En cuanto las condiciones sanitarias lo permitan, se procederá a la entrega de la medalla de oro de la ciudad. Más vale tarde que nunca.
8 de diciembre, 2020
El pobrecito hablador que firma estas líneas se quejaba en la edición de noviembre de 2019 de la revista El Llobregat de que nadie es profeta en su tierra. Y como prueba, denunciaba que la laureada Núria Espert ha recibido todos los premios posibles de las artes menos el reconocimiento de su ciudad natal, l’Hospitalet. Un año después del amargo quejío, el pleno del ayuntamiento de la ciudad, en su última sesión de 25 de noviembre, enmendó esa indiferencia histórica al acordar otorgar por unanimidad la Medalla de Honor de l’Hospitalet en la categoría de oro a nuestra diva de la escena nacional. Ochenta y cinco años de vida dedicada al teatro y a la transmisión de la cultura, reconocida por todas las instituciones nacionales e internacionales, no había sido suficiente.
Parafraseando al poeta británico Alexander Pope, “errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios” y veo que en el caso de la nuestra gran dama del teatro español, la alcaldesa Nuria Marin ha demostrado su sabiduría y, en cuanto las condiciones sanitarias lo permitan, se procederá a la entrega de la medalla de oro a Nuria Espert en un acto al que espero acudir para ver cómo l’Hospitalet reconoce a una de sus profetas más internacionales. Otra licencia que me atrevo a tomar, por el interés que ahora cobra, es la reproducción del artículo que publiqué sobre este asunto en la revista El Llobregat que se encartó el 1 de noviembre de 2019 en el diario La Vanguardia, y que llevaba por título: “Nadie es profeta en su tierra”. Decía así:
Nadie es profeta en su tierra
Predicar donde has nacido es muy difícil. Incontables son los ejemplos de ciudadanas que destacaron allende sus pueblos y que no fueron tenidas en cuenta entre los suyos. La expresión que titula estas líneas tiene un innegable contenido religioso, pues fue Jesús quien la dijo. Después prepararse durante 40 días en el desierto, regresó a la sinagoga. Los asistentes, que lo conocían desde niño, interpretaron sus palabras como herejía e intentaron arrojarle por un despeñadero. Jesús escapó y empezó a predicar y a sanar enfermos. Y siempre fue escuchado y respetado.
“De cierto os digo que ningún profeta es aceptado en su propia tierra” (Lucas 4:24). De acuerdo con la lógica de las palabras de Jesús, al igual que en la antigüedad ocurría con los profetas, sigue siendo harto difícil hoy en día el reconocimiento del talento entre vecinas si no media el éxito fuera del lugar de origen. De ahí que muchas hayan empredido su carrera fuera de su lugar de origen. Pero una vez alcanzada una buena reputación, suele ocurrir que tampoco es reconocida entre sus paisanas. Un claro ejemplo lo tenemos en la gran dama del teatro español y natural del hospitalense barrio de Santa Eulalia, la laureada y nunca reconocida en L’Hospitalet, Núria Espert.
La actriz de teatro, cine y ópera que también ha dirigido, nació el 11 de julio de 1935, un año antes de que estallara la guerra civil española. Sus padres se habían conocido en un grupo de teatro y transmitieron esa afición a su hija. Desde muy pequeña, comenzó a actuar en un grupo de su barrio. Con doce años, debutó en el escenario y a los 13 ya notó que el arte escénico se apoderó de ella, tal y como recordaba en su discurso al recoger el Premio Princesa de Asturias 2016 de las Artes. El teatro convirtió a Núria Espert en otra persona: “apasionada, ambiciosa”, tan entregada que consiguió que no pudiera ser ella misma más que en el escenario.
En sus propias palabras: “El teatro me eligió. Al principio suavemente, pero en tres, cuatro años se había convertido en dueño absoluto de mi vida, de mis deseos, de mis sueños. Cada vez con más fuerza, con más exigencia. Hizo de mí una persona apasionada, ambiciosa, tan entregada que consiguió que yo no pudiera ser yo misma más que en el escenario, más que transformada en otra persona, no un personaje, una persona. Esas transformaciones no son nunca placenteras. Mi dueño es muy duro; me he lastimado muchísimas veces tratando de servirle. Aún lo intento. Pero él nunca dice basta, para, ya basta…”.
Inasequible al desaliento
Tan apoderada está Núria Espert por su dueño, que con 84 años de edad sigue recorriendo los escenarios, ahora con el Romancero gitano, de su amado Federico García Lorca, bajo la dirección de Lluís Pasqual. Una obra en la que ella sola llena la escena durante 60 minutos y con la que está recorriendo media España. Tanto en el libro como en la representación, se evoca las raíces de Lorca, el amor a su tierra, su pasión, la tradición, la cultura, la historia, la literatura y la religión. Son poemas de temática romántica cargados de populismo y folklore, de sensualidad, pero también de frustración, tragedia y muerte.
Afortunadamente, del 8 al 26 de enero próximo, podremos disfrutar de Núria Espert y de Lorca en el Teatro Romea de Barcelona para sumergirnos en esa “atmósfera misteriosa de muerte” ligada casi siempre a alguna forma de violencia, cargada de simbolismo y metáfora. Porque la pena andaluza es la figura central de este Romancero y está personificada en los gitanos, auténticos protagonistas de la Andalucía lorquiana, arquetipos de la libertad y la pasión, de lo mítico y lo trágico. Y Espert los encarna como el alma profunda de Andalucía. Porque los romances lorquianos son, además, ejemplos de convivencia entre elementos tradicionales o cultos y populares. Con esos mimbres, Espert y Pasqual logran una síntesis del mundo clásico y el moderno, entre todos los elementos históricos que convergen en Andalucía: los romanos, los árabes y los gitanos.
Núria Espert, además del Princesa de Asturias, tiene el Premio Valle-Inclán de Teatro (2010), el Nacional (1984) y cuatro premios Max. También es doctora “honoris causa” por las universidades Internacional Menéndez Pelayo y Complutense, caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y Comendadora de la República de Italia, y atesora más de una docena de otros premios más, como la Cruz de San Jordi de la Generalitat de Cataluña. Pero nunca ha tenido ningún reconocimiento de su ciudad natal, L’Hospitalet. Que Núria Espert esté el mes de enero en Barcelona es una oportunidad de oro para que su ciudad le rinda el homenaje que le debe.
Nexo entre clasicismo y modernidad
El acta del jurado de los Premios Princesa de Asturias señaló a nuestra gran dama del teatro como un nexo, por un lado, entre el clasicismo y la modernidad, y por el otro entre el catalán y el español. Y desde el escenario del Teatro Campoamor de Oviedo, predicó con su palabra, al recitar en carne viva dos monólogos de Lorca y Shakespeare, “ambos clásicos y ambos contemporáneos”, el primero recitado en su original castellano y el del Rey Lear en su traducción catalana. El auditorio enmudeció emocionado y rompió a aplaudir cuando la Espert interpretó el monólogo del tercer acto de “Doña Rosita la soltera”, de Federico García Lorca. Rosita tiene 45 años y habla por primera vez ante su tía y su ama de lo que ha sido su espera durante 30 años, esperando la vuelta de su primo, de quien estaba enamorada y comprometida para casarse. “La esperanza me ronda, me persigue, me muerde como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez”. Y Espert finalizó su intervención en Oviedo recitando en catalán unas palabras de El rey Lear, de Shakespeare. Son sus últimas palabras cuerdas antes de elegir la locura como única posibilidad de soportar el dolor. Habla de los desamparados que viven día a día esa situación invivible en la que él se encuentra. Confiesa que nunca antes se ha preocupado antes:
“Pobres desamparats, on sigui que us trobeu,
Vosaltres que heu de soportar els embats
D’aquest temporal ferotge,
¿com us defensaran d’un temps així
Els vostres caps desprotegits,
Els vostres ventres famolencs
O la vostra roba plena de forats?
Que poc m’ha preocupat, fins ara, tot aixó!”.
Por Juan Carlos Valero