Perdido en el plenario

Andaba yo comiéndome una flauta en el Porto Rico, cuando un viejo periodista al que no veía desde el siglo XX me invitó a pasearme por el salón de plenos municipal que, justamente hoy, celebraba sesión. El muy truhan estuvo cinco minutos pegado a mí, y me dejó solo con el ruego de que escribiera un artículo para un sitio que no lee nadie con excepción hecha de cuatro nostálgicos que hacen de la papiroflexia el norte de sus días. Cuando entré en la sala, todo el mundo estaba de pie, en silencio y cabizbajo, y luego supe que se había guardado un minuto de silencio por el ejército de mujeres víctimas de la depravación de los supremacistas con pito, que mantienen el privilegio de conservarlo tras sus crímenes abyectos que parecen no tener fin. Y dio comienzo la salmodia. Los plenos municipales, a los que yo acudía cuando todavía presidía la sala un busto de la culona y se juraba sobre la Biblia, suelen ser el teatrillo angular de lo que se cuece en los interiores de la Casa de los que mandan.

En aquella época, las plumillas tomaban nota y al término de la sesión el alcalde de turno convocaba una rueda de prensa para que los que tenían que informar se enteraran del fondo de las cuestiones, que todo el mundo sabía excepto ellos. Me temo que hoy pasa exactamente lo mismo. O sabes de qué va la cosa o te aburres soberanamente. Entonces los plenos se hacían de tarde y noche. Estábamos en plena dictadura, pero a alguien se le ocurrió que el teatro había que representarlo con público y el público por la mañana trabaja. Ahora es igual. Quiero decir, ahora el pleno se hace cuando le conviene al mandador, porque en realidad da lo mismo si acude la ciudadanía. Se hace por la mañana en general, parece que algún día por la tarde, siempre que la senadora no tenga Senado, y siempre hay el mismo público: una señora que aplaude a rabiar todo lo que dice un tal González de Vox, algún sindicalista de despacho amigo del aparato, y gente como yo que se deja enredar mientras se hace la digestión de la flauta y el carajillo.

De todo lo que se ha hablado, durante las tres horas que he resistido porque cuando me he ido quedaban un montón de mociones de los partidos, me han llamado notablemente la atención cuatro cosas.

La primera, que pese a que el gobierno tiene 13 votos —naturalmente el de calidad en caso de empate— y la oposición 14, en la sesión de hoy faltaba una concejala de los Comunes. Debió ser justificadísima la ausencia porque algunas mociones se perdieron por el empate y el voto contrario de la senadora, que tiene mucha calidad. Teniendo en cuenta lo ajustadito de la asamblea, no sé si la oposición se ha planteado que, excepto casos extraordinarios de justificada ausencia y con conocimiento previo, cuando un opositor falla, no hace falta presentar mociones si el gobierno está en contra. A no ser que este juego de las mociones sea eso: un jueguecito de entretenimiento al que está condenada media Corporación. Bueno, un poquito más de media, porque debemos recordar que la segunda ciudad de Cataluña se gobierna con 13 concejales de 27.

Dejadme un inciso. En las últimas elecciones podían votar en l’Hospitalet 176.000 personas de un censo de más de 265.000; pero en realidad solo votaron 83.700, más o menos. La senadora sacó unos 31.700 y se llevó 13 concejales. Los otros cuatro partidos en la oposición sacaron unos 40.000 en conjunto y 14 concejales. O sea, con algo menos de 32.000 votos de hospitalenses, de un total de 265.000 habitantes, se gobierna hoy esta ciudad sin un pestañeo (como ha ocurrido en los últimos 42), con solo que un concejal no asista al pleno. Que es lo que ha pasado hoy.

La segunda cuestión curiosa. A los portavoces de los partidos, de todos, incluidos los del gobierno, en cada defensa de los puntos del Orden del Día se les suele acabar el tiempo tasado y por lo que dijeron, se quedan en silencio y no se graba lo que dicen. Es una aberración, naturalmente, a la que todos parecen acostumbrados, resignados y obedientes. Debe ser cosa del Reglamento de plenos, hecho probablemente para no escuchar latazos y terminar pronto la función. Como que se trata de una función en la que ya se sabe cómo terminan las cosas, cuanto menos prolija mejor. Mi experiencia me dice que los plenos municipales son como el Parlamento, el lugar público donde se contrastan los pareceres, se reflexiona, se parlamenta… y se vota después de eso, de defender las posturas, de intentar convencer de las propuestas. Eso pasaba en aquellos plenos de los últimos años de la Dictadura, donde los concejales se peleaban, a veces a gritos, y solo se les cerraba la boca cuando el ruido no permitía el entendimiento. Ahora se acaba el tiempo antes de que cada uno exprese su opinión y no hay aquel perímetro de cortesía que hasta la presidenta del Congreso utiliza con amplitud. La senadora dice que se acabó y se acabó. Y la oposición, genuflexa y reverente, asume y calla. ¿Quizás no tendrían que replantearse sus señorías (o lo que sean) que los plenos están para debatir con tiempo suficiente y con los únicos límites que impone la prudencia y el sentido común? ¿No tienen sus señorías, cuando están todos, la mayoría suficiente para cambiar los reglamentos y los estereotipos de cuando se gobernaba con 14 o más?

La tercera. Se tenía que aprobar el presupuesto y la plantilla de personal, pero ha quedado sobre la mesa. Quedó sobre la mesa en el pleno pasado, según me han dicho, el punto donde se precisaba algo así como el calendario de sesiones. En el caso del presupuesto han dicho que se estaba negociando y que no hubo tiempo de cerrar el acuerdo con la oposición. En el pleno pasado se retiró porque no se había negociado. A ver, ¿se ha negociado ya el calendario? Porque esto nos interesa mucho a los hospitalenses, no vaya a ser que la alcaldesa se pierda imprescindibles sesiones del Senado donde los socialistas resultan imprescindibles, como se sabe, porque el PP tiene mayoría absoluta.

Y la cuarta. Entre las pocas cosas que se han debatido mientras yo estaba presente me ha quedado claro que hay un enorme problema con las devoluciones de subvenciones por ayudas de ocupación juvenil que no se resuelven. Da para muchísimo saber dónde está el problema porque, no recuerdo bien la cifra, pero podríamos haber perdido más de medio millón de euros para formación ocupacional, una cosa que ya se ve que no necesitamos demasiado… Y también que hay un enorme problema con la cuestión escolar, las ratios, las infraestructuras, los espacios, y que hay una propuesta de ILP que ha presentado una sindicalista de CCOO, que ha sido rechazada, creo recordar… Y con la seguridad en el edificio del carrer Migdia donde está la policía local y sus cosas… Por último, algo parecido con el área de deportes de la Feixa Llarga y todo aquello que está en el culo del municipio, pegado a un río al que desprecian nuestras autoridades porque son mucho más de piscina y campo de golf. Un lugar dejado, inhóspito y sin control ni vigilancia, que era campo antes y que se asfaltó en su momento para que el Cirque de Soleil tenga donde poner sus cachivaches cerquita de la ciudad. Porque a ellos les falta un sitio y a nosotros nos sobra espacio libre, como también es evidente.

No sé si volver a ir a un pleno. No sé si ellos se lo pasan bien, pero a mí me hacen sufrir…

Una segunda residencia en Madrid

En el momento en que redacto estas notas, domingo por la tarde después del café (hace falta ser borrico para perder el tiempo de esta manera), todavía no se sabe casi nada de los ministrables del icónico Pedro Sánchez Pérez-C, excepto que en el PSC peligran Miquel y Raquel (no porque peligren sino porque les van a proporcionar otros lugares más bonitos y divertidos) y en su lugar, suenan tres señoras por lo menos (dos Nurias y una Eva). Aseguraron, los que están cercanos al presidente, que no se sabe casi nada del más que inmediato futuro de su Ejecutivo, excepto tres cosas: que repetirá la Calviño (porque así lo dio por sabido en el último Consejo de Ministros del martes pasado), que el gobierno tendrá menos sillones, y que quiere constituir un Consejo de Ministros con más relieve político a juzgar de las tensiones que ya se prevén en la legislatura.

Y entonces es cuando algo no me cuadra, porque está claro que, si quiere un gobierno más político, con más altura y capacidad, alguien se ha vuelto loco deslizando el nombre de las dos Nurias. Al menos de una de ellas. La que tenemos más pegada en el tiempo y en el territorio: la ínclita Marín. No porque ella no se vea capaz de sentarse en el Consejo de Ministros, todo lo contrario. Se considera perfectamente habilitada y con todos los méritos. Por algo se sienta a la izquierda del secretario Illa y a la derecha del ministro Iceta, y por algo aplaude como una posesa a todos los que la pueden nombrar alguna cosa. No voy a discutir yo los méritos, teniendo en cuenta que fue ministro Jorge Fernández, Máximo Huerta o Pepito Montilla. Para ser ministro en según qué gobiernos, lo que cuenta es la fidelidad y hacer lo que uno le manden, y no tiene ninguna importancia la capacidad intelectual, dialéctica o de gestión, como es bien sabido.

Los pacientes ciudadanos de l’Hospitalet sabemos, en cambio, que los principales méritos de la alcaldesa consistieron en su momento en decir amén a todo lo que decidía su antecesor, dejarse aconsejar por su equipo de fieles que son pocos pero muy pegaditos, y acomodarse en lo alto de la ola para moverse en la dirección del viento hasta el horizonte, si hace falta. Capacidad de elaboración, reflexión y perspectiva más bien poca; capacidad para explicarse y para argumentar más bien ninguna y capacidad de gestión, solo hay que ver la ciudad. Así que me extrañaría que la llamaran para ser ministra, pero con los “socialistos” cualquier cosa es posible y estas cosas del prestigio y del comer, los mueven por unos vericuetos extrañísimos que para los mortales que todavía sienten respeto por la política resultan indescifrables.

Lo que está claro es que doña Marín querría hacer carrera política. Y en su casa quieren que haga carrera política porque han descubierto que cuando uno se mete en el tobogán solo hay que saber deslizarse y sonreír. ¿No fue ministro el alcalde que le dejó el puesto? Pues si él llegó… ¿a santo de qué no puede llegar ella? O será que ella no ha sabido quitarse la sombra de encima e incluso hacer ver que ya no le conoce…

Que suene para ministrable no debería tener lógica si se tiene en cuenta que Marín hubiera estado en la presidencia de la Diputación hasta que se jubilara y en cambio le dieron puerta, la pusieron de senadora y la metieron en el Federal del PSOE porque a los que saben cosas, mejor mantenerlos en el pesebre que demostrar que se les ningunea. Y seguirá de senadora y de alcaldesa hasta que le den un cargo más alto o hasta que se jubile por edad. Ir al Senado no le ha creado ninguna mala conciencia, todo lo contrario, pese a que substituyó a la alcaldesa de Balaguer que consideraba que no podía compatibilizar ser alcaldesa de un municipio de 17.500 habitantes (como para compararlo con Hospi) y ser, a la vez, senadora. Ella sí que puede hacer compatibles ambos cargos porque esta ciudad nuestra funciona como un tiro y no necesita riendas.

Y como que va a estar en Madrid cada vez que haya sesión de la Cámara Alta o cada vez que haya Comité Federal (y como que alguien le debió decir que para ministra vale cualquiera), dicen que se ha comprado un piso en la capital, en un buen sitio y a precio de mercado, porque en l’Hospitalet cada vez se va a poder vivir menos y aquello siempre es una inversión. Teniendo en cuenta que eso le va a crear problemas de horarios con su cargo de alcaldesa, lleva tiempo intentando cuadrar los días de plenario en la ciudad para poder asistir. En el último pleno, de improviso y sin explicarse, decidió sacar del Orden del Día el punto que hacía referencia a ese cambio en los días y horarios del pleno, cosa que la oposición criticó en la sesión y en una posterior nota de prensa conjunta, por dos razones: porque ni se dignó negociarlo con la oposición pese a que ya no tiene mayoría absoluta, y porque no se entiende, como no sea por pura ambición personal, que no haya renunciado al Senado con lo que tiene en la ciudad.

Ahora imaginaros si la nombran ministra. Un escandalazo. Pero no por la ciudad, que está acostumbrada a funcionar por inercia y a base de sustos urbanísticos, sino para que pueda amortizar rapidito la inversión del piso madrileño. Si es ministra, solo vendrá a Hospi para vender el piso de Collblanc y olvidarse de una ciudad invivible. Y desde luego, ya desde el primer día, no va a necesitar hotel.

Ya llegó el primer escándalo: sueldos de ingenieros en la ciudad de los pobres

Eh, Candelas, que no te enteras una m de lo que pasa en tu ciudad. Me llamó un colega al que había avisado de que me informara para cuando estaba previsto el primer pleno del nuevo consistorio, porque me interesaba sobremanera lo que allí se iba a aprobar. En ese pleno, para el que no lo sepa, se aprueba siempre cómo se estructura el poder, quien tiene una concejalía y su despacho y el montón de secretarias y asesores y funcionarios anexos; qué áreas va a tener cada quisque, cuándo se van a hacer los plenos, qué despachos se reparten los de siempre, etc. Es un pleno que le interesa mucho a quien ha ganado las elecciones, pero que les suele interesar por igual a todos los que las pierden. Y es un pleno, además, que suele pasar muy desapercibido. Todos pasan desapercibidos, pero este todavía más porque se celebra en medio del veranito cuando la gente tiene la cabeza metida en las vacaciones y no está para detalles.

Pero el Candelas, como es un bicho raro, quería saber cuándo se iba a celebrar ese pleno para seguirlo todo lo en directo que pudiera. Pues nada, me lo he perdido y la verdad es que me he ahorrado el sofocón. A mí, cómo se reparten la rapiña los que siempre ganan me la trae al fresco, pero cómo husmean las migajas los que siempre pierden, me sirve para refrendar mi impresión de que vivimos en un lodazal que a cada mandato se llena más de detritus y fetidez. Para que se me entienda todo: en ese pleno, el poder decide cómo se pega la vida padre en los cuatro años que ahora empiezan y cómo compra a precio de saldo a los comparsas que le van a acompañar en ese repugnante tránsito. Es decir, en ese pleno deciden cuánto van a cobrar los concejales del equipo de gobierno y los concejales de la oposición, cuánto van a pagar por pleno y a que horarios cómodos se van a programar las sesiones mensuales obligatorias.

Cuando el Candelas era joven, antifranquista y libertario —y ya no le quedan fuerzas para ser nada de eso— los plenos de los consistorios franquistas se hacían por la tarde y así los curreles podían ir a protestar en las narices del alcalde, en aquellos tiempos  puesto a dedo por un poder autoritario y sin control. Cuando el alcalde ha sido puesto a dedo por un poder clientelar y también descontrolado, los plenos se hacen por la mañana para que nadie los vea y nadie se entere de lo que se cuece entre 27 apóstoles y sus familias. Y aquí paz y después gloria. Es un escandalazo que los plenos se hagan cuando les interese a los representantes y no cuando les vaya bien a los representados. Pero esto sería una menudez si en ese mismo pleno no se aprobaran los sueldos. Qué digo sueldos. Lo que se aprueba en ese pleno no son sueldos, son premios de la lotería que le tocan a unos cuántos por ir en una lista, que confeccionan unos pocos para alimentar a los más fieles, en un rango que va de la alcaldía al último concejalito, pasando por tenencias de alcaldía, por áreas y por portavocías, donde lo que importa no es a lo que te vas a dedicar, sino en que mes te vas a poder cambiar de coche, vas a poder ir de vacaciones a las Bahamas o vas a despilfarrar lo que jamás imaginaste. Y eso afecta a los del poder y a los de la oposición.

Una auténtica desgracia, porque a los del poder ya nos lo podíamos imaginar. Han sido así desde 1979. Aprovechados, en beneficio particular. Y así nos ha ido desde entonces. Pero siempre nos imaginamos que la oposición tendría que ser otra cosa. Y de eso nada. Es lo mismo pero en la bancada de enfrente, para desgracia de muchos. Especialmente de los que les votaron.

Y ahora vayamos a lo que pasó en el pleno. Se aprobaron los sueldos: más de 80.000 euros brutos para la alcaldesa que lleva con sueldo parecido desde que era una niña, más de 76.500 euros brutos para los tenientes de alcaldía, y más de 71.000 euros brutos para concejales y adjuntos del equipo de gobierno y portavoces de la oposición con dedicación exclusiva. Para los concejales con dedicación parcial, es decir con una dedicación semanal de unas 20 horas, más de 35.000 euros brutos, rozando los 2.000 euros al mes, sin tener que fichar, sin dar cuentas a nadie, con funcionarios a su servicio, etc. Y para los que no tengan ni siquiera dedicación parcial, 1.657 euros por sesión plenaria, unos 300 euros a la hora solo por sentarse en el escaño para escuchar, silbar o lo que cuadre. La lotería, vaya. Porque para cobrar todo eso tan sólo ha habido que votar en ese pleno del otro día, haberse mantenido con fidelidad en las listas y ser obedientes hasta ahora y en adelante. No hace falta ostentar ningún título, haberse dedicado a nada en especial, haberse sacrificado en algún sentido…

Es decir, en este país, hay gente que gana un dineral con la política sin demostrar nada más que descaro, mientras que los salarios medios de especialidades y de carreras que han exigido sacrificios personales, estudios y capacidad intelectual están años luz por debajo. Esta realidad sólo alimenta el descrédito de la política y otra cosa todavía peor pero que acumula más descrédito: el acercamiento a las tareas públicas de toda clase de advenedizos, trepas, aprovechados y oportunistas. Gentes sin escrúpulos, sin ideales y sin más horizontes que el vivir bien a costa de la gente normal.

Unos pocos datos. El salario medio de un administrativo es de 21.000 euros brutos anuales (y muchos concejales conocidos tendrían auténticos problemas para desarrollar con eficacia estas labores, sobre todo después de años de mínima gestión). El salario medio de un jubilado son 16.700 euros; el de un investigador del CSIC casi 28.000 euros; el de un médico, casi 33.000 euros, el de un ingeniero entre 30.000 y 41.500 (en el caso de los salarios promedios de los ingenieros aeroespaciales) y el de un notario, que pasa por ser de los profesionales con mejores emolumentos, 80.000 euros brutos/año.

Estamos hablando de salarios promedios, de manera que seguro que hay ingenieros que cobran mucho más a costa de que otros muchos cobren menos, y así en todas las profesiones, excepto en la de concejal del ayuntamiento de l’Hospitalet, que son precios aprobados hace una semana y donde no hace falta ninguna acreditación, experiencia u objetivo.

El equipo de gobierno actual tiene 13 concejales, de modo que si esa propuesta hubiera sido rechazada por la oposición, no hubiera podido prosperar. Pero se aprobó. Con el voto en contra de los comunes y de VOX, lo que quiere decir que los republicanos del señor Graells y los populares de la señora Esplugas están de acuerdo en que esa barbaridad salarial salga de los bolsillos de los que los han votado, de los que han votado a otras fuerzas y de los que se han quedado en sus casas, para que lleguen a sus bolsillos o a los bolsillos del partido o a donde sea que nos deberían explicar.

Porque eso, nos lo deberían explicar. Nos deberían explicar por qué pudiendo evitar que se aprobara ese escándalo retributivo no lo han hecho. Dónde van a ir esos emolumentos, si a sus bolsillos o a los fondos partidarios, y si creen que esa frivolidad salarial es de recibo y la podrían justificar sin que les salieran los colores frente a quienes les han dado su voto. Eso lo deberían explicar republicanos y populares, pero los comunales de los Comuns y los fascistas de VOX nos deberían explicar si pese al ejercicio de pudor demostrado con su voto contrario (que yo alabo públicamente en ambos casos) van a renunciar a cobrar o, ya que se ha aprobado, pues qué le vamos a hacer…

Ha sido el primer pleno y ya os digo, amigos lectores del desconcertado Candelas, que vamos muy mal. Que todo apunta a que vamos a ir peor, porque quienes se doblan ante el parné, no son enderezables ni con esqueletos de acero. Vamos mal porque aunque el poder ha perdido la mayoría absoluta, sigue sin perder la vergüenza y eso se pega a los prójimos…

Vamos bien: a dos minutos del colapso social

De todo el mejunje de ayer en la casa consistorial de la ciudad que pude observar desde una esquina para tener una buena panorámica, hubo solo dos cosas que me llamaron sobremanera la atención. Una, que la alcaldesa afirmó que entre sus planes está activar un millón de metros cuadrados de la ciudad para hacerla más cosmopolita y dos, la sonrisa masticada para que no fuera evidente, del segundo de a bordo de Vox cuando el portavoz de los Comunes hablaba del fascismo renovado en la ciudad.

Hubo un montón de otras muchas cosas curiosas, los besos que se repartieron la concejala de más edad, Olaya Lourdes con la mayoría de concejales cuando les ponía la credencial en forma de collar, que algunos se ahorraron con sonrisas, excepto en el caso de Vox donde hubo caras muy serias o, por ejemplo, con Nuria Lozano donde hubo incluso un amago de distanciamiento rápido. También los abrazos en el final de fiesta de la renovada alcaldesa con algunos miembros muy activos del Espai de Ciutadania, un tal Baltasar, un tal Jesús, un tal Nicolás, con Felipe Campos que de ser impulsor de Itaca se ha convertido en propulsor de las aguas, al lado del ínclito ministro Iceta y la consellera Simó, recién estrenada… la también Síndica de Greuges y el doble beso en los morros con un señor que vive como ella (y con ella) del presupuesto público desde que era pequeñín. Y los discursos, cada uno en su propia línea, los Comuns recordando al PSUC y los socialistas recordando a los del PSUC que pactaron con ellos… Los de Vox recordando que son la voz de los sin voz, de los que sufren atracos, violaciones, okupaciones diversas y a los que los partidos han abandonado desde que existe la democracia, porque cuando mandaban los militares, los empresarios, los grises y los padres de los jueces actuales, no había atracos, ni violaciones ni okupaciones diversas, y la emigración se contaba por millones de andaluces, extremeños, murcianos, gallegos, aragoneses, valencianos, castellanos, canarios y algunos cántabros y navarros, en lugar de nordsaharianos y subsaharianos y los hijos de los conquistados en las tierras americanas. Graells recordando la corrupción y haciendo un discurso presidencialista… La representante del PP poniendo el acento en la seguridad y en los impuestos excesivos pero también, sorprendentemente, en la falta de zonas verdes…

Todos los discursos, todos, se orientaron a lo que harían si pudieran, incluso los de los socialistas (hubo dos, el del palmero mayor y el de la susodicha) porque a diferencia de lo que ha ocurrido en los últimos 40 años, se abre la primera incógnita del reinado marinista: si ahora conseguirán pactar para seguir haciendo lo que quieran o si tendrán que ir negociando pieza a pieza, para lo mismo. Porque me temo que, de golpe, o despacito, seguirán haciendo más o menos lo que quieran, vendiendo como mejoras para la ciudad y la ciudadanía lo que únicamente son mejoras para la familia y la familia de la familia socialista (porque son un montón de las familias de los socialistas los que viven del erario público, en el Ayuntamiento, en la Diputación, en las empresas públicas, en las empresas participadas o con influencias varias, etc, etc).

Lo dicho, que la alcaldesa diga que dispondrá de un millón de metros cuadrados en la ciudad para lo que sea, a mi me puso los cuatro pelos de la barba de punta porque disponer de terreno quiere decir venderlo al mejor postor para hacer lo que saben hacer muy bien: construir y construir para no dejar un palmo de espacio libre en una ciudad que está en puro trance de colapso social.

Los fascistas de Vox que se sonríen forzadamente porque parece que les insulten cuando para ellos ser fascistas es una pura condición ideológica y personal, del mismo modo que el Candelas es un irreverente ácrata por lo mismo, tienen en ese pueblo que malvive en las peores condiciones de las sociedades avanzadas de este Occidente supercapitalista, a su público más fiel porque es gente desorientada que se queja de lo que le hacen sin encontrar soluciones, las soluciones que Vox vende para que les voten pero, naturalmente, no para mejorarles la vida. Para los fascistas, la mejor vida para esos miserables sociales es la que les reserva el dios de las alturas: desaparecer porque somos muchos, demasiados, y aquí solo deben poder vivir bien los españoles con recursos o los extranjeros con millones. Los pobres no merecen vivir, así de simple. Molestan, exigen recursos y el esfuerzo solidario del Estado cuando pobres ha habido siempre y para eso se inventó la Iglesia, no el Estado (de ahí lo de menos impuestos…). Y los pobres de aquí, los españoles de La Florida, de La Torrassa, de Pubilla, que sufren violaciones, okupaciones, asaltos y demasiadas fiestas en horas intempestivas, vivirían mejor si los pobres no españoles se hubieran quedado en sus selvas, y como que han venido sin que les llamara nadie, hay que hacerles la vida todavía más imposible para que se vayan de una vez, que encima no les dejamos votar… y ni siquiera ese recurso puede aprovechar Vox.

L’Hospitalet está a dos minutos del estallido social. Esa ciudad cosmopolita que vende la alcaldesa es la peor ciudad de Europa, para nuestra desgracia. Es una ciudad que exige como primera medida intervenir socialmente en el norte de la ciudad para dejar de suburbializar lo que sigue siendo un suburbio desde hace más de un siglo, pero ahora en un contexto de más exigencias sociales tras los años de Estado del bienestar de Occidente y más avances tecnológicos y por lo tanto, con más y más graves contradicciones. Hasta que no se entienda que todas las prioridades hay que enfocarlas en esos barrios degradados, auténticos guetos sociales y culturales que estallarán más pronto que tarde, no habrá un mínimo futuro. La política de alta alcurnia de hoteles, bioclusters y fantasías cosmopolitas solo beneficia a los de siempre: a los propietarios del suelo, a los promotores y a los constructores. Vender los puestos de trabajo que se van a crear como un beneficio para la ciudad es una terrible mentira y ya no engaña a nadie. Y mientras tanto, Vox gana enteros en los barrios degradados y eso va a ir a más, porque la desesperación social históricamente tiene un nombre, y cuando a esa desesperación le añades la droga nacionalista su nombre es compuesto: nacional-socialismo.

Me estoy poniendo tétrico pero no exagero. Con la política Marín solo se alimentan miserias futuras. Y hay 14 concejales para impedirlo: once para impedirlo en positivo. La política suele hacer extraños compañeros de cama (quien hubiera dicho hace unos pocos años que la amiga Olaya Lourdes se sentaría con los republicanos…) pero los Comunes deberían reflexionar porque las tentaciones serán muchas, de alta gama y vendrán en todas direcciones, también del exterior… La única alternativa posible para esta ciudad es que la política de diseño del equipo Marín fracase estrepitosamente: del biopol (¿eh!, republicanos?) a ese teórico millón de metros cuadrados con el que empezarán a tener sueños muy húmedos los promotores de todo el mundo.

Lo que explica la debacle

Desde que se produjeron los resultados del domingo 28 de mayo hay mucha gente, de la que se interesa por conocer el fondo y el trasfondo de las cosas, que se está preguntando qué ha pasado. Desde la izquierda, casi todo el mundo reconoce que en una coyuntura mucho más difícil que en otras legislaturas, un inédito gobierno de coalición que podría haberse convertido en imposible a las primeras de cambio, conociendo el encono y la intransigencia de muchos de esos políticos, supo no solo resistir, sino aplicar políticas de alcance que han dado resultados incluso espectaculares en algunos puntos. Es cierto también que otras medidas y otros acuerdos no han sido del gusto de toda la sociedad, ni siquiera de una parte de esa misma izquierda, y otros proyectos que estaban previstos, o no se han enfrentado o han ido quedando relegados por la controversia.

Lo ocurrido, sin embargo, ha sido una enorme sorpresa para todos. La debacle en la izquierda institucional ha sido mayúscula e incluso ahora que la emoción del primer momento se está sedimentando, se acepta que el varapalo institucional ha sido tan inmerecido que incluso la derecha tiene que preguntarse también, qué es lo que ha ocurrido en realidad para que saliera tan sorprendentemente triunfadora en estas elecciones.

Muy probablemente lo que ha ocurrido obedezca a muchas causas, como vienen poniendo de relieve los analistas. Desde los que defienden un cambio de ciclo hasta los que explican el varapalo por las tendencias suicidas de la izquierda transformadora a la izquierda del PSOE. Porque, lo que ha ocurrido por su magnitud, ha sido sorprendente y en eso todo el mundo coincide, incluso los que daban por hecho que la derecha iba a vencer sin matices.

Lo del cambio de ciclo es muy manido y a la vez poco elaborado porque para que la gente quiera cambiar de orientación hace falta que el ciclo en el que se está muestre su agotamiento y el otro, abra todo tipo de esperanzas, especialmente en cuanto a mejorar la vida cotidiana. Y no parece que el mensaje de la derecha haya ido por ahí. El elector no ha votado derecha porque confíe que la derecha le beneficie social o económicamente más que el gobierno de ahora, sino porque ha dejado de confiar en que este gobierno acierte en unos cuantos ámbitos. Y de esos ámbitos hay unos cuantos en el imaginario estructural y otros cuantos en la cotidianeidad.

Si nos fijamos concretamente en los datos tenemos que la participación ha menguado en estas elecciones en relación con las anteriores pese a que este tipo de elecciones siempre suele ser de las menos concurridas. Y si paramos atención a los niveles de renta observamos que, salvo excepciones, se ha votado más en los municipios ricos que en los pobres y, en los municipios ricos se ha votado más a la izquierda que en los pobres. Aunque no se puede hacer un diagnóstico absoluto, en los lugares de mayor renta suele haber un nivel de información más amplio, plural y crítico que en los lugares de menos renta. Más consumo de prensa (de papel y digital) y menos consumo de televisión y redes como espacio informativo prioritario. En última instancia, lo que eso conlleva no es un mayor o menor nivel informativo en la sociedad, que también, sino, especialmente, una mayor capacidad de análisis de la realidad o una mayor influencia de las emociones.

Si a una mayor influencia emocional junto a un incremento de los mensajes dirigidos al sentimiento y no a la razón, le unes una situación de menos renta, más precariedad y peores condiciones de vida y de salud medioambiental, tienes la bomba perfecta. No es imprescindible que los tres cables explosivos tengan las mismas dimensiones. En unos casos afectarán más unos que otros, pero la combinación es un explosivo en potencia.

Si profundizamos un poco más veremos que una parte enorme del mensaje de la derecha se ha centrado en un aspecto que, para grandes capas de la población del país, toca la médula espinal de su sentimiento comunitario: la esencia de país, esto es, su unidad territorial. No olvidemos que Franco que, aparte de ser un criminal era un representante bastardo de la parte más intolerante del capital, afirmó en varias ocasiones que prefería una España roja que rota. El sentimiento de unidad ha calado tan hondamente en el inconsciente nacional que, ante el sentimiento nacional de quienes se quieren ir, se enfrenta desde las entrañas el sentimiento nacional de quienes se lo quieren impedir. Toda la ilegitimidad que la derecha blande desde el instante mismo del gobierno de coalición se fundamenta en el apoyo del independentismo catalán y vasco. De nada sirve que la amenaza sea un puro instrumento de propaganda. Cala en la consciencia social y cala todavía mucho más cuando las frivolidades de los nacionalistas periféricos dan munición gratuita a la derecha, como lo realizado con Bildu con sus listas cargadas de nombres controvertidos para quienes no son independentistas vascos.

Es decir, una de las causas principales de la hecatombe de la izquierda tiene que ver con una cuestión irresuelta, que el país no acaba de asumir y que su clase política (la izquierda especialmente porque para la derecha la Constitución es sagrada) no quiere afrontar: el encaje de los territorios periféricos, de una vez por todas en la estructura del Estado. La imprescindible reforma de la Constitución, siempre aplazada en la cuestión federal, se convierte así, en un instrumento de detonación permanente en manos de la derecha más recalcitrante.

Junto a las esencias nacionalistas que han sido perfectamente explotadas por las derechas, afirmando por ejemplo que el PSOE estaba de facto destruyendo España con sus políticas de concesiones al independentismo catalán y vasco, se afirma un contencioso que se ha hecho crónico en la batalla política, como es la polarización. Polarización no en el debate de ideas contrapuestas sino en la intransigencia de posiciones: el que gobierna, todo lo hace absolutamente mal y la alternativa, todo lo imagina absolutamente bien. Los absolutos no existen —solo existen los grises—, pero para las derechas del país la simplificación es la norma obligada porque sus mensajes son siempre emocionales y las emociones apenas rozan la razón. No es un defecto. Muy al contrario, es el mecanismo para convencer a quienes no analizan, no reflexionan, no adoptan posiciones críticas, sino que se mueven por tópicos, por sentencias y por simplismos: una porción social en crecimiento en las sociedades occidentales avanzadas. Y más peligrosa, cuanto más se instala en esa parte de la sociedad de rentas bajas, hábitats sin calidad de vida y cultura informativa de redes.

A estas dos explicaciones de la debacle habría que añadir una tercera. Las dos primeras tampoco parece que afecten exactamente igual a todas las capas sociales. Mientras que la polarización, la simplificación y los contenidos emocionales van más dirigidos y afectan sobremanera a las capas de población menos cultivadas, las dinámicas de temor a la España rota tienen un componente mucho más transversal. Nacionalistas españoles —así como de otras naciones peninsulares— los hay en todas las capas sociales, de modo que el lenguaje de las derechas en lo que se refiere a esa fibra sensible, complementa muy bien la diatriba emocional, simplista y dicotómica entre lo pésimo y lo óptimo.

Hay una tercera explicación que tendría que ver con la falta de reacción de aquellas capas sociales más sensibles al igualitarismo y que por ello mismo no comulgan con las propuestas más conservadoras, que tampoco en esta ocasión se habrían movilizado lo suficiente. Parece claro que el descenso en la participación electoral habría afectado más a este sector que al tradicional de las derechas clásicas o radicales. Sería ese sector a la izquierda del PSOE que en momentos puntuales da un salto espectacular, el que habría reaccionado indolentemente. Tendría una visión generalmente positiva de las medidas gubernamentales del último periodo, pero habría reaccionado muy críticamente ante dos fenómenos: el primero, las desavenencias entre las cúpulas partidistas de las izquierdas minoritarias; el segundo, la ausencia de un movimiento unificador con perspectivas de éxito. Esta tercera explicación es la que se ajusta más a la idea de desilusión, o incluso mejor, de falta de ilusión movilizadora. Y esta tercera explicación es la que se entendería mejor en el tipo de convocatoria en la que se ha registrado: municipales y autonómicas, puesto que es en las elecciones municipales y autonómicas donde se manifiestan mejor las alternativas ilusionantes o su ausencia.

Y por último, hay otras dos razones que también tienen su clientela. Estas últimas señalan directamente al mecanismo diseñado desde la Transición para garantizar una alternancia política sin fisuras que consolidara una democracia capitalista estable, es decir, la ilusión del bipartidismo y, en correlación con ella, la que culpa a Pedro Sánchez de liderazgo tóxico por su atrevimiento resistencial con el aparato socialista y su pragmatismo ecléctico que le ha llevado a gobernar con Podemos en lugar de posibilitar lo que para muchos dirigentes tradicionales del PSOE resulta a estas alturas inevitable: un acuerdo —de coalición o sin ella— con el PP, esa gran coalición que algunos barajan como la última frontera de la Transición del franquismo a la democracia.

Todo este ingente cúmulo de elementos justificarían la decepción. Unos afectan a un electorado, otros a otro, pero todos juntos explican la baja participación y la pérdida de apoyo desde el PSOE hasta la extrema izquierda. La polarización radical, el acierto de las proclamas emocionales, las mentiras y simplificaciones, afectan a pobres y ajenos a la reflexión política. La desilusión desmovilizadora, a la ausencia de unidad en la ultraizquierda y al clima de desasosiego de las medidas gubernamentales. La silenciosa batalla interior del PSOE con el liderazgo tóxico y la aceptación del gobierno de coalición con Podemos, a los socialistas de toda la vida. El peligro de romper España a la derecha recalcitrante, que se ha sentido especialmente motivada a participar. Todo afecta al cambio de ciclo, pero sin que el nuevo ciclo alumbre lo que va a poner en práctica. Es como si todo el mundo estuviera de acuerdo en que lo conocido es malo y en que lo por conocer… va a ser una incógnita, pero lo conocido es malo y es mejor quedarse en casa que repetir.

Es un argumento que no se sostiene. Por eso se ha producido la sorpresa. Porque ni siquiera los que no han ido a votar se esperaban la hecatombe y, como hemos dicho, tampoco quienes han ganado saben muy bien por qué. Como eso de ganar siempre da alas, ahora insisten en que van a barrer, pero como el argumento no se sostiene puede volver a pasar lo mismo… o exactamente lo contrario. Es cierto que no se ha generado la ilusión requerida en la unidad de la izquierda —incluso Sumar puede que ya llegue tarde—; es cierto que al PSOE para gobernar, solo le queda el recurso de una coalición a su izquierda (o a su derecha); es cierto que Sánchez es una fuente inagotable de decepción entre los socialistas de siempre; es cierto que no se va a cambiar a corto plazo la percepción de la realidad de los sectores más proclives a la emoción, a la mentira y al simplismo; es cierto que el independentismo es irredento y que ellos van a lo suyo, votan a los suyos y los suyos necesariamente también cuentan en la geometría parlamentaria…

Pero también es cierto que una gran parte de las medidas gubernamentales han sido exitosas y han mejorado la vida de los más desfavorecidos y de las minorías; es cierto que España ha adquirido peso en Europa y que el presidente del gobierno es incomparablemente más atractivo en la escena internacional que Rajoy o que cualquiera de los presidentes anteriores; es cierto que se ha rebajado la tensión en Cataluña de un modo sorprendente por la rapidez como se ha producido y por el acierto en medidas que requerían atrevimiento y visión a largo plazo —no habría que olvidar que se convirtió en un polvorín bajo el gobierno del PP y que el conflicto no está muerto sino a la espera del radicalismo que impondría un gobierno PP-Vox—; es cierto que las contradicciones, la demagogia, el simplismo y el culto a la polarización que imprime la derecha es un artefacto de doble carga explosiva: va bien para ganar elecciones pero va muy mal para favorecer la democracia a medio plazo que se resiente de la falta de credibilidad y coherencia de la clase política…

El escenario está muy abierto. Quizás demasiado, porque es muy fácil observar desde todos los ángulos lo que se puede estar cociendo entre bambalinas. Hasta el momento, hay unos que han actuado y otros que se han limitado a patear duramente desde el patio de butacas. Hay unos que han votado masivamente y otros que, por muchas de las razones expuestas, o han cambiado de voto o, mayoritariamente, se han quedado en casa. Pero como no sabemos lo que ofrece la alternativa y como no está claro que el gobierno haya dado muestras de agotamiento, el cambio de ciclo no es algo manido. No se vive el mismo clima de agotamiento del final del felipismo o del final de Zapatero, donde ya no se vislumbraban medidas creativas y los líderes tenían cara de cansancio. Lo de Pedro Sánchez es otra cosa. Es un envite a cara o cruz. Nos ha gritado al oído: si queréis el gobierno más decimonónico de los últimos 50 años quedaros en casa. Si queréis que, cómo hasta ahora, nos arrastremos a gatas para seguir avanzando penosamente, dejar a la derecha que se vaya consumiendo lentamente en su desesperación y ponernos a trabajar de nuevo. Juntos podremos vigilarlos para que hagan el daño justo.

Junio 2023

Un tsunami de decepció

Amb el recent anunci que la darrere portaveu dels Comuns, Ana González, formarà part d’una nova candidatura de l’esquerra local, em temo que el somni d’unes eleccions on tot el ventall ideològic a l’esquerra del PSC es presenti unit s’ha esvaït completament. Ben al contrari, és possible que aquesta sigui la primera ocasió en què les candidatures a l’esquerra dels socialistes vagin més desunides que mai. A banda dels Comuns hi haurà previsiblement una candidatura de l’antiga portaveu dels Comuns amb Pirates, una d’Alternativa d’Esquerres, una altra de la CUP, una altra de veïns independents i una última on els soberanistes d’EUiA formen coalició amb la nova ERC de Jaume Graells. Menys mal que no se li ha ocorregut encapçalar un altra nou experiment al fins ara mateix portaveu d’ERC, Toni Garcia, perquè aleshores les opcions més enllà del PSC gairebé igualarien el nombre de barris de la ciutat (no de districtes, absolutament superat). No fa gaire, en aquesta mateixa secció, vaig parlar d’un pessic d’ilusió. Avui caldria parlar d’un tsunami de decepció.

Mirant una mica els resultats electorals de les municipals del 2019, on es van presentar 16 candidatures a la ciutat de les quals, al menys 5, podríem considerar a l’esquerra del PSC, totes elles —al marge dels Comuns— van obtenir una mica menys de 3.500 vots. Per aconseguir un regidor a l’Hospitalet calen un mínim de 5.000 vots i la CUP —la candidatura més potent d’aquestes 4 o 5 minoritàries d’esquerra— va superar, aleshores de molt poc, els 2.000 vots. Això vol dir que, malgrat que les conjuntures són canviants i que tothom que s’hi presenta aspira al menys a no fer directament el ridícul, les expectatives de les candidatures minoritàries han de ser necessàriament pobres si ens guiem per els precedents i per les expectatives. Què hagués passat al 2019, si aquests 3.500 vots haguessin anat als Comuns que era —i segueix sent— la força més potent a l’esquerra del PSC?

La resposta sobre els càlculs de la Llei d’Hondt aplicats als resultats electorals d’aleshores, és que els Comuns haurien tret un regidor més, quatre, igual que Ciutadans, però el PSC hauria perdut el regidor número 14 i, per tant, la majoria absoluta. Tenir la majoria absoluta, o no tenir-la, equival a necessitar pactes o a passar olímpicament de l’oposició. Tant se val governar amb 14 regidors que governar amb 27. És a dir, no hi ha canvis substancials entre un Consistori de 27 regidors on l’oposició només en té 13, que en un Consistori on el govern sigui monocolor, format per un únic partit amb tots els regidors amb les mateixes sigles. Penseu: si cap altra partit excepte el PSC es presentés a les eleccions municipals, el resultat seria en la pràctica el mateix que si es presenten altres 15 partits, com va passar al 2019, però no aconsegueixen més de 13 regidors entre tots. O sigui, tenint en compte el sistema democràtic imperant al país, on l’oposició en general només està per fer bonic si el govern té majoria absoluta, el més important en unes eleccions, especialment les municipals, és fer el que calgui perquè el partit majoritari no tingui majoria absoluta de regidors.

Entre parèntesi, això és el que va aprendre el país globalment l’any 2014, que les majories absolutes són —sempre— molt perilloses per la democràcia i si són reiterades, resulten d’una toxicitat mortal. I per tant, que un sistema basat en només dos partits forts, segons el disseny del règim del 78, especialment si són dos partits forts que apleguen al seu interior una gran majoria de centre i unes ales extremes més aviat testimonials, acaba resultant nefast per aconseguir societats més justes i igualitàries. En definitiva, les conseqüències de govern que vehiculen aquestes opcions centristes, portin el nom enganyós que portin, sempre acaben beneficiant als veritables posseïdors del poder econòmic i, en un sistema capitalista com el nostre, perjudicant les classes subalternes.

Però anem a les municipals, on les xarxes clientelars dels partits són molt més senzilles de teixir que no pas en àmbits més extensos. En els municipis, el suport electoral massiu a unes sigles impedeix el joc de les minories i els governs de majories absolutes, i més si aquestes majories absolutes es renoven amb facilitat, es converteixen de facto en governs autoritaris, no tant pels efectes —que també— com per les formes, que en definitiva aboquen a vicis de gestió i conseqüentment a desistiment de funcions, dèficits i corrupteles, quan no directament a delictes de malversació i apropiació indeguda, com s’ha vist tantes vegades. Pel que fa a les formes, els governs de majories absolutes permanents, acaben considerant tot el que és públic com el seu patrimoni directe i acaben exercint el poder sense cap mena de consideració envers l’oposició minoritària i respecte dels mateixos governats.

Per això és tan imprescindible acabar amb les majories absolutes i per això és tan necessari en realitats de clientelismes endèmics i amenaces constants de revalidació de majories absolutes, fer pinya ideològica per acabar amb aquesta plaga.

L’associació Foment de la Informació Crítica, va subscriure fa molts mesos un Manifest demanant un esforç de l’oposició d’esquerres a la ciutat per acabar amb el govern de Nuria Marín. No només perquè faci de mal pair que el mateix partit estigui governant la ciutat des de 1979, sinó perquè ha exercit el govern massa vegades amb majories absolutes, però sobretot perquè la gestió és pèssima i perquè ha posat la ciutat de genolls davant els propietaris del sol, els grans constructors i les grans immobiliàries. L’entitat demanava aleshores un candidat de pes, capaç d’aconseguir adhesions de diversos sectors ciutadans i un esforç de tothom per anar plegats amb dos objectius: canviar la manera de governar i acabar amb el monopoli d’un PSC que s’ha convertit a la ciutat en el partit de les dretes. Una vegada més, no ha estat possible. Els Comuns van fer una operació de risc que comportava, primer, assolir l’entesa interna i després entusiasmar al conjunt de l’esquerra local. El resultat ha estat decebedor: no ha aconseguit ni una cosa ni l’altra en els gairebé dos mesos des que es coneix el nou candidat. I més enllà d’això, ha aconseguit just tot el contrari: dividir, molt més que no pas sumar.

Els que hem estat lluny de la cuina de tot plegat desconeixem raons i dificultats. Segur que les ha hagut, però hem de dir alt i clar que el resultat és nefast. I les culpes de ben segur que estan repartides. Les esquerres minoritàries segueixen amb la seva aparatosa miopia política i als Comuns locals els hi faltat capacitat per bastir la unitat i per entusiasmar la ciutadania. Tot plegat un autèntic desastre. L’enèsima divisió de les esquerres locals objectiva la revàlida de la majoria absoluta socialista i condemna a la inanitat a la propera oposició. Si Marín no aconsegueix una nova majoria absoluta no serà per l’eficàcia de l’oposició. Serà, exclusivament, perquè la ciutadania ha començat a no deixar-se enganyar més.

Acabarà sent veritat el que va dir l’altra dia la vicepresidenta Iolanda Díaz: que els partits l’únic que volen són els diners públics per alimentar cúpules i alliberats, i disponibilitat per fer i avalar llistes electorals. Ja veurem si finalment els regidors de l’oposició fan el que haurien de fer que és, en la nostra modesta opinió, no només votar en contra dels astronòmics sous autoassignats a regidors i portaveus (més de 70.000 euros/any en el darrer mandat), que acostumen a decidir en els primers plens municipals, sinó renunciar a cobrar-los. Potser aleshores desmentirien de valent una persona que es coneix molt bé les entranyes dels partits. Ja dic, l’experiència a l’Hospitalet, fins ara mateix, un desastre sense pal·liatius i una vergonya per tots aquells que aparenten estar a l’esquerra del PSC. Donen ganes de llançar la tovallola, deixar que l’Hospitalet es dissolgui del tot en els seus propis fluids tòxics i deixar de perdre tant de temps en una ciutat que sembla no tenir remei…

Un pessic d’il·lussió, és possible?

Ha estat una sorpresa. I pels que coneixem el Manuel Domínguez de fa anys, una sorpresa grata en dos sentits: primer, per la seva indiscutible vàlua personal i, segon, perquè la seva decisió pot ajudar notablement a canviar algunes coses importants en aquesta ciutat. Ens estem referint al que pot haver estat una de les notícies més destacables a l’Hospitalet en els darrers mesos: la seva acceptació per encapçalar la candidatura d’En Comú Podem a l’alcaldia de l’Hospitalet.

La nostra entitat, FIC, va fer públic a l’abril del 2022 un Manifest on, d’una manera un tant il·lusòria, reclamaven la unitat dels partits d’oposició per impulsar una candidatura conjunta capaç de fer un tomb a la dinàmica instal·lada a la ciutat des de 1979 i que en les darreres dècades s’ha convertit en una rèmora pel futur de l’Hospitalet.

Si les coses de bon principi ja van ser complexes perquè allò que molts esperàvem del que havia de ser un poder local democràtic i participatiu es va frustrar en molt poc temps, el que va anar succeint a continuació, amb alts i baixos i breus parèntesis temporals, no es pot dir que millorés la perspectiva, ans al contrari, fins a convertir-se en els darrers anys en un autèntic desfici bàsicament per dos motius: per la pèssima gestió que ha dut a terme l’actual equip de govern i per la incomprensible política de creixement indiscriminat i de saturació del territori que ha anat imposant.

El PSC, que sempre va ser una mena d’olla de grills en aquesta ciutat des dels anys 70, va aconseguir una certa estabilitat interna quan les regnes les va conduir amb ma ferma l’alcalde Corbacho, per després tornar a convertir-se en una plataforma exclusiva de promoció individual al servei de les cúpules respectives. Allò que en un principi va ser una pugna entre personalitats fortes a la cúpula del partit, que donava com a resultat un cert equilibri de tendències, va degenerar a poc a poc, fins a esdevenir exclusivament una repartidora de càrrecs i de prebendes, impulsats si es vol, per la pròpia necessitat de cobrir responsabilitats immediates. Res que no hagi passat en altres partits quan el poder s’enquista i el moviment endogàmic de les cúpules només busca beneficis particulars enlloc de regeneració democràtica ciutadana i representativitat a través de la participació activa. Aquest ha estat i segueix sent, un enorme handicap del nostre sistema polític. La retroalimentació partidària de les cúpules que mata l’interès per la política de les majories i que empobreix, per tant, la vida ciutadana. I que funciona exclusivament per obtenir poder i favors a títol individual quan no es fa circular pel molt més complexa i perillós trànsit cap a la corrupció.

Així doncs, el que FIC va demanar fa més d’un any, no era només una candidatura engrescadora, capaç en primera instància de trencar l’equilibri de partits, sinó una candidatura unitària que canviés els objectius polítics de la ciutat però també, i molt especialment, la manera de fer política, entenent en aquest sentit que la manera de fer política orienta els resultats de la política que cal aplicar. A molts ens cridava l’atenció que aspectes tan determinants com l’ocupació de l’espai públic, per exemple, que són opcions que configuren el paisatge d’una ciutat gairebé per sempre, fossin acords que podia prendre exclusivament l’alcalde amb un parell de tècnics. Aquesta és una manera de fer política on es confon un aspecte conjuntural com pot ser la decisió de posar o treure un semàfor, amb un aspecte determinant com pot ser canviar l’espai que ocupa un camp de futbol per construir una dotzena de blocs d’habitatges. Equivocar-se amb un semàfor es pot resoldre fàcilment. Eliminar un camp de futbol per convertir-lo en un polígon és una decisió irreversible. El problema és que ambdues decisions s’han pres arbitràriament tant en la fase dictatorial com en la fase democràtica, de manera que, en aquest punt, les cúpules de la dictadura i les cúpules de la democràcia han actuat amb la mateixa discrecionalitat, sense escoltar la ciutadania i moltes vegades en contra de les opinions transmeses públicament. Això hauria de fer pensar a les estructures partidàries i també, com no, als electors. I d’aquí que, nosaltres, com a entitat crítica reclaméssim a les cúpules dels partits d’oposició —que eren les úniques que es podrien plantejar honestament la necessitat d’un canvi de paradigma—, un esforç de dignitat, abandonant els interessos de partit en benefici dels interessos de ciutat. Un esforç de dignitat, amb una candidatura amb vocació unitària, i amb un cap de llista compromès, capaç d’assumir la perspectiva de ser un candidat de molta més gent que l’exclussiu d’una opció partidària.

Però no només això. El que nosaltres proposàvem era un candidat de consens obert a canviar la manera de fer política. Sensible a les enormes diferències que hi ha entre canviar un semàfor i canviar un pla urbanístic i obert a acceptar que els vots rebuts li permeten canviar un semàfor però l’obliguen a consultar la ciutadania per no equivocar-se amb les qüestions irreversibles. I que fins i tot per canviar un semàfor cal imprescindiblement valorar els pros i els contres, i escoltar els directament afectats i tots aquells que, racionalment, tinguin coses a dir al respecte. Aquest canvi d’actitud és el canvi reconeixible entre el que considera que ell és l’amo de la ciutat o que és un simple administrador temporal; que pensa que el pressupost és allò que els ciutadans posen en les seves mans per gestionar les necessitats col·lectives o que són els recursos que ell pot fer servir per beneficiar uns i castigar uns altres; que considera que el funcionariat és la gent que està allà per servir la ciutadania o que ha posat allà especialment per complir les seves ordres; que sap que el territori i la ciutat i tot el que aplega la ciutat és de tots o que considera que pot fer i desfer com li plagui amb el sol, el paisatge, els arbres, les zones verdes, els serveis, les infraestructures, els equipaments, les dotacions i, anant bastant més enllà, els mitjans de comunicació, la cultura, la sanitat, l’ensenyament, els serveis socials, les polítiques migratòries, les, polítiques d’igualtat, la solidaritat, etc.

El que nosaltres proposàvem, en definitiva, no era un candidat d’un partit, d’una coalició, sinó un candidat de tots aquells que volien canviar no de govern, sinó de manera de fer política. I per canviar la manera de fer política a l’Hospitalet és imprescindible un canvi de govern, un canvi de majories i un canvi de mentalitat. Nosaltres demanàvem un acord per aconseguir un candidat unitari, que il·lusionés la ciutadania i que representés tothom que està en contra del que el Partit Socialista ha fet a l’Hospitalet en els darrers 40 anys, però molt especialment en els darrers 15. Un candidat capaç de sumar tota l’oposició virtualment d’esquerres de la ciutat al seu darrere. Un candidat capaç d’articular un equip plural, obert, unitari, amb idees, amb capacitat i voluntat de treball, amb esperit crític, que vol dir tot el contrari que un esperit sectari, particularista i permanentment segur de tenir la raó. Obert a la ciutadania, però també obert al dubte, que és la manera de no equivocar-se radicalment.

Pel que hem vist, i d’això en prou feines fa una setmana, el candidat ja hi és, però el que no sabem encara és qui es vol aplegar darrere seu i, especialment, a qui vol representar veritablement: als que l’han elegit o als que el necessiten.

Els candidats d’aquesta esquerra transformadora que ha anat variant de sigles des dels antics comunistes de molts diferents colors, passant pels llibertaris, els comunistes nacionalistes, els socialdemòcrates avançats, els verds ecologistes, en una mena d’aiguabarreig on tot tenia cabuda, sempre han respost que es deuen a la ciutadania, però no ha estat així: no han tingut el carisma, o potser l’oportunitat i qui sap si la conjuntura adequada per ser representants de tothom i han acabat sent els representats dels que els havien elegit. Avui les circumstàncies són, afortunadament, molt diferents. El candidat que han elegit els Comuns té uns quants dels atributs que el podrien convertir en el representant dels que el necessiten. El primer pas està en ell mateix: en voler ser el representant de la ciutadania que vol un canvi radical i no només un canvi de portaveu de l’oposició. I per això cal que s’ho cregui i després que ho faci creure a la ciutat. El segon pas està en l’oposició d’esquerres: en la seva capacitat per saber llegir l’enorme oportunitat que l’Hospitalet té al davant, per primer cop en més de 4 dècades. És hora que aquesta oposició d’esquerres faci servir el sentit comú que avui s’anomena unitat i que el seu discurs comenci amb un únic concepte: generositat i altura de mires.

Les eleccions són una ruleta russa i a una ciutat com l’Hospitalet el tret el pot rebre qualsevol: també els que les enquestes preveuen que revalidaran majories absolutes. Per primer cop des de 1979, la ciutat està tan dolguda i fastiguejada del socialisme marinista, que algú que anés a guanyar les eleccions municipals podria arribar a donar la campanada. Però s’ha d’anar a guanyar. Especialment, per què es pot guanyar.

Això tot just comença, però el que hauria d’haver estat un clam, no passa hores d’ara d’un silenci estrany. Pot ser la sorpresa, però també pot ser que només els que vam somniar que calia primer un candidat amb força i després una campanya agosarada, incansable i sobretot il·lusionant, estiguéssim, com ens ha passat tantes vegades, imaginant que les desfetes algun dia s’acaben i que els causants han d’acabar els seus dies oblidats en un recó de la història.

Si bien nos quieres Marín, da menos leña y más langostín

Nuria Marín, presidiendo el Consell de Ciutat.

Hoy tengo que confesar que me lo he pasado teta en el Consell de Ciutat, una cosa que se ha inventado el gobierno para hacer ver que rinde cuentas a la ciudadanía de lo que se va haciendo, en presencia de un montón de entidades que van allí a escuchar y a decir, en general, amén. Ha habido algún conato de crítica, y alguna crítica sin conato, por parte de FIC el Fomento de la Información Crítica, que para eso llevan ese nombre rimbombante y un poco pretencioso y que son los que me dejan escribir en esta cosa que se llama L’Estaca. Algún conato, porque las subvenciones no llegan, o llegan tarde o llegan recortadas a las entidades, y a las entidades les cuesta funcionar, programar, hacer ciudad, integrar a la ciudadanía sin el soporte, la ayuda, de algún profesional que se encargue de ejecutar aquello que los voluntarios voluntaristas piensan, promueven y articulan. Algún profesional que se aviene a cobrar muy poquito para que las entidades no se mueran de inanición. Vivimos en un mundo complejo, donde además de trabajar hay que hacer muchas otras cosas y entre esas cosas, activar actividades, producir convergencia de voluntades para promover el bien colectivo, exige un esfuerzo, una dedicación, un perder horas en beneficio del común.

Todas las entidades se quejan de la falta de ayudas porque todas las entidades querrían hacer más de lo que hacen. La mayoría no llega, porque los esfuerzos voluntaristas no alcanzan para organizar las cosas en condiciones o para organizar más cosas y llegar a más vecinos. El gobierno municipal, que vive de los recursos de todos y que administra en nuestro nombre —o debería—, es el encargado por costumbre y por norma, de facilitar el funcionamiento de los colectivos ciudadanos que le ayudan a convertir la ciudad en un organismo vivo. Eso es la teoría. En la práctica, el presupuesto municipal no es el dinero de todos. Es el suyo, el del gobierno, y con su dinero hace lo que quiere. Siembra, allí donde está seguro de recoger. Y si está convencido de que no va a recoger, no siembra, o siembra menos, o siembra con desgana y tarde. O se hace de rogar para negar el auxilio en el último momento. Para que los díscolos dejen de serlo.

Esto ya lo sabíamos… pero desde hoy es un secreto a voces. A voces, porque la alcaldesa de la ciudad le ha dicho a esta entidad díscola que es FIC, que no se la subvencionará —los pobres no han recibido un euro de subvención desde el 2018 hasta ahora y la última vez que se atrevieron a pedir una subvención en Cultura les dijeron que no se la daban porque no eran una entidad cultural— hasta que no cambie. Y lo ha dicho en voz alta como reprimenda al pesado del presidente de FIC que se empeña en explicar que ellos no son el enemigo, y que ni siquiera son el adversario, porque ellos no compiten por ningún poder. Compiten por poner ideas sobre la mesa para mejorar la ciudad y para decir a quienes consideran que el poder es un patrimonio, su patrimonio, que se equivocan. Que el poder es efímero, mientras que la ciudad es eterna. Solo que el poder efímero puede destrozar la ciudad, que es lo que está pasando.

Y les ha dicho en voz alta, con el subconsciente en ebullición y traicionando las buenas maneras, que hasta que la entidad no cambie de actitud, hasta que dejen de ser díscolos para ser colaboradores, lo tienen crudo si quieren un poco de ayuda. Este tipo de traiciones del subconsciente no suelen ser habituales más que cuando los nervios agarrotan las tripas porque algo está pasando. Y lo que está pasando es que se acercan las elecciones y que las mayorías absolutas se van a poner caras y sobre todo caras en una ciudad que es la más densa de Europa y que parece tener la vocación de ser la más densa del planeta a juzgar por las barbaridades que se están cometiendo en su territorio. Si se piensan que los vecinos son ciegos y no ven el negocio que se está produciendo a costa de su salud ambiental, por ejemplo, van a descubrir que ven muy bien a donde les lleva esta gente. Con no votarles está casi todo solucionado, solo que esta gente ha estado sembrando durante mucho tiempo y sigue recogiendo lo que puede, cada vez menos, pero suficiente para seguir demasiado arriba. Pero ya decimos que las mayorías son caras y las mayorías absolutas absolutamente carísimas.

¿Con quién pactará la señora Marín si no alcanza 14 concejales? No es difícil que la segunda fuerza vuelva a ser Esquerra —aunque con la lumbrera que han puesto al frente, ya veremos— y si es así, ¿se atreverá el señor Graells a dar apoyo a su verdugo? ¿Y se atreverá el verdugo del señor Graells a pedirle un gobierno conjunto? Ya veremos. Todo podría ser, de modo que mejor olvidarnos de esas parejas de baile si queremos un cambio auténtico. Pero ya digo, los nervios andan a flor de piel. Solo así se explica el exabrupto de la señora alcaldesa que suele ser más recatada cuando se sabe sólida.

O séase: si bien nos quieres Marín, da menos leña y más langostín.

Cuarenta y tres años con los mismos (y 2)

Noviembre 2022

Vayamos pues a la alternativa, como prometí en el artículo de la semana pasada. Iría bien, para fijar la coyuntura, hacer un paralelismo con Barcelona ciudad. Dada la estructura demográfica y sociológica de la población de sus distritos y la experiencia electoral de estos años, costaría entender a priori que el PPC pudiera llegar a gobernar en ese Ayuntamiento. En cambio, no cuesta entender que el PSC, Convergència y adláteres, e incluso la izquierda a la izquierda de los socialistas, como Ada Colau y los suyos ahora mismo, hayan podido formar mayorías absolutas o relativas. ERC y el PSC apuntan para las próximas como posibles ganadores, pero no son descartables los Comuns, que se mueven bien entre las discordancias ajenas. En Barcelona viven muchos catalanes de origen y de adopción, una clase alta bien arraigada, otra clase media amplia acomodada o venida a menos, y una población obrera e inmigrada en barrios periféricos y en el Raval, que decanta las tendencias electorales según los ciclos, hacia una izquierda más moderada o más radical y, muy recientemente, hacia el nacionalismo de signo diverso.

L’Hospitalet es otra cosa. La clase acomodada es muy reducida y sin influencia, la clase media sufre cataclismos de tanto en tanto y se suele sentir huérfana electoralmente, aquí residen catalanes de origen o de adopción —nacionalistas o no—, pero pervive una gran masa de trabajadores e inmigrantes de diversas oleadas que hacen muy difícil que fuerzas como el PPC, los convergentes varios o incluso ERC —y no digamos ya Ciudadanos si resisten—, puedan llegar a gobernar algún día en solitario. Estas fuerzas suelen conocer bien la realidad y la van asumiendo. Lo normal es que el gobierno local se mueva en la órbita socialista o a su izquierda aunque en estos últimos años, con el peso ideológico del procés, se pueda contar para forzar mayorías con el apoyo del independentismo de la CUP o el más digerible de ERC.

Las posibilidades electorales han ido cambiando con el tiempo, especialmente tras la crisis del 2008 con la aparición del movimiento de los indignados y tras la del 2012 con el fenómeno independentista. Los gobiernos municipales han ido cambiando, especialmente en el área metropolitana, gracias al progresivo desgaste de los socialistas y al protagonismo de los nuevos movimientos. En algunos lugares siguen gobernando los de siempre, pero con mayorías obligadas que les han ido forzando al consenso y, en cualquier caso, excepto en algunos municipios bien señalados, han sido sensibles a la necesidad de poner coto al mercado inmobiliario, atendiendo al grado de saturación territorial que todo el mundo sufre. Si en muchas de estas ciudades próximas se han ido modificando los comportamientos, cómo es posible que aquí llevemos 43 años gobernados por los mismos, con la misma arrogancia del primer día.

La explicación parece sencilla, aunque admita una cierta complejidad: el PSC ha conseguido estabilizarse a lo largo del tiempo y la izquierda del PSC no ha sabido superar los condicionantes, sumida en múltiples jaquecas y contradicciones pese a los innegables esfuerzos. La ruptura de los años 80 en el PSUC fue tremendamente traumática no solo porque partió por la mitad una fuerza que había batallado ferozmente por conseguir la hegemonía en la ciudad y a punto estuvo de conseguirla. Fue lacerante porque ni siquiera los que mantuvieron la estructura del partido, los que gobernaron con los socialistas hasta el último día, acertaron con la fórmula para aguantar la debacle y darse tiempo en la autocrítica para volver a convertirse en foco de atracción de los que se habían desgajado. Quedaron tan asombrados por el fracaso, que no supieron reaccionar adecuadamente o quizás perdieron todo interés. Venían de un relativo fracaso electoral anterior que jamás se analizó a conciencia: el partido que había galvanizado la protesta y la movilización ciudadana se quedó a las puertas del éxito total frente a otro partido que se había sumado a la vorágine en los últimos meses, pero que contaba con la ola favorable del felipismo y con el peso brutal de la propaganda anticomunista que había destilado a conciencia la dictadura. Aquel PSUC de los 11 concejales, que terminó con buena parte de sus 11 concejales iniciales removidos por las continuas expulsiones y dimisiones de los primeros de la lista, pudo haber perdido las siguientes elecciones, pero disponía todavía del rédito positivo de lo que contribuyó a poner en marcha en la primera legislatura y un peso todavía considerable en una parte de la militancia activa. Le pudo la dinámica institucionalista y el desaliento, y un error en el que jamás cayeron los socialistas (hasta hace cuatro días, y así les va a ir): el abandono de su propia gente.

Todo aquello ya es historia, pero una historia que no deberíamos olvidar, porque aquel gobierno del 79 al 83 se impuso como objetivo reconstruir una ciudad marchita, crear nuevos servicios y dotar a la ciudad de infraestructuras, y los 27 concejales, incluidos los 4 de la oposición que asumieron elegantemente su papel, trabajaron bastante al unísono —pese a los roces, los malentendidos y las servidumbres— durante 4 años. Si ésta dinámica se hubiera mantenido desde entonces, otro gallo nos hubiera cantado como colectividad. Desde luego, la ciudad no habría caído en el descrédito del mercantilismo inmobiliario, ni la degradación urbana de muchos de los barrios del municipio habría llegado tan lejos. Al PSUC le pareció que a la ciudad le hacía falta un alcalde en 1983 —el eslogan de campaña fue “Aquí lo que hace falta es un alcalde”— cuando lo que realmente la ciudad necesitaba era, sobre todo, mantener el espíritu de colaboración en el gobierno de la ciudad sin olvidar hacer valer la imprescindible influencia social que el partido había conseguido en la lucha antifranquista, junto a la presión de la calle. Despechado el alcalde del PSC y todos los suyos, pusieron a los antiguos coaligados donde según ellos les correspondía: en el desván de la historia municipal. Y allí siguen no ellos, sino todos los herederos que el tiempo ha ido esculpiendo.

Las cosas han ido tan a peor, que 43 años más tarde, las encuestas indican que el PSC sacará en 2023 mayoría absoluta y la izquierda del PSC, otros 3 concejales. Y que el resto irán a parar, como siempre, a las migajas del nacionalismo emergente y a los restos de la derecha españolista. Como siempre, una oposición fragmentada, débil e inevitablemente inoperante en la práctica, aunque la repetición esteril de la dinámica sirva para hacer ver que la democracia funciona. La oposición resulta, en la práctica, inservible para quienes la han elegido. Y a muchos nos gustaría pensar que los elegidos no pueden conformarse con el triste papel subsidiario que el gobierno les otorga. Luego insistiré sobre ello.

En abril del 2020, la entidad probablemente más incómoda de la ciudad para el gobierno local, el Foment de la Informació Crítica, puso en circulación un Manifiesto en el que pedía a la izquierda del PSC, incluida toda la izquierda nacionalista, un esfuerzo de reflexión para cambiar las cosas en el Ayuntamiento de la ciudad. La propuesta no pretendía cambiar solo el Ayuntamiento. Jamás como ahora, cambiar el Ayuntamiento significaría tan claramente cambiar el futuro de la ciudad. Cuarenta y tres años después, aquel PSC desorientado de 1979 que ganó las elecciones por sorpresa, ha convertido la ciudad en su finca, el presupuesto público en su particular chequera y buena parte del entramado cívico organizado y el aparato administrativo municipal, en una red clientelar sujeta con mano de hierro por las subvenciones y los puestos de trabajo repartidos durante décadas. Y, sobre todo, ha dejado de tener proyectos como no sean los que van dirigidos a permitir que los promotores inmobiliarios sigan haciendo negocio y a mantener una política de imagen que les saque de la sensación general, fuera de su propio ámbito, de que la ciudad continúa siendo un amasijo irrecuperable.

Hace pocos días, TV3 dedicó un largo reportaje a una sinfonía caótica —como la ciudad misma— que intentaba retratar “sense ficció” una realidad autocomplaciente. Consiguió justo todo lo contrario. El reportaje hablaba de una ciudad desarticulada, pero a la vez ficticia. L’Hospitalet: la ciudad más densa de Europa donde se siguen construyendo miles de nuevos pisos bajo supervisión directa de la Agencia de Depredación Urbana (ADU) que impulsa la concejalía de Urbanismo, junto al invento de un distrito cultural —estilo Brooklyn, insisten— sin dirección estratégica alguna, y una política de cesiones patrimoniales que hipotecará durante décadas el espacio público. No es de extrañar que se haya agotado el imaginario colectivo: para quienes gobiernan, la ciudad solo tiene remedio en la medida en que se venda la pura ficción de su destino esencial e irremediablemente periférico. Ya no saben que inventar para hacer ver que hay un horizonte: hace cuatro días, los hoteles para turistas y el biopol, ahora un Brooklyn de cartón piedra y mañana la liberación de las vías del tren que siguen alimentando en la mente calenturienta de quienes desordenan la ciudad, los sueños de nuevas promociones urbanísticas especulativas.

El esfuerzo de reflexión que se pedía a toda la oposición en aquel Manifiesto de abril, pero de manera muy especial a las fuerzas de izquierda e incluso de centro izquierda, se basaba en una constatación y apuntaba hacia un proyecto común. La constatación era que el PSC local está huérfano de ideas, dividido interiormente, débil orgánica e intelectualmente hablando, y desacreditado como proyecto apasionante para cualquiera que tenga ojos para ver: la pura imagen del desgate. El objetivo del documento era unir esfuerzos para no desperdiciar un solo voto, con cualquier fórmula que permitiera desplazar a un colectivo desestructurado de oportunistas, que no merece conservar unas siglas que hablan de socialismo. El PSC necesita volver a las esencias y seguro que hay en l’Hospitalet gente, incluso en puestos de relieve, que tiene todavía respeto por las esencias. Hay que permitirles, incluso a ellos, ese relevo y eso solo se puede conseguir descabalgando a los dueños del cortijo. Por eso, ese esfuerzo de reflexión que se pedía era transversal, abierto a todo el mundo, incluidos todos los partidos del municipio sin exclusión y a todos aquellos que todavía sienten algo por esta desgraciada ciudad.

Nos consta que se han generado debates, que ha habido colectivos que se han tomado la propuesta en serio. Ha habido incluso reuniones, que partían del desencanto y del pesimismo, pero que han servido para ver más claro. Todo el mundo parecía coincidir en el principal obstáculo para unificar esfuerzos: la inconcebible miopía de los partidos, incapaces de atender a las realidades concretas. Estas no son unas elecciones cualesquiera. En l’Hospitalet es probablemente una de las últimas oportunidades para parar la debacle en la que nos han instalado. O ahora, o esto no habrá quien lo reconduzca. Todas las ciudades tienen su problemática, pero no todas las ciudades tienen la tremenda carga de ser la más densa de Europa, con el índice de zonas verdes más bajo del área metropolitana, con una de las problemáticas más acusadas de inmigración hacinada y sin perspectivas, con barrios depauperados, con infraestructuras míseras, sin cumplir la mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con talas de árboles indiscriminados por falta de espacio y de luz en las calles, con una pérdida progresiva de patrimonio local…

Los partidos se presentan para ganar las elecciones en condiciones normales. Pero en  l’Hospitalet no hay condiciones normales. Ningún partido solo, excepto quizás el que lleva 43 años gobernando, va a ganar las elecciones y ningún partido en ningún lugar se enfrenta a una situación de emergencia como la que hay aquí. O los aparatos locales de los partidos hacen ver esta situación de emergencia a las respectivas cúpulas, que de l’Hospitalet solo conocen lo que divulga la política propagandística municipal, o las consecuencias van a ser irreparables porque, los que no lo hagan, van a resultar cómplices de lo que venga. Y lo que vendrá van a ser más rascacielos en el único espacio libre del municipio (disfrazado de biopol), más bloques de pisos en los espacios que dejen libres las vías del tren, más facilidades para los artistas que vengan de fuera, no para los sufridos residentes de los barrios degradados de Collblanc, La Torrassa, Pubilla Casas, etc. Y cualquier cuestión táctica que se les vaya ocurriendo y que solo les beneficie a ellos.

Cómplices de lo que venga. No será fácil asumir la representación de los electores hospitalenses que no voten a los de siempre, si se desperdicia esta oportunidad para ir todos unidos. El gobierno municipal tan cicatero para tantas cosas es sumamente generoso a la hora de comprar voluntades. Los electores no socialistas pierden todas las elecciones pero sus concejales electos y sus partidos, se benefician del reparto de prebendas: retribuciones de más de 70.000 euros para los portavoces y cerca de 20.000 para los concejales de a pie en 2022, dinero de todos los contribuyentes que se reparten con los partidos respectivos. Será sonrojante aceptar tales cantidades en el futuro tras perder la oportunidad de sumar esfuerzos y consensuar un programa común. Muchos no podrán entender las excusas contra la unidad de acción. Muchos quedarán extraordinariamente decepcionados. Y estas decepciones, suelen ser siempre una llamada para la abstención activa.

Ha llegado el momento de que los hospitalenses de todos los partidos se planten ante sus respectivas cúpulas, les convenzan del punto de no retorno y les expliquen que, o vamos todos juntos, o perdemos la mayoría de los ciudadanos. El argumento de las cúpulas siempre remite al “ya se pactará después”, pero aquí el después no existe, porque esa ha sido la fórmula de todas las elecciones y luego, ante las mayorías absolutas o relativas pero demasiado amplias, no hay nada que pactar.

No se pedía a nadie que renunciara ni a su ideología ni a su programa. Se pide a todos que redacten un programa de mínimos, que apasione al personal para ganar las próximas elecciones municipales. Que apasione, es la única característica ganadora. Ninguna candidatura, por sí sola, va a entusiasmar. Se pide algo parecido a una “oposición de concentración” que configure un “gobierno de concentración” para la emergencia. Con todo lo que una, y nada de lo que separe, y con gente de todas las opciones representando a una ciudadanía unida contra los mercaderes. Una plataforma de ciudad, con todos los que amen a esta ciudad detrás, partidos incluidos.

No es fácil. Pero de esta necesidad son conscientes hasta los que han votado socialista en l’Hospitalet desde siempre, los que han participado del empuje del PSC a lo largo de los años. Solo hace falta tomar la iniciativa y movilizarse. Muchos vendrás detrás. Seguro.

Cuarenta y tres años con los mismos (1)

A 193 días de las elecciones municipales cuando esto se escribe, todo parecería indicar que las cosas van a cambiar muy poco en l’Hospitalet. La última encuesta que he podido consultar, publicada en la prensa en el pasado mes de agosto, explicaba que “el PSC se muestra imbatible” y que con el 39,6% de los votos, conseguiría los mismos concejales que tiene ahora. Es decir, una nueva mayoría absoluta, a sumar a las otras ocho, de doce elecciones que se han celebrado desde 1979 en las que siempre, siempre, ha ganado el PSC.

Se diría que el l’Hospitalet que hoy tenemos lo ha hecho el PSC, que lleva gobernando, muy cómodamente, a lo largo de toda la historia de la democracia municipal, en un caso insólito si lo comparamos con el resto del área metropolitana de Barcelona. Afirmo que muy cómodamente, porque en las únicas tres elecciones donde no obtuvo mayoría absoluta hasta ahora (1979, 2011 y 2015) consiguió una mayoría consolidada de concejales (11 en 2015, 12 en 1979 y 13 en 2011, de 27) y gobernó con facilidad con Guanyem (2015), con ICV-EUiA (2011) y con el PSUC (1979). Excepto en estas primeras elecciones de 1979, donde la cosa fue más complicada, siempre marcando el ritmo, la política y las decisiones.

En 1979, l’Hospitalet ya era una ciudad extraordinariamente densa. Muchos la comparaban con Calcuta, en la India —yo escribí hace unos años un libro que se titula Acollidora Calcuta y que solo habla de l’Hospitalet. En aquellos años, el PSUC hizo bandera del problema urbano en la ciudad e hizo famoso el slogan electoral de “Ni un bloque más” que era una de las cantilenas más coreadas en las manifestaciones de vecinos durante la Transición. De aquel l’Hospitalet deshilachado y caótico, pero todavía con bastante patrimonio inmobiliario histórico y con notables espacios libres aunque desordenados, se ha pasado a este l’Hospitalet, donde los gobernantes locales en una vorágine que empezó en 1983 y que se ha acentuado gravemente desde 2008, se han comido el territorio que quedaba libre y han despreciado literalmente el patrimonio histórico de la ciudad. Ahora, aquel l’Hospitalet difícil de arreglar, excepto para gobernantes que amaran la ciudad que no ha sido el caso, se ha convertido en la ciudad más densa de Europa, en declive absoluto por lo que respecta a la satisfacción de las necesidades de sus residentes.

Y aun así, las encuestas afirman que el PSC, que ya lleva gobernando la ciudad más que los alcaldes de la dictadura —exactamente 43 años—, “se muestra imbatible”. Se diría, por lo tanto, que los hospitalenses se sienten a gusto viviendo en la ciudad más densa de Europa, con menos metros cuadrados de zona verde por habitante de todo el área metropolitana, a la cola en servicios e infraestructuras, con barrios degradados donde se hacinan crecientes oleadas de emigrantes llegados de todo el mundo con un deseo firme a tenor de los últimos estudios sociológicos realizados en la ciudad: marcharse a otras zonas más habitables en cuanto se presente la primera oportunidad. L’Hospitalet es, para ellos, no un lugar de acogida sino un simple refugio provisional hasta estabilizar su vida y su economía, para encontrar un espacio donde echar verdaderamente raíces. L’Hospitalet no parece ser su ciudad, sino una estación de tránsito provisional. De ahí que, en algunos de esos barrios de urbanismo febril y hacinamiento familiar, se produzcan los índices más considerables de abstencionismo electoral en las elecciones municipales.

Más allá del enorme conglomerado de emigración que trabaja donde puede y solo va a l’Hospitalet a dormir para poder madrugar al día siguiente, tiene que haber en la ciudad muchos ciudadanos satisfechos de ser gobernados por este PSC, porque si no, no se entienden los datos. Es verdad que ya estamos lejos de aquellos porcentajes y votos de los años 80 donde votaron a los socialistas entre 75.000 y 86.000 vecinos. En 2015 solo les votaron 31.000 vecinos, aunque en las últimas, las de 2019, les votaron 12.000 electores más: 43.696, exactamente. Es decir, entre 31.000 y 86.000 votos, es lo que el PSC local se lleva en cada elección. De modo que esos votos son los que en cada elección marcan una mayoría considerable de concejales y, en varios casos, por encima de los 35.000 votos, la mayoría absoluta.

Claro que todo esto es muy relativo, porque lo que cuenta de verdad no son los votos directos sino los porcentajes, y estos se mueven en virtud de los votos válidos emitidos. De modo que en una ciudad como l’Hospitalet, nos gobiernan por mayorías absolutas porcentuales gracias a que la participación ha fluctuado siempre en las elecciones municipales entre el 64,1%, en las de 1987 y el 46,7%, en las de 2007. Es decir, cuando más han votado en la ciudad —en las municipales—, han votado solo 2 de cada 3 vecinos con derecho al voto y cuando menos, ha votado algo menos de 1 de cada 2. Con este dato se hace fehaciente el sentimiento de pertenencia. En general, si te sientes partícipe del futuro de tu ciudad, intentas poner al frente de tu ayuntamiento a gente que te represente lo mejor posible. Si no sientes la ciudad como algo tuyo, si la sientes como algo simplemente provisional, no te muestras concernido en la elección de tus concejales. Toda la política L’H (las siglas que se vendieron como un icono de pertenencia) ha servido para lo que ha servido: la imagen no resuelve los problemas. Los problemas los resuelve la gestión.

En democracia deciden los que votan, es cierto. Y como votar no es obligatorio, los que no votan —y los que votan también— deben someterse al criterio de la mayoría. Pero una democracia donde la gente no vota, no es una democracia fuerte, consolidada, eficaz, aunque nadie se moleste en denunciarlo. En una ciudad donde solo vota un porcentaje bajo de electores, la democracia es débil y el gobierno resultante poco representativo. Cuando eso ocurre durante 43 años seguidos es que algo funciona muy mal.

Un ejemplo concreto. En las últimas municipales de 2019 el PSC fue la fuerza más votada con 43.696 votos válidos. El censo electoral ascendía a casi 177.000 personas con derecho a voto, de un total de casi 265.000 habitantes totales. Con esos resultados, el PSC obtuvo 14 concejales y mayoría absoluta. De hecho, apenas el 25% de la población que podía votar le dio al PSC la mayoría absoluta para hacer lo que le diera la gana en la ciudad durante 4 años. (Sí aplican el programa electoral, nos dirán, no hacen lo que les da la gana. Bien, discrepo de esa posible afirmación: si aplicaran el programa electoral sería comprensible. Lo cierto es que hacen mucho de lo que no aparecía en el programa y dejan de hacer mucho de lo que si aparecía…)

En las elecciones del 2019 se presentaron en la ciudad 16 candidaturas, la vez que mas. Entre todas ellas consiguieron 56.700 votos, es decir un 32% de los votos válidos frente a casi el 25% del PSC. Pues bien, en virtud de la Ley Electoral, esos 56.700 votos se convirtieron de hecho en solo 13 concejales y de las 16 candidaturas solo 5 consiguieron representación. Es verdad que en las candidaturas había de todo desde la perspectiva del arco ideológico y por lo tanto, no son votos homologables. Pero no es menos cierto que todos ellos competían con el PSC para arrebatarle la hegemonía electoral, consiguieron en conjunto más votos pero, de facto, no han podido hacer más que protestar a lo largo de los últimos 4 años. 43.696 votos han dictado la política a seguir frente a 56.700 votantes que no querían que les gobernara el PSC y frente a otros 76.500 vecinos que no se sintieron concernidos en la contienda electoral. De hecho, 44.000 ciudadanos han dictado la política de l’Hospitalet de estos últimos 4 años, repercutiendo sobre la vida de los 265.000 habitantes que ha tenido de promedio la ciudad durante este período. Y esto, este año. Cuando el PSC sacó solo 31.000 votos, pasó exactamente lo mismo. Esta ha sido hasta ahora la cruda realidad.

Resulta del todo insólito que durante más de cuatro décadas, nadie de quienes intentan hacer política en la ciudad se haya preguntado seriamente qué nos está pasando. Malo, si nadie se lo ha preguntado, pero todavía mucho peor si alguien se lo ha preguntado y no ha tratado de profundizar en el relato. La historia es muy elocuente al respecto porque en once elecciones, salvo el PSUC en 1979, ninguna candidatura que no fuera el PSC ha conseguido superar la media docena de concejales. Y quien consiguió ese número de concejales fue el PPC en 2011, es decir la derecha de la ciudad que, con los 2 concejales de la ultraderecha en esas mismas elecciones, obtuvo unas cifras de representación inauditas y que no ha conseguido superar. Con esas cifras, tanto las fuerzas nacionalistas como la derecha o la izquierda transformadora tendrían que haberse interrogado a fondo para ver que estrategia de fondo se hubiera tenido que seguir, con la vista puesta quizás no en las siguientes elecciones sino en un horizonte algo más lejano. No se hizo, y el PP jamás superó los 6 concejales, CiU jamás superó los 5 de 1991, los mismos que ERC en el 2019, Ciudadanos los 4 de 2015 y de 2019, y las fuerzas que con distintas siglas han estado a la izquierda del PSC (desde ICV hasta En Comu Podem) con excepción del PSUC en 1979, jamás han pasado de 4 concejales (los que obtuvieron en 1995).

Teniendo en cuenta la estructura de la población, que ha ido cambiando pero que se mantiene probablemente en el espectro de la clase trabajadora e inmigrada con escasos recursos económicos y una formación elemental, tanto la derecha españolista como las fuerzas nacionalistas lo tienen a priori crudo para conseguir un apoyo suficiente para gobernar con holgura. No es imposible, en línea con las coyunturas cambiantes a nivel general, puesto que en fases de crisis ideológica la derecha españolista suele hacerse fuerte y en fases de radicalismo nacionalista, tanto ERC como CiU —o lo que representa—, pueden adquirir relieve. Pero no es lo más predecible. Lo que sonaría más lógico es que una izquierda alternativa, con solvencia de cuadros y una estrategia política destinada a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía y a revertir las políticas de clientelismo, propaganda y de depredación urbana que se ha impuesto con los años, pudiera plantearse seriamente tomar el relevo de la gobernación de la ciudad y dar esperanzas de futuro a la ciudadanía y perspectivas de reconstruir la ciudad.

Nada es gratuito. L’Hospitalet jamás fue una ciudad consolidada en la organización de la rebeldía civíca. Se llegó a la Transición un poco a remolque de la eficacia organizativa de los principales municipios del Baix Llobregat. Se trabajó intensamente entre 1976 y 1979 con mucho talento político colectivo y mucha práctica reivindicativa en la calle, pero todo declinó en 1980 con la ruptura del PSUC y la deriva institucionalista que adquirió la parte más lúcida del eurocomunismo hospitalense. Era normal que la debacle hundiera las perspectivas de los años inmediatos y que se pasara de 11 concejales a 2 entre 1979 y 1983. Lo que ya cuesta más de digerir es que en 1987 y 1991 se sacarán 3 concejales; en 1995, solo 4; en 1999, 1; en 2003, 3; en 2007 y 2011, 2; en 2015 y en 2019, otros 3 con siglas distintas…

Una parte importante del resultado es la poca afinidad demostrable del votante hospitalense, pero no me podrán negar que buena parte del problema radica en la alternativa. Y de la alternativa les quisiera hablar en el próximo artículo de esta serie. Hasta entonces.