GUILLERMO MARTÍN (escribo, pinto y dibujo)
Anteayer, abotargado en el sofá por falta de chute y pensando en el día 11 de noviembre, día de las librerías, me vino a la mente Sor Rosario, una salesiana inteligente que cuando yo tenía casi siete años y a la vez que le decía a mi madre que era una tontería que gastara el dinero en clases de música para su hijo debido a que Dios me había provisto de unas hermosas orejas pero se había olvidado de dotarme de oído, me enseñaba a leer.
Hoy, día de las Librerías, y en condiciones normales debido a la quimio de la mañana pero también echado en el sofá, se me ha aparecido “La puerta de Tannhauser”, librería de referencia en Plasencia, Cáceres, en la que he comprado una razonable cantidad de libros y que cuenta con una zona reservada para que los chavales se puedan revolcar ojeando literatura infantil y juvenil mientras padres, madres, y parientes varios de más estatura paseen sus yemas tranquilamente por las estanterías mientras degustan un café. Hay muchas más librerías con esta estructura y prácticamente todas tienen una sección de literatura infantil y juvenil. Siempre me ha parecido bien.
Ayer fue el día de las Librerías, estoy perfecto, hay que ver lo que tiene la cortisona, pero el sofá me sigue pareciendo inmejorable. Sor Rosario me ha dicho al oído que ella me enseñó a leer y una voz grave con acento americano ha dicho: Pero yo te enseñé la lectura. La RAE no tiene una voz, tiene varias, pero una femenina me ha dado las definiciones de leer y de lectura, y claro, si lo miras bien no es lo mismo. Leer: Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados. Lectura: Interpretación del sentido de un texto. Nada que ver, leer es coser una letra con otra y saber pronunciarlas, eso y saber firmar fue el parámetro para medir el analfabetismo en este país, y viendo la definición actual de la UNESCO, no parece haber variado mucho.
Lo de la sección de literatura infantil y juvenil ya no me parece tan bien. El mes de julio de 1966, de vacaciones en el pueblo, abrí el armario del despacho del abuelo, a un señor que tenía mucho dinero y no te daba una peseta para un refresco, era mejor no pedirle ni permiso. Dentro había un fórceps, dos bateas, pinzas, bisturíes, gasas y un montón de libros de obstetricia y cosas médicas, todos con cubiertas ocres y bien ordenados. En medio, como acostado, había un pequeño libro con cubierta de colores y que, en la primera página, escrito a mano, ponía J.M.O., era de mi padre. En la portada ponía El americano impasible y debajo Graham Greene. Fue mi primera lectura y esa voz grave con acento americano del otro día creo que era suya. Sí, yo sabía leer, pero con ese libro empecé a comprender la lectura. En el mismo despacho había una alacena cerrada con llave, allí guardaba medicinas y cosas peligrosas, nada más tentador para un niño que se fija, y la llave estaba en el segundo cajón de la izquierda de la mesa del despacho, cuya llave la escondía debajo del tintero. Pue allí estaban, gran sorpresa, los volúmenes en castellano de la Historia Natural de Louis Buffon. Sí aprendí la lectura ese año y el siguiente.
Bien es verdad que ese otoño vino el sarampión, que se quedó conmigo un mes, y que mi abuelo Ramiro, el abuelo de Barcelona, me trajo religiosamente cada dos días un ejemplar de Tintín, edición del 62, que me leí una y otra vez durante años, comprando todo lo que se publicaba sobre Hergé hasta ser casi un Tintinófilo. Pero ya había aprendido la lectura con Graham Greene y con Buffon.
En casa me compraban el Pumby, un TBO que no me interesaba nada, pero mi padre leía mucho y consultaba una enciclopedia de doce tomos, aquello me llamó la atención y comencé a leerla con interés. Luego, de nuevo en el pueblo, frecuenté la casa de la alcaldesa, la primera de Extremadura y franquista que te cagas, pero no era mala gente, allí, en el salón, justo en la pared de enfrente de uno de los primeros televisores del pueblo, el suyo, el de tía Elisa y los dos bares, había unos tomos, bastantes, que rezaban Obras completas de Julio Verne, me sonaba el nombre y comencé a leerlo y acabé con ellos poco después de la llegada del hombre a la Luna, el 20 de julio de 1969, de nuevo en el pueblo y en casa de la alcaldesa. Entretanto Barcelona se llenó de algunas ediciones de Verne de bolsillo, de Mortadelos, de Marvel en blanco y negro, los cuatro fantásticos, la patrulla X y todo eso, algo de los 5 y… sigo sin creer que Verne sea literatura juvenil, es literatura.
Vamos que la vida transcurre entre librería, sexo, librería, cerveza, más sexo, otra cerveza, si se puede sexo, librería y llega el momento de los agradecimientos. Agradecer al Cin d’oros que, en un día de lluvia de entonces, de esos de chubasquero de interior azul y exterior impermeable de amarillo chillón, permitiera que llevando en una mano La Peste de Camus para pagarlo en la caja, se cayera en un hermoso bolsillo Las Olas de Virginia Wolf. Un muy grande agradecimiento a la librería de la facultad de Ciencias de la Autónoma de Barcelona, que sin saberlo me obsequió con la Trilogía de las Fundaciones, de Asimov, y una guía de reptiles y anfibios muy útiles, y es que la confianza… Agradecer, también, a La Formigad’Or por su obsequio de Sin noticias de Gurb, a día de hoy he leído todo lo de Eduardo Mendoza, miento, todo lo publicado. Al final hacer una referencia a la Librería Perutxo de l’Hospitalet de Llobregat, donde vivo, y donde quise llevarme gratis el Péndulo de Focault de Humberto Eco, y me lo hicieron pagar. Quizás por eso tengo como penitencia pertenecer al único club del mundo que considera que esa obra es la mejor obra de humor jamás escrita, somos otro y yo.
Y sí, me reafirmo, literatura es literatura, infantil y juvenil sobra. A mi edad no veo la sección de jubilados o senectud.