La Capa
Luis Candelas
Dejarme que os explique una historia. Cinco naúfragos en una isla desierta. El barco que los llevaba era un barco de pasaje por la costa del Pacífico, imaginaros al norte de Victoria, en el extremo oeste de la British Columbia, un lugar paradisíaco pero algo inhóspito. El barquito se hundió porque era un catamarán demasiado decrépito y sobre todo porque el capitán era un recién salido de la academia que ya se creía un superhombre en buena medida gracias a que el jefe de la naviera le había elegido a él de entre otra docena posible. El barco hacía aguas, pero él jamás se lo creyó. Al final hizo aguas y tuvo que alcanzar la playa más próxima con otros cuatro pasajeros de última hora: uno que se había formado con él en la academia pero que se alistó a tiempo en otra naviera, aunque se subió al catamarán porque era el único que hacía la ruta que le interesaba; otro pasajero era el piloto con unos cuantos tiros dados, pero siempre en funciones secundarias; el cuarto era la propietaria de un circuito de resorts de cierto nivel y el quinto un bróker de Los Ángeles que se había embarcado un poco por casualidad y otro poco por aventura.
¿Queda claro que entre todos ellos hay pocos nexos de unión? ¿Queda claro también que ninguno de ellos tiene por qué soportar al inútil del capitán que ha contribuido con su estupidez al naufragio de la nave? ¿Queda claro que si quieren sobrevivir tendrán que ponerse de acuerdo?. Incluso si quieren sobrevivir al margen del idiota, no lo podrán hacer solos. Incluso aunque el piloto no soporte la extracción social del bróker y de la empresaria, incluso aunque el segundo capitán tolere fatal los aires exclusivistas del bróker. Está claro que entre el bróker y el piloto no puede haber, en principio, nada que les una y todo que les separe. Que entre el piloto y la empresaria se puede destilar de modo habitual más odio que comprensión, y ya no digamos entre el piloto y el bróker que seguro que ni se quieren hablar, ni se soportan sin conocerse. Pero todos ellos se necesitan, sobre todo cuando descubren que el catamarán está en pésimas condiciones de navegación, pero es lo único que les queda para salir de la isla.
Ahora que están a salvo acaban de descubrir que con todos ellos se coló el loro de la naviera que siempre hizo el trayecto en la misma nave. Es un loro intratable, de esos que no hacen más que molestar, al que no se sabe quien, enseñó a decir las verdades del barquero, nunca mejor dicho. Sabe tanto el loro, que en medio de esa nada que es una isla desierta, les dio un consejo que ninguno de ellos escuchó a la primera: el puto loro…
Para salir de ésta hay una opción posible, insistía : “olvidarse de los orígenes, de las circunstancias y de las verdades intrínsecas. Nadie debe renunciar a nada, ni siquiera a odiar por lo bajini a cualquiera de los cuatro. Se da por descontado que el tontorro del capitán no cuenta: a ese todos lo dan por perfectamente amortizado. Pero una cosa es odiar y otra cosa bien distinta agarrar el mismo remo para empujar en la misma dirección. Eso sí, el piloto no se quiere tropezar con el bróker ni por casualidad y al segundo capitán le cuesta un martirio lo mismo. La empresaria y el bróker tienen sus diferencias, pero nacieron siendo pragmáticos y morirán —sobre todo ella— con la inteligencia puesta.
El loro, que sabe latín, descubrió por sí solo que entre el segundo capitán y la empresaria puede haber un diálogo fructífero y que teniendo en cuenta que el segundo capitán y el piloto deberían poderse entender algún día y la empresaria y el bróker no tienen problemas para circular por el mismo carril, existiría una alternativa posible para la entente cordiale: que la empresaria y el segundo capitán hagan de rótula, para que el piloto y el bróker den vueltas a gran distancia uno de otro, pero en el mismo sentido. Ellos dos pueden ponerse de acuerdo sin mucha complicación y deberían tener la habilidad suficiente para que el piloto y el bróker, que ni se van a mirar, ni falta que les hace, acuerden, cada uno con el más próximo, donde deben agarrar el remo junto con el resto, para volver a la civilización sanos y salvos.
¿Y el inútil del capitán? Ah! Ese no cuenta para salvarse y todos son conscientes. Tampoco le van a dejar morir. Cuando lleguen a puerto lo rescatarán para que nadie olvide que uno puede nacer con pocas luces, pero idiota se hace.
Que la fábula os sirva para reflexionar este verano. Cualquier parecido con la realidad hospitalense es pura coincidencia. Bones vacances y en septiembre empezamos con más fuerza, si cabe.
Afegit de la redacció de L’Estaca:
Benvolguts lectors/es:
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Que tingueu un bon estiu i, els que les feu, unes bones vacances.
Redacció de lestaca.com