratar “sense ficció” una realidad autocomplaciente. Consiguió justo todo lo contrario. El reportaje hablaba de una ciudad desarticulada, pero a la vez ficticia. L’Hospitalet: la ciudad más densa de Europa donde se siguen construyendo miles de nuevos pisos bajo supervisión directa de la Agencia de Depredación Urbana (ADU) que impulsa la concejalía de Urbanismo, junto al invento de un distrito cultural —estilo Brooklyn, insisten— sin dirección estratégica alguna, y una política de cesiones patrimoniales que hipotecará durante décadas el espacio público. No es de extrañar que se haya agotado el imaginario colectivo: para quienes gobiernan, la ciudad solo tiene remedio en la medida en que se venda la pura ficción de su destino esencial e irremediablemente periférico. Ya no saben que inventar para hacer ver que hay un horizonte: hace cuatro días, los hoteles para turistas y el biopol, ahora un Brooklyn de cartón piedra y mañana la liberación de las vías del tren que siguen alimentando en la mente calenturienta de quienes desordenan la ciudad, los sueños de nuevas promociones urbanísticas especulativas.

El esfuerzo de reflexión que se pedía a toda la oposición en aquel Manifiesto de abril, pero de manera muy especial a las fuerzas de izquierda e incluso de centro izquierda, se basaba en una constatación y apuntaba hacia un proyecto común. La constatación era que el PSC local está huérfano de ideas, dividido interiormente, débil orgánica e intelectualmente hablando, y desacreditado como proyecto apasionante para cualquiera que tenga ojos para ver: la pura imagen del desgate. El objetivo del documento era unir esfuerzos para no desperdiciar un solo voto, con cualquier fórmula que permitiera desplazar a un colectivo desestructurado de oportunistas, que no merece conservar unas siglas que hablan de socialismo. El PSC necesita volver a las esencias y seguro que hay en l’Hospitalet gente, incluso en puestos de relieve, que tiene todavía respeto por las esencias. Hay que permitirles, incluso a ellos, ese relevo y eso solo se puede conseguir descabalgando a los dueños del cortijo. Por eso, ese esfuerzo de reflexión que se pedía era transversal, abierto a todo el mundo, incluidos todos los partidos del municipio sin exclusión y a todos aquellos que todavía sienten algo por esta desgraciada ciudad.

Nos consta que se han generado debates, que ha habido colectivos que se han tomado la propuesta en serio. Ha habido incluso reuniones, que partían del desencanto y del pesimismo, pero que han servido para ver más claro. Todo el mundo parecía coincidir en el principal obstáculo para unificar esfuerzos: la inconcebible miopía de los partidos, incapaces de atender a las realidades concretas. Estas no son unas elecciones cualesquiera. En l’Hospitalet es probablemente una de las últimas oportunidades para parar la debacle en la que nos han instalado. O ahora, o esto no habrá quien lo reconduzca. Todas las ciudades tienen su problemática, pero no todas las ciudades tienen la tremenda carga de ser la más densa de Europa, con el índice de zonas verdes más bajo del área metropolitana, con una de las problemáticas más acusadas de inmigración hacinada y sin perspectivas, con barrios depauperados, con infraestructuras míseras, sin cumplir la mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con talas de árboles indiscriminados por falta de espacio y de luz en las calles, con una pérdida progresiva de patrimonio local…

Los partidos se presentan para ganar las elecciones en condiciones normales. Pero en  l’Hospitalet no hay condiciones normales. Ningún partido solo, excepto quizás el que lleva 43 años gobernando, va a ganar las elecciones y ningún partido en ningún lugar se enfrenta a una situación de emergencia como la que hay aquí. O los aparatos locales de los partidos hacen ver esta situación de emergencia a las respectivas cúpulas, que de l’Hospitalet solo conocen lo que divulga la política propagandística municipal, o las consecuencias van a ser irreparables porque, los que no lo hagan, van a resultar cómplices de lo que venga. Y lo que vendrá van a ser más rascacielos en el único espacio libre del municipio (disfrazado de biopol), más bloques de pisos en los espacios que dejen libres las vías del tren, más facilidades para los artistas que vengan de fuera, no para los sufridos residentes de los barrios degradados de Collblanc, La Torrassa, Pubilla Casas, etc. Y cualquier cuestión táctica que se les vaya ocurriendo y que solo les beneficie a ellos.

Cómplices de lo que venga. No será fácil asumir la representación de los electores hospitalenses que no voten a los de siempre, si se desperdicia esta oportunidad para ir todos unidos. El gobierno municipal tan cicatero para tantas cosas es sumamente generoso a la hora de comprar voluntades. Los electores no socialistas pierden todas las elecciones pero sus concejales electos y sus partidos, se benefician del reparto de prebendas: retribuciones de más de 70.000 euros para los portavoces y cerca de 20.000 para los concejales de a pie en 2022, dinero de todos los contribuyentes que se reparten con los partidos respectivos. Será sonrojante aceptar tales cantidades en el futuro tras perder la oportunidad de sumar esfuerzos y consensuar un programa común. Muchos no podrán entender las excusas contra la unidad de acción. Muchos quedarán extraordinariamente decepcionados. Y estas decepciones, suelen ser siempre una llamada para la abstención activa.

Ha llegado el momento de que los hospitalenses de todos los partidos se planten ante sus respectivas cúpulas, les convenzan del punto de no retorno y les expliquen que, o vamos todos juntos, o perdemos la mayoría de los ciudadanos. El argumento de las cúpulas siempre remite al “ya se pactará después”, pero aquí el después no existe, porque esa ha sido la fórmula de todas las elecciones y luego, ante las mayorías absolutas o relativas pero demasiado amplias, no hay nada que pactar.

No se pedía a nadie que renunciara ni a su ideología ni a su programa. Se pide a todos que redacten un programa de mínimos, que apasione al personal para ganar las próximas elecciones municipales. Que apasione, es la única característica ganadora. Ninguna candidatura, por sí sola, va a entusiasmar. Se pide algo parecido a una “oposición de concentración” que configure un “gobierno de concentración” para la emergencia. Con todo lo que una, y nada de lo que separe, y con gente de todas las opciones representando a una ciudadanía unida contra los mercaderes. Una plataforma de ciudad, con todos los que amen a esta ciudad detrás, partidos incluidos.

No es fácil. Pero de esta necesidad son conscientes hasta los que han votado socialista en l’Hospitalet desde siempre, los que han participado del empuje del PSC a lo largo de los años. Solo hace falta tomar la iniciativa y movilizarse. Muchos vendrás detrás. Seguro.

Cuarenta y tres años con los mismos (1)

A 193 días de las elecciones municipales cuando esto se escribe, todo parecería indicar que las cosas van a cambiar muy poco en l’Hospitalet. La última encuesta que he podido consultar, publicada en la prensa en el pasado mes de agosto, explicaba que “el PSC se muestra imbatible” y que con el 39,6% de los votos, conseguiría los mismos concejales que tiene ahora. Es decir, una nueva mayoría absoluta, a sumar a las otras ocho, de doce elecciones que se han celebrado desde 1979 en las que siempre, siempre, ha ganado el PSC.

Se diría que el l’Hospitalet que hoy tenemos lo ha hecho el PSC, que lleva gobernando, muy cómodamente, a lo largo de toda la historia de la democracia municipal, en un caso insólito si lo comparamos con el resto del área metropolitana de Barcelona. Afirmo que muy cómodamente, porque en las únicas tres elecciones donde no obtuvo mayoría absoluta hasta ahora (1979, 2011 y 2015) consiguió una mayoría consolidada de concejales (11 en 2015, 12 en 1979 y 13 en 2011, de 27) y gobernó con facilidad con Guanyem (2015), con ICV-EUiA (2011) y con el PSUC (1979). Excepto en estas primeras elecciones de 1979, donde la cosa fue más complicada, siempre marcando el ritmo, la política y las decisiones.

En 1979, l’Hospitalet ya era una ciudad extraordinariamente densa. Muchos la comparaban con Calcuta, en la India —yo escribí hace unos años un libro que se titula Acollidora Calcuta y que solo habla de l’Hospitalet. En aquellos años, el PSUC hizo bandera del problema urbano en la ciudad e hizo famoso el slogan electoral de “Ni un bloque más” que era una de las cantilenas más coreadas en las manifestaciones de vecinos durante la Transición. De aquel l’Hospitalet deshilachado y caótico, pero todavía con bastante patrimonio inmobiliario histórico y con notables espacios libres aunque desordenados, se ha pasado a este l’Hospitalet, donde los gobernantes locales en una vorágine que empezó en 1983 y que se ha acentuado gravemente desde 2008, se han comido el territorio que quedaba libre y han despreciado literalmente el patrimonio histórico de la ciudad. Ahora, aquel l’Hospitalet difícil de arreglar, excepto para gobernantes que amaran la ciudad que no ha sido el caso, se ha convertido en la ciudad más densa de Europa, en declive absoluto por lo que respecta a la satisfacción de las necesidades de sus residentes.

Y aun así, las encuestas afirman que el PSC, que ya lleva gobernando la ciudad más que los alcaldes de la dictadura —exactamente 43 años—, “se muestra imbatible”. Se diría, por lo tanto, que los hospitalenses se sienten a gusto viviendo en la ciudad más densa de Europa, con menos metros cuadrados de zona verde por habitante de todo el área metropolitana, a la cola en servicios e infraestructuras, con barrios degradados donde se hacinan crecientes oleadas de emigrantes llegados de todo el mundo con un deseo firme a tenor de los últimos estudios sociológicos realizados en la ciudad: marcharse a otras zonas más habitables en cuanto se presente la primera oportunidad. L’Hospitalet es, para ellos, no un lugar de acogida sino un simple refugio provisional hasta estabilizar su vida y su economía, para encontrar un espacio donde echar verdaderamente raíces. L’Hospitalet no parece ser su ciudad, sino una estación de tránsito provisional. De ahí que, en algunos de esos barrios de urbanismo febril y hacinamiento familiar, se produzcan los índices más considerables de abstencionismo electoral en las elecciones municipales.

Más allá del enorme conglomerado de emigración que trabaja donde puede y solo va a l’Hospitalet a dormir para poder madrugar al día siguiente, tiene que haber en la ciudad muchos ciudadanos satisfechos de ser gobernados por este PSC, porque si no, no se entienden los datos. Es verdad que ya estamos lejos de aquellos porcentajes y votos de los años 80 donde votaron a los socialistas entre 75.000 y 86.000 vecinos. En 2015 solo les votaron 31.000 vecinos, aunque en las últimas, las de 2019, les votaron 12.000 electores más: 43.696, exactamente. Es decir, entre 31.000 y 86.000 votos, es lo que el PSC local se lleva en cada elección. De modo que esos votos son los que en cada elección marcan una mayoría considerable de concejales y, en varios casos, por encima de los 35.000 votos, la mayoría absoluta.

Claro que todo esto es muy relativo, porque lo que cuenta de verdad no son los votos directos sino los porcentajes, y estos se mueven en virtud de los votos válidos emitidos. De modo que en una ciudad como l’Hospitalet, nos gobiernan por mayorías absolutas porcentuales gracias a que la participación ha fluctuado siempre en las elecciones municipales entre el 64,1%, en las de 1987 y el 46,7%, en las de 2007. Es decir, cuando más han votado en la ciudad —en las municipales—, han votado solo 2 de cada 3 vecinos con derecho al voto y cuando menos, ha votado algo menos de 1 de cada 2. Con este dato se hace fehaciente el sentimiento de pertenencia. En general, si te sientes partícipe del futuro de tu ciudad, intentas poner al frente de tu ayuntamiento a gente que te represente lo mejor posible. Si no sientes la ciudad como algo tuyo, si la sientes como algo simplemente provisional, no te muestras concernido en la elección de tus concejales. Toda la política L’H (las siglas que se vendieron como un icono de pertenencia) ha servido para lo que ha servido: la imagen no resuelve los problemas. Los problemas los resuelve la gestión.

En democracia deciden los que votan, es cierto. Y como votar no es obligatorio, los que no votan —y los que votan también— deben someterse al criterio de la mayoría. Pero una democracia donde la gente no vota, no es una democracia fuerte, consolidada, eficaz, aunque nadie se moleste en denunciarlo. En una ciudad donde solo vota un porcentaje bajo de electores, la democracia es débil y el gobierno resultante poco representativo. Cuando eso ocurre durante 43 años seguidos es que algo funciona muy mal.

Un ejemplo concreto. En las últimas municipales de 2019 el PSC fue la fuerza más votada con 43.696 votos válidos. El censo electoral ascendía a casi 177.000 personas con derecho a voto, de un total de casi 265.000 habitantes totales. Con esos resultados, el PSC obtuvo 14 concejales y mayoría absoluta. De hecho, apenas el 25% de la población que podía votar le dio al PSC la mayoría absoluta para hacer lo que le diera la gana en la ciudad durante 4 años. (Sí aplican el programa electoral, nos dirán, no hacen lo que les da la gana. Bien, discrepo de esa posible afirmación: si aplicaran el programa electoral sería comprensible. Lo cierto es que hacen mucho de lo que no aparecía en el programa y dejan de hacer mucho de lo que si aparecía…)

En las elecciones del 2019 se presentaron en la ciudad 16 candidaturas, la vez que mas. Entre todas ellas consiguieron 56.700 votos, es decir un 32% de los votos válidos frente a casi el 25% del PSC. Pues bien, en virtud de la Ley Electoral, esos 56.700 votos se convirtieron de hecho en solo 13 concejales y de las 16 candidaturas solo 5 consiguieron representación. Es verdad que en las candidaturas había de todo desde la perspectiva del arco ideológico y por lo tanto, no son votos homologables. Pero no es menos cierto que todos ellos competían con el PSC para arrebatarle la hegemonía electoral, consiguieron en conjunto más votos pero, de facto, no han podido hacer más que protestar a lo largo de los últimos 4 años. 43.696 votos han dictado la política a seguir frente a 56.700 votantes que no querían que les gobernara el PSC y frente a otros 76.500 vecinos que no se sintieron concernidos en la contienda electoral. De hecho, 44.000 ciudadanos han dictado la política de l’Hospitalet de estos últimos 4 años, repercutiendo sobre la vida de los 265.000 habitantes que ha tenido de promedio la ciudad durante este período. Y esto, este año. Cuando el PSC sacó solo 31.000 votos, pasó exactamente lo mismo. Esta ha sido hasta ahora la cruda realidad.

Resulta del todo insólito que durante más de cuatro décadas, nadie de quienes intentan hacer política en la ciudad se haya preguntado seriamente qué nos está pasando. Malo, si nadie se lo ha preguntado, pero todavía mucho peor si alguien se lo ha preguntado y no ha tratado de profundizar en el relato. La historia es muy elocuente al respecto porque en once elecciones, salvo el PSUC en 1979, ninguna candidatura que no fuera el PSC ha conseguido superar la media docena de concejales. Y quien consiguió ese número de concejales fue el PPC en 2011, es decir la derecha de la ciudad que, con los 2 concejales de la ultraderecha en esas mismas elecciones, obtuvo unas cifras de representación inauditas y que no ha conseguido superar. Con esas cifras, tanto las fuerzas nacionalistas como la derecha o la izquierda transformadora tendrían que haberse interrogado a fondo para ver que estrategia de fondo se hubiera tenido que seguir, con la vista puesta quizás no en las siguientes elecciones sino en un horizonte algo más lejano. No se hizo, y el PP jamás superó los 6 concejales, CiU jamás superó los 5 de 1991, los mismos que ERC en el 2019, Ciudadanos los 4 de 2015 y de 2019, y las fuerzas que con distintas siglas han estado a la izquierda del PSC (desde ICV hasta En Comu Podem) con excepción del PSUC en 1979, jamás han pasado de 4 concejales (los que obtuvieron en 1995).

Teniendo en cuenta la estructura de la población, que ha ido cambiando pero que se mantiene probablemente en el espectro de la clase trabajadora e inmigrada con escasos recursos económicos y una formación elemental, tanto la derecha españolista como las fuerzas nacionalistas lo tienen a priori crudo para conseguir un apoyo suficiente para gobernar con holgura. No es imposible, en línea con las coyunturas cambiantes a nivel general, puesto que en fases de crisis ideológica la derecha españolista suele hacerse fuerte y en fases de radicalismo nacionalista, tanto ERC como CiU —o lo que representa—, pueden adquirir relieve. Pero no es lo más predecible. Lo que sonaría más lógico es que una izquierda alternativa, con solvencia de cuadros y una estrategia política destinada a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía y a revertir las políticas de clientelismo, propaganda y de depredación urbana que se ha impuesto con los años, pudiera plantearse seriamente tomar el relevo de la gobernación de la ciudad y dar esperanzas de futuro a la ciudadanía y perspectivas de reconstruir la ciudad.

Nada es gratuito. L’Hospitalet jamás fue una ciudad consolidada en la organización de la rebeldía civíca. Se llegó a la Transición un poco a remolque de la eficacia organizativa de los principales municipios del Baix Llobregat. Se trabajó intensamente entre 1976 y 1979 con mucho talento político colectivo y mucha práctica reivindicativa en la calle, pero todo declinó en 1980 con la ruptura del PSUC y la deriva institucionalista que adquirió la parte más lúcida del eurocomunismo hospitalense. Era normal que la debacle hundiera las perspectivas de los años inmediatos y que se pasara de 11 concejales a 2 entre 1979 y 1983. Lo que ya cuesta más de digerir es que en 1987 y 1991 se sacarán 3 concejales; en 1995, solo 4; en 1999, 1; en 2003, 3; en 2007 y 2011, 2; en 2015 y en 2019, otros 3 con siglas distintas…

Una parte importante del resultado es la poca afinidad demostrable del votante hospitalense, pero no me podrán negar que buena parte del problema radica en la alternativa. Y de la alternativa les quisiera hablar en el próximo artículo de esta serie. Hasta entonces.

La ciudad del pelotazo

Hace un par de días aparecía en la prensa la noticia de que el Ayuntamiento de l’Hospitalet estaba dispuesto a competir con unas cuantas capitales de provincia españolas para que la ciudad fuera la sede de la Agencia Espacial española, una delegación de la Nasa europea que el gobierno central quiere ubicar fuera de Madrid para descentralizar actividades de cierto calado. El último pleno municipal de octubre aprobó de urgencia presentar la candidatura con la única abstención de los concejales de ERC, poniendo de relieve que a casi nadie le disgusta que l’Hospitalet compita con Sevilla, con León, con Palencia, con Ciudad Real, con Huelva, con Teruel, que son capitales de provincia —todas ellas con menor población que l’Hospitalet excepto la  primera— además de con las principales islas canarias (Gran Canaria y Tenerife) y los municipios de Tres Cantos, San Javier, Cebreros, Yebes, Cabanillas, Robledo, Puertollano o Elche —que en su mayoría tienen mucha menos población que algunos de los barrios hospitalenses más poblados.

Las condiciones para ser sede de la agencia espacial tienen en cuenta la posición estratégica (cerca de un aeropuerto internacional y de una línea del AVE) y contar con un espacio superior a les 3.000 metros cuadrados disponibles para esa infraestructura. L’Hospitalet parece tenerlo todo, especialmente una vocación megalómana, de la mano de su principal instigadora, la alcaldesa Marín, que quiere codearse con todas las élites posibles. Tiene de todo excepto, por ejemplo, los mínimos metros cuadrados de espacio verde por habitante que recomienda la OMS (la OMS recomienda entre 10 y 15 m2/hab y l’Hospitalet apenas llega a 4). Es decir, para la Agencia Espacial el ayuntamiento va a buscar 3.000 metros cuadrados libres, pero para sus habitantes ha sido, es y será incapaz de conseguir las zonas verdes que necesitan para poder vivir con dignidad civil y calidad sanitaria. Pero eso no es todo.

El ayuntamiento no encuentra, porque no existe, espacio libre para construir polideportivos (planeaba cargarse un parque en Santa Eulalia para ubicar un polideportivo que reclama el barrio, un hecho insólito que no se recuerda en ningún otro municipio del país), ni espacio libre para ubicar una urgente nueva escuela en La Torrassa, ni un edificio público en condiciones para instalar una biblioteca que ha cerrado también en Santa Eulalia. Va a buscar 3.000 metros cuadrados para la Agencia Espacial pero ha sido, es y será incapaz de dotar a la ciudad de un teatro municipal en condiciones en una zona céntrica (hay uno en Collblanc en un lugar recóndito), de modo que las escuelas que quieren organizar un acto de fin de curso se ven obligadas a solicitar un teatro en Cornellá e incluso en Sant Joan Despí porque en su ciudad no existen esas infraestructuras. En cambio, para el Cirque de Soleil el Ayuntamiento ha tenido espacio, cediéndole casi 20.000 metros cuadrados para que pueda desarrollar sus espectáculos; para el grupo Planeta Formación, un edificio entero donde estaban los antiguos juzgados, con casi 11.000 metros cuadrados para la enseñanza privada, etc.

Pero como que, en definitiva, esta política de escaparate sin fin no le provoca desgastes y solo una epidemia de náuseas a los que lamentan esta destructiva hipoteca del suelo municipal y del escasísimo patrimonio público, ya se han ofrecido al Hermitage para que ubiquen el Museo que no quiso Barcelona en la antigua fábrica Godo y Trias (otros 15.000 metros cuadrados); hace cuatro días ofrecieron las instalaciones públicas de la antigua fábrica Albert Germans (casi 2.000 metros cuadrados) para un centro de formación de Renfe y ahora preparan la candidatura para la delegación española del espacio.

Estos son los últimos capítulos de esa deriva megalómana. Porque lo cierto es que se inició con la cesión de 240.000 metros cuadrados para la ampliación de la Fira de Barcelona en terrenos municipales hace ya unos cuantos años, que se verá ampliada con otros 60.000 metros cuadrados más en 2024, la participación municipal en la sociedad Fira 2000 que hasta ahora solo ha traído a las arcas municipales gastos permanentes y, ya más recientemente, un par de propuestas extemporáneas cuyo alcance todavía resulta incierto aunque cada vez más turbador: el proyecto de distrito cultural en las naves abandonadas del polígono industrial de la Carretera del Mig y allí donde se puede ofrecer suelo barato a galeristas, artistas de vanguardia y productores varios y el proyecto del biopol sanitario estrechísimamente vinculado al desarrollo del último espacio especulativo de gran alcance que le queda al municipio, entre el nus del Llobregat y el hospital de Bellvitge a ambos lados de la autovía.

La pregunta obvia es qué gana la ciudad con todos esos proyectos externos y toda esa cesión de metros cuadrados a negocios que no persiguen ningún beneficio objetivo para la ciudadanía hospitalense, como no sea un beneficio subsidiario (poder ir al estreno del Cirque de Soleil antes que nadie, tener unas cuantas becas en Planeta-Formación y los ingresos del canon que pueden garantizar los gastos crecientes del presupuesto municipal, entre ellos los sueldos astronómicos que cobra el equipo de gobierno y el resto del Consistorio).

La otra gran pregunta, no tan obvia, pero del todo imprescindible es qué gana el equipo de gobierno con todo este aparataje entre programático y propagandístico. Porque si esa política no va dirigida a beneficiar a la ciudadanía, ni a beneficiar a la ciudad infraestructuralmente y en cambio, apuesta decididamente por una hipoteca del desarrollo futuro de l’Hospitalet, ya que el patrimonio cedido estará en manos privadas durante décadas, solo puede tener una explicación: beneficia en exclusiva a quienes la promueven.

Hay un beneficio objetivo que tiene mucho que ver con la megalomanía: haciendo cosas grandes con las élites, acabas convirtiéndote en élite, codeándote con la élite, compartiendo honores con la élite y sintiéndote como si vieras el mundo desde arriba. Esto, para gente que lo único que ha hecho en la vida ha sido apuntarse oportunamente a un partido e ir escalando posiciones hasta la cúpula, tiene que dar una cierta sensación de vértigo y el equívoco de considerarte muy inteligente o muy hábil, o las dos cosas al tiempo. Pero el otro beneficio resulta mucho más viscoso, porque lo cierto es que en todas estas operaciones de proyectos inmobiliarios y cesiones de derechos y de espacios, suele moverse muchísimo dinero. Y este no es precisamente un país donde están proscritos los vicios económicos.

Me hizo pensar en esta parte del beneficio oculto, un ladillo destacado y un párrafo entrecomillado y con negritas, de una crónica que publicó el sábado día 5 un digital conservador: “Es el gran pelotazo que preparamos. Queremos hacer de Hospitalet la capital europea de la biomedicina del sur de Europa”. Ponían esta frase pronunciada desde el ayuntamiento de la ciudad, para explicar el bioclúster Innovación y Salud que impulsa el Ayuntamiento de la mano de la Generalitat y los profesionales sanitarios del Hospital de Bellvitge, el Duran y Reynals,  Sant Joan de Déu, además de unas cuantas universidades, algunos laboratorios, centros de excelencia y hospitales de media Europa. Una zona de 23.000 metros cuadrados más al servicio del negocio, en los que se invertirán 50 millones de euros, que se pondrá en marcha el año que viene y que producirá 700 puestos de trabajo. O eso dicen.

La crónica citada no tenía desperdicio porque apuntaba claramente en una dirección y lo decía expresamente: “El Ayuntamiento de la localidad, limítrofe con la capital catalana, desarrolla una estrategia que pasa por reivindicar todos los proyectos que rechaza Ada Colau”. Y ponía como ejemplo el distrito cultural, donde los productores huyen de los alquileres de Barcelona y del 22@ y l’Hospitalet les ofrece mucho suelo, muy barato y con ayudas fiscales; los hoteles de lujo que Barcelona postergaba y que l’Hospitalet acogió sin demora o los proyectos del Hermitage o del Cirque de Soleil. Todo ello para poner el dedo en el ojo de Colau, ahora que se acercan las elecciones, con los socialistas en Barcelona queriendo sacar tajada de la mojigatería de los Comuns. Una estrategia extraña, teniendo en cuenta que la señora Marín puede que saque mayoría absoluta en su ciudad pero puede que no y que, aunque gane, con quien mejor lo tendrá para gobernar será precisamente con los Comuns de su pueblo. Porque para gobernar con ERC, tendrá que comerse algunos sapos, entre ellos a su cabeza de lista Jaume Graells, el sapo mayor que la acompañaba en la lista socialista del 2019 y que tiene que conocer unas cuantas interioridades divertidas…

De modo que ese gesto contra la Colau (un favor a Collboni) es un poco feo para los Comuns hospitalenses, aunque ya se sabe que la política local hace buenos compañeros de cama siempre que se duerma con una pinza en la nariz.

El caso es que hablar de pelotazo desde el Ayuntamiento o una de dos: o resulta una indiscreción lamentable o demuestra una impunidad sorprendente. En cualquiera de los dos casos pone de manifiesto que la estrategia política de los socialistas hospitalenses piensa en cualquier cosa excepto en beneficiar a la ciudad y a sus ciudadanos. Esto que se ve desde estos modestos anteojos de quien escribe, lo tienen que ver los que se dedican a la política local en la ciudad, que tendrían que estar haciendo malabares para intentar—por lo menos intentar—, derrotar a la candidatura socialista que ha demostrado sobradamente que no tiene política ciudadana, que lo único que le interesa es el escaparate público aunque para ello tenga que hipotecar el patrimonio, comerse el suelo libre y vender el suelo infrautilizado a precio de saldo para que hagan negocio aquellos que podrían hacer negocio en Barcelona pero a los que la señora Colau les pone firmes.

No otra cosa es ese invento del distrito cultural: mucho suelo, suelo barato y prebendas bajo la excusa de la cultura, aunque ya es sabido que la cultura le importa una higa a este equipo de gobierno que es capaz de cerrar una biblioteca y que no proyecta las infraestructuras culturales que la ciudad necesita, ni el soporte técnico y administrativo que la debería impulsar. No otra cosa es el bioclúster: puro negocio inmobiliario con la excusa de la investigación científica en una ciudad que lo que necesita con urgencia es más verde y menos cemento. No otra cosa es el Hermitage (uno de sus impulsores en Barcelona, el socialista Xavier Marcé, es un hospitalense histórico), otro proyecto que en Barcelona tenía un trasfondo inmobiliario y que en l’Hospitalet es una incógnita por el espacio en el que se podría instalar. Iniciativas que tienen una apariencia de ingenio y atrevimiento pero que en el fondo solo muestran escaparate y beneficio.

No puede extrañar entonces que, en un reciente estudio diseñado por Foment de la Informació Crítica de l’Hospitalet y realizado con estudiantes del Institut Can Vilumara sobre el barrio de La Florida, se ponga de manifiesto que el 85% de los jóvenes que allí habitan proyecten marcharse en cuanto puedan. Ese es el rasgo característico del vecino de la ciudad: huir de l’Hospitalet si hay alguna oportunidad. Lo se porque docenas de amigos de mi generación ya no viven allí donde compartimos tantos momentos, en general, todos aquellos que buscaban mejor calidad de vida que la que la ciudad les ofrece. El amable sello de la acollidora que con la LH quería ser un rasgo distintivo de la segunda ciudad de Catalunya, debería complementarse con esa ciudad del pelotazo que ellos mismos confiesan y cuyo objetivo es hacinar a los que no puedan marcharse y expulsar a los que tengan mejores horizontes. Esta es la política auténtica del equipo de gobierno: hacer imposible otro futuro colectivo que no sea el de ellos y el de sus familias. Lejos de l’Hospitalet cuando toque, naturalmente.

Núria Marín arrastra a l’Hospitalet a la irrelevancia

El concejal denunciante Jaume Graells y alcaldesa denunciada Nuria Marin, antes del presunto caso de corrupción en el Consell Esportiu de l’Hospitalet

La salida de Núria Marín de la ejecutiva federal del PSOE tras el congreso celebrado por el partido en Valencia, y la decisión del Consejo de Ministros de dar entrada a la Generalitat y a la patronal Pimec en el plenario del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona (CZFB) dejando fuera a la ciudad a la que le expropiaron los terrenos, son los últimos hechos que denotan la irrelevancia de la alcaldesa de l’Hospitalet, cuya caída a la sospecha entre los de su propio partido está arrastrando a la ciudad a la irrelevancia.

Y es que todo son problemas para Núria Marín desde que está siendo investigada judicialmente por participar activa o pasivamente en una presunta trama de desvío de subvenciones en el Consell Esportiu de l’Hospitalet, con una cantidad “distraída” que asciende a medio millón de euros anuales. Después de que la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional detuviera e interrogara a alcaldesa en la comisaría de La Verneda y se quedara su teléfono móvil para acceder a su contenido, previa autorización judicial, Núria Marín tuvo que declarar en abril ante la juez del Juzgado de Instrucción número 2 de l’Hospitalet que investiga el caso. La juez imputa a la alcaldesa y presidenta de la Diputación por supuesta malversación de fondos públicos, apropiación indebida, prevaricación y omisión del deber de perseguir el delito que le fue comunicado por su compañero de partido y de equipo de gobierno, el concejal Jaume Graells.

Pedro Sánchez evita a Marín

Pese a que el PSC contará a partir de ahora con un miembro más en la dirección del PSOE que sale del 40º Congreso Federal del partido, al pasar de tres a cuatro, l’Hospitalet se ha quedado fuera de la mesa pequeña que manda en el principal partido del Gobierno de España. De la nueva ejecutiva federal se ha caído Núria Marín como colofón del ostracismo al que le ha sometido el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en cada visita que ha realizado a Barcelona, evitando en todo momento ser fotografiado junto a la alcaldesa, cosa que hacía constantemente hasta que saltó el caso de presunta corrupción. El equipo de Moncloa ha preferido evitar esas imágenes si finalmente Marín tiene que abandonar sus cargos públicos en el caso de que sea procesada por la juez.

Al frente de la Diputación de Barcelona, podría sustituir a Marín el alcalde de Viladecans y miembro del comité federal del PSOE, Carlos Ruiz, que ya se hace cargo de las finanzas de la institución provincial. Harina de otro costal será el relevo en la alcaldía de l’Hospitalet, puesto que el primer secretario del PSC en esa ciudad y segundo teniente de alcalde, Cristian Alcázar, también está imputado en el mismo caso que la alcaldesa y ambos deberían dimitir si son procesados, en aplicación del reglamento del PSC. Esa circunstancia coloca a Fran Belver, primer teniente de alcalde, en buena posición para sustituir a “la jefa”, como se conoce a la alcaldesa en el Ayuntamiento. Pero Belver tiene muchos detractores en la agrupación local del partido, empezando por su yerno, Cristian Alcázar, además de llevar demasiados años en el Ayuntamiento. Una buena candidata para las elecciones de mayo de 2023 sería la diputada en el Congreso y miembro del Pacto de Toledo, la hospitalense Mercè Perea, que ya estuvo en el equipo de gobierno de la ciudad.

También descabalgada del PSC

Si el PSOE ya ha dejado a Marin en la cuneta, el siguiente escalón descendente de la alcaldesa será el abandono de los suyos del PSC, ya que el actual líder la oposición en el Parlament, el ex ministro Salvador Illa, prescinde de ella al frente de la presidencia del PSC en favor del ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta. Tras el congreso del PSOE celebrado este fin de semana en Valencia, se iniciará el proceso de primarias del PSC para que Illa releve a Iceta en la secretaria general en la celebración de un congreso extraordinario previsto para los próximos 18 y 19 de diciembre, congreso en el que Núria Marín se verá descabalgada de la presidencia de su partido.

Núria Marín estaba llamada a ser ministra y así seguir los pasos de su mentor, Celestino Corbacho, que también fue alcalde de l’Hospitalet y presidente de la Diputación de Barcelona antes de ser el titular de Trabajo en uno de los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero en la renovación gubernamental emprendida en julio por Pedro Sánchez, el presidente optó por otra alcaldesa, Raquel Sánchez, mucho más joven y con una gestión impoluta al frente de la ciudad de Gavà. Como le ocurrió a Juan Ignacio Pujana, primer alcalde democrático de l’Hospitalet, la sombra de la sospecha acompañará a Marín durante todo el proceso hasta que se celebre el juicio.

La puntilla de la Zona Franca

Que sus propios compañeros del PSC y del PSOE prescindan de Nuria Marín de forma preventiva a la evolución del caso judicial, ha arrastrado también a la ciudad de l’Hospitalet a la irrelevancia política. La última prueba es que el Consejo de Ministros celebrado el 11 de octubre aprobó un real decreto que modifica la composición del plenario del Consorci de la Zona Franca de Barcelona (CZFB) para incorporar a la Generalitat y a la patronal Pimec, con dos representantes para el Govern, uno de ellos como vicepresidente segundo. Se ha desaprovechado así una oportunidad de oro para que un representante de l’Hospitalet entrara también en el plenario como tardía compensación de la expropiación de los terrenos, hace un siglo, donde se levanta el principal polígono industrial de Cataluña. En este punto recomiendo la lectura del libro de Jesús A. Vila, editado por FIC, titulado “Quan l’Hospitalet va perdre la platja. Espolicacio, impunitat i negoci: un segle de la segregació de la Marina” para contextualizar la “aportación” que la ciudad hizo al ente público que actúa de motor económico del área metropolitana.

Los dos miembros del Govern, junto al representante de la patronal de las pequeñas y medianas empresas, forman ya parte del organismo público estatal que dirige el delegado especial del Gobierno y antiguo secretario general del PSC, Pere Navarro. El plenario estaba hasta ahora integrado por el Gobierno central, el Ayuntamiento de Barcelona y las principales entidades económicas de Barcelona. Entra la Generalitat y Pimec, pero sigue fuera l’Hospitalet, que se vio obligada a aportar la mitad de su término municipal. Confiemos que la sombra de la sospecha que se cierne sobre Núria Marín no siga afectando negativamente a los hospitalenses, ahora que se van a repartir los fondos europeos Next Generation.

Por Juan Carlos Valero

Confiar amb la loteria, ara que el PDU pot ser ja història

Com semblava previsible, perquè no és fàcil que l’alt tribunal de l’Estat revoqui sentències ben articulades d’interpretació de la legislació autonòmica que apliquen els tribunals superiors de justícia de les autonomies, el Tribunal Suprem ha rebutjat el recurs que en el seu dia van presentar a mitges l’Ajuntament socialista i la Generalitat d’ERC i Junts, contra el Pla de Desenvolupament Urbanístic Gran Via-Llobregat. A tots aquells als quals el projecte Marín ens semblava una aberració —amb una pila de precedents, desgraciadament— la notícia ha suposat una mena de bàlsam perquè ara es fa més difícil —encara no impossible— perdre per sempre els únics espais lliures del municipi, no ho oblidem, més dens d’Europa. Caldrà que prosperi la sol·licitud de declaració de BCIN que algunes plataformes ciutadanes van posar en marxa no fa gaire, però especialment que s’imposi una altra sensibilitat en el poder municipal que consideri que els bens declarats de l’interès que sigui, local, comarcal o nacional, passin de la pura retòrica a la plasmació real, és a dir, que els bens es conservin —no que s’abandonin, que és el que acostuma a passar— i que, a més, s’utilitzin, es posin al servei de la ciutadania.

La notícia ha estat, doncs, un bàlsam, però convé no perdre de vista la doble lectura. També és l’evidència del fracàs de la política. Uns quants diran: hi ha gent que mai està contenta. Malament si es perd un recurs com aquest i malament si es guanya, com ara ha passat. Permeteu-me una mica més de profunditat per explicar-me. Sóc dels que se n’alegra francament de la resolució del Suprem, però també sóc dels que detesten que assumptes com aquest els hagi d’acabar dirimint la justícia, que penso que està per fer justícia —i ara n’ha fet— però no per substituir la consciència social organitzada. El que trobo a faltar és aquesta consciència social organitzada que és la que hauria d’haver posat en cintura la decisió municipal fins a obligar el govern ha reconèixer que la seva postura envers el patrimoni és una aberració i és imprescindible que la modifiqui.

I modificar-la passa, necessàriament, no només per eliminar el PDU-Gran Via, sinó per canviar radicalment la seva política urbanística, tancar d’una vegada l’Agència de Desenvolupament Urbà, que s’ha convertit de facto en una agència de promoció del sol urbà a favor dels grans inversors i no pas en favor de la qualitat de vida de la ciutadania de l’Hospitalet, i renunciar a seguir ocupant més sol lliure, a requalificar més terreny industrial per convertir-lo en edificable residencial i a seguir facilitant el negoci immobiliari de molts pocs hipotecant el futur de tota la ciutat. Hipotecar el futur equival a mantenir enganyats els nous compradors, perquè ningú els explica que estan comprant ara un pis caríssim —no pas un pis de luxe, perquè un pis de luxe no és possible imaginar-lo en la ciutat més densa d’Europa— i que l’Ajuntament que permet que s’enriqueixin els de sempre no té cap previsió, ni cap terreny de titularitat pública, imprescindibles per poder construir els equipaments que necessitaran els nous residents d’aquí a quatre dies.

És evident que no estem en l’època en que el creixement del polígon de Bellvitge es va aturar al carrer, protestant contra la policia i ocupant la plaça de l’Ajuntament tantes vegades com va caldre, tirant a terra les tanques de les obres tantes vegades com era necessari i ocupant els solars plantant arbres i plantes. Tot allò era possible per dues raons: perquè els veïns estaven organitzats i sobretot perquè eren forts i confiaven en la seva força. L’organització i la força no van caure del cel: responien a una voluntat manifesta, la d’imposar la raó d’allò que era just i que els hi era negada pel pes d’una legalitat que només tenia en compte el dret de les promotores en prejudici directe de les necessitats de la ciutadania. Exactament igual que ara. Només que aleshores, vivíem sota una dictadura i ara vivim sota un monopoli formal del poder, i en tots dos casos, ambdós mantenen una perspectiva semblant sobre la ciutat i els seus ciutadans: la ciutat és patrimoni del poder local —com aleshores— i els seus ciutadans són simples súbdits —també com aleshores— que en l’actualitat poden tenir el dret a la pataleta —faltaria més, estem en una democràcia— però no el dret al control de les pròpies necessitats.

El Suprem, i abans el TSJC, avui han fet justícia, però fent-la, han posat de manifest la debilitat intrínseca de la nostra societat que ha de confiar en els que interpreten la legalitat, perquè el poder és incapaç d’escoltar la raó dels governats i, el que encara resulta més lamentable, perquè els governats no tenen la força necessària per fer-se escoltar. No oblidem que el recurs el va interposar una força d’oposició a l’esquerra del partit que governa. Va fer molt bé interposant el recurs, però resulta dramàtic que s’hagi de recórrer a la justícia perquè no és possible recórrer a la força de la raó organitzada.

No ens enceguem, però: recórrer a la justícia és purament una loteria i tothom que recorre a la justícia, i més en aquest país, ho sap, i ho reconeix. Els jutges interpreten les lleis i no tenen per què coincidir amb les interpretacions, de manera que unes vegades donen la raó als poderosos i altres vegades als febles. Els poderosos ho saben, però ells ho tenen en general molt millor: poden interposar tants recursos com calguin i si són poderosos amb poder local, comarcal o autonòmic, a sobre sense arriscar un sol euro propi. Els febles hem d’esperar un cop de fortuna, en aquest cas en forma de toga. I si es perd, mala sort i a pagar. Per això confiar en que la justícia imparteixi justícia, segons en quina part de l’estructura social t’hagi tocat, sempre és un risc. El que no és un risc és obligar a que s’escoltin els arguments sòlids del dret de ciutadania: el dret a que es respecti la qualitat de vida, la cobertura de les necessitats més peremptòries i la garantia d’estabilitat respecte del futur. I obligar, aquí i ara, és sinònim de força, solidesa, coherència i organització, envers els que vulneren els drets, en aquest cas, els que s’estan venent la ciutat a canvi d’un pressupost que els permeti gastar tan com vulguin en allò que més rendiments els hi doni.

Ja sé que en aquest cas no valen recursos. L’Ajuntament ha perdut el seu PDU, però  nosaltres només haurem guanyat alguna cosa si aprenem la lliçó i la propera vegada no ho confiem tot a la loteria.

Aquí tu Reforma se trasladará a la calle Cobalto con un showroom tecnológico de más de 3.000 metros cuadrados

Ricard Aparici y Francisco Morán, director y CEO de Aquí tu Reforma

El consejero delegado (CEO) de la plataforma Aquí Tu Reforma, Francisco Morán, ha anunciado este jueves que a finales de septiembre o principios de octubre tendrán lista la nueva sede, en la calle Cobalto de l’Hospitalet, con más de 3.000 metros cuadrados en los que la compañía creará un foro de innovación invitando a start ups. Entre otros servicios, habrá un “showroom” tanto físico como virtual, que permitirá a las personas hacer inmersiones literales y sin gafas en los espacios de su propia vivienda, tanto dentro de la cocina reformada o cualquier otra estancia, de forma que sea más fácil elegir el estilo que gusta a la familia dentro del plano de su hogar.

El traslado a l’Hospitalet se produce en paralelo a una campaña de televisión que Aquí Tu Reforma va a desplegar también en septiembre para potenciar las adecuaciones de los hogares, ahora que su bienestar es más valorado tras la pandemia. Su ubicación en la calle Cobalto será cerca de la sala Salamandra y muy cerca de la compañía Privalia, que acaba de anunciar su traslado desde el 22@ a la Rambla Marina con 10.000 metros cuadrados y 700 trabajadores. Privalia, conocida como VeePee y especializada en comercio electrónico, es una de las startups de mayor crecimiento en España. Ambas compañías están a solo cuatro calles de la plaza Europa de l’Hospitalet.

Crecimiento del 6% del sector

El sector de la reforma constata un aumento significativo de su actividad desde el estallido de la pandemia y prevé cerrar este año con un crecimiento del 6 al 13% para este ejercicio, según dos informes de asociaciones del sector que este jueves ha dado a conocer la plataforma Aquí Tu Reforma. El último estudio de Andimac, la asociación nacional que representa a los almacenes de cerámica y materiales de construcción y equipamiento de la vivienda, estima que el sector de la rehabilitación y la reforma crecerá un 6%, con un gasto medio en materiales de construcción e instalación en los hogares españoles alrededor de 1.000 euros, mientras ANERR, asociación nacional de empresas de rehabilitación y reforma, prevé un crecimiento del 13% hasta alcanzar los 60.000 millones de euros.

En cualquiera de los casos, el sector de la reforma atraviesa un crecimiento importante, dado el valor que ha adquirido para los ciudadanos mejorar el bienestar de los hogares tras el confinamiento. Según Francisco Morán, la pandemia ha llevado a que seis de cada diez hogares quieran hacer reformas, por encima de la media europea. En la presentación de resultados de la plataforma, Morán ha reclamado al Gobierno que ayude a lograr una mayor eficiencia energética, bienestar y descarbonización del sector de la vivienda reduciendo al 10% el IVA aplicado al sector de las reformas y rehabilitación 

Crece el ticket medio

Morán ha constatado que el mayor número de reformas se ha producido en las ciudades grandes (Madrid y Barcelona) con un incremento del “ticket” medio de hasta los 26.000 euros, una cifra que se espera que siga creciendo. Ante la llegada de los fondos europeos, el sector aspira a que se potencie la colaboración público-privada y demanda una mayor velocidad de las ayudas y de las licencias con la creación de la figura del agente rehabilitador, así como una ventanilla única para dar más agilidad a estos procesos.

Preguntado por la escalada de precios de las materias primas, Moran ha dicho que este incremento tendrá un impacto “moderado” en el precio de las reformas, puesto que el coste de los materiales tiene un peso en los presupuestos de entre el 30 % y el 35 %.

Triplicar resultados

En cuanto a los resultados de Aquí tu Reforma, la primera compañía española de franquicias de reformas prevé cerrar este año con una facturación de 3,5 millones de euros, tres veces más que en 2020, cuando facturó 1,1 millones de euros. Además, este mismo año espera cerrar el ejercicio con 36 millones de euros en volumen de obras, superando con creces los 9,2 millones de euros de 2020. Enric Aparici, director general de la compañía destaca que “un 51% de las obras realizadas hasta el momento en 2021 son reformas integrales, un 37% de las mismas son semi integrales y el 12% restante son reformas de baños”.

El crecimiento de la compañía también se ha visto reflejado en el número de franquicias, pasando de 40 a 102 de 2019 a 2020. De cara a finales de 2021 calculan llegar a los 216 establecimientos repartidos entre las principales ciudades del territorio nacional. Entre los proyectos más destacados, Morán ha señalado la internacionalización de la actividad de la compañía, tanto en países europeos como en América. Otro de los proyectos clave en 2021 es el de rehabilitación de fachadas, después de lanzar “un proyecto único en el que tramitaremos las ayudas a la rehabilitación para las comunidades de vecinos y ofreceremos opciones de financiación de hasta 10 años y 1 millón de euros a través de nuestra plataforma AQUÍ Credit, que opera con diferentes bancos y entidades”, finaliza Morán, para quien el concepto de reforma va a pasar a ser un producto más de consumo con la incorporación de productos de distintas financieras.

Por Juan Carlos Valero

Els organismes sanitaris còmplices d’operacions immobiliàries?

Les operacions urbanísitiques de l’equip de govern són contestades. A la fotografia, un moment de protesta de diumenge per aturar més vivendes a Cosme Toda

La setmana passada, una nota de premsa municipal explicava la trobada a la ciutat del grup promotor del clúster biomèdic que l’alcaldessa Marín proposa fer a la ciutat cada vegada que necessita demostrar les immenses capacitats per inventar-se coses que la treguin de la patètica imatge de decrepitud que arrossega. M’estic referint a la ciutat, no a l’alcaldessa, tot i que a ningú li haurà estranyat la confusió si és que l’ha comès. I em refereixo a la ciutat, perquè malgrat la retòrica oficial, cada vegada està prenent més relleu la imatge certa que l’Hospitalet és la ciutat més densa d’Europa justament en uns moments en què la densitat demogràfica, la massificació urbanística i la saturació del territori són qüestions negatives a nivell metropolità, comarcal, autonòmic, nacional i internacional i ho seran més a mesura que la crisi ambiental, l’escassedat energètica, les dificultats de mobilitat, la manca d’equipaments de qualitat, la massificació dels serveis essencials, l’absència d’espais lliures, el perill pandèmic successiu i la previsible crisi econòmica, d’ocupació i de recursos que s’albira, prenguin carta de naturalesa.

La situació seria dramàtica per com estem a l’Hospitalet, si a la ciutat no s’aixequès hores d’ara ni una sola grua, si fes ja almenys un parell de mandats que s’hagués aplicat una moratòria constructiva. Continuaríem molt malament, extraordinàriament densificats i sense poder garantir un mínim de qualitat de vida a la ciutadania. Hem de pensar que si tots els hospitalencs i hospitalenques sortíssim al carrer a l’hora, ens trepitjaríem per les voreres i els vehicles no podrien circular perquè les voreres serien insuficients per assumir el cabal humà existent. Hi ha censades a la ciutat, 260.000 persones més o menys, però els més coneixedors de la realitat expliquen que als barris del nord hi ha no menys de 50.000 passavolants que viuen a l’Hospitalet d’estranquis, entre altres coses perquè les inscripcions al padró es gestionen lentament a propòsit. Ja dic que la situació seria dramàtica si s’haguessin congelat les edificacions en els darrers quatre anys, però seria disculpable pels que haguessin construït la moratòria i l’haguessin recolzat. La realitat és que no solament l’equip de govern ha treballat a favor de la moratòria sinó que en els darrers quatre anys ha omplert la ciutat de grues, està liquidant l’escassíssim espai lliure que queda, i està esforçant-se a recórrer tot allò que els tribunals rebutgen en matèria urbanística. La història dirà de l’alcaldessa Marín, el mateix que la història està dient de l’alcalde Matías de Espanya, que van ser un càstig dels déus per aquest territori, amb l’agreujant que España era un noble feudal que satisfeia les seves megalomanies però servia a la seva classe, mentre que la Marín va néixer modestament a Collblanc però està fent milionària a gent que no trepitjaria aquest barri ni per repartir almoina.

De fet, si som sincers, la Marín només deixa fer, embolicada per discursos més aviat equívocs, em temo. Els que parlen amb els promotors, dibuixen els plànols i fan estudis d’inversió viuen a Sarrià, a Pedralbes o a Sant Cugat. I a ells, el que passi a Gran Via 2, o a Sant Josep o a la Rambla Marina se’ls hi en fot. És possible que mai hagin trepitjat l’indret directament i que mai el trepitgin. Ells fan la feina tècnica i milionària que l’alcaldessa s’encarrega de publicitar, com pot.

Com pot. I és veritat que cada vegada pot menys, perquè cada vegada resulta més aclaparadora la realitat de una ciutat destruïda fins els fonaments. Per això resulta tan sorprenent que encara hi hagin organismes i professionals, que més enllà del resultat final d’aquestes coses que s’inicien —i a l’Hospitalet s’inicien moltes però les úniques que culminen són les immobiliàries— es prestin tan grollerament a l’espectacle sense mesurar fins a quin punt els perjudica.

Em refereixo directament a l’IDIBELL, a l’ICO, a l’Hospital Universitari de Bellvitge, a l’Àrea Metropolitana Sud de l’ICS, a la Universitat de Barcelona i a l’Hospital de Sant Joan de Déu que semblen haver-se cregut aquesta comèdia del pool biomèdic, darrere de la qual hi ha en exclusiva el projecte de menjar-se el darrer espai lliure de la ciutat, l´únic espai encara agrícola del terme per edificar, edificar i edificar… i beneficiar als propietaris del sòl i no pas a la ciutadania d’aquesta soferta ciutat.

La nota de premsa municipal ni tan sols s’amaga: “El clúster biomèdic vol contribuir a potenciar i consolidar un ecosistema de salut a Catalunya que afavoreixi una nova economia basada en la innovació i el coneixement al territori metropolità, així com la localització de noves empreses a partir de la transformació urbanística de l’àrea de Bellvitge.”

L’objectiu no te res a veure amb la ciutat i de la ciutat ni tan sols se’n parla. Fan veure que compta Catalunya i el territori metropolità, però sobretot el que compte és transformar urbanísticament l’àrea de Bellvitge. A ningú se li amaga que darrera aquesta floritura hi ha un projecte de 442.000 metres quadrats d’oficines, 126.000 de sostre comercial i 63.000 d’hotels i la resta són escorrialles per fer empassar l’autèntic negoci.

Que això ho faci l’ajuntament de la ciutat és una desgràcia pels hospitalencs i les hospitalenques, però són els hospitalencs i les hospitalenques (43.000 dels 180.000 electors cridats a les urnes el maig del 2019) els que així ho han volgut. Però el descrèdit dels organismes que participen del projecte sense preguntar-se què estan fent en aquesta operació, només els pot reportar desprestigi a nivell estatal i previsiblement a nivell internacional, quan es divulgui que alguns organismes encarregats de la salut pública —i que tant es vanen de l’enorme treball que fan en aquest sentit— estan deixant-se utilitzar com a còmplices d’operacions urbanístiques de la ciutat més densament poblada d’Europa, que vol dir la ciutat amb pitjors condicions objectives de qualitat de vida, amb serveis sanitaris pèssims i amb un pronòstic de futur que esgarrifa.

Caldria que s’ho fessin mirar. Qui es fica al llit amb nens petits, es lleva amb el cul mullat, diu un refrany català. Potser estarà bé recordar-los a aquests representants d’organismes que s’han guanyat el prestigi sobre la base de la seva coherència professional, que les operacions urbanístiques de l’equip de govern són contestades hores d’ara per la totalitat de l’oposició municipal, per una quantitat important d’entitats cíviques i per una ciutadania que malgrat la desestructuració social que l’ajuntament ha propiciat sobre la base del clientelisme, ja comença a mobilitzar-se davant l’escàndol.

Segundones

Imagen del plató donde se desarrolló el ininteligible acto online

Un estudio realizado durante los Juegos Olímpicos de Barcelona concluyó que los atletas que ganaron medallas de bronce estaban más satisfechos que los que obtuvieron plata. Los psicólogos midieron sus respuestas emocionales y, mientras los terceros miraban hacia abajo contemplando a los que se habían quedado sin subir al podio, los segundos se focalizaban más en el peldaño superior sin disfrutar de ser subcampeones.

Terrassa se siente orgullosa de ser la tercera ciudad catalana, casi empatada con Badalona, pero por delante de su eterna rival Sabadell. Sin embargo, l’Hospitalet sufre ser segunda y pegada a la primera. El influjo capitalino también es reflujo, ya que se han levantado los hoteles que Colau prohibió, y la alcaldesa Núria Marín permite construir miles de pisos a los promotores que huyen de la obligación barcelonesa de dedicar un 30% a vivienda social. A este paso, l’Hospitalet, que ya es oro europeo en densidad, sobrepasará pronto las 300.000 almas, que era el sueño de otro alcalde, Matías España Muntadas.

La presidenta de la Diputación barcelonesa, que mantiene en nómina a la esposa de Puigdemont a razón de 6.000 euros por 8 horas mensuales de trabajo, es la segunda persona en democracia que ocupa la alcaldía de L’Hospitalet y es investigada por varios presuntos delitos. El oro de ese desprestigio fue para Juan Ignacio Pujana, a quien le persiguió la sombra de la sospecha, como ahora a ella, hasta que un juicio le condenó por tráfico de influencias.

Marín también emula las conferencias anuales de los alcaldes barceloneses, pero sin preguntas. En la de febrero de 2020 reclamó la playa de l’Hospitalet, hoy inexistente entre contenedores portuarios. La semana pasada realizó otra comparecencia, denominada Diálogo para la Reconstrucción, pero sin debate. Para escenificarlo, se rodeó presencialmente y por internet de directivos y empresarios con intereses en esa ciudad y anunció inversiones para digitalizar los servicios municipales. Menos mal, porque las intervenciones online fueron ininteligibles. Querer no siempre es poder.

Por Juan Carlos Valero

Que paren la propaganda majadera

Bronca de los chicos de L’Estaca porque ni escribo ni apenas hablo. Y porque no me ven. Les digo que me estoy haciendo viejo, pero no porque cumpla años —que eso ha sido siempre un pasatiempo inmisericorde aunque divertido—, sino porque se me diluyen algunas esperanzas y eso te arruina el espíritu. No escribo porque tengo la sensación de que en lugar de animar, desanimo, y ya no estoy para estos trotes. A mi edad tengo que generar amores y no cochambres, pero en fin. Les he preguntado sobre qué escribo y me han enviado una docena de folios, sugerencias, notas de prensa y alguna foto donde se ve a la gente de ahora haciendo lo que hacía la gente de hace 40 años, gritar cabreos y enseñar pancartas. No se si hacerse viejo es también esto: ver que la indignación no tiene cura.

Entre lo recibido hay una nota de prensa municipal que llama la atención porque para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, en esta ciudad que nos parte el alma, avisan de que han plantado 1.261 árboles, de los cuales no todos son árboles nuevos porque han estado haciendo una escabechina de especies durante meses, que se han llevado por delante a 738 ejemplares por el único delito de ser añosos y corpulentos, substituidos por otros nuevos pero necesariamente enclenques e inseguros. De verdad de verdad, pues, solo dicen haber plantado 523 árboles nuevos en el último medio año, lo que parece una enormidad pero, sobre todo, un milagro. No porque no tengan potencial para eso y para mucho más —expertos en liquidar, expertos en reponer— sino porque se comprende mal dónde hay esos mil metros cuadrados libres, imprescindibles para que echen raíces. Si apenas hay zonas libres a las que se pueda llamar parques, si las aceras urbanas son minúsculas y apiñadas, si las rotondas ya se han usado cien veces para llenar las estadísticas de zonas verdes, dónde, me pregunto, caben esos 500 árboles nuevos que dicen haber plantado…

La ciudad más densa de Europa, que no puede resolverse aunque trabajen al unísono doscientos lobbys empresariales que se formen, sabe, porque lo dice la nota de prensa, que esos 1.200 árboles nuevos se comen 85 toneladas de Co2 al año, retienen 6 millones de litros de agua de lluvia, reducen 90 kilos de ozono y hacen maravillas contra el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre. Es decir, para que la ciudad aumente su calidad ambiental, el verde público no sólo es necesario. Resulta imprescindible para cualquier ciudad media. Imaginaros lo relevante que puede llegar a ser para la ciudad más densa de Europa.

Como en esta ciudad otra cosa no, pero tiene tantos planes como edificios, existe un Plan director del verde urbano en el que se inscribe esta plantada reciente cuya finalidad es tener “un verde accesible con una distribución equitativa y justa” en el tránsito del viejo verde al nuevo verde “biodiverso, saludable, sostenible, resiliente y adaptado al ecosistema urbano”.

O sea, demasiadas palabras para explicar que una ciudad vivible es una ciudad donde hay espacios libres, zonas verdes amplias en forma de parque y paseos arbolados, integrados en el urbanismo con la misma intensidad con que se integran las redes de servicios, las infraestructuras y los equipamientos. Espacios libres quiere decir eso: espacios desocupados, no aceras con arbolitos. Parques son extensiones de zonas verdes, arbolado y vegetación que se ubican en las zonas urbanas para garantizar el aire puro, el ejercicio físico y el disfrute de la naturaleza, no retales de solares o rotondas. Esto que aquí es inexistente, porque el espacio libre solo se usa para hacer negocio y no para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos, no se arregla con palabras por más que se usen conceptos como biodiversidad, salud, sostenibilidad o resiliencia —coño con la palabra—. Un auténtico Plan director del verde urbano, en una ciudad normal, debería exigir de una vez la adquisición de terreno público para liberarlo y la prohibición de construcciones sobre suelo privado libre, no poner arbolitos junto a los monumentales bloques de edificios que se están construyendo en lugares donde sólo había naves industriales, antiguas fábricas o edificios ruinosos que cualquier ayuntamiento consciente de su deber debería adquirir para dignificar su ciudad con hechos, y no con verborrea.

La nota de prensa indica que se han puesto árboles en nuevos emplazamientos, 335 en las vías urbanas y el resto en zonas verdes. Y se señalan el jardín de Can Sumarru, las medianas del distrito económico, el talud de la calle San Rafael, el entorno de la escuela de idiomas en Can Serra y dos parques, por llamarles de algún modo: el de la Cabana en la calle Canigó y el de la Remunta. El de la Remunta, donde mucho más de la mitad del espacio libre cuando el ejército se marchó se ha convertido, como no podía ser de otra manera en esta ciudad, en enormes bloques de edificios que albergan cientos de nuevas residencias. El plan de nuevo verde, nos quiere compensar poniendo arbolitos en esa zona. Lo mismo que en los aledaños de las enormes nuevas promociones de la avenida del Carrilet, el interior de la macro-manzana de la Rambla Marina o en lo que fueron las instalaciones de Cosme Toda. Qué vergüenza señores…

Es esa sensación extraña que te queda cuando, en una frase que los catalanes han convertido en admirable, “voler vendre bou per béstia grossa” o como afirman los manchegos, quisieran “hacerte comulgar con ruedas de molino”, tienes la seguridad de que te tratan como a un débil mental. La misma sensación que cuando tratan de hacerte creer que van a vender los atractivos turísticos de la ciudad y afirman que esta ya es una ciudad turística por el número de pernoctaciones, escondiéndonos adrede que los turistas modestos encuentran hotel más barato aquí que en el centro de Barcelona. Paren la propaganda majadera y hagan un concurso para conseguir creativos que se esfuercen un poco más a la hora de vendernos estulticias.